Crisis de la Monarquía y el Sexenio Democrático (1868-1874): De Isabel II a la Primera República

El Trienio Liberal (1820-1823) y la Década Ominosa (1823-1833)

El primer pronunciamiento victorioso es en enero de 1820, cuando el teniente coronel Rafael de Riego se sublevó en Cabezas de San Juan (Sevilla), lo que obliga a Fernando VII a jurar la Constitución de 1812 y dar inicio al Trienio Liberal. Se restablecen los derechos constitucionales, como la libertad de prensa, generando un debate político que da lugar a sociedades patrióticas, germen de futuros partidos políticos. El liberalismo se divide en moderados, que gobiernan entre 1820 y 1822, y exaltados, que gobiernan desde julio de 1822. Los absolutistas, encabezados por Fernando VII, se oponen al Trienio.

Solicita ayuda a las grandes potencias en el Congreso de Verona (octubre de 1822) y se produce la intervención extranjera con los Cien Mil Hijos de San Luis, dirigidos por el duque de Angulema, en abril de 1823. El gobierno se desplaza primero a Sevilla y luego a Cádiz, capitulando meses después y liberando al rey.

Estos 10 años de reinado se caracterizan por el retorno a la monarquía absoluta, exceptuando la Inquisición, y la abolición de la legislación liberal. Se reanuda la represión de los liberales, muchos de los cuales se exilian. El principal problema de los gobiernos absolutistas es la falta de recursos en Hacienda. Con la vuelta al Antiguo Régimen, se suspenden las desamortizaciones y otras medidas liberales. Ante la falta de crédito, se recortan gastos y se aplican medidas reformistas, como la creación de presupuestos generales del Estado, un Código de Comercio (1829) y la fundación de la Bolsa de Madrid (1831). A pesar de ello, el endeudamiento sigue creciendo.

Dentro del grupo realista, aumenta una facción reaccionaria opuesta a los reformistas en los gobiernos de Fernando VII, apoyando al hermano del rey, Carlos María Isidro, hasta 1830. Sin embargo, Fernando VII cierra el acceso al trono de su hermano al publicar la Pragmática Sanción en 1879, aboliendo la ley sálica introducida por Felipe V. Desde entonces, se forman dos bandos, los carlistas y los isabelinos, que se enfrentarán en una guerra civil tras la muerte del rey en 1833. A partir de entonces, se abre de nuevo el poder a los liberales.

Guerras de Independencia y Crisis del 98

Guerra de Cuba

Seguirán una táctica de guerrilla, por su debilidad. Tras su muerte, la lucha es liderada por Gómez y Maceo. Después del intento fallido de Martínez Campos para resolver el conflicto, se envía al general Weyler con un gran ejército, que consigue controlar las guerrillas y confina a la población rural en poblados fortificados para reprimir la insurgencia, lo que provoca la condena internacional.

En este momento, EE. UU. envía a Cuba un acorazado, que explota por los aires y se inicia una dura campaña de propaganda contra España. El presidente McKinley exige la venta de la isla y ante la negativa española, nos declara la guerra. La Armada española era muy inferior, como se demuestra cuando EE. UU invade la isla por Santiago, y después Puerto Rico.

Guerra de Filipinas

En 1886, una insurrección estalla en Filipinas y España responde con represión EE.UU. aprovecha el conflicto con Cuba para intervenir, derrotando a España en la batalla de Cavite (1898).

Consecuencias de la Crisis del 98

Como resultado de sucesivas derrotas, España se ve obligada a firmar el Tratado de París (1898), reconociendo la independencia de Cuba y el protectorado de EE.UU. sobre Puerto Rico y Filipinas, y posteriormente vende sus últimas posesiones ultramarinas a Alemania. La guerra causó numerosos muertos y heridos, afectando principalmente a las clases populares. Económicamente, España pierde acceso a materias primas. Para compensarlo,adopta medidas proteccionistas, beneficiando a la industria textil catalana y se hace una repartición del capital, que mejora la banca y la industria. Políticamente, se agrava la pérdida de peso internacional y se señala a los partidos del turno y al Ejército. Culturalmente, surge el regeneracionismo, que denuncia la Restauración, considerándola un lastre para el progreso. Destaca Unamuno o Pío Baroja, naciendo una corriente literaria, la Generación del 98, que marcó una edad de plata en la literatura española.

La Revolución de 1868 y el Sexenio Democrático

El punto de inflexión llegó en 1868, cuando en Cádiz el almirante Topete, respaldado por los generales Serrano (líder de la Unión Liberal tras la muerte de O’Donnell) y Prim (de orientación progresista), emitió un manifiesto conocido como «España con honra», convocando a una sublevación que no solo involucró al ámbito militar, sino también al civil, con la formación de juntas locales contra el gobierno. Esta sublevación culminó en la batalla de Alcolea (Córdoba), donde las tropas leales a Isabel II fueron derrotadas, resultando en la dimisión del gobierno y el exilio de la reina.

El Gobierno Provisional y las Cortes Constituyentes (1868-1871)

Tras la caída de Isabel II, se estableció un Gobierno Provisional (1868-1871), liderado por el general Serrano, que incluía tanto a progresistas como a unionistas. Durante este periodo se llevaron a cabo importantes reformas, como la aprobación de derechos y libertades demandados por las juntas revolucionarias, la supresión de impuestos impopulares y la convocatoria de elecciones a Cortes constituyentes en 1869, las primeras bajo el sufragio universal masculino para mayores de 25 años.

Sin embargo, las diferencias entre las distintas facciones políticas, especialmente en lo que respecta a la elección entre monarquía o república, generaron fricciones. A pesar de la victoria del Pacto de Ostende en las elecciones, los enfrentamientos ideológicos persistieron.

El Reinado de Amadeo I y la Primera República (1871-1874)

El breve reinado de Amadeo I de Saboya (1871-1873) estuvo marcado por conflictos bélicos, como la guerra en Cuba y la tercera guerra carlista, así como por la oposición de la Iglesia y los movimientos obreros emergentes, que abogaban por cambios sociales significativos.

La Primera República (1873-1874) se enfrentó a una serie de desafíos, incluyendo la insurrección cantonalista y la inestabilidad política interna. A pesar de los intentos de los diferentes gobiernos por mantener el orden y promover reformas, la falta de estabilidad y consenso político llevó al derrocamiento del presidente Emilio Castelar en 1874.

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