El Conflicto Sucesorio al Final del Reinado de Fernando VII y la Primera Guerra Carlista
Durante la década ominosa (1823-33) del reinado de Fernando VII se produjo una división dentro del absolutismo. Los sectores más reaccionarios o realistas se oponían a las reformas que, tímidamente, estaban llevando a cabo los diferentes gobiernos de Fernando VII. La oposición se concretó en la creación de partidas realistas que protagonizaron conflictos como la Guerra dels Malcontents en Cataluña (1827). Esta división se acentuó con la cuestión sucesoria. Los realistas aspiraban a que su candidato, Carlos María Isidro, llegase al trono en ausencia de descendencia de su hermano, el rey Fernando VII.
En 1830, cuando nadie lo esperaba, el rey tuvo una hija fruto de la unión con María Cristina, Isabel, que garantizaba la continuidad de la dinastía. Sin embargo, el hecho de que fuera niña, suscitó un debate entre los partidarios de aplicar la Ley de Sucesión Fundamental -vigente desde 1712- que impedía el acceso de las mujeres al trono si había herederos varones en la línea principal (hijos) o lateral (hermanos y sobrinos), y los que defendían su abolición. Estos últimos argumentaban que las Cortes de 1789 habían restablecido el Código de las VII Partidas que establecía que “si el rey no tuviera hijo varón, heredaría el reino la hija mayor”. Sin embargo, este acuerdo no había sido promulgado por lo que no tenía vigencia. El rey, en último término, aprobó la Pragmática Sanción en marzo de 1830, que sancionaba la Ley de Cortes de 1789 y por tanto permitió heredar el trono a su hija -nacida en octubre de 1830.
Este conflicto legal escondía otro de tipo político mucho más complejo. La aplicación de la Ley de Sucesión Fundamental implicaba que el trono fuese ocupado por el príncipe Carlos María Isidro, hermano del rey y máximo representante del absolutismo más conservador e inmovilista. En torno a este personaje se unieron los sectores más perjudicados por la caída del Antiguo Régimen: parte de la nobleza y de la iglesia en su defensa del tradicionalismo católico, campesinos y artesanos temerosos de perder la seguridad que el Antiguo Régimen les proporcionaba, funcionarios y militares ultraconservadores, defensores de los fueros en las regiones que aún los mantenían, etc. Todos ellos integraron el bando llamado carlista. En cambio, los sectores más aperturistas del absolutismo y los liberales veían una esperanza de cambio en la futura reina Isabel, acabando así con el antiguo régimen.
A pesar de los intentos de los carlistas de influir en la voluntad del rey –ya moribundo– para que derogase la Pragmática Sanción (sucesos de La Granja en 1832) finalmente la mantuvo y, a su muerte en 1833, su esposa María Cristina ocupó la regencia, dada la minoría de edad de Isabel. Inmediatamente, Carlos reclamó sus derechos (Manifiesto de Abrantes) y los carlistas se sublevaron con la intención de expulsar a Isabel del trono. Comenzaba la primera guerra Carlista (1833-1840), una auténtica guerra civil en la que se dirimía el modelo de sociedad: la continuidad del antiguo régimen o la implantación del liberalismo.
La Primera Guerra Carlista (1833-1840)
El origen de la primera guerra carlista se encuentra en la regencia de Urgel (1822) y la guerra de los Agraviados en Cataluña (1827). Esta guerra se desencadenará debido al conflicto sucesorio (1822-23).
Los carlistas se agrupan bajo el lema “Dios, Patria y Rey”, siguiendo el programa ideológico de la religión, el absolutismo, los privilegios del antiguo régimen y el antiliberalismo. El carlismo era apoyado principalmente por el clero, el campesino pobre, la nobleza y la clase media defensora de los fueros.
La primera guerra carlista se desarrolló en tres fases:
Primera fase (1833-1835)
Durante esta etapa se llevan a cabo partidas rurales, es decir guerrillas, en el País Vasco y Cataluña. Luego, al extenderse por la zona norte también se realizan en Aragón y el Maestrazgo. Esta primera fase acabará con la muerte de Zumalacárregui (general carlista) en el asedio de Bilbao.
Segunda fase (1835-1837)
La guerra se decantó hacia el bando isabelino. Primero se producen expediciones realizadas por el general Cabrera (Maestrazgo) y por el general Gómez (Andalucía). Pero, la acción más importante es la expedición de Carlos V a Madrid donde fracasó, al ser rechazado por el ejército liberal. Tras la derrota las tropas se despliegan hacia el norte.
Tercera fase (1837-1839)
Un carlismo dividido (intransigentes y transaccionistas) y derrotado firmó el Convenio de Vergara, donde se prometía el mantenimiento de los fueros vascos y el reconocimiento de los oficiales del ejército carlista. Espartero lo incumplió.
La guerra acabó en 1840 en Morella, con la derrota de Cabrera “el tigre del Maestrazgo”.