El Califato Omeya: Auge, Consolidación y Declive (661-750)

El Califato Omeya (661-750): Auge y Caída de una Dinastía

El Califato Omeya (661-750) marca un período crucial en la historia del Islam, caracterizado por la consolidación del imperio, la expansión territorial y el desarrollo de la religión islámica. Sin embargo, las fuentes históricas, redactadas principalmente durante el posterior califato abasí, presentan una visión mayoritariamente negativa de los Omeyas, acusándolos de transformar el califato en una monarquía hereditaria y de perseguir a la familia del profeta Mahoma.

El Período Sufyaní (661-684): Muawiya y Yazid

Muawiya, el fundador de la dinastía, accedió al califato tras la muerte de Alí, apoyado por la aristocracia tribal que se había beneficiado de las conquistas. Estableció un gobierno centralizado con base en Siria, Jordania, Líbano y Palestina, nombrando gobernadores en Egipto, Kufa y Basora. Durante este período, se introdujo la institución de la wala, una relación de dependencia entre un señor y un individuo (mawla, plural mawali). Los mawali, que incluían antiguos esclavos, hombres libres de las poblaciones conquistadas y conversos, prestaban servicios a sus señores a cambio de protección.

Muawiya, un hábil militar, trasladó la capital del califato a Damasco, relegando a La Meca y Medina a centros religiosos y culturales. Implementó reformas políticas y administrativas para estabilizar el imperio. Sin embargo, su decisión de nombrar a su hijo Yazid como sucesor desencadenó rebeliones, la más notable liderada por al-Husayn, hijo de Alí, quien fue derrotado y muerto en Karbala (680). La muerte de al-Husayn, considerado un mártir por la posterior Shia, intensificó la oposición a los Omeyas.

La Segunda Fitna (Guerra Civil)

La muerte de Yazid en 683, antes de sofocar la rebelión de Ibn al-Zubayr, quien se autoproclamó califa, sumió al imperio en una segunda guerra civil (fitna). En Siria, surgieron dos facciones rivales: los Qaysíes, que apoyaban a al-Zubayr, y los Kalbíes, que eligieron a Marwan, miembro de la familia Omeya, como califa. La batalla de Mary Rahit (684) resultó en una victoria decisiva para los Kalbíes, permitiendo a Marwan consolidar su poder. Marwan murió en 685, dejando el califato a su hijo Abd al-Malik.

Mientras tanto, Ibn al-Zubayr enfrentaba problemas en los territorios que lo reconocían, incluyendo una revuelta social en Kufa liderada por Mutjar, quien se proclamó defensor de los débiles y vengador de la familia de Alí. Mutjar otorgó privilegios a los mawali, lo que provocó la deserción de la aristocracia tribal que inicialmente lo había apoyado. Finalmente, Mutjar fue derrotado por al-Zubayr. En 691, un ejército omeya ocupó Mesopotamia, y al año siguiente, La Meca, donde murió Ibn al-Zubayr, poniendo fin a la segunda fitna.

Centralización del Imperio bajo Abd al-Malik

Abd al-Malik (685-705) restauró el poder omeya en todo el imperio, otorgando mayor poder a los gobernadores provinciales, cuyo principal cometido era recaudar impuestos para el tesoro central. Estableció un ejército permanente compuesto por tropas sirias e instauró un sistema bimetalista basado en el dinar (oro) y el dirham (plata), creando una unión económica que se extendía desde Afganistán hasta la Península Ibérica. Además, impuso el uso obligatorio del árabe como lengua administrativa y religiosa, promoviendo la islamización de los territorios conquistados.

La Segunda Oleada de Conquistas

Durante el reinado de al-Walid I (705-715), hijo de Abd al-Malik, el Califato Omeya alcanzó su máxima expansión territorial. Se continuó la expansión en el norte de África, conquistando las antiguas posesiones bizantinas y fundando Qayrawan (en el actual Túnez). En 711, el reino visigodo de Toledo fue conquistado, y se lanzaron expediciones más allá de los Pirineos, hasta que Carlos Martel detuvo el avance árabe en la batalla de Poitiers (732). También hubo campañas en los confines orientales, incorporando Bujara (706) y Samarcanda (711) al imperio.

El Faccionalismo y la Desintegración Interna

Tras la muerte de Abd al-Malik, cuatro de sus hijos se sucedieron como califas, con la excepción de Umar II (717-720). Durante este período, la rivalidad entre los Qaysíes y los Kalbíes se intensificó, compitiendo por el poder y los recursos fiscales. El nombramiento de gobernadores provinciales se convirtió en un foco de conflicto, ya que cada facción buscaba beneficiar a sus miembros. Aunque Abd al-Malik intentó mantener un equilibrio, la autoridad califal dependía cada vez más del apoyo de las facciones, lo que condujo a rebeliones y enfrentamientos.

Umar II intentó ampliar la base social de la dinastía y equilibrar el poder entre las facciones. Hisam (724-743) estableció un precario equilibrio, pero su política de opresión fiscal y los agravios a los indígenas provocaron rebeliones en Jurasán y el norte de África. Aunque se logró sofocar estas rebeliones, el favoritismo de Hisam hacia los Qaysíes en sus últimos años reavivó las tensiones.

El Colapso del Califato Omeya

Después de la muerte de Hisam, el Califato Omeya se colapsó debido a la presión del movimiento abasí y la descomposición interna. Su sucesor, al-Walid II, fue ejecutado en 744 por una coalición de opositores, incluyendo a los Kalbíes. La lucha por el poder se intensificó, y la figura del califa se convirtió en el objetivo de los contendientes, marcando el fin de la política de equilibrio. El último califa Omeya fue derrocado por la revolución Abasí, que puso fin a la dinastía.

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