Crisis en España: De la Pérdida Colonial al Conflicto Social (1898-1923)

El Desastre del 98 y sus Consecuencias en España

El Desastre del 98 supuso para España la pérdida de sus últimas posesiones ultramarinas y planteó una mirada crítica al sistema de la Restauración. Esta crisis colonial se enmarca dentro de la etapa del imperialismo, cuando las diferentes potencias estaban en plena expansión y países como España, potencia de segundo orden, debían plegarse a sus exigencias, en este caso mediante una guerra con EE. UU.

Causas y Desarrollo del Conflicto

La causa inmediata del conflicto fue la insurrección de Cuba. La isla era un territorio más rico y desarrollado que la propia metrópolis gracias al azúcar y a lo largo del siglo XIX había pasado a formar parte de la órbita económica de EE. UU., de ahí su interés por la isla y su apoyo al movimiento independentista que había protagonizado varios intentos de insurrección. Tras la última sublevación, el gobierno había prometido la autonomía para la isla, promesa que no cumplió y dio lugar al estallido del conflicto definitivo en 1895, al que en 1897 se sumaría un movimiento similar en Filipinas. La incapacidad española para sofocar la rebelión llevó incluso a EE. UU. a ofrecer a España la compra de la isla.

En 1897, España, en un último intento por acabar con el conflicto, concede un estatuto de autonomía a Cuba, pero es demasiado tarde; ni los independentistas ni EE. UU. aceptan la solución. En 1898, EE. UU. declara la guerra a España tras el estallido fortuito del acorazado Maine en el puerto de La Habana. Los españoles son rápidamente derrotados y tras la Paz de París, España renuncia a Cuba, que obtiene una independencia tutelada por EE. UU., Puerto Rico y Filipinas, que pasan a manos también de los norteamericanos, y vende el resto de las islas del Pacífico a Alemania.

Consecuencias de la Derrota

Las consecuencias de la derrota fueron variadas:

  • Internacionalmente, España quedó relegada a un papel secundario en el contexto internacional. Además, la prensa extranjera presentó a España como una nación moribunda y corrupta.
  • Políticamente, provocó un debate sobre las responsabilidades políticas y militares, que sacaron a la luz los defectos de la Restauración. Aunque el sistema canovista sobrevivió al desastre, los partidos dinásticos mostraron señales de agotamiento. Los partidos de la oposición aumentaron su presencia, especialmente los republicanos y los nacionalismos catalán y vasco, que acusaron a la monarquía (los primeros) y al centralismo (los segundos) de la derrota. Los movimientos obreros también aumentaron su fuerza dada la impopularidad de una guerra que había afectado mayormente a los más pobres.
  • Militarmente, la derrota desprestigió al Ejército, que se volvió contra los políticos a los que acusó de incompetencia, iniciando la vuelta progresiva de los militares a la vida política.
  • Económicamente, aunque se perdieron territorios que abastecían de materias primas y de mercados para los productos españoles, la economía prosperó gracias a los capitales repatriados.
  • Psicológicamente, el 98 provocó una fuerte crisis moral y la aparición de un movimiento, el Regeneracionismo, cuyo representante más importante fue Joaquín Costa.

El Regeneracionismo y la Generación del 98

El Regeneracionismo de Costa, apoyado sobre todo por las clases medias, proponía el reparto de la tierra entre los jornaleros, la construcción de grandes obras hidráulicas y la extensión de un programa educativo que sacara a las masas de su tradicional ignorancia. “Escuela y despensa”, en palabras del mismo Costa. A este se unieron diversos intelectuales conocidos como la Generación del 98.

Los nuevos líderes de los partidos dinásticos, Silvela y Maura (conservadores) y Canalejas (liberal), emprendieron un programa regeneracionista, una “revolución desde arriba” para frenar la creciente oposición al sistema, que se plasmó en proyectos de descentralización y disminución del caciquismo, pero que apenas tuvieron efectos reales.

Los Últimos Líderes de la Restauración: Maura y Canalejas

Maura (1907-1909) y la Semana Trágica

El sistema canovista había sufrido dos importantes cambios a fines del siglo XIX: la implantación del sufragio universal masculino y el inicio de la actuación política de los sindicatos obreros. Esto dificultó el mantenimiento del sistema electoral (oligarquía y caciquismo). El recambio en los dos partidos se produjo a comienzos del siglo XX: el conservador Maura sustituyó a Cánovas y a Silvela, y Canalejas relevó a Sagasta.

Entre 1907 y 1909, Maura intentó cambiar en profundidad el sistema canovista e iniciar «una revolución desde arriba» para evitar la «revolución desde abajo». Logró la aprobación de leyes para la protección de la industria nacional (solicitada por los catalanes), fomento de industrias y transportes marítimos (para el País Vasco), la creación del Instituto Nacional de Previsión, la obligación del descanso dominical y la reforma electoral de 1907, por la cual el voto sería obligatorio. Sin embargo, no consiguió que se aprobara su ley antiterrorista ni el proyecto de ley de Administración que pretendía impulsar las mancomunidades provinciales frente al enorme poder de la Administración Central.

Por su parte, los militares eran conscientes de su fuerza y querían mantener su poder independiente del gobierno. El rey Alfonso XIII apoyaba esta postura. Tras destrozar algunos locales de prensa en Cataluña, el gobierno dio la razón a los militares y les concedió las competencias para juzgar los delitos contra la patria. En 1909 se produjo un nuevo incidente cuando Maura ordenó que los soldados reservistas embarcaran en Barcelona para defender Melilla de los ataques marroquíes. Los catalanes no obedecieron y fueron apoyados por sindicatos y partidos catalanes que se oponían a la guerra. El 26 de julio empezó la Semana Trágica al estallar una huelga general en Barcelona y ciudades próximas, en la que anarquistas, republicanos radicales, catalanistas, obreros y jóvenes antimilitaristas que no querían ir a la guerra de Marruecos, protagonizaron una sublevación general contra las órdenes del gobierno y se enfrentaron con el ejército en las calles. Las masas formaron barricadas con adoquines, destruyeron tranvías y quemaron iglesias. Barcelona vivió días de un terror que manifestaba el antimilitarismo, el anticlericalismo, el nacionalismo catalán y la fuerza de republicanos radicales y obreros en las calles. Era la primera vez que, de forma espontánea, actuaban juntos los opositores y descontentos del régimen.

El gobierno reaccionó con dureza: diecisiete condenas a muerte y más de mil encarcelados. Sin haber tenido participación directa en los hechos, fue ajusticiado Francisco Ferrer Guardia, un anarquista y fundador de la Escuela Moderna que predicaba el librepensamiento y las críticas al Ejército, la Iglesia y el Estado.

Canalejas (1909-1912) y el Problema Religioso

Tras la Semana Trágica, Canalejas intentó regenerar la vida política española y logró incorporar al partido a muchos intelectuales y republicanos.

La Iglesia y el Ejército eran los dos pilares básicos de la Monarquía. Unidos con la alta burguesía, se alejaron de las masas obreras y de intelectuales como Ortega y Unamuno, pero la Semana Trágica puso de relieve el anticlericalismo existente en una parte de España. Se creó entonces una coalición electoral: la unión republicano-socialista. Lerroux y Pablo Iglesias, desde el Parlamento, atacaron el poder y los privilegios de la Iglesia. Mientras, los obreros anarquistas crearon Solidaridad Obrera y la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), cuya actuación en los años siguientes sería trascendental.

Canalejas empleó la dureza y recurrió al Ejército cuando fue necesario (huelga de ferroviarios de 1912, revueltas callejeras), pero también aprobó una serie de leyes progresistas que le enfrentaron con los conservadores y con Roma: la idea de separar Iglesia-Estado (sobre libertad de cultos y enseñanza de la religión) y la Ley del Candado (prohibía la libre circulación de órdenes religiosas si antes no habían recibido la autorización del gobierno, ya que numerosas órdenes religiosas se querían instalar en España, huyendo de Francia y Portugal).

La idea de sustituir el impuesto progresivo (según la riqueza de cada uno) le enfrentó a la alta burguesía. El proyecto de creación de las mancomunidades provinciales fue bien acogido por los catalanes, pero contó con la oposición de los políticos centralistas. Algunos de sus proyectos reformistas se llevaron a cabo, como «la ley de abolición del impuesto de consumos» y la «ley de reclutamiento obligatorio», que en tiempos de paz rebajaba el servicio militar a cinco meses, pero muchos proyectos fueron abortados al ser asesinado en noviembre de 1912 por un anarquista en la Puerta del Sol de Madrid.

El partido liberal se dividió en varios grupos y los nuevos líderes (Romanones, García Prieto, etc.) estuvieron muy alejados de la claridad de ideas, ética y competencia de Canalejas. La misma división se produjo en el partido conservador. Desde entonces, los gobiernos fueron muy inestables.

La Crisis de 1917 y el Agravamiento de los Problemas Sociales

Durante el gobierno liberal de Romanones (1916-1917) aumentó la tensión en Cataluña. La crisis de 1917 y las huelgas convulsionaron España entera, pues los enfrentamientos entre patronos y obreros se convirtieron en asesinatos mutuos (pistolerismo). El pistolerismo, fenómeno que nació en Cataluña, consistió en contratar a asesinos que terminaran con la vida de los adversarios. Tanto los patronos como los obreros practicaron este tipo de terrorismo, lo que produjo en Cataluña la sensación de encontrarse en una auténtica guerra civil, lo que obligó a declarar la ley marcial y a intervenir al Ejército, manteniendo una política dura y represiva.

A las crisis anteriores se añadió la crisis militar y el descontento del Ejército, problemas políticos y problemas sociales (huelga general). Todo ello derivó en la llamada CRISIS DE 1917, que volvió a tener a la ciudad de Barcelona como protagonista. Fueron en realidad tres revoluciones: una de los militares, otra de la burguesía y otra del proletariado. Tras la crisis de 1917 la monarquía quedó en pie, pero quebrantada; la opinión pública despertó y el proletariado agudizó su conciencia de clase. Fue el preludio de una unión de izquierdas que culminaría en 1931.

  • En el Ejército se crearon las «Juntas de Defensa», una especie de sindicatos militares encargados de defender sus intereses económicos y profesionales. Sus objetivos eran oponerse al ascenso por méritos de guerra, solicitar subida de sueldos y exigir que los gobiernos y el pueblo tuvieran más respeto al Ejército. Las Juntas fueron prohibidas hasta junio de 1917, en que el gobierno, ante el temor de un golpe de Estado militar, decidió legalizarlas. El Ejército volvió a convertirse en pilar de la Monarquía y del Gobierno, al que dominaba porque este lo necesitaba.
  • El segundo acto de la crisis de 1917 tuvo como protagonista al movimiento político catalanista y a los partidos de la izquierda, que exigían una reforma de la Constitución de 1876. Los parlamentarios catalanistas aprobaron una petición de autonomía para Cataluña y decidieron convocar a todos los diputados y senadores españoles para celebrar una «Asamblea de Parlamentarios» en Barcelona. Se pidió una radical reforma política. Las diferencias entre nacionalistas y partidos de izquierda acabaron con los objetivos de la Asamblea, que fue disuelta por el Gobierno.
  • Finalmente, asistimos a una huelga general cuyos motivos hay que buscarlos en el atraso que sufría el país y en que la clase obrera sabía que los gobernantes no harían nada por salir de ella. Comenzó con la huelga de ferroviarios valencianos, a los que se sumaron más tarde los de toda España. Las manifestaciones callejeras de los obreros de UGT y CNT contaron con la colaboración de los líderes del PSOE, del partido reformista y de los partidos republicanos. En el campo también se manifestó el descontento, sobre todo en Andalucía, debido a la estructura de la propiedad y a los bajos salarios. La detención en Madrid del «Comité de Huelga» y el decidido apoyo del Ejército al Gobierno, junto a la marcha atrás de la Asamblea de Parlamentarios, condujeron a la supresión de las huelgas y a la represión de los huelguistas.

El Impacto de la Primera Guerra Mundial (1914-1918)

El estallido de la I Guerra Mundial (1914) generó nuevas tensiones al enfrentarse aliadófilos (partidarios de las potencias aliadas: Francia, Reino Unido e Imperio Ruso) y germanófilos (partidarios de las potencias centroeuropeas: Imperio Alemán e Imperio Austro-Húngaro).

España se declaró neutral cuando estalló la guerra, lo que le supuso importantes transformaciones sociales y económicas:

  • Aspectos negativos
    • Mayor subida de precios que de salarios.
    • Escasez de carbón, de alimentos y de productos textiles, por ser enviados estos a los países beligerantes.
    • Disminución de la exportación naranjera, lo que influyó en la emigración del campo, el aumento del proletariado y los movimientos obreros de 1917.
  • Aspectos positivos
    • Importantes beneficios de la burguesía industrial, naviera y bancaria de Cataluña y País Vasco, con el comercio con los países en guerra.
    • Desarrollo de la minería asturiana.
    • Ingresos de gran cantidad de oro en el Estado, lo que permitió cancelar sus deudas y adquirir el capital extranjero en empresas mineras y ferrocarriles.

La Descomposición del Régimen de la Restauración (1917-1923)

Entre 1917 y 1919 renacieron en todos los partidos políticos esperanzas democratizadoras. Esta democratización del sistema político pasaba por:

  1. Reforma de la Constitución.
  2. Establecimiento de la soberanía popular y limitación de las prerrogativas de la Corona.
  3. Reconocimiento de las Autonomías.
  4. Secularización del Estado.
  5. Reforma o desaparición del Senado.

No fue posible por los enfrentamientos entre los dos ministros más destacados: Cambó, defensor de los intereses de Cataluña, y Santiago Alba, defensor de los intereses de Castilla.

Entre 1919 y 1921 hubo una reacción conservadora debido a:

  1. El miedo de la burguesía española, tras las violentas huelgas de 1919, ante la posibilidad de que en España pudiera reproducirse la revolución proletaria acaecida en Rusia en octubre de 1917.
  2. El problema de Marruecos.
  3. El desorden y el terrorismo.

Los movimientos obreros llegaron a su apogeo, sobre todo en Barcelona: los enfrentamientos entre patronos y obreros catalanes llevaron a constantes desórdenes callejeros, atentados terroristas, al pistolerismo, huelgas obreras, cierre de empresas. Destacó por su virulencia la protagonizada en 1919 por los obreros de «La Canadiense», empresa eléctrica de Barcelona que inició un paro general en Cataluña y forzó al Gobierno a aprobar la ley de la jornada laboral máxima de ocho horas. A esto hay que añadir el desastre de Annual de 1921: 12.000 bajas en el Ejército español en Marruecos. Se abrió una investigación y se nombró al general Picasso como instructor del expediente que determinara las responsabilidades del desastre. En estas circunstancias, el rey no apoyó las reformas democráticas propuestas por el gobierno liberal y dio el beneplácito al golpe de Estado de Primo de Rivera en septiembre de 1923.

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