La Crisis de 1898 y sus Consecuencias
Paralelamente al conflicto cubano, en 1896 se produjo una rebelión en las islas Filipinas. El independentismo fraguó en la formación de la Liga Filipina, fundada por José Rizal en 1892, y en la organización clandestina Katipunan. El nuevo gobierno liberal de 1897 nombró capitán general a Fernando Primo de Rivera, quien promovió una negociación indirecta con los principales jefes de la insurrección, dando como resultado una pacificación momentánea del archipiélago.
La Intervención de Estados Unidos
Estados Unidos (USA) había fijado su área de expansión inicial en la región del Caribe y, en menor medida, en el Pacífico, donde su influencia ya se había dejado sentir en Hawái y Japón. La ocasión para intervenir en la guerra la dio el incidente del acorazado estadounidense Maine, que estalló en el puerto de La Habana en abril de 1898. USA culpó falsamente del hecho a agentes españoles y envió a España un ultimátum en el que se exigía la retirada de Cuba. Los dirigentes españoles eran conscientes de la inferioridad militar española, pero consideraron humillante la aceptación, sin lucha, del ultimátum. Comenzaba así la guerra hispano-norteamericana. Una escuadra mandada por el almirante Cervera partió hacia Cuba, pero fue rápidamente derrotada en la batalla de Santiago, donde se enfrentaron barcos desvencijados contra modernos navíos. USA derrotó igualmente otra escuadra española en Filipinas, en la batalla de Cavite. En diciembre de 1898 se firmó la Paz de París, por la cual España se comprometía a abandonar Cuba, Puerto Rico y Filipinas, que pasaron a ser un protectorado norteamericano.
Crisis Política y Moral
A pesar de la envergadura de la crisis de 1898 y de su significado simbólico, sus repercusiones inmediatas fueron menores de lo esperado. La necesidad de hacer frente a las deudas contraídas por la guerra cubana promovió una reforma de la hacienda llevada a cabo por el ministro Fernández Villaverde con la finalidad de aumentar la recaudación. Tampoco aconteció la gran crisis política que se había vaticinado y el sistema de la Restauración sobrevivió, asegurando la continuación del turno dinástico. La crisis política estimuló también el crecimiento de los movimientos nacionalistas. De este modo, la crisis del 98 fue fundamentalmente una crisis moral e ideológica, que causó un importante impacto psicológico entre la población. La derrota sumió a la sociedad y a la clase política española en un estado de desencanto y frustración, porque significó la destrucción del mito del imperio español y la relegación de España a un papel de potencia secundaria en el contexto internacional.
El Regeneracionismo
Este era el sentimiento de un grupo de intelectuales reunidos en la Institución Libre de Enseñanza, creada en 1876 cuando muchos catedráticos abandonaron la universidad al no permitirse la libertad de cátedra. La institución, que tenía en sus filas intelectuales de la talla de Francisco Giner de los Ríos y estaba profundamente influida por el krausismo, fue una gran impulsora de la reforma de la educación en España. Esta corriente, que hablaba con insistencia de la regeneración de España, acabó conociéndose como regeneracionismo. Su mayor exponente fue el aragonés Joaquín Costa, que no solo era un prolífico escritor, sino también el creador de instituciones sociales y económicas como la Liga Nacional de Productores y el inspirador de un partido político, la Unión Nacional, de carácter popular y muy crítico con la Restauración. La crisis de 1898 agudizó la crítica regeneracionista, muy negativa hacia la historia de España, que denunciaba los defectos de la psicología colectiva española, sostenía que existía una especie de degeneración del español y que era precisa la regeneración del país enterrando las glorias pasadas. Los regeneracionistas defendían la necesidad de mejorar la situación del campo español y de elevar el nivel educativo y cultural del país. Asimismo, un grupo de literatos y pensadores, conocidos como la Generación del 98, intentaron analizar el problema de España en un sentido muy crítico y en tono pesimista.
El Fin de una Época y el Ascenso de la Dictadura
El desastre de 1898 significó el fin del sistema de la Restauración tal como lo había diseñado Cánovas y la aparición de una nueva generación de políticos, intelectuales, científicos, activistas sociales y empresarios, que empezaron a actuar en el nuevo reinado de Alfonso XIII. Sin embargo, la política reformista de tono regeneracionista que intentaron aplicar los nuevos gobiernos tras la crisis del 98 no llevó a cabo las profundas reformas anunciadas, sino que se limitó a dejar que el sistema siguiese funcionando con cambios mínimos. Frente a un antimilitarismo creciente en determinados sectores sociales, una parte de los militares se inclinó hacia posturas más autoritarias e intransigentes, atribuyendo la derrota a la ineficacia y la corrupción de los políticos. Esta injerencia militar fue aumentando en las primeras décadas del siglo XX y culminó en el golpe de estado de Primo de Rivera, en 1923, que inauguró una dictadura de 7 años, y en el protagonizado por el general Franco en 1936, que provocó una guerra civil y sumió a España en una dictadura militar de casi 40 años.
Primo de Rivera: Causas del Golpe Militar
Primo de Rivera y los sectores que le dieron apoyo defendieron su acción como una solución para poner fin a la crisis política y a la conflictividad social que atravesaba el país. Para los golpistas, entre las razones que justificaban la necesidad de cambiar la situación hay que destacar: la inestabilidad y el bloqueo del sistema político parlamentario, el miedo de las clases acomodadas a una revolución social ante el auge de la conflictividad obrera y campesina, y el aumento de influencia.
El Advenimiento de la Dictadura
Este apartado presenta los aspectos preliminares a la llegada de la Dictadura, entre los cuales encontraremos las causas con las que podríamos explicar el golpe de estado de Miguel Primo de Rivera. Concretamente a comienzos de la década de los ´20 se percibe en España una marcada crisis en distintos ámbitos. Fundamentalmente el turno de los partidos gobernantes ya no se muestra tan efectivo como antaño y en el marco exterior la Guerra de Marruecos constituye un importante lastre para el país. Tal es así que hacia 1922-23 parecían barajarse dos posibles salidas a la situación que vivía el Estado:
- Por un lado se planteó una solución civil a la crisis que abogara por una mayor democratización del sistema, la disolución de las juntas de defensa y el nombramiento de un civil para resolver el conflicto de Marruecos.
- Por otra parte se barajó una solución militar autoritaria, opción bastante común en la Europa de la época entre los países más agrarios y atrasados.
La Dictadura de Miguel Primo de Rivera
Finalmente la vía civil no cuajó, mientras que la vía militar fue contemplada efectivamente como una alternativa viable para superar las dificultades. Concretamente en la noche del 12 al 13 de septiembre de 1923, el capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, declara el estado de guerra en su región y asume las funciones de gobierno. Publica asimismo un manifiesto con aires regeneracionistas dirigido al país y al ejército donde denuncia la situación en la que ha caído el régimen de la Restauración y se compromete a solucionar problemas tales como el terrorismo, el separatismo, el desorden, el caciquismo y la incómoda Guerra de Marruecos. Apenas contará inicialmente con oposición política ni social, salvo un intento fallido de huelga general. Inmediatamente el propio rey, a la sazón Alfonso XIII, nombra a Primo de Rivera presidente de un Gobierno Militar conocido como Directorio y que presentará dos grandes etapas:
Directorio Militar (1923-25)
Curiosamente el Dictador accede al poder presentándose a la nación como una solución temporal a la situación de crisis del país. Entre sus primeras medidas destacaron la disolución de Cortes y la formación de un gobierno exclusivamente militar en el que Primo de Rivera figuraba como ministro único y un conjunto de militares como vocales. Además, extendió el estado de guerra a todo el país, manteniéndolo vigente hasta 1925. Paradójicamente no derogó la Constitución, si bien fueron suspendidas gran parte de las garantías constitucionales, y favoreció la creación de un movimiento político oficial conocido como “Unión Patriótica” que en la práctica funcionó como partido único.
Directorio Civil (1925-30)
A partir de 1924 los civiles comenzaron a recuperar cargos en la militarizada administración, concretamente militantes de la derecha católica y mauristas afines a la extrema derecha. Primo de Rivera abonó de esta manera el terreno para perpetuar su régimen. Inaugura así un Directorio Civil formado eminentemente por civiles como José Calvo Sotelo (ministro de Hacienda) y Eduardo Aunós (ministro de Trabajo). En 1927 procedió a crear una Asamblea Nacional Consultiva para aprobar un texto legal que legitimase el nuevo régimen, propósito que finalmente no cuajó. Para el desarrollo de esta nueva etapa fueron vitales los apoyos que el Dictador recibió de la derecha conservadora más autoritaria, de la banca y la industria. Además, para reprimir cualquier conato de oposición favoreció la creación de “Somatén Nacional”, milicia cívica encargada de controlar el orden público.
Aspectos Sociales y Económicos
A nivel social, siguiendo el referente de la Italia de Mussolini, abogó por frenar la conflictividad mediante una Organización Corporativa Nacional que curiosamente estuvo asesorada por socialistas y Sindicatos Libres; pero que margina, ilegaliza y persigue a CNT y PCE.
En el apartado económico, el Régimen se benefició de la cierta bonanza mundial existente hasta 1929, lo que permitió el incremento de gastos estatales dedicados a obras públicas e infraestructuras, si bien no se acometieron las reformas fiscales necesarias.
Por lo que concierne a la política exterior, Primo se mostró partidario de salir de Marruecos, aunque finalmente permanece y lanza una última ofensiva conjunta franco-española en Alhucemas (1925) con el fin de superar el reciente fracaso de Annual (1921). A pesar de que la conclusión de la guerra fue percibido como un éxito del Dictador, no podemos olvidarnos del saldo final del conflicto: más de 25.000 muertos y por encima de los 5.000 millones de pesetas invertidos.
Oposición a la Dictadura
Por otra parte, si bien en sus inicios la Dictadura fue asumida como una solución a la crisis latente y no contó con excesiva oposición, durante su gobierno irán creciendo los sectores contrarios al nuevo Régimen. Bien es cierto que con tremenda y sutil habilidad, Primo optó más que por reprimir físicamente a sus opositores o prohibir directamente formaciones políticas, por la censura, los procesos judiciales y el aislamiento de los líderes contrarios a su figura. Tal es así que contó con pocos exiliados, entre los que podemos destacar a Macià y Sánchez Guerra. Estableciendo una nómina de los sectores especialmente beligerantes con la Dictadura, podemos destacar:
- Oposición Política: especialmente antiguos partidos republicanos de los que saldrán figuras de la talla de Alcalá-Zamora, republicanos históricos como Lerroux y nuevos militantes todavía con poco peso como Azaña.
- Oposición Militar: concretamente algunos sectores que organizaron conspiraciones como la conocida “Sanjuanada” (1926).
- Oposición de los Intelectuales: fundamentalmente de Unamuno, escritor y catedrático expulsado de Salamanca y desterrado a Fuerteventura.
- Oposición del Nacionalismo: sobre todo del catalán, marco en el que Primo reprimió tanto la lengua como las instituciones. Esta persecución condujo al nacimiento de un partido todavía más radical que la Lliga Regionalista, el Estat Català, formación liderada por un Macià que desde el exilio se convirtió en el símbolo de la resistencia catalana frente a la Dictadura.
- Oposición Obrera: a través de la CNT y el PCE.
De la Monarquía Alfonsina a la II República
Finalmente, a partir de 1928 asistimos al comienzo de los primeros síntomas de decadencia del Régimen: el Dictador enferma, las conspiraciones se multiplican, los republicanos se movilizan y la conflictividad social se incrementa. En este contexto Primo de Rivera opta por dimitir en enero de 1930, se exilia a París y deja a Alfonso XIII un grave problema de gobierno. La primera medida del monarca será elegir al general Berenguer como sucesor de Primo. Este desarrolla una política sin personalidad que le valió el calificativo de dictablanda y autores como Ortega denunciaron en prensa de la época lo que se denominó gráficamente como “el error Berenguer”, al tiempo que vaticinó la temprana caída de la monarquía (“Delenda est Monarchia”). Berenguer fracasó en su intento de retornar a la normalidad constitucional de 1876 y en enero de 1931 fue sucedido por Juan Bautista Aznar. El vicealmirante intentó desarrollar un gobierno monárquico de concentración y se comprometió a convocar elecciones municipales, a Cortes Constituyentes y a conceder la autonomía a Cataluña. Contó con la oposición de la Unión Monárquica Nacional, compuesta por exmiembros de Unión Patriótica contrarios al parlamentarismo, tales como José Antonio Primo de Rivera. Por otra parte la progresiva organización de los republicanos fue concretándose en la formación de distintos grupos entre los cabría destacar: Acción Republicana (1925, liderada por Azaña), Partido Republicano Radical-Socialista (1929, con Marcelino Domingo al frente), Organización Republicana Gallega Autónoma (1929), Ezquerra Republicana de Catalunya (1931, con Macià y Companys a la cabeza) y la Derecha Liberal Republicana (1930, con líderes como Alcalá-Zamora, Miguel Maura y Lerroux). Un paso decisivo en el derrumbe de la monarquía fue el compromiso alcanzado en agosto de 1930 entre los partidos republicanos para llevar a cabo una insurrección que instaurara la II República en España. Nos referimos al conocido “Pacto de San Sebastián”, al que además de republicanos se irán progresivamente sumando los socialistas (tanto PSOE como UGT), los intelectuales de mayor prestigio reunidos en la Agrupación al Servicio de la República (entre los que se encontraban Ortega y Gasset y Marañón), los estudiantes pertenecientes a la Federación Universitaria Escolar y varios sectores del ejército descontentos con la monarquía y que habían empezado a expresar su malestar en sublevaciones como la acontecida en Jaca en diciembre de 1930.
No obstante, la grandeza de la II República consiste en que finalmente no llega vía insurrección ni pronunciamiento militar al uso, sino a través de un plebiscito. Concretamente en las elecciones municipales del 12 de abril de 1931, los firmantes del Pacto de San Sebastián acuden en coalición y los republicanos triunfan en las principales capitales de provincia. Resultaba evidente que el pueblo desconfiaba de un monarca que había convivido con la Dictadura por espacio de 7 años. Alfonso XIII capta el mensaje y opta por el exilio. Asistimos entonces a la proclamación de la II República Española el 14 de abril de 1931.