La guerra civil había supuesto una verdadera tragedia para un país que había sufrido anteriormente una guerra mundial y una revolución. Los efectos perniciosos del comunismo de guerra agravaron aún más el costo humano y económico para el nuevo estado comunista. Esta terrible situación interna se inscribía en un contexto internacional decepcionante para los bolcheviques. Lenin y sus seguidores habían siempre considerado que la revolución en Rusia solo se salvaría si se extendía a los países más desarrollados de Europa. Sin embargo, sus sueños de una revolución mundial se desvanecieron pronto. El fracaso de los espartaquistas en Alemania y de los comunistas de Bela Kun en Hungría hicieron evidente en 1919 que la revolución soviética rusa debía seguir su camino por sí misma sin aliados externos. La crisis agrícola de 1921 alcanzó tal intensidad que puso en peligro el apoyo de los trabajadores industriales y los habitantes de las ciudades al bolchevismo. Un sector del campesinado ya venía manifestando su oposición a un modelo económico de excepción que les ofrecía poco o nada a cambio de sus productos. Las respuestas de los dirigentes soviéticos consistieron en una marcha atrás a favor de la economía de mercado y de la propiedad privada. En marzo de 1921 se inició la Nueva Política Económica (NEP). Las nuevas directrices económicas autorizaban a los campesinos a vender su producción a particulares o a organismos estatales. Se permitió también el comercio privado en general al por menor. El comercio exterior se recuperó aunque nunca volvería a alcanzar los niveles de preguerra. Por su parte, la reducción del gasto estatal y el aumento de los impuestos también contribuyeron a la estabilización de los precios. Las empresas industriales de mayores dimensiones permanecieron en poder del estado, pero sus directivos fueron alentados a gestionarlas siguiendo algunos criterios clásicos del capitalismo, esto es, sin descuidar la eficiencia económica. Los mecanismos mediante los cuales se efectuaba la producción, el intercambio y la distribución presentaban importantes novedades. La sociedad era más igualitaria. El emprendedor grande o pequeño, individual o colectivo, había visto reducirse sus posibilidades de influir en las actividades económicas y de beneficiarse de ellas. El estado contaba con mayor poder en los ámbitos políticos y económicos. La economía había disminuido su apertura al exterior (menos comercio y ninguna inversión extranjera). En esas condiciones, la industrialización debería transcurrir por vías no transitadas con anterioridad.
La sucesión de Lenin
Uno de los grandes problemas de cualquier dictadura es cómo regular la sucesión en el poder. Lenin era la única persona cuya autoridad era unánimemente aceptada en la dirección comunista. Tras su muerte, Lev Trotsky y Iósif Stalin, dos candidatos bien diferentes, se enfrentaron por el control del partido comunista y del estado soviético. Trotsky era un magnífico orador, un importante intelectual y un enérgico organizador que había conseguido que el ejército rojo saliera victorioso en la guerra civil. Stalin era georgiano y su oratoria en ruso, su segunda lengua, no era especialmente brillante. Sin embargo, siempre había sido fiel a Lenin y desde 1917 se había dedicado al trabajo organizativo en el partido. En 1922, el diario oficial del partido Pravda (verdad) publicó una breve noticia anunciando el nombramiento de Stalin como secretario general del partido comunista. Ese cargo, en principio anodino y burocrático, se convirtió en el centro del poder en la Unión Soviética hasta su disolución en 1991. Al morir Lenin, Stalin empezó a construir una verdadera religión secular: el leninismo. El mejor ejemplo del nuevo culto a Lenin fue el que la ciudad de San Petersburgo o Petrogrado cambiara su nombre a Leningrado, la ciudad de Lenin. Apoyándose en ese vínculo con el pasado, Stalin venció fácilmente en su pugna con Trotsky. Era mejor organizador, más hábil en manipular la opinión y, sobre todo, contó con el pleno apoyo del aparato del partido. Trotsky, que había sido privado de sus cargos políticos y militares en 1925, fue finalmente expulsado de la Unión Soviética en 1929. Para esa fecha, Stalin había establecido su dictadura.
La dictadura de Stalin
Puso a prueba la resistencia del tejido social de la Unión Soviética. Asentado en su control del aparato del partido comunista, lanzó al país a un proceso acelerado de industrialización y a la colectivización forzosa de la agricultura. Los sacrificios por los que tuvo que pasar la población solo pudieron imponerse mediante el establecimiento de una brutal dictadura totalitaria en la que todo tipo de oposición fue eliminado. La batalla política entre Stalin y Trotsky se había centrado en dos puntos clave: a) la vigencia de la Nueva Política Económica y b) la posibilidad de que el experimento soviético triunfara sin que la revolución se extendiera a los países europeos más desarrollados. Para Trotsky, la NEP había significado un paso atrás en la construcción del socialismo. Mientras tanto, Stalin se había alineado con los dirigentes más moderados del partido y había defendido la Nueva Política Económica lanzada por Lenin en 1921. Tras expulsar a Trotsky del partido en 1927, Stalin cambió abruptamente de bando: la NEP estaba superada y había que avanzar a marchas forzadas hacia una sociedad comunista industrializada. Alejándose de las teorías troskistas de la necesidad de la evolución mundial, Stalin proclamó la posibilidad de construir el socialismo en un solo país. Toda la maquinaria del estado y todo el pueblo soviético tuvieron que someterse a ese objetivo.
Los planes quinquenales
Para los dirigentes comunistas, influenciados por el pensamiento marxista, la industrialización revestía la mayor importancia. Pero resultaba que la economía soviética seguía siendo mayoritariamente agrícola, campesina y rural. En 1927-1928, una profunda crisis agrícola fue aprovechada por Stalin para poner fin a la NEP, ya que según el sector dominante del partido bolchevique, no permitía el avance de la industrialización con la rapidez deseada. Se iniciaba así una nueva fase de la historia económica de la URSS: la industrialización acelerada mediante la planificación central. El giro de la política económica soviética se plasmó en la elaboración del primer plan quinquenal (1928-1932). El plan establecía las prioridades económicas del estado, a cuya consecución se sometían las decisiones de empresas e individuos. La prioridad máxima fue el rápido crecimiento de la industria productora de bienes de producción (carbón, petróleo, hidroelectricidad, hierro, acero, etc.). Este objetivo se basó en una pieza clave: la colectivización forzada de las explotaciones agrarias. Mediante la violencia, la propiedad privada desapareció del sector agrario soviético y fue sustituida por grandes granjas estatales. La colectivización forzosa vino acompañada del internamiento en campos de trabajo y del exilio interior de millones de personas. Fallecieron millones de ciudadanos soviéticos. El crecimiento de la industria pesada resultó sin embargo muy rápido. Mucho menos brillantes fueron los resultados de la industria de bienes de consumo duradero (vivienda) o no (calzado, vestido, etc.). El desequilibrio entre la industria pesada y la ligera y el sector agrario era coherente. El consumo per cápita de la población soviética era especialmente, en el caso del campesinado, todavía menor en 1940 que en 1928. Se favorecía así el avance acelerado de una industrialización volcada en la producción de bienes de producción y armamento. Los negativos efectos de ese modelo de crecimiento económico sobre el bienestar de la población fueron compensados con el argumento del gasto social: educación, sanidad, etc. El segundo plan quinquenal (1933-1937) estableció objetivos más realistas. En 1935 se abolieron las cartillas de racionamiento. El empeoramiento del clima político internacional se tradujo en una gran expansión de la industria armamentística. Las purgas de Stalin afectaron a buena parte de los cuadros económicos y directivos empresariales. A la finalización del segundo plan quinquenal, unos 2.7 millones de personas se encontraban en los diferentes campos de trabajo forzado bajo control del Gulag.
El estalinismo: una dictadura totalitaria
Stalin no hubiera podido nunca llevar a la práctica un programa económico sin mantener un control férreo de la sociedad y el estado soviético. Desde un principio, su política se basó en la aplicación del terror generalizado contra todos sus reales o supuestos enemigos. Una característica específica del estalinismo es la importancia de la represión dentro del propio partido comunista. El partido se convirtió en un instrumento absolutamente dócil a la voluntad del dictador mediante una serie de purgas que acabaron con cualquier tipo de oposición al líder. ¿Por qué tuvieron lugar esas oleadas de terror arbitrario sobre el propio partido comunista? El poder en la URSS residía en el partido comunista y este partido estaba organizado jerárquica y verticalmente. Las grandes purgas, también conocidas como los procesos de Moscú, se iniciaron en 1934. En los años siguientes, una ola de terror barrió la URSS. El mundo asistió atónito al espectáculo de una serie de juicios-farsa en los que muchos viejos dirigentes bolcheviques confesaban los peores crímenes. Tras ser drogados, torturados e intimidados, los miembros de la vieja guardia bolchevique confesaban que llevaban años conspirando contra la revolución. En 1939, el setenta por ciento de los miembros del comité central del partido habían sido purgados. El noventa por ciento de los generales fueron ejecutados. Stalin destruyó una gran parte de la dirección del partido. La represión no afectó solo a los miembros del partido. La sociedad soviética sufrió las consecuencias de la dictadura. El año 1937 se convirtió en un siniestro símbolo del sistema de terror estalinista. En la purga de 1937-1938, más de un millón setecientas mil personas fueron arrestadas. Se calcula que más de 700.000 soviéticos fueron ejecutados. En la URSS se instituyó un verdadero culto a la personalidad del líder.