Introducción
La aparición del nacionalismo constituye uno de los mayores acontecimientos de la historia en Occidente. Tuvo su origen en el pensamiento romántico, que niega el individualismo característico de la Ilustración para levantar en su lugar la idea del hombre como miembro de un grupo natural, el pueblo, del que percibe lengua y valores, de forma que no existe destino individual al margen del destino del pueblo. El nuevo sujeto histórico puso sus fines por encima de los del individuo y reivindicó como objeto irrenunciable la conquista de la soberanía, único medio de asegurar la realización del destino que decidió la creación de los pueblos. La identidad de un pueblo acabó muy pronto identificándose con la existencia de una lengua distinta. El desarrollo histórico del programa nacionalista dio origen a tres tipos de situaciones. En un caso, proporcionó el argumento político a favor de la unidad de naciones como Alemania o Italia. En otros, como ocurría en el Imperio austrohúngaro, que había conocido durante muchos años la experiencia de un régimen de autonomía, la diversidad de pueblos acabó arruinando la construcción política para dar origen a nuevos países, que vieron reproducirse el fenómeno de los pueblos sometidos en el interior de sus fronteras. El caso del Imperio turco, por su parte, reprodujo con mayor rapidez la secuencia de autonomía e independencia.
El Romanticismo político
En torno al cambio del siglo XVIII al XIX apareció en Alemania una corriente de pensamiento, denominada Romanticismo, que estuvo llamada a alcanzar una influencia comparable a la que había tenido el pensamiento racionalista de la Ilustración. En buena medida puede decirse incluso que se presentaba como su negación, como una doctrina incompatible con los planteamientos y conclusiones del pensamiento ilustrado. El pensamiento romántico era un método de conocimiento diferente, e incluso contrario, al que se caracteriza por el uso de la razón. Los pensadores románticos eran sensibles a las determinaciones particulares, a aquello que distinguía a un individuo de otro. El romántico pretendía un conocimiento limitado pero exhaustivo de las cosas y, sobre todo, de las personas y de los grupos sociales, mediante un método que le llevara más allá de las generalizaciones. El conocimiento racional dejó paso a otras formas de penetración de la realidad, como la intuición y el sentimiento compartido o endopatía, de los que se esperaba un saber superior. Los románticos descubrían la singularidad de las personas y la particularidad de sus vínculos en comunidades naturales, pueblos o naciones, considerados como una forma superior de realidad singular.
La aparición del pueblo como sujeto histórico planteó una nueva concepción de la política en la que se presentó el problema, hasta entonces inédito, de la independencia de los pueblos; es decir, de la conquista de la soberanía por parte de estos nuevos sujetos de la historia. Además, la relación individuo-pueblo experimentó un cambio radical. Antes se entendía que la reunión de los hombres daba origen a la sociedad, por lo que se pensaba que los fines de la sociedad estaban subordinados a los intereses individuales. El romanticismo invirtió los términos diciendo que el ser humano en estado de naturaleza, punto de partida habitual de los teóricos de la política, no ha existido nunca. Para acceder a la humanidad es necesario alcanzar el pensamiento, lo cual requiere la adquisición previa de la lengua. La lengua es una realidad social propia de cada pueblo, y no puede considerarse como un medio neutro de comunicación. No es sólo el vehículo de los conceptos, sino que lleva consigo un mundo de valores propios y específicos de la comunidad que la usa.
Al adquirir una lengua, el ser humano se convierte en miembro de una comunidad, de manera que el proceso de hominización resulta también un proceso de diferenciación frente a los otros miembros de la especie humana. La posición del individuo frente al pueblo será de dependencia y subordinación de sus aspiraciones. De dependencia, porque cada individuo recibe del pueblo la cultura que lo identifica y porque sólo en su seno podrá desarrollar las posibilidades de su personalidad; y de subordinación, porque el destino del individuo pierde interés frente al del pueblo.
La recuperación de la nacionalidad, amenazada tanto por el mestizaje biológico como por la participación en una cultura más amplia, se convirtió en el objetivo prioritario del pensamiento romántico y nacionalista. Los signos externos que los románticos proponían para identificar y distinguir a los pueblos eran la raza, la lengua y la cultura. Junto a ellos se consideraba un elemento de apoyo el haber tenido en otro tiempo una historia política más o menos independiente. La idea romántica del tradicionalismo procedía de la concepción del pueblo como una realidad histórica, multisecular, cuyo presente está determinado por el pasado, por las instituciones, costumbres y valores que proceden del pasado y a las que el individuo ha de mantenerse fiel, si no quiere correr el riesgo de perder su propia identidad. La revolución era considerada negativamente desde el momento en que suponía un cambio que traicionaba los valores del pasado. El nacionalismo dio origen a movimientos políticos destinados a reajustar las fronteras de forma que dentro de ellas no hubiese sino individuos de un único pueblo, que debería ser soberano para realizar su destino e independiente de cualquier autoridad ajena.
El nacionalismo se propuso dibujar unas nuevas fronteras de acuerdo a sus principios. En una primera etapa del nacionalismo, se produjo un fenómeno cultural caracterizado por la recuperación y recreación de la lengua vernácula, el desarrollo de investigaciones históricas destinadas a proporcionar argumentos históricos a las reivindicaciones nacionalistas o la recuperación del folclore, entre otras manifestaciones culturales consideradas como testimonio de la identidad nacional. Poco a poco, el movimiento acabó adquiriendo un carácter político, puesto que su objetivo era la independencia de un estado nacional, a través de varias fórmulas de autonomía que ofrecían una relativa capacidad de decisión a los pueblos que disfrutaban de ella. Contrarios a los alemanes, los franceses acuñaron un concepto de nacionalismo que se refería a la comunidad de individuos que voluntariamente estaban dispuestos a dotarse de una organización política común.
Del Sacro Imperio al Imperio alemán
El Sacro Imperio era una creación del siglo X y tenía en su frente a un emperador electivo, aunque desde el siglo XV se había elegido siempre a un miembro de la casa de Habsburgo. No obstante, la feudalización del Imperio había dado origen a una enorme fragmentación política. Los príncipes laicos o eclesiásticos eran auténticos soberanos que no admitían la intervención del emperador en los asuntos internos de sus estados. Con la absorción de los pequeños principados por los estados mayores y la inclusión de muchos de ellos en la Conferencia del Rin se puso fin a la existencia del Sacro Imperio. La Confederación Germánica también supuso una construcción ineficiente desde el punto de vista político e insatisfactoria desde la perspectiva de los nacionalistas alemanes. Las únicas formas de integración que prosperaron fueron las uniones aduaneras, de entre las que destacó el Zollverein. En la revolución de 1848, los manifestantes forzaron a los príncipes a asumir un programa de reformas de carácter liberal y nacionalista. La Asamblea no adoptó una línea revolucionaria y, en vez de asumir la soberanía nacional,
trató de crear un estado federal respetando los derechos de los príncipes y la diversidad de sus estados. Se aprobó una Constitución federal y se ofreció la corona imperial al rey de Prusia. Los príncipes habían recuperado su poder gracias a la intervención del ejército y no estaban dispuestos a aceptar las condiciones de la Asamblea, Federico Guillermo IV de Prusia rechazó la corona por proceder de una asamblea popular y la Asamblea se disolvió, aunque Prusia se incorporó al grupo de los países constitucionales.
La reactivación del proyecto nacionalista se produjo a partir de que Otto von Bismarck se hiciese cargo del gobierno de Prusia y a partir de la creación de un poderoso ejército por Von Moltke, que propiciaron que se crease el Imperio alemán. La victoria de Sadowa sobre los austríacos fue explotada por Bismarck para llegar a un acuerdo con el Imperio austríaco, por el que éste renunciaba a toda intervención en Alemania a cambio de no sufrir pérdidas territoriales. Los estados situados al norte del río Meno fueron incorporados a Prusia, mientras los del sur también lo hacían mediante un control de sus ferrocarriles y depósitos militares en caso de guerra. Los demás se unieron en la Confederación Germánica del Norte y se creó un Zollparlament. Las relaciones franco-prusianas se hicieron más tensas como consecuencia del fracaso de Napoleón III al intentar reclamar el Gran Ducado de Luxemburgo. Se llegó a un conflicto armado cuando Bismarck utilizó la oferta del trono español a un príncipe de la casa de Hohenzollern, provocando la guerra franco-prusiana.
La espectacular victoria prusiana puso fin al Segundo Imperio francés y los estados del sur del Meno se vieron obligados a integrarse políticamente en el seno del Imperio alemán, dándoles mayor autonomía en cuestiones de representación territorial y militar, así como en el terreno fiscal. Se aprobó la Constitución de 1871 y el rey de Prusia acumuló el título de emperador de Alemania. Se creó una Cámara Alta, el Bundesrat, con representantes de todos los estados, y otra popular, el Reichstag, elegida por sufragio universal y con diputados que no cobraban retribución. Lograda la unificación, Bismarck fue nombrado canciller imperial, manteniendo una política nacionalista y conservadora, caracterizada por la limitación del poder de la Iglesia católica, los esfuerzos por conseguir el aislamiento internacional de Francia y la aprobación de las primeras medidas de protección social de los trabajadores y de las normas restrictivas de la actividad de los primeros grupos obreros.
El reino de Italia
En Italia, el nacionalismo no se distinguió de la lucha a favor de las libertades políticas. La península soportó frecuentes cambios territoriales y conoció los efectos de una gestión inspirada en los principios liberales, hasta que se produjo la restauración de los antiguos príncipes y la aparición de Austria como potencia dominante, gracias a la posesión del reino de Lombardía-Venecia. La unidad italiana se construyó mediante la incorporación de los reinos y ducados en el reino de Cerdeña, de forma que e resultado final fue una monarquía unificada. El primer objetivo de quienes no aceptaban la restauración del absolutismo de los príncipes fue conseguir un régimen constitucional. Cuando los movimientos de 1820 y 1830 a favor de ese régimen fueron vencidos gracias a la intervención militar de Austria, Mazzini propuso un programa en el que reunía los principios liberales y nacionalistas. La Joven Italia, partido que fundó en el exilio, fue la protagonista de lo que se presentaba como un movimiento de renovación moral, a pesar del carácter meramente político de sus intervenciones. La revolución de 1848 se inició en Italia con un objetivo primordialmente político que se manifestó en la adopción por parte de los diferentes estados, incluidos los Pontificios, de sendas Constituciones.
Cuando el movimiento revolucionario alcanzó Viena, venecianos y lombardos se rebelaron contra los austríacos y buscaron la ayuda del Piamonte para hacer frente a la previsible reacción de Viena. El rey del Piamonte, Carlos Alberto, declaró la guerra a Austria con la confianza de que los italianos, sin ayuda extranjera, podrían arrojar a los austríacos. “L’Italia fara da sé” fue la expresión de la voluntad real, pero la retirada de las tropas pontificias y napolitanas y el refuerzo de las austríacas creó las condiciones del triunfo de Radetzki en Custozza. El movimiento pasó entonces a manos de los republicanos, que crearon gobiernos de este tipo en Venecia, Florencia y Roma. Carlos Alberto tomó de nuevo las armas contra Austria y, tras una nueva derrota, abdicó en su hijo Víctor Manuel II. La retirada del Piamonte marca el fin de las esperanzas de los regímenes constitucionales. Al tiempo que Radetzki sometía el norte de la península, los príncipes absolutos del centro y sur de Italia pusieron fin a las experiencias constitucionales en sus territorios. El Piamonte se incorporó entonces al grupo de países constitucionales.
El conde Cavour se amparó en esta circunstancia para buscar el apoyo de los gobiernos constitucionales del continente para la causa italiana y el acercamiento a los liberales. El acuerdo con la izquierda moderada, el connubi, dio al régimen de Turín una imagen política atractiva que le ganó partidarios entre los nacionalistas republicanos. La primera oportunidad de Cavour para salir del aislamiento fue la guerra de Crimea, en la que contribuyó a inmovilizar a Austria ante el riesgo de un posible ataque en el norte de Italia, lo que le permitió hacer valer las reivindicaciones nacionales en el Congreso de París y el acercamiento a Francia. Llegó en Plombières a un acuerdo con Napoleón III para provocar un conflicto en el que Austria aparecería como agresora con el fin de justificar la intervención francesa. Las tropas austríacas fueron derrotadas por las franco-piamontesas en las batallas de Magenta y Solferino, pero Napoleón III prefirió precipitar un acuerdo con Viena en Villafranca a cambio de limitar las ganancias de Piamonte a la Lombardía. En los ducados de Toscana, Parma, Módena y la Romaña pontificia se establecieron gobiernos a favor de la unión con el Piamonte, satisfaciendo a la vez sus reivindicaciones políticas y nacionales.
El movimiento se extendió al sur, donde Cavour dio vía libre a la organización por Garibaldi de la llamada Expedición de los Mil, que se dirigió en auxilio de los revolucionarios sicilianos. Garibaldi inició la lucha organizando un cuerpo de voluntarios con los que desembarcó en Marsala, cuyo éxito le permitió cruzar el estrecho y poner fin al reinado de los Borbones napolitanos. Sin embargo, la intervención de Víctor Manuel II obligó a Garibaldi a retirarse y reconocerle como rey. En 1861 se reunió en Turín el primer Parlamento italiano, en el que se ratificó la anexión y se dio carácter oficial al reino de Italia. Una nueva guerra, aliada a Prusia y contra Austria, fue seguida de la anexión de Venecia, mientras Roma sólo pudo ser ocupada tras la retirada de las tropas francesas tras la derrota de Napoleón III en la guerra franco-prusiana. Se anexionaron los territorios del Papado, se estableció la capital de Italia en Roma y los territorios incorporados aceptaron el Statuto de 1848.
El Imperio austrohúngaro
Los Habsburgo eran archiduques austríacos, emperadores germánicos y reyes de Bohemia y Hungría. A finales del siglo XVII, la gran guerra turca acabó con la Paz de Carlowitz, que aumentó las tierras de los Habsburgo. Conquistaron el banato de Temesvar, con el reparto de Polonia obtuvieron Galitzia y Turquía les cedió el territorio de la Bucovina. El principal inconveniente del Imperio era que constituía un enorme mosaico de población de diferentes razas, religiones y lenguas. Incluía a alemanes, checos, polacos, ucranianos, húngaros, italianos, serbocroatas, magiares,
rumanos y eslovacos. Se practicaba el catolicismo, la ortodoxia oriental y el protestantismo con sus variantes de luteranismo y calvinismo. La monarquía austríaca era un típico estado del Antiguo Régimen, en el que se producían conflictos de intereses entre la Corona y la Dieta. La obra de recuperación lingüística y cultural fue un fenómeno que dio como resultado la fijación de las lenguas habladas mediante la recuperación de una literatura escrita y el desarrollo de una historiografía nacionalista. La afirmación de la identidad nacional de unos y otros pueblos fue seguida de la reivindicación política de una mayor autonomía, a falta de una independencia por el momento irrealizable. Las Dietas buscaron mayor autonomía frente a la Corona y sus delegados. Los principales conflictos fueron el de Hungría contra Austria, el de los rumanos contra los húngaros en Transilvania y el de los eslavos contra los austríacos y los húngaros en el norte y en el sur.
La primera acción política de los eslavos fue el movimiento ilírico, que trataba de reconstruir el reino triuno, que en la Edad Media había reunido a croatas, serbios y eslovenos. El líder indiscutible del nacionalismo húngaro fue Lajos Kossuth, que representaba al grupo radical y que se oponía firmemente al dominio austríaco y a las aspiraciones de los pueblos eslavos. Los húngaros procedieron a levantar su ejército. El conflicto fue resuelto por las armas después de que el nuevo emperador, Francisco José I, consiguiera la asistencia de un ejército ruso para aplastar la rebelión. En vez de un Parlamento de la monarquía, se creó un Consejo de Estado con funciones legislativas que se extendían a todos los territorios. La derrota de Italia a manos de Napoleón III provocó la caída del sistema Bach y la apertura de un largo debate acerca de la constitución del Imperio. La resistencia de Hungría a aceptar la intervención de algún órgano general de la monarquía se reflejó en el rechazo a la hora de elegir representantes en la cámara territorial. El acuerdo del Ausgleich establecía un reparto de competencias entre Austria y Hungría, que sacrificaba a los eslavos y demás pueblos de la monarquía. Ésta quedó dividida en dos por el río Leitha, dando origen a la Cisleithania, gobernada desde Viena, y la Transleithania, que lo sería desde Budapest. Por encima de ambos gobiernos se creó una organización imperial compuesta por los ministerios de Exteriores, Guerra y Hacienda. Austria hubo de hacer concesiones a los checos e introducir el sufragio universal, mientras que Hungría practicó una magiarización a ultranza de los pueblos. Esta Monarquía Dual demostró una notable ineficacia, anticipando la disgregación territorial que siguió a la derrota militar en 1918.
El nacionalismo en el Imperio turco
El Imperio turco conoció en el siglo XIX un proceso de disgregación que dio lugar a la aparición de nuevos estados en los Balcanes. Una ofensiva austríaca les arrebató Hungría, Transilvania y Podolia, mientras que los rusos conquistaron Odesa y Crimea y alcanzaron la frontera de los principados danubianos. Los turcos habían logrado mantener su autoridad en los Balcanes gracias a la división de la sociedad en millets o comunidades sociales definidas por su pertenencia a una u otra religión. Los griegos habían conseguido ocupar el gobierno de los principados danubianos de Moldavia y Valaquia. Milos Obrenovic, gobernador de Serbia, logró del sultán la independencia, limitada por la condición de tributario que mantenía frente a Estambul. La Constitución turca de Serbia dotó al país de sus primeras instituciones políticas. El acontecimiento de mayores consecuencias fue el levantamiento de los griegos en busca de su independencia y de un régimen constitucional. El movimiento independentista tuvo su arranque en la constitución de una sociedad secreta llamada Sociedad de Amigos, aunque la única acción que logró resultados permanentes comenzó en el Peloponeso, donde los griegos ya
estaban al frente del gobierno local. En pocos meses liberaron la península, parte del continente y algunas islas, y se consideraron en condiciones de darse un gobierno propio y de promulgar su primera constitución.
Rusia apoyaba a Grecia contra el enemigo tradicional turco, ya que se sentía unida a ella por la religión ortodoxa. Los liberales occidentales apoyaban la lucha contra el despotismo, mientras los conservadores respaldaban la cruzada del cristianismo contra el islam y los intelectuales defendían la liberación del país que había sido la cuna de la civilización occidental. Una campaña de solidaridad organizada a base de comités griegos en el exterior y del entusiasmo de destacados personajes ayudaron al éxito del movimiento filohelénico, cuyas presiones a sus respectivos gobiernos sirvieron para conseguir que Turquía reconociera formalmente la independencia de Grecia en 1830. Después de Grecia y Serbia, se produjo la independencia de los principados danubianos de Moldavia y Valaquia. Se acordó una reforma política que aumentaba su autonomía, manteniendo la soberanía otomana y la separación política entre los dos principados. La elección de Alejandro Cuza para el cargo de hospodar en ambos principados fue el primer paso hacia la unificación, iniciativa que se completó con la reducción a una de las dos Cámaras previstas. El estado unitario que surgió es lo que ahora se conoce como Rumanía. El último capítulo del declive turco en el siglo XIX fue consecuencia de un levantamiento en Bosnia y Bulgaria, que arrastró a la guerra a Serbia y Montenegro. Cuando estaban al borde de la derrota, se produjo la intervención militar rusa, que contaba con la neutralidad de Austria. La campaña acabó a las puertas de Estambul, con una capitulación que ponía fin a la presencia turca en Europa, al hacer surgir a Bulgaria como el último de los países balcánicos.