El liberalismo y la revolución burguesa en España

Liberalismo

Corriente política social y económica surgida en el siglo XVIII en Europa, oposición al régimen anterior. Servirá de base ideológica a las revoluciones burguesas del siglo XIX. Será la ideología que configurará la mayoría del mundo occidental en los siglos XIX y XX. En política destacan pensadores como Rousseau, Montesquieu, Locke, soberanía nacional, separación de poderes, derecho a sufragio, reconocimiento de derechos y libertades individuales, elaboración de constituciones. El liberalismo económico será expuesto por Adam Smith en ‘Ensayo sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones’ (fin del siglo XVIII) y ampliado por otros como David Ricardo en el siglo XIX: la prosperidad general se logra mediante el enriquecimiento individual. El estado no debe intervenir en la economía. El mercado se regula a sí mismo mediante la ley de la oferta y la demanda. La competencia entre productores estimula la renovación técnica y el progreso de la producción. Deben suprimirse todos los controles de propiedad, precios y normas sobre la producción artesanal. Defiende la propiedad privada plena y libre, rechaza los bienes vinculados y comunales, aspira a la libertad de comercio e industria, de contratación y a la fiscalidad común. En la sociedad estamental del Antiguo Régimen, se basa en la riqueza de la persona. No se rechaza la religión, pero se le limita el poder y florece el anticlericalismo.

La revolución liberal burguesa en España

Se inicia en España con las Cortes de Cádiz y toda su legislación (decretos + Constitución de 1812). Los diputados pertenecían a 3 grupos: liberales – cambios radicales y cortes con toda la soberanía, jovellanistas – reformas más moderadas, cortes estamentales y soberanía compartida entre el rey y las cortes, absolutistas – enemigos de las reformas, soberanía real. La mayoría liberal se impuso y la ideología liberal prevaleció. La Constitución de 1812 será su símbolo.

Reinado de Fernando VII

Contexto favorable al absolutismo (Europa de la Restauración). Se da lucha entre liberales y absolutistas, respaldados por el rey. Primera etapa 1814-1820: Fernando VII anula los decretos y la constitución y reina como monarca absoluto, reprimiendo a los liberales encarcelándolos o forzándolos al exilio en Francia o Inglaterra. Los liberales recurren al pronunciamiento militar como forma de acceder al poder. Segunda etapa 1820-1823: en 1820 triunfa el pronunciamiento militar de Riego. Vuelven a implantarse reformas liberales y Fernando VII se ve obligado a firmar la Constitución de 1812. El liberalismo se divide en moderados (menos radicales y dispuestos a pactar con el rey) y exaltados (más radicales). Aparecen las sociedades patrióticas relacionadas con los liberales exaltados y que serán germen de los futuros partidos políticos. Fernando VII pide ayuda a la Santa Alianza para restablecer de nuevo el absolutismo. Tercera etapa 1823-1833: se persigue de nuevo a los liberales, que también intentan pronunciamientos militares que fracasan. Al nacer su hija Isabel, Fernando VII se acerca a los liberales que defendían el ascenso de ella al trono, ya que los absolutistas eran partidarios de su hermano Carlos María Isidro.

Regencia de María Cristina

1833-1840. Se consolida la revolución liberal, pero se da el enfrentamiento con los carlistas. El carlismo es una corriente política que surge en la última etapa del reinado de Fernando VII, cuando los absolutistas más reaccionarios se agrupan en el llamado partido apostólico. Sus principios son el absolutismo monárquico, la restauración del poder de la iglesia y de un catolicismo excluyente, la idealización del medio rural y la defensa de instituciones y fueros tradicionales de vascos, navarros y catalanes. Sus lemas son Dios, patria, rey y fueros.

Los carlistas cuentan con el apoyo de la nobleza rural, miembros ultraconservadores de la administración y el ejército, bajo clero, campesinado pobre y parte del artesanado. La primera guerra carlista fue la más violenta y dramática. Los primeros levantamientos ocurren pocos días después de la muerte de Fernando VII y son sofocados rápidamente, excepto en el medio rural de las Vascongadas, Levante, Aragón y Navarra. Las potencias absolutistas (Austria, Rusia, Prusia) y el Papa apoyaron a los carlistas, mientras que la Cuádruple Alianza (Inglaterra, Portugal, Francia) apoyó a Isabel II.

La primera fase de la guerra se desarrolla en el País Vasco y Navarra. Los carlistas, al mando de Zumalacárregui, tienen éxitos con la guerra de guerrillas y defensiva. Pero al morir Zumalacárregui, pierden la iniciativa. En la segunda fase, los carlistas cambian de estrategia y organizan expediciones fuera de su zona, llegando a Madrid y Cádiz. A pesar de tener algún éxito, no tienen los recursos para ganar la guerra. El carlismo entonces se divide en ultras y transaccionistas, que buscan una salida pactada y acaban imponiéndose. En 1839 se firma el Convenio de Vergara entre el carlista Maroto y el isabelino Espartero, que negocia el mantenimiento de los fueros en las provincias vascas y Navarra y la integración de la oficialidad del ejército carlista en el ejército real.

Reinado de Isabel II

Se consolida el liberalismo moderado. El liberalismo conservador, al servicio de la oligarquía, queda plasmado en la Constitución de 1845. El liberalismo moderado pretende consolidar la estructura del nuevo estado liberal bajo los principios de centralismo, uniformidad y jerarquización. Durante el reinado de Isabel II se llevan a cabo reformas como la creación de la Guardia Civil, la reforma de la hacienda, un nuevo código penal y la reorganización de la administración. Se firma el concordato de 1851, que mejora las relaciones con la iglesia. La educación pasa a manos del estado. Durante la etapa de gobierno progresista (1854-1856) se realiza una intensa labor legislativa con el objetivo de impulsar el crecimiento económico e industrialización del país: ley de ferrocarriles, de bancos y sociedades de crédito, de desamortización de Madoz. Se crean dos nuevos partidos: Unión Liberal (escisión de los moderados) y Partido Demócrata (escisión de los progresistas). Posteriormente, de un grupo de demócratas surge el republicanismo, que será importante en el Sexenio Revolucionario.

Existen problemas que dificultan la consolidación de un sistema político representativo, ya que el cambio de partido en el gobierno no será resultado de elecciones, sino de un pronunciamiento militar o una revuelta popular. Además, el sufragio censitario y la manipulación de las elecciones dejan el sistema político en manos de una minoría de propietarios y de las distintas camarillas políticas. La oposición al liberalismo durante el reinado de Isabel II viene dada por la oposición de los carlistas (Segunda Guerra Carlista, guerra del Matiners).

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