El Siglo XVIII: Transformaciones Económicas y el Camino hacia la Revolución
1. Crecimiento Económico y la Superación de la Crisis del Siglo XVII
El siglo XVIII se caracterizó por un crecimiento económico que contrastaba con la crisis del siglo XVII. Esta crisis, a diferencia de la del siglo XIV que afectó a toda Europa, tuvo un impacto desigual. Mientras que países como España y Alemania (en el sur y centro de Europa) sufrieron profundamente, otros como Inglaterra y Holanda experimentaron su «siglo de oro».
Esta disparidad en la recuperación generó diferentes trayectorias de crecimiento en el siglo XVIII. Algunos países, como España, apenas recuperaron sus niveles productivos previos a la crisis, basando su recuperación en un crecimiento agrario extensivo. Este modelo, sin embargo, se agotó rápidamente, llevando a nuevas crisis, ya que las etapas de crecimiento eran cada vez más cortas.
En contraste, Inglaterra y Holanda adoptaron un modelo de crecimiento intensivo, implementando nuevas técnicas de cultivo que aumentaban la productividad sin necesidad de expandir la superficie cultivada. Inglaterra, además, impulsó su crecimiento a través del sector industrial, utilizando nuevas materias primas como el carbón y desarrollando nuevas técnicas de producción.
En resumen, el siglo XVIII presenció dos modelos económicos:
- Economías del pasado: Crecimiento extensivo basado en prácticas tradicionales (ej. España).
- Economías del futuro: Crecimiento intensivo basado en la innovación agrícola e industrial (ej. Inglaterra y Holanda).
2. El Reformismo y el Despotismo Ilustrado
El reformismo del siglo XVIII buscaba aumentar la eficacia del sistema socioeconómico del Antiguo Régimen sin alterar sus bases. Se manifestó en la forma de gobierno conocida como «despotismo ilustrado«, resumido en la frase «todo para el pueblo, pero sin el pueblo». Este modelo autoritario, que pretendía mejorar la vida de los súbditos sin su participación, se enfocaba en fortalecer el poder del Estado, especialmente en el ámbito fiscal.
Estas políticas se implementaron principalmente en países menos desarrollados de Europa del sur y del este, como España y Portugal, que buscaban emular el desarrollo de Francia, Inglaterra y Holanda. Los objetivos eran principalmente fiscales: aumentar la recaudación y el poder del gobierno.
Los ilustrados, inicialmente, se desentendieron del sector agrario, concentrándose en el comercio y la industria. El comercio exterior, a través del aumento del volumen de divisas y los impuestos aduaneros, era visto como la principal fuente de ingresos para el Estado. La política comercial era proteccionista, promoviendo las exportaciones de manufacturas y obstaculizando las importaciones para lograr un superávit en la balanza comercial.
En cuanto al comercio colonial, se mantenían los principios mercantilistas y el «pacto colonial», que limitaba el desarrollo de las colonias a la producción de materias primas para la metrópoli.
El reformismo promovió la industrialización para reducir la dependencia exterior, a través de:
- Estímulos a la empresa privada (reducción de impuestos, etc.).
- Creación de empresas públicas («reales fábricas»), sostenidas con subvenciones.
La atención a la agricultura solo llegó a partir de 1760, con la aparición de crisis de subsistencia. Las medidas agrarias incluyeron:
- A corto plazo: Facilitar el acceso a la tierra a los campesinos más pobres.
- A largo plazo: Implementar una reforma agraria, que en la mayoría de los casos quedó en proyecto debido a la Revolución Francesa.
3. La Crisis del Antiguo Régimen
La crisis del Antiguo Régimen fue consecuencia del fracaso de sus políticas para solucionar los problemas estructurales: el bloqueo del crecimiento agrario extensivo y la crisis financiera del Estado.
3.1. El Bloqueo del Crecimiento Agrario
A partir de mediados del siglo XVIII, los precios de las subsistencias y de la tierra aumentaron considerablemente, evidenciando una oferta insuficiente para una demanda creciente. Esto desembocó en una nueva crisis maltusiana.
La escasez de tierras cultivables se debía a límites institucionales: las tierras de buena calidad estaban «amortizadas» (en manos de la Iglesia, ayuntamientos y nobleza), fuera del mercado, sin posibilidad de ser vendidas o divididas, y explotadas de forma ineficiente. La falta de progreso técnico agravaba la situación.
El reformismo intentó solucionar el problema repartiendo tierras de los ayuntamientos e impulsando proyectos de reforma agraria, que fracasaron debido a la oposición de los poderosos. La escasez de tierras y el aumento de precios generaron un malestar general que preparó el terreno para la revolución.
3.2. La Crisis de la Hacienda Pública
La hacienda pública era ineficiente, basada en impuestos indirectos mal gestionados, poco elástica e injusta, ya que los más pobres pagaban más mientras que los privilegiados estaban exentos. En tiempos de guerra, el gasto público se disparaba, aumentando el déficit. Por ejemplo, la intervención de Francia y España en la Guerra de Independencia de Estados Unidos (1779-1783) desequilibró sus haciendas.
El creciente déficit obligó a recurrir a la emisión de deuda, cuyo pago a largo plazo consumía gran parte de los ingresos. Ante esta situación, las opciones eran la bancarrota o una reforma fiscal que obligara a los privilegiados a pagar impuestos.
4. La Revolución Francesa: Consecuencia de la Crisis
En 1787, Francia intentó implementar una reforma fiscal, rechazada por los privilegiados, quienes exigieron la convocatoria de los Estados Generales (con representación de los tres estamentos: nobleza, clero y tercer estado) para limitar el poder real. Esto desencadenó:
- La revuelta de los privilegiados: En septiembre de 1788, el rey convocó los Estados Generales.
- La revolución jurídica (noviembre de 1788 – julio de 1789): Los representantes del tercer estado fueron vistos como representantes de toda la nación. Se elaboraron los «Cuadernos de Quejas», donde cada región exponía sus problemas, que sirvieron de base para las reformas debatidas en los Estados Generales.
En julio de 1789, se reunieron los Estados Generales. Los representantes del tercer estado plantearon el voto por cabeza, en lugar del voto por estamento. Ante el temor a una revolución, el rey suspendió los Estados Generales y cerró el Palacio de Versalles. Los representantes del tercer estado se reunieron en el «Juego de Pelota» y se proclamaron Asamblea Nacional, jurando no disolverse hasta redactar una constitución.
El rey, aconsejado por los nobles, intentó usar el ejército, pero el pueblo de París se levantó en armas el 14 de julio (Toma de la Bastilla), en apoyo a la Asamblea Nacional. El rey cedió y la Asamblea abolió el feudalismo y proclamó la «Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano».
Entre 1789 y 1791, la Asamblea trabajó en la elaboración de una constitución, en un contexto de crecientes tensiones internas (contrarrevolución) y externas (miedo de las monarquías absolutas a la expansión de la revolución). En julio de 1791, se produjo el intento de huida del rey («huida de Varennes»), quien buscaba refugio en los ejércitos que planeaban invadir Francia. Fue capturado y la Asamblea aceleró la proclamación de la Constitución de 1791.
Esta constitución instauró un nuevo régimen político, jurídico, social y económico, basado en la separación de poderes (ejecutivo: el rey; legislativo: la Asamblea; judicial: los jueces), el derecho a veto del rey, la libertad de propiedad y de cultivo, el liberalismo económico y la igualdad fiscal.
Entre 1791 y 1792, la Asamblea Legislativa funcionó y Luis XVI actuó como monarca constitucional, en un ambiente de tensión y enfrentamiento. La radicalización llevó al surgimiento de un nuevo régimen en 1793: la República, con una nueva constitución republicana. Este periodo (1792-1794) presenció la dictadura de Robespierre y la época del «Terror».
En el verano de 1794, los moderados derrocaron a Robespierre e instauraron un gobierno colectivo: el Directorio (1794-1799). La revolución se fue moderando hasta desembocar en el Imperio Napoleónico. Sin embargo, los grandes cambios se mantuvieron y, a partir de comienzos del siglo XIX, la Revolución Francesa se convirtió en el modelo a seguir por los liberales que buscaban un cambio. En la mayoría de los casos, el triunfo del liberalismo se produjo mediante un pacto entre la aristocracia y la burguesía, marcando el paso de la sociedad tradicional a la sociedad moderna.
En definitiva, el siglo XVIII fue un periodo de profundas transformaciones económicas y sociales que culminaron en la Revolución Francesa, un evento que cambió el curso de la historia y sentó las bases del mundo moderno.