La Edad Moderna en España: Consolidación, Auge y Declive (Siglos XVI-XVII)
Durante los siglos XVI y XVII, España experimentó una profunda transformación, consolidando el Estado moderno y alcanzando la hegemonía política y cultural en Europa. Sin embargo, este periodo de esplendor también presenció el inicio de su declive, marcado por conflictos internos y externos.
Desarrollo Cultural: Renacimiento y Barroco
La hegemonía político-militar de España durante la Edad Moderna fue acompañada por un extraordinario desarrollo cultural. El Renacimiento del siglo XVI, impulsado por figuras como el Cardenal Cisneros y la Universidad de Alcalá, vio florecer a humanistas como Nebrija, Luis Vives y Valdés, y a artistas como el arquitecto Juan de Herrera, los escultores Berruguete y Juan de Juni, y el pintor El Greco.
El Barroco del siglo XVII, por su parte, se caracterizó por la obra de artistas como Churriguera en arquitectura, los escultores Gregorio Fernández y Martínez Montañés, y pintores como Zurbarán, Murillo, Valdés Leal y Velázquez. Este periodo también presenció el apogeo del Siglo de Oro literario, con figuras como Garcilaso de la Vega, Góngora y Quevedo en poesía; Lope de Vega, Calderón de la Barca y Tirso de Molina en teatro; y Miguel de Cervantes, autor de El Quijote, junto a la novela picaresca representada por El Lazarillo de Tormes y Guzmán de Alfarache.
Los Reyes Católicos: Bases del Imperio Español
Isabel y Fernando, los Reyes Católicos, reinaron entre finales del siglo XV y principios del XVI (Isabel falleció en 1504 y Fernando en 1516). Durante su reinado, sentaron las bases del futuro imperio español y del Estado moderno. Unieron los dos reinos más importantes de la península, Castilla-León y Aragón-Cataluña, bajo una monarquía autoritaria. Aunque cada reino mantenía cierta independencia, como la necesidad de reunir las Cortes para aprobar nuevos impuestos, los Reyes Católicos impusieron su autoridad en todo el país.
Se apoyaron en un ejército permanente y una sólida administración civil y judicial, compuesta por Consejos, el Consejo Real, corregidores, Audiencias, el virrey en Cataluña, el Justicia Mayor en Aragón y un cuerpo diplomático. Además, establecieron un sistema fiscal y organismos como la Santa Hermandad, para mantener el orden y perseguir a los delincuentes, y el Tribunal de la Inquisición, para asegurar la uniformidad religiosa mediante el control ideológico y la persecución de la herejía, especialmente de los conversos (judíos y musulmanes cristianizados). Se estima que unos 200.000 judíos fueron expulsados en 1492 por no aceptar la conversión, mientras que otros fueron obligados a bautizarse (Cisneros, 1502) o se les prohibió manifestar su cultura (1518).
El imperio español bajo los Reyes Católicos abarcaba toda la Península Ibérica (tras la conquista del reino nazarí de Granada en 1492 y la incorporación de Navarra en 1515), Nápoles, Rosellón y Cerdaña en el sur de Francia, el norte de la costa africana (Melilla, el Peñón de la Gomera, Orán, Bugía, Trípoli), las Islas Canarias y las Antillas en América, recién descubiertas por Colón (Cuba, San Salvador, La Española, entre otras). La conquista y colonización del continente americano se completaría durante el resto del siglo XVI, ya bajo el reinado de los Austrias. Además, los Reyes Católicos aseguraron su predominio europeo mediante una inteligente política de alianzas matrimoniales con las principales potencias: el imperio alemán (Juana con Felipe, hijo del emperador Maximiliano I), Inglaterra (Catalina con el futuro Enrique VIII) y Portugal (Isabel y María con Manuel el Afortunado).
Los Austrias Mayores: Máxima Expansión del Imperio
Los sucesores de los Reyes Católicos, Carlos I (1516-1556) y Felipe II (1556-1598), los primeros Austrias, transformaron la monarquía autoritaria en absoluta. Durante su reinado, ya no se convocaban las Cortes y el rey imponía su poder total sin limitaciones, especialmente tras la represión de las Comunidades y Germanías (1). El imperio español alcanzó su máxima expansión territorial, incorporando Portugal en 1580 y ampliando sus dominios europeos gracias a la condición de emperador de Carlos I desde 1519 (Nápoles y Sicilia en Italia; Rosellón, Cerdaña y Cerdeña en Francia; el archiducado de Austria, Franco Condado, Luxemburgo y Países Bajos).
El descubrimiento, conquista y colonización del continente americano fue otro factor clave en la expansión del imperio. Hernán Cortés conquistó el México azteca y la América Central maya entre 1518 y 1524. Francisco Pizarro conquistó la América del Sur inca (Perú, Ecuador, Bolivia), mientras que Orellana exploró el Amazonas, Almagro y Valdivia conquistaron Chile, y Pedro de Mendoza fundó Buenos Aires. Cabeza de Vaca exploró parte de América del Norte (Florida, Texas y California), y Legazpi y Urdaneta conquistaron las Islas Filipinas en Asia en la década de 1530. Estos territorios se organizaron en virreinatos (Nueva España, que incluía las Antillas y América Central, y Perú, que abarcaba América del Sur). La población indígena fue sometida mediante la encomienda (cada conquistador recibía un grupo de indígenas que debían pagarle tributos y trabajar forzosamente para él) y la mita (trabajos forzosos en las minas aportados por cada comunidad indígena por sorteo). La explotación del indígena fue denunciada por Bartolomé de las Casas. El mercado colonial, centralizado en la Casa de Contratación de Sevilla, benefició a todo el país, especialmente a la monarquía (que recibía el “quinto real” sobre los metales preciosos y el 7,5% de todo el comercio) y a las burguesías europeas, que adelantaban créditos al monarca garantizados con las remesas de metales preciosos. Sin embargo, esta enorme riqueza no se tradujo en una modificación de las estructuras económicas y sociales del país, ya que gran parte de los beneficios se destinaron a las burguesías mencionadas.
El mantenimiento de este inmenso y heterogéneo imperio resultó ser extremadamente costoso, recayendo principalmente sobre Castilla. La subordinación de España a la política imperial y la concepción intransigente y fanática de los Austrias como defensores del catolicismo en Europa provocaron la participación en numerosas guerras que arruinaron material y humanamente el imperio, especialmente Castilla. Esto condujo a la pérdida de la posición hegemónica de España en la segunda mitad del siglo XVII (2).
Durante el siglo XVI, los primeros Austrias tuvieron que enfrentarse al poderío turco en el Mediterráneo. Carlos I inició la defensa con la conquista de Túnez, pero el problema no se resolvió hasta que Felipe II, aliado con Venecia y el Papado, venció a Solimán el Magnífico en la batalla de Lepanto en 1571. También se enfrentaron a Francia por el dominio de territorios europeos como el Milanesado, Flandes y Borgoña, obteniendo victorias en las batallas de Pavía (1525) y San Quintín (1557), seguidas de la Paz de Cateau-Cambrésis (1559) y la Paz de Vervins (1598). Sin embargo, las guerras de religión para defender el catolicismo frente al protestantismo fueron las más significativas. Se enfrentaron a los príncipes alemanes, derrotándolos en la batalla de Mühlberg (1547), aunque la posterior Paz de Augsburgo (1555) les reconoció la libertad de elegir su religión. También se enfrentaron a los Países Bajos, siendo este el principal problema de Felipe II. En 1579, el sur católico terminó obedeciendo al rey español, mientras que el norte, las futuras Provincias Unidas de Holanda, continuó su lucha independentista, que resurgiría en el siglo XVII. Finalmente, se enfrentaron a Inglaterra, que se había convertido al anglicanismo con Isabel I. Felipe II preparó la invasión, pero la Armada Invencible fue destruida en 1588.
Los Austrias Menores: Crisis y Declive del Imperio
Durante el siglo XVII, los siguientes Austrias, conocidos como los Austrias Menores, delegaron la administración de los asuntos de Estado en sus validos o primeros ministros. El duque de Lerma fue el valido de Felipe III (1598-1621), y el conde-duque de Olivares el de Felipe IV (1621-1665). Durante sus reinados, el imperio experimentó una grave crisis, que culminó con el reinado del incapaz Carlos II (1665-1700). Castilla se encontraba exhausta y empobrecida debido a la pérdida demográfica, el colapso agrario, artesanal y comercial, las epidemias, las guerras y la expulsión de los moriscos. Esto provocó la bancarrota de la Hacienda y la miseria del pueblo.
A esta situación se sumaron nuevas guerras. La Guerra de los Treinta Años (1618-1648) enfrentó a las potencias europeas, continuando las anteriores guerras de religión contra los protestantes y por el dominio europeo. Los católicos Habsburgo españoles y austriacos lucharon contra la coalición protestante formada por las Provincias Unidas del Norte, Dinamarca, Suecia y Francia. A pesar de algunas victorias iniciales, como la de Breda en 1626, los tercios españoles fueron derrotados. La Paz de Westfalia (1648) reconoció la independencia de las Provincias Unidas, ahora gobernadas por la casa de Orange, y la Paz de los Pirineos (1659) con Francia supuso la pérdida del Rosellón, la Cerdaña y la hegemonía europea en favor de Francia.
Además, se produjeron dos guerras civiles entre 1640 y 1652 contra Cataluña y Portugal, facilitadas por el autoritarismo e intransigencia del conde-duque de Olivares y la deficiente integración de Cataluña y Aragón en el resto del Estado. Olivares pretendía un Estado centralizado e integrador de todos los reinos para una contribución más equitativa en los gastos del Estado. Estas guerras terminaron con la definitiva independencia de Portugal, bajo la casa de Braganza, y la integración de Cataluña por la fuerza militar. Finalmente, la muerte de Carlos II sin descendencia provocó una nueva guerra, la Guerra de Sucesión, que acabó con los Austrias en España y dio paso a los Borbones franceses.
(1) Las Comunidades de Castilla y las Germanías de Valencia y Mallorca fueron levantamientos populares contra Carlos I al comienzo de su reinado, motivados por el descontento con la política del rey y sus consejeros extranjeros.
(2) La Paz de Westfalia (1648) y la Paz de los Pirineos (1659) marcaron el fin de la hegemonía española en Europa y el ascenso de Francia como potencia dominante.