La Revolución de 1917 y la Crisis del Sistema de la Restauración
El año 1917 marcó un punto de inflexión en el reinado de Alfonso XIII y en el sistema político español. Dos factores principales lo provocaron: la neutralidad española en la Primera Guerra Mundial y las graves tensiones internas que desembocaron en una crisis generalizada.
El impacto de la Gran Guerra
Cuando estalló la Primera Guerra Mundial en 1914, el gobierno de Eduardo Dato decidió mantener a España neutral. Esta decisión tuvo importantes consecuencias económicas. Por un lado, generó un boom económico temporal porque los países en guerra compraban muchos productos españoles. Las fábricas textiles catalanas, las minas asturianas y la industria vasca trabajaban a pleno rendimiento.
Sin embargo, este crecimiento tuvo un lado oscuro. Los precios de los productos básicos como el pan, la leche o la ropa subieron muchísimo (más del 50% en algunos casos), pero los salarios de los obreros apenas aumentaron. Esto creó una situación insostenible: mientras los empresarios y comerciantes se enriquecían, los trabajadores apenas podían llegar a fin de mes. La gente estaba cada vez más enfadada y las protestas se multiplicaban.
La triple crisis de 1917
En el verano de 1917 estalló una crisis política y social sin precedentes que mostró todas las debilidades del sistema.
Crisis Militar
En junio comenzó el problema con los militares. Muchos oficiales, especialmente los de rangos medios, estaban hartos de cómo funcionaba el ejército. Crearon las llamadas Juntas de Defensa para protestar contra los ascensos injustos y los bajos salarios. Lo sorprendente fue que el gobierno, en lugar de imponer su autoridad, terminó cediendo a sus exigencias. Esto demostró que los políticos civiles cada vez tenían menos poder real.
Crisis Política
En julio, la crisis pasó al terreno político. La Lliga Regionalista, el principal partido catalán, organizó una Asamblea de Parlamentarios en Barcelona donde se juntaron políticos de diferentes tendencias. Todos coincidían en que el sistema político necesitaba cambios profundos. Querían convocar unas Cortes Constituyentes para reformar completamente el país, pero al final no lograron ponerse de acuerdo y el movimiento se disolvió.
Crisis Social
Pero el momento más dramático llegó en agosto. Los sindicatos UGT y CNT, con apoyo del PSOE, convocaron una huelga general revolucionaria. No era una protesta normal: querían acabar con la monarquía y establecer una república.
En muchas ciudades hubo barricadas y enfrentamientos. El gobierno respondió con una durísima represión: el ejército en las calles, más de 70 muertos y miles de detenidos, incluidos importantes líderes socialistas. Aunque la huelga fracasó, dejó claro que el sistema estaba en crisis terminal.
El colapso final del sistema
Los años siguientes (1918-1923) fueron una lenta agonía del sistema de la Restauración. En Andalucía, los campesinos, inspirados por la Revolución Rusa, empezaron a ocupar tierras y a crear lo que llamaban «repúblicas obreras». Esto se conoce como el Trienio Bolchevique. La respuesta del gobierno fue enviar al ejército y reprimir brutalmente estas protestas.
En Barcelona la situación era igual de violenta. Los empresarios contrataban pistoleros para matar a líderes sindicales, y los anarquistas respondían con atentados. La policía aplicaba la llamada «ley de fugas»: disparaban a los detenidos diciendo que intentaban escapar. Fueron años de mucha sangre y violencia.
Los políticos intentaron solucionar la crisis formando gobiernos con personas de diferentes partidos (gobiernos de concentración), pero nada funcionó. Entre 1918 y 1923 hubo 13 gobiernos diferentes, ninguno capaz de gobernar con estabilidad. Cada vez se usaban más medidas de emergencia, como cerrar el Parlamento o suspender derechos constitucionales.
Todo empeoró con el desastre de Annual en 1921, cuando el ejército español sufrió una humillante derrota en Marruecos con miles de soldados muertos. Este fracaso militar fue la gota que colmó el vaso. Finalmente, en septiembre de 1923, el general Primo de Rivera dio un golpe de Estado con apoyo del rey Alfonso XIII, poniendo fin al sistema político que había gobernado España desde 1876.
En conclusión, la crisis de 1917 mostró que el sistema de la Restauración ya no funcionaba. Los problemas económicos, los conflictos sociales, el descontento militar y la incapacidad política llevaron al país a una situación insostenible que solo pudo «resolverse» con una dictadura. Este periodo explica por qué después vendría la Segunda República y, finalmente, la Guerra Civil.
Primo de Rivera y el Fin de la Restauración
El sistema de la Restauración colapsó definitivamente en el contexto del convulso periodo de entreguerras. A pesar de intentos regeneracionistas como los gobiernos de concentración, España permanecía anclada en el pasado. Internamente, el sistema fracasó por su incapacidad para integrar nuevas fuerzas sociales y políticas, la división de los partidos dinásticos y la resistencia de Alfonso XIII a democratizarse. Externamente, la conflictividad social alcanzó niveles alarmantes durante el pistolerismo (1919-1923), mientras los nacionalismos catalán y vasco cobraban fuerza exigiendo autonomía. El creciente protagonismo militar, especialmente tras el desastre de Annual en 1921, marcó el ocaso del sistema.
El problema de Marruecos resultó decisivo. Tras la Conferencia de Algeciras (1906), España estableció un protectorado en el Rif marroquí por intereses económicos, políticos y militares. Sin embargo, la resistencia rifeña dirigió una guerra de guerrillas contra la ocupación. La desastrosa campaña de 1921 bajo el mando del general Silvestre culminó en la tragedia de Annual con unas 10.000 bajas españolas, incluyendo al propio Silvestre. Este desastre evidenció la pésima organización militar y generó enorme malestar social. Cuando el Parlamento inició una investigación (Expediente Picasso) que amenazaba con implicar altas esferas, el capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, dio un golpe el 12-13 de septiembre de 1923, declarando el estado de guerra y suprimiendo la Constitución de 1876. Su manifiesto proclamaba una dictadura militar provisional para resolver los «males de España».
La dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) comenzó cuando el general, tras pronunciarse contra el orden constitucional, recibió del rey el encargo de formar un gobierno exclusivamente militar. Dividida en dos periodos -Directorio Militar (1923-1925) y Directorio Civil (1925-1930)-, justificó su golpe como solución al desprestigio institucional y al peligro revolucionario, con un discurso regeneracionista. Contó inicialmente con amplio apoyo popular, eclesiástico, militar e incluso de socialistas y republicanos moderados, al presentarse como transitorio.
El Directorio Militar (1923-1925) evidenció su carácter dictatorial desde el inicio: suspensión constitucional, disolución parlamentaria, prohibición de partidos y sindicatos, militarización del orden público y gobierno por decretos. Para combatir el caciquismo, estableció juntas municipales sustituyendo ayuntamientos, aunque en la práctica sólo cambió unos caciques por otros. Creó Unión Patriótica como base política del régimen.
Su mayor logro fue resolver la cuestión marroquí mediante el exitoso Desembarco de Alhucemas (1925) en colaboración con Francia, que llevó a la rendición de Abd-el-Krim y el control del protectorado. Este éxito impulsó la transición al Directorio Civil.
El Directorio Civil (1925-1930) buscó normalizar el régimen incorporando civiles como José Calvo Sotelo. En lo institucional, creó la Asamblea Nacional Consultiva inspirada en el fascismo italiano, que redactó un fallido anteproyecto constitucional (1929). Socialmente, implementó la Organización Corporativa Nacional para regular relaciones laborales, combatiendo el conflicto social mediante la integración de obreros moderados y represión de la CNT, junto a medidas como cooperativas de vivienda y seguros sociales. Económicamente, impulsó el proteccionismo industrial, ambiciosas obras públicas bajo el conde de Guadalhorce, y políticas intervencionistas como CAMPSA (monopolio petrolero) dirigidas por Calvo Sotelo, mejorando condiciones de vida pero aumentando enormemente la deuda estatal.
La oposición creció progresivamente: intelectuales firmaron manifiestos contra el régimen, hubo revueltas estudiantiles, el PSOE retiró su apoyo inicial y las restricciones en Cataluña generaron malestar. La incapacidad para restaurar el orden constitucional alejó a los conservadores, mientras la Gran Depresión eliminó los últimos apoyos.
El ocaso llegó en enero de 1930 cuando Primo de Rivera dimitió. Alfonso XIII, temiendo el desprestigio monárquico, nombró al general Berenguer para una lenta transición («Dictablanda») mediante decretos. La monarquía, gravemente dañada, vio cómo republicanos, catalanistas y socialistas firmaban el Pacto de San Sebastián (agosto 1930) para instaurar la República. El fallido levantamiento de Galán y García Hernández (diciembre 1930) aceleró la crisis. Tras la dimisión de Berenguer, el almirante Aznar convocó elecciones municipales para abril de 1931, que funcionaron como plebiscito: aunque los monárquicos ganaron en zonas rurales por el caciquismo, los republicanos triunfaron en las ciudades. El 14 de abril se proclamó la II República en Éibar, Barcelona y Madrid, mientras Alfonso XIII partía al exilio desde Cartagena.