ECONOMÍA
A. Mundo agrario.
1. Propiedad de la tierra.
La propiedad de tierra en el siglo XVI dejó claro que nos permitía diferenciar las diferentes categorías sociales. Existían dos tipos: privada y pública.
– Privada.
La Iglesia tenía una importancia fundamental, pues poseía las mayores tierras en extensión y calidad. Además, se veía beneficiada de las concesiones de los fieles que, para salvar su alma o como herencia, dejaban sus tierras en manos de la Iglesia, una práctica muy común desde la Edad Media. Estas tierras eclesiásticas apenas entraron en el mercado de compra y venta que el Estado desarrolló en este siglo.
Los mayorazgos estaban relacionados con la alta nobleza, pero también con otros grupos de gente muy adinerada. Los nobles no querían deshacer sus mayorazgos, por eso los transmitían a un solo descendiente, en vez de repartir la gran extensión de tierra entre sus hijos. Este tipo de traspaso hereditario fue ratificado en Castilla por las Leyes de Toro de 1505.
Los grupos rurales y urbanos adinerados podríamos incluirlos en este apartado, pero teniendo una extensión de tierras algo menor que los mayorazgos. Estos grupos estaban relacionados con su actividad en los gobiernos locales o en los sectores productivos, y su evolución económica les permitió integrarse en la burguesía agraria, basada en el fortalecimiento de su patrimonio a través de la compra de tierras.
– Pública.
Podemos distinguir en dos tipos de propiedad de tierra pública: las comunales y los propios. El primero se caracteriza por el uso colectivo de la tierra entre los campesinos; y el segundo por el uso de bienes propios concedidos por arrendamiento o aparcería.
El origen de ambos fue la adquisición de tierras por los municipios de una parte de las tierras de realengo o por concesión regia. Por otro lado, en época de carestía agraria, las tierras comunales perderían importancia frente a los bienes propios debido al traspaso de esas tierras a manos privadas, ya que en la segunda mitad de siglo, la concentración de tierras en manos privadas se acrecentó por la venta de baldíos por parte del Estado. A esto habría que sumar las usurpaciones ilegales de las tierras comunales que iniciaron un proceso de revisión de los títulos de propiedad de la tierra que afectó a los campesinos con tierras comunales.
2. Tenencia de la tierra.
El arrendamiento constituyó la forma de cesión jurídica de tierra más común en el siglo XVI. Se desarrolló, principalmente, en Andalucía, las dos Castillas y las tierras vascas. Se estipulaba un contrato a corto plazo que permitía al señor de la tierra elevar el precio del arriendo cuando la producción era favorable en esa zona.
La aparcería permitía separar la propiedad de la explotación, con un acuerdo entre dueño y aparcero por el cual cada uno recibía una proporción de los bienes conseguidos.
La enfiteusis se trataba de la distribución del territorio, por el cual el señor se compromete a conservar el dominio directo sobre el territorio mientras que transfería el dominio útil a aquella persona que trabajaba la tierra a cambio del pago de un canon establecido. Estas enfiteusis en Galicia se denominaron “foros”; y en Castilla fue utilizada la enfiteusis para repartir tierras apropiadas, por ejemplo, a los moriscos expulsados del reino de Valencia, con el objetivo de cultivarlas.
3. La agricultura en el siglo XVI.
– Evolución de la producción.
Durante el siglo XVI no hubo una intensificación de la actividad agraria ni un aumento de los rendimientos que nos permita explicar el aumento productivo experimentado. Siguió utilizándose el mismo utillaje agrario que en siglos anteriores, los sistemas de rotación de los cultivos no conocieron una intensificación que permitiese aumentar la producción. Perviven el tipo de cultivo bienal (cultivo de un año y recogida al siguiente), el tercio (dos años y vez) y otros más extensivos en territorios con suelos más pobres. El bajo nivel técnico, escasez de abonado, la dureza del suelo y el clima, las restricciones políticas en la estructura de la tierra, la imposición de formas de explotación de la tierra y la servidumbre son otras características de la agricultura peninsular en el siglo XVI:
Además, el cultivo de leguminosas, cultivos industriales y de regadío no contribuyeron en exceso a la mejora de la productividad, así como la expulsión de musulmanes y moriscos tampoco ayudó.
¿Por qué se incrementó entonces la producción? à Por la reorganización del aprovechamiento del terrazgo y por la extensión de la superficie cultivada.
- La reorganización del aprovechamiento del terrazgo se basó en el sistema de hojas de cultivo, que suponía la división de la superficie cultivada de cada término municipal en dos (bienal), tres (tercio) o más hojas, cada una sembrada alternativamente. La adaptación de la agricultura a las condiciones del medio natural explica que este sistema aplicase el eriazo y barbecho para dejar descansar la tierra y que sus nutrientes se recuperasen.
- El sistema de hojas determinaba cada año qué parte del terreno podía ser cultivada y qué parte se dejaba en barbecho. Con esto se conseguían dos objetivos: uno, el aprovechamiento máximo de los recursos agrarios, y dos, la integración de la explotación ganadera en la agricultura a través del sistema de derrota de mieses que más adelante explicaremos.
- La extensión de la superficie cultivada se debió al espectacular crecimiento de la población en el siglo XVI, que permitió que la roturación de la tierra fuese la verdadera causa del aumento productivo agrario en este siglo.
Sin embargo, esta roturación provocó conflictos con el Honrado Concejo de la Mesta, que veía y denunciaba la eliminación de pastos para su ganado así como suelo forestal. De este modo, la Mesta obtuvo de Carlos V y Felipe II numerosas prohibiciones de reducir a cultivo áreas de pastos y volver a pastizales tierras roturadas en años anteriores.
Por último, destacar la “innovación técnica” que supuso la sustitución del buey por la mula como animal de tiro, que permitió una mayor velocidad a la hora de labranza y transportar mercancías. Pero, la mula suponía una serie de problemas: el coste alimenticio era más alto, una parte del cultivo se destinaba a cebada y que la potencia de la mula en el arado era menor.
– Principales cultivos y grado de especialización regional.
Los cereales, al representar las ¾ partes del conjunto de la producción agrícola, fueron los cultivos que experimentaron una mayor progresión. El trigo ocupaba la primera posición al ser el alimento básico de la población. La cebada alcanzó importancia en regiones donde la mula era el animal de tiro. El centeno prevalecía en comarcas donde el suelo era árido, pero la roturación de tierras y extensión de superficie cultivable permitieron que su presencia aumentase. La avena era un lujo que sólo se daba en zonas con excedentes de trigo y cebada. Otros productos cerealísticos eran el panizo, las escanda y el mijo.
La viticultura experimentó una notable expansión en este siglo, todo por diversas circunstancias: el vino era un componente esencial de la dieta cotidiana y objeto de una demanda en aumento, y era un producto que el campesino podía comercializar y que le procuraba el dinero necesario para otros menesteres. Además, en la segunda mitad de siglo, el precio del vino superó al del trigo, lo que provocó nuevos cultivos vinícolas. El vino alcanzó mucha importancia en el Norte de la Península (desde Galicia hasta La Rioja), llegando a existir comarcas que sólo se dedicaban al cultivo de la vid. En Castilla representaba entre el 10-30% de la producción; Andalucía sufrió un impulso de las exportaciones de vino hacia Europa y América; Navarra y Aragón, Cataluña y Valencia vieron como se producía una extensión de los cultivos de la vid en sus campos.
El olivar estaba lejos de alcanzar la importancia de siglos posteriores. El aceite era otro producto con una fuerte demanda, para uso doméstico e industrial. Las mayores densidades de olivares se encontraban en Andalucía, cuya producción se exportaba hacia América y el resto de la Península. La demanda americana provocó el cultivo de más olivares, incluso en zonas foráneas a Andalucía. En Guadalajara, Navarra, La Rioja y las zonas de Aragón, consiguieron un nivel de producción apto para el consumo y demanda a nivel regional.
Los cultivos industriales y su desarrollo fueron paralelos al desarrollo de la industria. En el siglo XVI la producción aumentó, sobre todo el destinado a la industria textil: lino, seda, cáñamo, esparto y colorantes como la rubia o el pastel. El lino se cultivaba un poco en toda la Península, prevaleciendo en tierras húmedas y con corrientes de agua. La morera para la producción de seda estaba mucho más localizada: Valencia, Murcia y Granada, pero que tras la segunda de las Alpujarras sólo quedaron Valencia y Murcia. Aparte, sobresalían cultivos industriales como la caña de azúcar en Valencia, Granada, Málaga y Canarias, y el arroz en el Levante peninsular.
4. Ganadería y otras actividades.
– Desarrollo de la cabaña ganadera en Castilla.
A principios de siglo XV existían 1.5 millones de cabezas de ganado trashumante; en el último ¼ de siglo aumentó el número a 2.7 millones. En las dos primeras décadas de siglo XVI, el número de cabezas de ganado siguió creciendo, alcanzando el máximo en 1526 con 3.5 millones. El número de cabezas empezaría a descender desde esta última fecha, según cifras de Alberto Marcos Martín en “Historia de España: siglos XVI, XVII, XVIII”, página 363.
Pero ¿Por qué se produce la decadencia del ganado mesteño? Sería necesario conocer si aumentó el número de cabezas del ganado estante, además de la posibilidad de la abundancia de terrenos comunales y la reorganización del terrazgo en hojas de cultivo y el sistema de derrota de mieses, que consistía en el permiso por el cual el ganado podía entrar en las tierras de cultivo recién cosechadas y permanecer allí hasta las labores de barbechera, son factores claves.
El debilitamiento del comercio exterior de la lana en países como Inglaterra o Países Bajos debido a tensiones diplomáticas y bélicas, provocó la decadencia de la ganadería trashumante. Pero debemos decir que ese comercio se orientó a la península italiana, Sicilia y Cerdeña, como observamos en el libro de Alberto Marcos Martín: en el período de 1573-1582 se exportaron unas 25.000 sacas de lana desde Cartagena y Alicante hacia los mercados italianos. Además, el consumo interior de lana aumentó en la segunda mitad de siglo y palió los efectos negativos de las exportaciones hacia el Norte de Europa.
En 1566, cuando Felipe II liberalizó la saca de la moneda, sus prestamistas dejaron de reembolsarse productos castellanos como la lana, lo que provocó un excedente de lana y el hundimiento de su precio. Muchos grandes propietarios acusaron la crisis; pero otros, como la burguesía urbana, aprovecharon y crearon sus propios rebaños. Estos nuevos ganaderos sufrieron la enajenación de extensiones grandes de baldíos y tierras comunales, como resultado de las ventas de la Corona: así, tierras para pastos fueron privatizadas por unos pocos, afectando el proceso a Castilla y Galicia principalmente.
– El Honrado Concejo de la Mesta.
El ganado era el elemento de tracción fundamental para la agricultura y el transporte, además de fuente orgánica para el abonado de tierras de labor, sin olvidar que el ganado aportaba materias primas para la industria.
La contraposición agricultura-ganadería resulta ser una premisa falsa en la mayoría de los casos, según Alberto Marcos, ya que se tiende a olvidar que no todo el ganado mesteño era trashumante y que la decadencia de éste era consecuencia exclusiva de la roturación extensiva de tierras. En realidad, la pugna entre ganaderos y agricultores procedía de que ambas actividades se basaban en la explotación extensiva de un factor productivo: la tierra, que se hallaba limitada por multitud de trabas.
Su solución residía en la asignación del coste para el desarrollo de una u otra actividad y por la evolución de los precios de los productos agrícolas y ganaderos.
Como hemos explicado, la Mesta consiguió de los monarcas del siglo XVI disposiciones prohibiendo reducir a cultivos áreas de pastos o instando a recuperar los pastizales.
5. Pesca, silvicultura y minería.
– Pesca.
Diferenciamos dos tipos de pesca: la de altura y de bajura. La pesca de altura sirvió como actividad para descubrir nuevas rutas hacia América o al comercio marítimo en general. Los productos de este tipo de pesca revitalizaron el comercio en varios puertos del Cantábrico. Y la pesca de bajura satisfacía las demandas de un mercado interno localizado en la costa o a poca distancia de ésta, ya que el producto se podría encarecer o estropear.
– Silvicultura.
En la explotación de los suelos forestales coincidían intereses municipales, particulares y regios. Se establecía la necesidad de proteger los bosques de alrededor de las ciudades, pero la necesidad de madera para la construcción naval y la industria siderometalúrgica y la venta de importantes extensiones de tierra hizo que los suelos forestales quedaran privatizados.
– Minería.
La producción minera aumentó en el siglo XVI por motivo de la acuñación de más monedas. Las minas quedaron regularizadas por el derecho de regalía, por el que los yacimientos debían disponer de autorización regia para su explotación.
Las minas de Almadén destinadas al estaño, Riotinto destinada a la extracción de cobre y Guadalcanal (América) destinada al plomo y la plata estuvieron bajo la autoridad regia, pero eran explotadas por importantes familias prestamistas de la Corona a través de los llamados asientos, contratos o cesiones del monarca por un servicio realizado a la Corona. Un ejemplo fueron los yacimientos de alumbre en Macarrón, que estuvieron bajo el dominio de comerciantes genoveses.
Sin embargo, la producción minera peninsular fue escasa respecto al nivel de demanda, exceptuando la producción de hierro de las tierras vascas, que hacía necesario la importación desde las minas de Centroeuropa.
B. La producción manufacturera.
1. Organización de la producción: los Gremios.
Los artesanos del siglo XVI quedaban subordinados a los gremios, instituciones que garantizaban la organización efectiva de las labores manufactureras, ligada a sus reglas y planteamientos.
El gremio da nombre a una agrupación de oficios corporativos, que perseguían la defensa de intereses comunes y un control de todo el proceso productivo hasta la comercialización de la manufactura.
Se regían por unas ordenanzas municipales por las autoridades locales, quienes interferían en la toma de decisiones o presionaban a los gremios con contribuciones fiscales. Los gremios castellanos no dispusieron de bienes materiales corporativos como los catalanes, e intentaron mantener el reparto equitativo de la materia prima.
Dentro de los gremios empezaron a aparecer grupos de presión que en el siglo XVII fueron un factor clave del declive de la actividad gremial. ¿Cuál era el problema a largo plazo del control gremial? La falta de competencia, que provocará una dejadez en el proceso productivo, haciéndose productos de menor calidad. Pero daba igual, porque al existir una institución que fijaba el precio de todo un lote de un producto, los diferentes talleres no se esforzaban.
2. División geográfica de las actividades manufactureras: industria textil.
– Castilla.
La industria textil se trataba de la industria más importante en la Península y también la de mayor difusión. Dentro de ella, la lana era la que tenía la supremacía, pero al principio de siglo tenía varios problemas: poca calidad de los paños y la competencia, tanto en Europa como en la Península.
Estas situaciones trataron de resolverse con las ordenanzas de 1502 y 1511, con el objetivo de unificar la producción de paños a través de los gremios en todo el reino de Castilla. Pero, la actividad gremial sólo se dejó notar en Castilla la Nueva, sobre todo, en Cuenca y Toledo; mientras que en Castilla la Vieja predominaban pequeñas empresas familiares diseminadas por el campo y ciudades, y la fabricación de los paños se realizaba con lana de baja calidad.
En Castilla la Vieja preocupaba la falta de lanas finas para la producción de paños de calidad, ya que el producto que ellos fabricaban no tenía el nivel de finura y calidad que se alcanzaba en Cuenca o Toledo. Además, un acuerdo de los fabricantes con Enrique IV en 1462 provocó que el 1/3 de la lana contratada para su exportación se quedara en Castilla. A comienzos de siglo XVI los fabricantes exigieron que la situación cambiase por completo: 1/3 de la lana para exportar y 2/3 de lana para su transformación en el reino de Castilla. En 1535, Carlos V consiguió acordar la mitad, pero dos años más tarde, ante la presión de los exportadores castellanos, revocaría este acuerdo y se volvería al acuerdo de 1462.
Felipe, siendo príncipe y regente de Castilla, ante el alza del precio de la lana, se inclinó en 1552 por impedir la exportación de tejidos castellanos hacia Europa y facilitar la importación de cualquier género extranjero. La rectificación, llevada a cabo diez años después, sería debido a la pequeña crisis en el sector en Castilla.
Pese a todo, el crecimiento textil castellano no se detuvo, siendo en la segunda mitad de siglo cuando se alcanzaron las cotas más altas de producción. La producción se centraba en las capitales castellanas: Toledo, Cuenca, Segovia, Guadalajara, Ávila o Palencia.
– Corona de Aragón y Granada.
En Aragón los centros textiles más productivos eran Zaragoza, Teruel y Albarracín, y el proceso productivo estaba organizado por los gremios. Al igual ocurría en Cataluña: Barcelona, Gerona, Perpiñán, Tarrasa o Sabadell. En Valencia, el trabajo de la lana era menos común, siendo más importante el trabajo de la seda.
En Cataluña podemos ver dos etapas distintas: 1530-1560, empuje textil gracias a los paños y sedas enviados a Castilla a través de Medina del Campo, y se reexportaba a Europa o América; y desde 1570, reactivación del comercio mediterráneo por el nuevo mercado italiano y la activación del eje Barcelona-Génova. Pero la producción catalana se destinaba la mayor parte al consumo interior.
En Valencia, Murcia y Granada se vivió de lleno el aumento de la importancia de la seda en el siglo XVI. Los procesos productivos en estas zonas se basaban en la regulación que la Corona había establecido junto con los gremios.
En la fase de comercialización intervenían a menudo comerciantes y hombres de negocios extranjeros, pues la producción de seda se destinaba tanto a la demanda ibérica como extranjera, haciendo del Levante peninsular la segunda potencia sérica de Europa.
Sin embargo, la industria textil en la Península presentaba debilidades: insuficiencias técnicas, actividad gremial, indecisiones de las personas con el capital para invertir, exportar e importar o especializarse en el mundo financiero.
3. Siderurgia y metalúrgica.
Las industrias metalúrgicas y siderúrgicas eran las más importantes tras la textil.
A comienzos de siglo, la Península era la principal exportadora y productora de hierro forjado y acero, una producción incentivada por la demanda estatal y por la facilidad de su exportación a Europa y América. Los mayores núcleos de estas industrias se situaban en Guipúzcoa y Vizcaya, donde se encontraban los yacimientos minerales, bosques y corrientes de agua.
La producción, según Alberto Marcos Martín, se situó entre 9.000-11.000 toneladas en 1500, y entre 11.000-13.000 toneladas en 1550. A partir de ahí, se produjo un descenso productivo acelerado, justo al revés de lo que pasó en Europa. La razón fue la permanencia de la técnica siderúrgica tradicional en la Península, sin incorporar más innovaciones técnicas que el martinete hidráulico; mientras que en Europa se fueron imponiendo los altos hornos. ¿Por qué ese retraso técnico? Por la excelente calidad del mineral extraído en la Península que no necesitaba ser refinado, las pequeñas empresas de base familiar que impedían las necesidades de capital fijo para las innovaciones.
Las consecuencias fueron las pérdidas de mercados exteriores tradicionales, la importación desde Europa, ya que producían más barato y mejor, dependencia del exterior en el aprovisionamiento de cañones y armas de hierro fundido y acero. Sólo permaneció estable la fabricación de cañones de bronce en Málaga, elaboración de armas blancas y de fuego en Vizcaya y Guipúzcoa; pero la oferta seguía siendo insuficiente y se tenía que exportar de Milán, Alemania o Países Bajos.
C. Comercio exterior e interior.
1. Comercio local y regional: “puertos secos”.
La documentación sobre aduanas (puertos secos) ofrece información de interés sobre otros intercambios comerciales dentro del territorio peninsular. Las cifras globales sobre el producto del impuesto cobrado en las aduanas señalan que el comercio terrestre entre Castilla y la Corona de Aragón siguió prosperando durante la segunda mitad de siglo XVI.
Entre Navarra y Castilla las aduanas más importantes eran más frecuentadas se localizaban en Vitoria, Logroño, Alfaro y Cervera. Del comercio entre Aragón y Castilla destacaban las aduanas de Molina de Aragón para llegar a Madrid y Toledo, y Agreda, Ciria y Deza hacia Medina del Campo. Entre Valencia y Castilla destacaban los puestos de Moya, Requena, Almansa y Yecla.
Los productos entre los reinos de Valencia y Castilla solían ser productos agrícolas, sedas crudas, colorantes y lienzos franceses y holandeses. Entre Aragón y Castilla destacaban los paños catalanes, coral y otros productos importados desde fuera de la Península. Y entre Navarra y Castilla el más importante era el vino.
El comercio entre Portugal y Castilla se hacía por el distrito de Castilla para llegar a Valladolid o Medina del Campo, el distrito de Andalucía con Badajoz y Valverde de Leganés, y el distrito de Galicia con Puebla de Sanabria y Verín. Portugal exportaba especias, azúcar, sal, tejidos exóticos y productos ingleses. Castilla exportaba lana, trigo, ganado y paños catalanes.
2. Espacio interregional.
– Mediterráneo.
Los puertos peninsulares del Mediterráneo vivieron un impulso del tráfico comercial: Cartagena, Alicante, Valencia, o Barcelona. Para catalanes y valencianos, los privilegios concedidos por los reyes a la República de Génova (acuerdo entre Carlos V y el gobernador veneciano Andrea Doria en 1528) perjudicaron sus intereses, porque los genoveses empezaron a controlar el comercio. Por otro lado, la alianza turco-francesa provocó que Barcelona cerrase sus rutas hacia Oriente, de lo que se aprovechó Marsella. Y por último, sumar el peligro de los corsarios y piratas otomanos y el cierre a los súbditos no castellanos del comercio con América.
El primer tercio de siglo fueron años en que los catalanes dieron la espalda a los mercados de Sicilia y Cerdeña, ya que las islas ya no podían seguir brindando mercancías de retorno, sobre todo trigo, y además los catalanes intensificaron relaciones con el interior peninsular. Pero el volumen de la recaudación del “periatge” (impuesto) en el puerto de Barcelona demuestra un incremento constante de la actividad comercial.
Es a finales de los setenta cuando se inicia el verdadero auge: el periatge se eleva hasta casi las 650 mil libras en 1606. Algunos historiadores coinciden en que las guerras de Flandes, la ruptura del eje con el Norte de Europa y la apertura del eje Barcelona-Génova, principal vía de afluencia de metales preciosos hacia Europa, hicieron que el mercado mediterráneo volviese al primer plano y con él Barcelona.
Barcelona se convirtió en exportadora de variadas mercancías: dinero, paños, hierro en bruto y elaborado, objetos de coral, azafrán, vidrio, cerámica, cueros y productos coloniales llegados desde Sevilla, Cádiz o Almería. Los barcos catalanes llegaban hasta Sicilia, Cerdeña, Nápoles o Ragusa y Alejandría para relanzar el comercio de especias.
En el comercio valenciano distinguimos dos etapas: primera mitad de siglo con el estancamiento de la producción del impuesto, y la segunda mitad con una fase de expansión que llega al máximo en 1602-1605.
Mientras que hacia 1570-1579 el comercio septentrional de Castilla se hundía, los puertos mediterráneos reactivaron su actividad. Desde Valencia, el capítulo principal de sus exportaciones se basaba en productos industriales, como seda o fibra de esparto, y productos agrícolas, como azúcar, arroz, frutos secos, etc.; mientras, la ciudad importaba tejidos, armas, papel, trigo y mercancías diversas desde Francia e Italia. Sin embargo, los que dirigían todo este tráfico comercial eran comerciantes genoveses y franceses, quienes monopolizaban, por ejemplo, buena parte de la lana castellana que salía desde Alicante o Cartagena. Serían estas familias quienes obtendrían mayor provecho de un comercio que, debido a esto, no propició el nacimiento de una clase mercantil autóctona, ni tampoco pudo impulsar la construcción naval o el negocio financiero.
El incremento de los intercambios fue un hecho notorio en Aragón, donde podemos distinguir diversas fases: una primera de carácter alcista que llega hasta 1567-1569, y una segunda etapa de estancamiento breve por la peste, delincuencia y bandolerismo junto con el descenso de intercambios con Francia; y una tercera etapa a final de siglo que coincide con la estabilidad del territorio aragonés y buenas cosechas. Aragón exportaba principalmente hacia Francia sus excedentes agropecuarios; mientras que importaba manufacturas de todo tipo.
– Ruta de la lana hacia el Norte.
El comercio de Castilla con el Norte de Europa tenía una larga tradición, existiendo dos rutas comerciales: la del Noroeste por Asturias y Galicia y otra por el Noreste por Santander y tierras vascas. La primera se relacionaba con el comercio con Inglaterra y el segundo con Francia y Países Bajos.
El motor del comercio castellano con el norte de Europa fue la lana, además de moneda, metales preciosos y el hierro vasco. Mientras que de aquellos países se importaban manufacturas, metales, alimentos, cera y madera que generaba un balance comercial negativo.
Las exportaciones de lana con destino a los países del norte de Europa estaban sujetas al pago de unos derechos cuya administración se hallaba desmembrada de la de los diezmos de la mar de Castilla, que se cobraban en Santander, Bilbao, Caredo, etc. Esto se debió al nuevo impuesto de 1558 que permitió la recuperación de diezmos por la Hacienda Real. Pero el comercio de la lana estaba dominado por los mercaderes castellanos, quienes realizaban sus compras por toda Castilla la Vieja, ya que en Castilla la Nueva los genoveses y milaneses eran dominadores.
Las cifras de exportación de lana hacia Países Bajos son poco fiables antes de 1558, aunque podemos concluir que, de las 13.000 sacas por año durante la primera década, hasta las 18.000 sacas en 1554, hubo un aumento de las exportaciones de lana hasta el inicio de las guerras de Flandes, ya que en los años sesenta las exportaciones hacia Flandes se mantuvieron en torno a 15.000 sacas de media al año.
El inicio de la guerra de Flandes no tuvo una repercusión inmediata en el comercio lanero: 1567-1568 se superaron más de las 20.000 sacas. Pero en 1569 se inició una terrible crisis, no llegando a las 2.000 sacas ese año. Al año siguiente se especuló una recuperación (24.000 sacas); pero desde 1572 el número de sacas no rebasaría las 10.000. Francia acogió parte de la producción, llegando a 11.000 sacas en 1579. Pero a finales de los ochenta, la crisis era una realidad consumada: Flandes solo recibió 289 sacas en 1589 y Francia había dejado de actuar como receptora. Sólo Sevilla se mantuvo estable en las exportaciones: más de 4.000 sacas en 1593.
El comercio de la lana buscó nuevos receptores: Italia. En el período de 1573-1582 el mercado italiano había sustituido a Flandes, llegando a sobrepasar las 20.000 sacas de media al año salidas desde Alicante y Cartagena.
3. Comercio internacional: Sevilla.
El comercio sevillano estableció una unión entre Europa y América: numerosos comerciantes de toda Europa se establecieron en Sevilla para comerciar con manufacturas, quincallería, mercería, tejidos, telas y paños que eran exportados hacia América, de donde regresaban los navíos con productos agrícolas y metales. Desde el puerto sevillano se exportaban productos agrícolas, vino, aceite, azúcar, frutos secos, sal, lana, seda y plata y productos americanos hacia Europa.
El comercio con América se caracterizaba por exportar materias primas e importar una buena parte de productos manufacturados que consumía, situación que forzaba la salida hacia el extranjero del oro y de la plata americana. Además, desde Sevilla se reexportaban manufacturas que en América no se producían, provocando que el tráfico americano acentuase aún más el desequilibrio de la balanza comercial, absorbiendo gran cantidad de metales preciosos que ellos producían.
En la década de 1570, según Alberto Marcos Martín, en su libro “Historia de España: siglo XVI, XVII, XVIII”, la mitad de la plata que llegaba a Sevilla se destinaba a pagar los transportes de mercancías hacia América. Además, descontando el quinto real, quedaba un excedente destinado a importar productos que en la Península no se producían.
En el siglo XVI, un período de expansión, distinguimos dos fases expansivas: la primera de 1504 a 1550, y la segunda desde 1562 a 1592, con una fase de recesión económica de doce años. Durante la primera fase, el número de barcos y el volumen del tráfico con América creció espectacularmente debido al período de conquista del continente y a los primeros envíos de metales preciosos, que incentivaron la inversión para nuevas conquistas. En esta fase se enviaron productos agrícolas y animales, bienes manufacturados y equipos para las minas y trapiches de azúcar, que culminaron entre 1554 y 1550, dando paso a un período de recesión.
Este período de recesión se debe a la elevación del precio de los fletes, el descenso de los retornos y la caída de los precios, factores que retrajeron las inversiones mercantiles y que coincidieron en el tiempo con el cese de la expansión territorial en América y el fin de la economía depredadora de los conquistadores. Además, los corsarios franceses obligaron a adoptar el sistema de flotas que retrasaba la salida comercial durante meses. Y a esto hay que sumar el esfuerzo económico y militar de Carlos V en Alemania, que llevó a la bancarrota de 1557.
Desde 1559, el comercio hispanoamericano se endereza debido a la firma del Tratado de Cateau-Cambrésis y el comienzo de las guerras de religión en Francia, que redujeron las acciones piráticas de los hugonotes franceses en el Atlántico y proporcionaron tranquilidad a la ruta, que fue mejor defendida por el sistema de convoyes. Aparte, en las minas de Nueva España y Perú se mejoró la producción de plata, que se sumó a la estabilidad de las colonias y el establecimiento de nuevos mercaderes europeos en Sevilla y con el desarrollo de la construcción naval en tierras vascas.
Pero, la liberación de la saca de la moneda, la presión del crédito sobre el sistema bancario de la Península, la bancarrota de 1575, la guerra contra el Imperio Otomano, el comienzo de la guerra en Flandes, las actividades piráticas del británico Francis Drake y el descenso de población indígena en Nueva España por la epidemia de 1576 provocaron incidencias muy graves en la comunidad mercantil sevillana, la multiplicación de las necesidades financieras de la Hacienda Real, el desvío de navíos de la Carrera de Indias, la reducción de la seguridad en la ruta con América y la reducción de los envíos de remesas de plata desde Nueva España.
Sin embargo, estos acontecimientos no frenaron el impulso comercial americano, que alcanzaría el culmen con la incorporación de Portugal a la corona castellana, lo que permitió contar con una nueva base en las Azores. El parón comercial empezaría a notarse desde 1587. Ese año Francis Drake atacaba Cádiz y destruía la flota de Nueva España, provocando un sentimiento de inseguridad y pánico de muchos comerciantes, que hizo que se negaran a seguir invirtiendo. Además, hay que añadir la derrota de la Armada Invencible que provocó que no saliese ningún barco hacia América hasta 1589, debido a la escasez de barcos y mano de obra que provocó el aumento de precio de los fletes y las tripulaciones. En 1592, la reversión de la tendencia expansiva era un hecho, y entraron en una fase de depresión durante el siglo XVII.
4. Finanzas durante el siglo XVI.
– Necesidades financieras del Estado.
Dos hechos marcaron la actuación fiscal de la Monarquía en el transcurso de la Monarquía en el siglo XVI: el crecimiento de sus necesidades monetarias como consecuencia de la costosa política internacional del Imperio y el aumento espectacular de los ingresos, pero que no pudieron cubrir los gastos. Para intentar igualar ingresos con gastos, la Corona, aparte de aumentar los impuestos, necesitó, cada vez más, la concesión de préstamos. Estos prestamistas eran los únicos intermediarios capaces de hacer llegar, de feria en feria y de bolsa en bolsa, la plata que venía de América, hasta los frentes bélicos del Imperio, transmutándola en monedas de oro para el pago de las soldadas.
¿Cómo afectó el sistema fiscal castellano al conjunto de la economía?
La gran política fiscal llevada por los RR.CC. permitió el aumento de los ingresos durante su reinado, gracias al incremento de los recursos de carácter extraordinario.
En cuanto a los recursos de carácter ordinario, ponemos el ejemplo de la “petrificación” de las alcabalas para describir la práctica de congelación de la carga tributaria representada por alcabalas y tercias, sobre todo con el encabezamiento, impuesto en 1536, que consistía en que la Corte estaba obligada al Reino por una cantidad y tiempo determinados. Las Cortes tenían un margen de maniobra para distribuir aquel importe por provincias, partidos y localidades. El resultado a largo plazo del encabezamiento fue un descenso del rendimiento de la alcabala y tercios para la Corona, y un beneficio para los contribuyentes mayores.
La pérdida de los ingresos de la alcabala y tercios fue suplido con el aumento del servicio ordinario y extraordinario, que sólo gravaba sobre la población pechera. Las Cortes votaron y aceptaron los nuevos servicios, además consintieron en la elevación de su cuantía media anual, que de 37 millones de maravedíes en los 18 primeros años del reinado de Carlos V, pasó a 136 millones en los últimos años del reinado.
Así, cuando Felipe II accedió al trono, la Hacienda Real tenía una deuda de 15 millones de ducados, y de ellos, 19.5 millones eran deudas a largo plazo constituidas por los juros. El crecimiento de los juros hizo que Felipe II crease nuevas rentas fijas: impuso una barrera aduanera en la raya de Portugal e impuso nuevos gravámenes a las exportaciones de lana, y los puertos secos de Portugal. En 1559, incorporó los diezmos de la mar de Castilla a la Hacienda y aumentó el almojarifazgo mayor de Sevilla.
Felipe II, en la reunión de las Cortes en Toledo en 1560, consiguió un aumento del encabezamiento: 480 millones en 1562. En 1573 consiguió de las Cortes un nuevo aumento para después de 1575: 1.159 millones para ese año y 1393 millones para el período 1576-1584.
– “Millones”.
La contribución de los “millones” fue la factura que los reinos castellanos hubieron de pagar por la derrota de la Armada Invencible y por la política exterior agresiva de la década. Aunque finalmente las Cortes se avinieron a auxiliar al monarca con un servicio de ocho millones de ducados a pagar en seis años, su concesión estuvo precedida de dos años de duras negociaciones con las ciudades. Estas negociaciones consiguieron que las ciudades estableciesen los “millones” como una contribución universal que afectaba a la nobleza y el clero, y no sólo a los pecheros. Este sistema se generalizó y afectó al contribuyente común y a los consumidores asalariados y al que menos perjudicó fue a los privilegiados, ya que se estableció como una forma de sisa que gravaría sobre productos del consumo popular.
– Deuda consolidada y deuda flotante.
La intensa presión fiscal y el aumento de los ingresos de la Hacienda Real no bastaron para hacer frente a los enormes gastos del Imperio.
La deuda consolidada es la formada por los juros y cuyos capitales el monarca no tenía que devolver en un tiempo determinado, y experimentó un crecimiento a lo largo del siglo. El aumento de la deuda del Estado corresponde con la segunda mitad de siglo, tras las bancarrotas. La supresión de consignaciones hechas por las bancarrotas y la conversión de la deuda flotante, que vence en un plazo fijo, en consolidada contribuyeron a hinchar la marea de los juros.
Pero la deuda pública en forma de juros no nacía sólo de la renegociación de la deuda pendiente con los banqueros del monarca. Había juros dados en concepto de merced y que eran hereditarios, y juros resultantes de ventas directas de títulos hechas por la Corona. También estaban los juros de caución entregados a los acreedores como garantía de anticipo de dinero, y los juros de resguardo que comenzaron a sustituir a los juros de caución, entrando como condición en la negociación de los asientos.
Los titulares de estos juros de resguardo solían colocar rápidamente estos juros para recuperar su liquidez y poder seguir haciendo frente a sus compromisos financieros.
La deuda flotante, formada por los asientos, tenía una amortización a corto plazo con la garantía de los ingresos estatales, existentes o por venir. La ingente cantidad de dinero que circulaba por el Imperio necesitaba el concurso de las grandes casas financieras como intermediarios para mover esa cantidad de dinero por Europa. Estas casas eran prestamistas de la Corona y recuperaban su dinero invirtiendo en productos comerciales, que son vendidos y el dinero reinvertido se invierte en otros productos para venderlos. De esta forma consiguen la devolución del préstamo en forma de dinero real.