Fundamentos Ideológicos del Régimen Franquista
El régimen franquista fue un movimiento antidemocrático y anticomunista, nacido tras una guerra civil, singularidad que le distingue de los casos italiano, alemán o portugués. Sus señas de identidad se centraban en el nacionalismo español y la tradición ultracatólica. Creían que la religión católica había forjado la unidad nacional española. La defensa de esta unidad nacional implicaba borrar todo rasgo de identidad política, ideológica o cultural que cuestionase esa visión unitaria de España, como podían ser la lengua y la cultura vasca o catalana.
Se adoptó un modelo filofascista por un criterio de oportunidad para consolidar el poder del General Franco, en la denominada “fascistización del régimen” durante los primeros años. Esto incluyó la creación de un Partido Único (Falange Española Tradicionalista y de las JONS), la promulgación del Fuero del Trabajo y la construcción de un líder carismático: el “Caudillo”.
Hasta 1945, los elementos fascistas del régimen no fueron meramente superficiales. El régimen se identificaba con los totalitarismos de Italia y Alemania, compartiendo elementos comunes:
- Creación de un partido único que intentaba ocupar todas las instancias del poder.
- Recurso permanente a la violencia para acabar con la oposición y marginar a los disidentes.
- Control absoluto de los medios de comunicación para una propaganda constante de los principios y proyectos del nuevo régimen.
- Movilización de sectores de la población para encuadrarlos en el régimen y adoctrinarlos en los nuevos valores.
- Concentración de poderes en el General Franco: Jefe del Estado, durante muchos años Presidente del Gobierno, Generalísimo de los Ejércitos y Jefe Nacional del Partido Único.
Sin embargo, existían aspectos que distinguían al régimen franquista del fascista italiano o del nazi alemán:
- El papel fundamental del Ejército, vencedor de la guerra y defensor a ultranza de las esencias del régimen.
- La propia debilidad del Partido Único, instrumento destinado a organizar a los partidarios de la dictadura y a encuadrar a sus bases sociales de apoyo, pero subordinado al dictador y al ejército.
- El papel crucial de la Iglesia católica como institución legitimadora del nuevo Estado, especialmente hasta el Concilio Vaticano II. La guerra civil fue entendida como una “Cruzada”, y la persecución religiosa en territorio republicano convirtió a la Iglesia católica española en “mártir” de la causa franquista. El triunfo de los sublevados brindó la oportunidad de restablecer un Estado nacional-católico.
Principales Etapas de la Guerra Civil Española (1936-1939)
Julio 1936 – Primavera de 1937: Avance sublevado y defensa de Madrid
Los sublevados consiguieron el control de aproximadamente la mitad del país. El paso del Estrecho de Gibraltar, con ayuda alemana e italiana, les permitió ocupar gran parte de Andalucía y Extremadura. El objetivo principal era la toma de Madrid, capital y símbolo del poder republicano. En septiembre, Franco, convertido en jefe del ejército del Sur, decidió desviarse para ocupar Toledo y liberar el Alcázar. A finales de octubre, se encontraba a las puertas de Madrid. En noviembre, el Gobierno republicano se trasladó a Valencia, y la defensa de la capital quedó en manos del comandante Vicente Rojo. La resistencia de la capital se prolongó hasta diciembre de 1936, fracasando la iniciativa de los sublevados.
Primavera 1937 – Otoño 1937: La Campaña del Norte
Ante las dificultades para tomar Madrid, Franco decidió abandonar el ataque directo a la capital y concentrar sus efectivos en la zona Norte (Asturias, Cantabria y País Vasco), que había quedado mayoritariamente en manos republicanas. En abril se produjo el bombardeo de Guernica. En junio se ocupó Bilbao, en agosto Santander, y dos meses después, Asturias cayó completamente.
Noviembre 1937 – Junio 1938: La Batalla de Teruel y la llegada al Mediterráneo
A finales de 1937, los mandos republicanos todavía confiaban en ganar la guerra y desencadenaron nuevas ofensivas. La más importante tuvo lugar en Teruel, llevando a la ocupación republicana de la ciudad. En febrero de 1938, el ejército de Franco retomó Teruel y desencadenó la campaña de Aragón, atravesando el Maestrazgo hasta llegar al Mediterráneo en abril. Así, el territorio republicano quedó dividido en dos zonas, aislando Cataluña del resto.
Julio 1938 – Febrero 1939: La Batalla del Ebro y la Ocupación de Cataluña
El avance de las tropas franquistas se detuvo cuando el ejército republicano lanzó un ataque sobre el río Ebro en Tarragona. La Batalla del Ebro comenzó en julio. Franco consiguió detener el ataque y avanzar, ocupando el sur de Tarragona y la desembocadura del Ebro. En noviembre, la Batalla del Ebro se dio por terminada, y Franco decidió la ofensiva final sobre Cataluña. En enero de 1939, sus tropas entraron en Barcelona, provocando una marea de exiliados hacia la frontera francesa.
Febrero – Abril de 1939: El Fin de la Guerra
En febrero de 1939, a la República solo le quedaba la llamada zona centro-sur. Negrín, Presidente del Gobierno republicano, hizo un último esfuerzo por resistir. Sin embargo, en marzo se sublevó en Madrid el Coronel Casado, responsable de la defensa de la capital, quien era partidario de capitular ante Franco. Con el apoyo de algunos socialistas y parte de la UGT, intentó negociar infructuosamente una “paz honrosa”. Franco, en cambio, solo aceptaba una rendición incondicional. En marzo, las tropas franquistas entraron en Madrid sin resistencia. En los días posteriores se ocuparon Albacete, Alicante y Valencia. El 1 de abril de 1939, desde Burgos, Franco dio por finalizada la guerra civil.
Principales Sectores y Movimientos de Oposición al Franquismo a partir de 1960
Desde la década de los sesenta, el régimen franquista tuvo que hacer frente a sectores sociales que manifestaban públicamente su cuestionamiento de los fundamentos del franquismo.
Oposición Universitaria
El primer frente de preocupación para el franquismo surgió en el ámbito universitario ya en 1956 y 1957. Fracasaron las tentativas de crear cauces para la participación de los universitarios dentro del organigrama del régimen, como la sustitución del sindicato estudiantil oficial (SEU). Tampoco tuvieron éxito las políticas de reforma universitaria en los años setenta. En estos últimos años del franquismo, el régimen parecía aceptar la pérdida de la Universidad y concentraba sus esfuerzos en mantener el orden público dentro de los recintos universitarios.
Movimiento Obrero
La conflictividad obrera creció significativamente, reivindicando mejoras laborales pero transgrediendo la legalidad, ya que los derechos de asociación, manifestación y huelga estaban prohibidos. Entre 1960 y 1975, los conflictos laborales aumentaron considerablemente, localizándose sobre todo en Asturias, País Vasco, Barcelona y Madrid. El Gobierno reaccionaba identificando estos conflictos como un problema de orden público. Intentó encauzar esta oposición mediante el sindicato vertical (Organización Sindical Española – OSE), pero la tentativa de “integrar” al activismo obrero se saldó con la progresiva ocupación de cargos electivos por militantes antifranquistas, en especial de Comisiones Obreras (CCOO). Las reivindicaciones obreras fueron apoyadas por organizaciones católicas de base como la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) y la Juventud Obrera Cristiana (JOC), las cuales participaron en la fundación de la Unión Sindical Obrera (USO).
Represión y Disidencia Eclesiástica
La represión fue la opción más recurrida para frenar la oposición. El marxismo y, a partir de finales de los sesenta, la organización terrorista ETA, fueron considerados por el franquismo como los verdaderos enemigos del régimen. La creación del Tribunal de Orden Público (TOP) en 1963 disminuyó por primera vez desde la guerra civil el papel de la jurisdicción militar en la represión política. La declaración recurrente del estado de excepción fue otro instrumento para la defensa de la dictadura, junto a las ejecuciones (como las de 1975), pero ninguna medida logró detener la acción opositora.
Junto a la oposición universitaria y obrera, se situó el disentimiento eclesiástico. Hasta la segunda mitad de los sesenta, las discrepancias entre el régimen y la Iglesia eran pocas, centradas en Cataluña y País Vasco, y nunca afectaron al apoyo básico de la jerarquía católica al régimen ni a su función legitimadora. A partir de los años sesenta, el Concilio Vaticano II reclamó la libertad religiosa y la separación Iglesia-Estado. La política vaticana, favorable a actitudes que cuestionaban la dictadura, puso al régimen en una situación difícil. Desde la Conferencia Episcopal, el cardenal Tarancón, con apoyo de Pablo VI, pidió a Franco que renunciase al privilegio de presentación de obispos, pero este se negó si antes no se firmaba un nuevo Concordato que sustituyese al de 1953 y en el que la Iglesia renunciase a sus privilegios. Esta negociación fracasó. La jerarquía española no quería un nuevo Concordato y solo admitía retoques parciales del vigente. El franquismo perdía así una de sus fuentes de legitimación originales: la idea de “Cruzada”.
Oposición Política Organizada
A estos frentes se añadió la oposición procedente de los partidos políticos clandestinos. El Partido Comunista de España (PCE), liderado por Santiago Carrillo, fue el partido con la organización mejor implantada. Entre la oposición política moderada destacaba la Democracia Cristiana de Joaquín Ruiz-Giménez. Además, existía la oposición política nacionalista, que incluía desde partidos históricos como Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) y el Partido Nacionalista Vasco (PNV), hasta formaciones de nueva creación como Convergència Democràtica de Catalunya (CDC).