10.1. La oposición al sistema liberal: Las guerras carlistas. La cuestión foral.
Los primeros pasos del régimen liberal en España, durante la minoría de edad de Isabel II (1833-1843), coincidieron aproximadamente con la guerra civil, Primera Guerra Carlista entre las fuerzas gubernamentales y los partidarios del absolutismo, representados por Carlos María Isidro, tío de la reina.
Causas del conflicto
La cuestión sucesoria al trono se centró en la legitimidad de Isabel para ocupar el trono y la de su madre, la reina María Cristina, para ejercer la regencia durante la minoría de su hija. A los partidarios de ambas soberanas se les conoció como isabelinos. El otro bando, los carlistas, reivindicaban que Carlos, hermano de Fernando VII, debía ser el rey de España (Carlos V) según la ley sálica que no consideraban derogada. Tras la muerte de Carlos, sus descendientes siguieron encabezando esta fracción. El pleito carlista pervivió hasta avanzado el siglo XX.
El enfrentamiento ideológico se basaba en que los carlistas eran enemigos del liberalismo y de las medidas que implicaba: libertades económicas, laicización y uniformidad del territorio. El carlismo constituyó una ideología que se resumía en Dios, Patria y Rey, defendiendo el Antiguo Régimen, los fueros y la monarquía de origen divino. Reivindicaban, además, el mantenimiento de los fueros y los privilegios tradicionales frente a la política centralizadora del régimen liberal, es decir, el foralismo, según el cual las regiones debían mantener sus instituciones de gobierno.
Apoyos en el conflicto
El bando carlista obtuvo el respaldo de diversos sectores de la sociedad española, entre otros, campesinos, nobles, oficiales del ejército, e incluso de potencias extranjeras: Austria, Prusia, Nápoles. También contó con el apoyo, en el ámbito internacional, de Francia, Portugal y Reino Unido que firmaron con el régimen isabelino la Cuádruple Alianza.
La Primera Guerra Carlista
Los ataques por sorpresa y la movilidad de sus tropas reportaron a los carlistas sus primeros éxitos ante el ejército de la reina y el afianzamiento de la sublevación en el País Vasco y Navarra. Pero el objetivo de Carlos V era Madrid. La toma de las capitales del País Vasco era la obsesión de los líderes carlistas. Se dirigieron a Bilbao, a pesar de la oposición de Zumalacárregui, que hubiera preferido lanzar una campaña a Madrid. Terminó en un fracaso y se cobró la vida de Zumalacárregui, que no encontró digno sucesor entre los divididos mandos carlistas. Después de la batalla de Luchana, el general Espartero levantó el sitio de Bilbao. No terminó la guerra, pues las partidas guerrilleras siguieron actuando y el ejército liberal caía en emboscadas.
La fatiga de las tropas y civiles llevó al mando supremo de las tropas carlistas, el general Maroto, a negociar el final de la guerra. La firma del Convenio de Vergara fue sellada simbólicamente con el abrazo de Maroto y Espartero. El general Cabrera y sus tropas se negaron a aceptar el Convenio de Vergara, por lo que el general Espartero acabó con ellos.
El Convenio de Vergara, puso fin a la guerra. En él se prometía, promesa luego incumplida tras la cuestión Foral, la reducción de los fueros de Navarra y El País Vasco y en la ley de 1846 en la que se abolieron el fuero de los vascos, el mantenimiento de los fueros vascos y el reconocimiento de los empleos y grados de los oficiales del ejército carlista.
El carlismo se mantuvo militarmente activo, reivindicando en particular el mantenimiento de los fueros y provocando otros dos conflictos más.
La segunda guerra carlista
Se desarrolló en Cataluña y tuvo como pretexto el fracaso de la boda entre Isabel II y Carlos VI. Las tropas gubernamentales tuvieron muchas dificultades para controlar la situación, porque las milicias republicanas se unieron a la revuelta. Finalmente el gobierno moderado restableció su autoridad.
La tercera guerra carlista
Los carlistas se enfrentaron a Amadeo I. Se desarrolló en Cataluña, Navarra y el País Vasco, el norte de Valencia y algunas zonas de Aragón. La situación se presentaba muy favorable a los intereses carlistas, ya que Isabel II estaba exiliada, Amadeo I no era muy popular y el republicanismo federal era visto como un peligro revolucionario. Para lograr un amplio apoyo para su causa, el pretendiente Carlos VII prometió a catalanes, valencianos y aragoneses la devolución de los fueros que había abolido Felipe V. Los carlistas fueron derrotados.
La restauración de los Borbones en el trono supuso el declive del carlismo, ya que el grupo monárquico se aglutinó en torno a los descendientes de Isabel II.