El efímero triunfo de la democracia
Si en 1919 la democracia parlamentaria era la fórmula política más extendida por todo el continente europeo, en 1939 la democracia quedó confinada a las zonas noroccidental y atlántica del continente. Los países escandinavos, RU, Fra, Bel, Holanda y Suiza. En los demás países de Europa surgieron nuevos regímenes dictatoriales. La crisis de la democracia, característica de la época de entreguerras, tuvo varios motivos concurrentes entre los que cabría señalar el grave peso de las dificultades económicas legadas por la guerra, la agudización de los conflictos sociales y laborales, las tensiones nacionalistas entre estados o dentro de los estados que contaban con minorías nacionales importantes y el antagonismo político en el interior de los países entre las fuerzas políticas de izquierda y de derecha que se movían en un clima belicista y radical propio de las generaciones forjadas en la experiencia de la guerra total.
La crisis de posguerra en Italia y el ascenso al poder del fascismo
El esfuerzo de la guerra había dejado a Italia exhausta y a su sistema liberal-democrático muy comprometido, ya que las ganancias territoriales conseguidas fueron mucho menores de las esperadas. Los gobiernos nombrados por el rey Víctor Manuel III contemplaron con temor cómo las dificultades económicas de la posguerra generaron un clima de conflictividad social muy intenso, con el ascenso político de los socialistas apoyados por un renovado poder sindical. En ese contexto tan convulso, Mussolini se planteó una ruptura completa con el pasado liberal-democrático para superar la crisis y emprender la vía del engrandecimiento de Italia. En marzo de 1919 constituyó en Milán con varios combatientes un nuevo partido inspirado en la milicia cuyo nombre fue Fasci Italiani di Combattimento, utilizando la violencia paramilitar como arma para neutralizar a sus enemigos e imponer sus ideas. El éxito de su estrategia culminó en octubre de 1922 cuando Mussolini llevó a cabo la marcha sobre Roma, manifestación de unos 40.000 fascistas de toda Italia.
La doctrina del fascismo
El pensamiento fascista se basa en:
- Un hipernacionalismo extremado, fase previa para la recuperación de un imperio en el Mediterráneo y África del Norte digno de la Roma de los Césares.
- Un modelo de estado renovado en un sentido dictatorial y totalitario, nada fuera del estado, nada contra el estado, con poder omnímodo e indiscutido como encarnación del destino de la patria.
- Un partido único y sólido era una especie de ejército civil para sostener al régimen contra sus enemigos.
- Un concepto de la vida y de la política como actividades paramilitares, que asumía la legitimidad del uso de la fuerza para conquistar el poder político y para mantenerlo, considerando a sus enemigos traidores a la patria. Esos objetivos de unidad nacional y engrandecimiento imperial exigían también un alto grado de autarquía económica.
De la dictadura reaccionaria al nuevo estado totalitario
Desde su llegada al poder en 1922 y hasta 1924, el Gobierno de coalición, presidido por Mussolini, consiguió éxitos políticos que redundaron en el prestigio del Duce del fascismo. Maniató a los sindicatos, acalló a la oposición política, restableció el orden público y remontó la crisis económica con medidas proteccionistas. Con todo ello consolidó su poder y en 1924 decidió acelerar la implantación de sus reformas largamente planeadas. Entre 1924 y 1926, Italia se convirtió en un Estado totalitario donde convivía un rey, Víctor Manuel III, con poderes limitados, y un Duce, Mussolini, con un poder ilimitado cuyo cargo carecía de fecha de caducidad. Esos años, el Partido Nacional Fascista contaba con casi un millón de afiliados, que garantizaban una cantera de hombres dispuestos a administrar las instituciones: desde alcaldes a miembros del Gran Consejo Fascista, sustitutivo del Parlamento, cargos de la Administración, etc. El Estado asumió el control de los sindicatos, de las asociaciones de mujeres, de las organizaciones juveniles y de todos los resortes de la vida social. El Duce también ganó el apoyo de los católicos italianos al solucionar el largo contencioso con el Vaticano. En 1929 firmó con Pío XI los Acuerdos de Letrán. En ellos se garantizaba la soberanía de la ciudad del Vaticano dentro de la ciudad de Roma y el carácter confesional del estado italiano que suponía la financiación pública del culto y clero católico.
El acercamiento de la Italia fascista a la Alemania nazi
Desde el acceso al poder de Hitler en Alemania en 1933, Mussolini comenzó a abandonar la aquidistancia entre bloques europeos y fue inclinándose poco a poco a favor del alineamiento con el nuevo régimen totalitario germano. Sus acciones así lo reflejaban, como es el caso de la invasión y conquista de Abisinia, la intervención conjunta con Berlín en apoyo de Franco durante la guerra civil española y el apoyo a Alemania en sus expansiones territoriales de sus fronteras. El objetivo de Mussolini era apoyarse en Alemania para expandirse por el Mediterráneo, transformándolo en un Mare Nostrum fascista como un resurgimiento del imperio romano.
La República de Weimar durante los años 20
La derrota de Alemania en la Gran Guerra había dado origen a la creación de una república democrática establecida en 1919 con capital en la pequeña ciudad de Weimar, sustituyendo el régimen monárquico que gobernaba el país desde la unificación de los estados alemanes en 1871. A pesar de todo, la República de Weimar pareció consolidarse durante el decenio de los años 20 sobre la base del acuerdo político de los partidos de izquierda y centro. Sin embargo, pese a sus éxitos en la estabilización económica y en la restauración del prestigio exterior alemán, la República de Weimar tuvo que hacer frente a un doble desafío latente: por la izquierda, la agitación revolucionaria; por la derecha, la agitación nacionalista antidemocrática.