El Legado de Alejandro Magno: Del Imperio Helenístico a la Ascensión Romana

Tras su retorno, Alejandro emprende la compleja tarea de gestionar su imperio, con una política presidida por la integración de las élites iranias en el ejército y la administración. Con ese mismo objetivo organizó en Susa, en 324 a.C., una fastuosa ceremonia de boda entre miembros de la élite macedonia y princesas iranias. Esta política de integración y su intención de licenciar a los veteranos de su ejército provocó malestar entre los macedonios, produciéndose la revuelta de Opis (cerca de Babilonia), reprimida con una mezcla de dureza con los cabecillas y paternalismo con sus tropas, a las que perdonó.
Mientras preparaba nuevos proyectos de conquistas, en Arabia y, al parecer, incluso hasta el extremo occidente, la muerte le sorprendió en Babilonia, en 323 a.C. Su desaparición abre un nuevo período histórico: el helenismo. El término fue acuñado por el historiador alemán Gustav Droysen (1843) para definir el periodo que se extiende entre la muerte de Alejandro y el dominio de Roma (Batalla de Actium, 31 a.C.).
Una valoración global de la gesta de Alejandro permite identificar en la habilidad diplomática, la política de pactos con los indígenas y en el innegable genio militar las claves del éxito y rapidez de sus conquistas. El macedonio, consciente de la inferioridad numérica de sus tropas, pronto adoptó la política de presentarse como libertador de los pueblos sometidos por los persas que, excepto en el núcleo del imperio aqueménida, representaban a los impopulares administradores extranjeros. Alejandro mantuvo básicamente el mismo aparato administrativo del Imperio persa, pero encargó la dirección de su funcionamiento a griegos y macedonios o bien a indígenas fieles a su persona. A su vez, como hemos visto, estimuló y favoreció la integración de sus tropas en tierras iranias promoviendo matrimonios masivos con mujeres indígenas, y él mismo desposó primero a Roxana, hija de un jefe bactriano, y después a una hija de Darío.
El monarca promueve la fundación de numerosas ciudades (muchas con el nombre de Alejandría), con el propósito de asentar a los soldados licenciados, consolidar los territorios anexionados y establecer redes de comercio.
La personalidad de Alejandro ha sido objeto de infinidad de análisis y valoraciones, que han tenido que adentrarse en las nutridas tradiciones que, tras su muerte, mitificaron al personaje. Su innegable genio militar, su personalidad polifacética y sus motivos para liderar una expedición de conquista al extremo del mundo siguen despertando la fascinación tanto de especialistas como del gran público

Los Reinos Helenísticos

Tras la muerte de Alejandro se abre un periodo conocido como la época de los diádocos, los “sucesores”, que abarca unos 50 años y que se caracteriza por las luchas de poder y los enfrentamiento entre los antiguos generales de Alejandro. Antípatro, Ptolomeo, Antígono, Lisímaco, o Pérdicas pugnan por suceder a Alejandro en el control del imperio o, como finalmente sucedió, por establecer espacios de poder independientes.
Hasta la batalla de Ipsos (301 a.C.) aún se mantuvo la idea de la unidad del imperio, en medio de continuas guerras. Desde esa fecha el proceso de disgregación del imperio de Alejandro se fue acelerando hasta acabar con su proyecto de “imperio universal”. Hacia 275 a.C., la herencia territorial de Alejandro aparece dividida en los siguientes reinos dinásticos, cuyas fronteras variarán con el tiempo:
  • Ptolomeo I Lágida funda la dinastía de los Lágidas o Ptolemaica, que gobierna sobre Egipto, algunas islas del Egeo y el sur de Siria.
  • Seleuco I funda la de los Seléucidas, que controlan las antiguas satrapías asiáticas, pero pronto pierden Capadocia, Bactriana, Partia y las regiones orientales, al tiempo que las luchas intestinas y las presiones exteriores dan origen a nuevos reinos.
  • Antígono I encabeza la de los Antigónidas, cuyo poder se extiende sobre Macedonia y parte de Grecia.
  • Hacia 260 a.C., se crea, en la parte occidental del territorio seléucida, el reino de Pérgamo, gobernado por los Atálidas.
  • Al norte de la península Balcánica, la región del Epiro alcanza un desarrollo importante bajo el rey Pirro, cuyas ambiciones territoriales en Italia se verán truncadas por su derrota frente a las legiones romanas.
La expansión imperialista de la República Romana absorberá progresivamente a los diferentes reinos helenísticos, hasta que en el año 31 a.C., la derrota de la última reina lágida, Cleopatra VII, frente a Octavio, cierra, de forma simbólica, el período helenístico. Estudiaremos a continuación, más detenidamente, los tres principales estados helenísticos.

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