El nazismo en el poder
La destrucción de la República de Weimar
Al asumir el cargo, Hitler se desentendió de los acuerdos firmados con sus socios de coalición y persuadió al presidente Hindenburg para convocar elecciones en marzo de 1933. La campaña se llevó a cabo en un ambiente de violencia extrema ejercida por la SA y las SS sobre la izquierda. En febrero se produjo el incendio del Reichstag, acto del que se acusó a un militante comunista que había sido obra de los nazis para declarar el estado de emergencia y suspender los derechos democráticos. En esas condiciones se celebraron las elecciones donde los nazis se hicieron con el control del parlamento y aprobaron la ley de plenos poderes. Para ello, en abril de 1933, la Gestapo (policía política) que junto con las SA y las SS impusieron un sistema de control y represión política y social. La represión alcanzó incluso las filas del partido nazi con la noche de los cuchillos largos, donde entre junio y julio de 1934 se perpetró, por orden de Hitler, el asesinato de los principales dirigentes de las SA. El poder nazi se hizo incontestable, la esvástica fue elegida como símbolo de la nueva era. Finalmente, tras la muerte del presidente Hindenburg, Hitler asumió el poder y fue reconocido como Führer como representación del pueblo alemán y su destino. Su nuevo líder encarnaba los valores e intereses de la nación: . Había nacido el Tercer Reich.
Las políticas nazis
Una vez en el poder, los nazis pusieron en marcha medidas que respondían a su programa político, tanto en lo referido a la autarquía económica como en la revisión del Tratado de Versalles y a su profundo antisemitismo.
- La autarquía. Para el nazismo, toda nación era enemiga, así que la autosuficiencia era la forma de garantizar la independencia nacional. La política de rearme sirvió para reactivar la economía, sobre todo la gran industria, por lo que Hitler se ganó el apoyo de los industriales alemanes y, con la disminución del paro, de buena parte de la sociedad alemana, incluida la clase trabajadora.
- La expansión territorial. Alemania era un pueblo elegido que precisaba su espacio vital, de modo que el objetivo del nazismo era conseguir por todos los medios la integración de los territorios poblados por alemanes en un gran estado que dispondría de los recursos de otros pueblos considerados inferiores.
- El racismo y el antisemitismo. El antisemitismo y el racismo funcionaron como un vehículo de agitación social. Un elemento esencial de la doctrina recogida en Mi lucha era el odio a los judíos, a los que Hitler consideraba enemigos de la nación alemana y responsables de su derrota en la Gran Guerra. Basado en viejos tópicos y en el pensamiento racista del siglo XIX, el antisemitismo nazi fue su política de exterminio. En consecuencia, una vez en el poder, el nazismo diseñó un sistema de segregación racial:
- Persecución legal. En 1936 se aprobaron las Leyes de Nuremberg, que excluían de la sociedad a los judíos. Se les prohibieron los matrimonios con alemanes, el ejército profesional, el trabajo en la Administración, el comercio y la educación. Además, se los despojó de sus propiedades, que luego serían compradas a precios irrisorios por los alemanes cómplices del régimen.
- Persecución física. Las agresiones contra los judíos fueron en aumento, y tuvieron su momento culminante en la Noche de los Cristales Rotos en 1938, en la que miles de comercios judíos y sinagogas fueron asaltados.
- Exterminio. Los judíos ya eran trasladados a campos de trabajo o de concentración antes de la guerra, pero estas prácticas se recrudecieron a partir de 1942 con ejecuciones en masa de esta minoría étnica.
La Segunda Guerra Mundial
1. Las causas de la guerra
La crisis económica
La depresión que se extendió tras la crisis económica de 1929 impulsó a los estados hacia el proteccionismo y hacia la supresión de políticas de ayuda mutua entre países. Las economías totalitarias sustentaron su actividad económica en la industria armamentística y en el establecimiento de una economía planificada. Además, el deterioro de las condiciones económicas llevó a una tensión social que provocó una creciente radicalización política.
El desafío totalitario
Los estados llevaron a cabo una política agresiva negando los acuerdos firmados en la Primera Guerra Mundial y respondiendo a sus propios intereses. En Alemania, tras el ascenso de Hitler al poder, el primer punto de la política exterior fue la negación del Tratado de Versalles y la creación de una gran Alemania que incluyera a todos los territorios con población alemana. En vísperas de la Segunda Guerra Mundial, el rearme se había completado, las fronteras habían sido militarizadas y se integraron nuevos territorios al Tercer Reich. En Italia, con Mussolini al mando, pretendía controlar todo el Mediterráneo y, por otra parte, completó sus aspiraciones territoriales en el interior de África cuando concluyó la conquista de Etiopía en 1936. En Japón, las propuestas del panasiatismo se tradujeron en una política imperialista que pretendía convertir al país en la gran potencia de la región. El dominio de Asia y el Océano Pacífico eran una prioridad para el emperador Hirohito. Los propósitos japoneses chocaban con los intereses de China y, sobre todo, con los de Estados Unidos. En la Unión Soviética, la economía planificada de Stalin no había sufrido el impacto de la crisis económica y los planes quinquenales habían servido para modernizar su industria y su ejército. Stalin temía un ataque alemán, pero no confiaba en las democracias occidentales a las que consideraba débiles y contrarias al comunismo, por ello intentó influir en los países democráticos mediante el establecimiento de políticas de unidad antifascista y promovió la creación de frentes populares.
La debilidad de las democracias
- La fragilidad de la Sociedad de Naciones: el organismo internacional creado para resolver conflictos se mostró incapaz de frenar la deriva agresiva de las potencias totalitarias.
- La actitud de los regímenes parlamentarios: tanto Reino Unido como Francia desplegaron una política de apaciguamiento debido a dos puntos:
- El electoralismo en el que la opinión pública era contraria a una guerra por las consecuencias de la anterior, por ello, los gobiernos temían un castigo electoral si mostraban una posición beligerante ante los totalitarismos.
- La contención del comunismo, en el que las clases medias europeas consideraron a los regímenes fascistas un mal menor ante el riesgo revolucionario.
- El aislamiento estadounidense: el balance que hacía por entonces Estados Unidos de su participación en los problemas europeos era negativo y temía las consecuencias de una nueva guerra. De hecho, su estrategia llevaba varias décadas dedicada a la defensa de sus intereses y a proclamar cierto aislamiento respecto a los asuntos europeos. La crisis económica de 1929 encaminó sus políticas a resolver sus problemas internos, a desarrollar un nuevo modelo económico nacional y a asegurarse del control del continente americano.