EL PRIMER FRANQUISMO
1.- FUNDAMENTOS IDEOLÓGICOS Y EVOLUCIÓN POLÍTICA
1.1.- La dictadura del general Franco: los fundamentos ideológicos
Las características políticas del franquismo se identifican lógicamente con las propias ideas de su Caudillo. Este no fue nunca un hombre preocupado por la política, más bien era un pragmático que fue adaptándose a las necesidades de cada etapa que vivió su régimen. No obstante fue fiel a una serie de principios: el orden y la autoridad, el catolicismo inherente a la forma de ser de España, la patria entendida como algo que le pertenecía a él y a quienes pensaban como él. Aquellos que no aceptaban tales principios eran juzgados enemigos. Consideraba la pluralidad de ideas como perniciosa, lo mismo que la democracia, los partidos políticos o las libertades civiles. En estos conceptos hallaba las causas de las profundas divisiones de la España anterior, que habían llevado, según él, al país a la desintegración.
Hablar del régimen político implica hacer una referencia a las bases sociales y políticas del Franquismo, pues bajo una apariencia de monolitismo encontramos en ellas una diversidad que sólo tenían en común la aceptación de la figura del dictador. Así, apoyaban a Franco, el Ejército, la Falange, la Iglesia Católica, los monárquicos divididos en carlistas y donjuanistas, los denominados tecnócratas, que hicieron su aparición en la década de los sesenta, y por último estarían los franquistas puros o integrales, cuya seña de identidad más clara era la «adhesión incondicional» a la figura del Caudillo. El representante más claro de este grupo fue el almirante Carrero Blanco.
1.2.- La política exterior
En los meses que mediaron entre el final de la Guerra Civil y el comienzo de la confrontación europea, se evidenció la inclinación internacional del nuevo régimen hacia las potencias fascistas: firma de un tratado de amistad con la Alemania nazi, abandono de la Sociedad de Naciones siguiendo el ejemplo de aquéllas y adhesión al pacto antikomintern. Sin embargo, la actitud de Franco fue cambiando a lo largo del conflicto. En los primeros momentos de la guerra, y ante las victorias fascistas, el Caudillo cambió el estatuto de “neutralidad” por el de “no-beligerancia”, que permitía no participar directamente en la conflagración mundial, pero sí mantener una postura de amistad y colaboración con el Eje. Además, envió la División Azul para luchar contra el comunismo. Pero en 1943, ante las derrotas alemanas e italianas en Stalingrado, en el norte de África, la invasión de Italia por los aliados, y el derrocamiento de Mussolini, Franco abandonó la no-beligerancia, retornando a la estricta neutralidad, ante la evidencia de la inmediata derrota alemana, y con vistas a un intento de preservarse de las consecuencias.
A pesar de su alejamiento del nazismo desde 1943, tras la guerra, la opinión pública mundial no dudaba en condenar a su régimen por similitud con los derrocados en toda Europa. Así, la candidatura española de integración a la ONU fue rechazada en 1945. La precaria situación comenzó a cambiar a partir de 1950. Una nueva coyuntura exterior favoreció al franquismo: la Guerra Fría. El anticomunismo se impuso en todo el mundo occidental y Franco pudo presentarse como un adelantado de la lucha contra la URSS. Lentamente, la mayoría de los Estados normalizaron sus relaciones con Madrid. El año de los éxitos internacionales del franquismo fue 1953, gracias al Concordato con la Santa Sede y los Acuerdos con los EEUU. El Concordato daba forma jurídica a las íntimas relaciones entre ambas partes, y con él, Franco conseguía un éxito diplomático que rompía el aislamiento impuesto desde 1945. Mayor importancia política tuvieron los Acuerdos con los EEUU. Los Acuerdos de 1953 tenían un carácter militar y económico. Los EEUU obtenían el uso de cuatro bases durante diez años prorrogables a cambio de una sustanciosa ayuda económica. A partir de entonces, España fue normalizando su situación exterior, lo que culminó en 1955 con la entrada en la ONU. La apertura al exterior fue también económica: concesión de créditos, ampliación del comercio, emigración, turismo, etc.
1.3.- La política interior
La política interior de este período se basó en dos postulados fundamentales: el desmembramiento de la legislación de la Segunda República y una dura represión contra la oposición. La Constitución de 1931 fue abolida, al igual que las libertades individuales. Los partidos políticos y los sindicatos fueron prohibidos, creándose en su lugar el partido y sindicato únicos: Falange Española Tradicionalista y la Central Nacional Sindicalista, supeditada a aquél. Los Estatutos de Autonomía de Cataluña y el País Vasco fueron suprimidos, dando paso a un estado férreamente centralista. Parecida persecución sufrieron las lenguas diferentes del castellano. Al mismo tiempo se reforzó el poder total del Caudillo: en 1939 era al mismo tiempo jefe del Estado, del Gobierno, de la Falange, del ejército y del poder legislativo.
Sin embargo, a partir de 1943 el sistema político español inició una serie de transformaciones que le llevarían a prescindir de muchos de sus signos de tono fascista (saludo, uniformes, himnos, declaraciones en tono “totalitario” y “antiliberal”…) y empezó a adoptar formas que resultaran menos chocantes dentro del modelo político de democracia liberal que se iba imponiendo en la Europa Occidental. Lo más importante de este cambio de imagen fue la incorporación al gobierno y a la Administración, de destacados católicos, con el objetivo de obtener del apoyo del Vaticano, y romper el aislamiento exterior. La Iglesia consiguió, además, controlar sectores básicos de la sociedad como la enseñanza y la censura. La moral tradicional católica se impuso como forma de vida social. Las leyes que permitieron esta transformación fueron:
- La Ley de Cortes (1942), que reinstauró este organismo, aunque sólo dotado de poderes de deliberación y asesoramiento.
- El Fuero de los Españoles (1943), una Declaración de Principios que aceptaba una serie de derechos individuales característicos de los sistemas políticos liberales.
- La Ley de Referéndum (1945), que establecía un método de votación directa de todos los españoles para aprobar algún texto de ley considerado de excepcional importancia.
- La Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado (1947). En ella se define la forma que deberá revestir el Estado español después de la muerte de Franco, que será la monarquía.
En cuanto a la dinámica interna del franquismo, el hecho más significativo de estos años fue la formación del gobierno de 1957. En él descollaron dos personajes que serían básicos hasta casi el final del régimen: el almirante Carrero Blanco, y el miembro del Opus Dei, Laureano López Rodó. Alrededor de ellos se formó un grupo de altos cargos, llamados tecnócratas, miembros muchos de ellos del Opus Dei, con los que se inició una nueva etapa del franquismo, caracterizada por el crecimiento económico. A pesar de ello, la ausencia de cambios en los ideales de la dictadura quedó de nuevo de manifiesto en la Ley de Principios del Movimiento Nacional de 1958, donde se repetían las ideas básicas de 1939.