Introducción: El Ascenso de Carlos I y la Formación del Imperio Español
La monarquía autoritaria de los Reyes Católicos marcó el inicio de la transición hacia la Edad Moderna en España. La unión de entidades con distintas personalidades se hizo más evidente con la toma de posesión de las coronas de los reinos peninsulares (Castilla y Aragón) por parte de los Austrias.
En el caso de Castilla, a la muerte de Isabel la Católica, heredó el trono su hija Juana (casada con Felipe de Borgoña). Tras la muerte de Felipe y con Juana incapacitada, el trono pasó a su hijo Carlos. A la muerte de su abuelo Fernando (enero de 1516), tanto las leyes como los testamentos reales le colocaron en una nueva posición. En Castilla, debía convertirse en el gobernador efectivo de la Corona en nombre de la reina Juana; mientras que en Aragón su situación era más complicada. Su abuelo había nombrado a su hija heredera de sus Estados, pero varios estamentos se opusieron a esta decisión alegando, principalmente, la incapacidad mental de doña Juana e incluso la existencia de otros candidatos al trono.
Ante esta situación, Carlos y sus consejeros flamencos dieron lo que muchos historiadores han considerado un verdadero golpe de estado, proclamando en la Catedral de Santa Gúdula de Bruselas (14 de marzo de 1516) a Carlos como rey de Castilla y de Aragón junto con su madre. Posteriormente, sería nombrado emperador de Alemania. También recibió la herencia de su abuela paterna, María de Borgoña, de modo que se convirtió en el monarca más poderoso de su tiempo.
Carlos llegó a la Península Ibérica rodeado de una corte de amigos, consejeros y eclesiásticos de Flandes, el más importante de ellos era el obispo Adriano de Utrecht (luego Papa como Adriano VI), que no conocían el país y no hablaban castellano ni catalán. Entre ellos se repartieron los cargos principales. Esto levantó de inmediato recelos entre los notables de Castilla y Aragón.
Carlos intentó vencer las resistencias que levantaba su condición de príncipe extranjero. Convocó las Cortes de Castilla, Aragón y Barcelona, en las que fue reconocido rey y en las que pretendió dos cosas: atraerse a los poderosos descontentos y conseguir fondos para sus empresas imperiales. Llevó una vida itinerante por Europa y en todo su reinado solo residió 14 años en sus reinos peninsulares.
Cuando tenía 56 años, abdicó en una ceremonia solemne en Bruselas. A su hijo, Felipe II, le cedió la Corona de los reinos hispánicos, a los que se adscribieron todos los territorios europeos, salvo los dominios de Austria y el título imperial, que fueron cedidos a su hermano Fernando, futuro emperador. Se retiró al monasterio de Yuste donde murió.
Desarrollo I. Política Interior: Conflictos y Revueltas
Los conflictos entre ciertas instituciones reales y grupos políticos y sociales se manifestaron muy pronto en el siglo XVI. Recién comenzado el reinado de Carlos I se produjeron los levantamientos de las Comunidades en Castilla y de las Germanías en Aragón, que tuvieron el carácter de revueltas políticas, pero también fueron revueltas sociales y antiseñoriales.
Revuelta de las Comunidades (1520-1522)
Surgieron en Castilla, donde se habían registrado trastornos sociales y políticos por las conflictivas regencias de Fernando el Católico y el Cardenal Cisneros. Todo se agravó por la llegada del séquito de extranjeros que traía el monarca. Carlos I quería tener en sus manos todos los resortes del poder. Esto chocaba con la tradición de libertades de Castilla, a lo que se sumaba que no vivía en la Península y que el rey nombró a extranjeros para los principales cargos de gobierno; además pretendía sacar los recursos castellanos.
Muchas ciudades de Castilla se levantaron contra el rey y buscaron el apoyo moral de la reina Juana (recluida por loca). Las Cortes le reclamaron más atención para los asuntos del reino, pero el monarca solo los convocó para pedir dinero para su coronación como emperador. El monarca se marchó a Alemania dejando un malestar creciente.
Una serie de ciudades, Toledo fue la primera, le siguió Segovia, Burgos, Murcia… se sublevaron contra la monarquía, se constituyeron en Gobierno del reino y ofrecieron la Corona a la madre de Carlos I, pero las esperanzas que se habían depositado sobre la reina Juana no fructificaron ya que ésta se negaba a sellar ningún compromiso.
Este movimiento agrupaba a un sector de los hidalgos y de las clases medias urbanas. Formaron una Junta que pasó a llamarse Cortes y Junta General del Reino. Los comuneros se hicieron fuertes en toda la Meseta y Murcia, aunque esta ciudad, que se encontraba bajo constante amenaza por parte de las ciudades realistas e influida por las Germanías del Reino de Valencia, acabó por abandonar el marco comunero.
Los comuneros reclamaban protección de la industria nacional, sobre todo la textil, defensa frente a la competencia extranjera, respeto a las leyes del reino y mayor participación política. Su principal objetivo era que en el Gobierno de Castilla primara los intereses castellanos, evitando que su riqueza saliera de su reino para colaborar con los objetivos que Carlos tenía en otros lugares de Europa.
En pocos meses el conflicto se extendió y con el tiempo produjo también revueltas campesinas de carácter antiseñorial.
Los sublevados se encontraron pronto frente a la oposición de la monarquía, de los grandes exportadores de lana y de la gran nobleza terrateniente. Con su ayuda, el regente Adriano de Utrecht, en ausencia del rey, reunió un ejército. La respuesta de Carlos I fue, ante la nueva situación y mediante el Cardenal Adriano, intentar conseguir acercar posturas con los nobles a fin de convencerlos de que sus intereses y los del rey eran los mismos. A su vez, comenzaban a oírse voces dentro del propio bando comunero, como la de Burgos, que abandonaría el mismo.
Ambos bandos se dedicaron activamente a recaudar fondos, reclutar soldados y organizar a sus tropas. Tras duros enfrentamientos, el rey venció a los comuneros en la batalla de Villalar, batalla que se saldó con mil bajas por parte de los comuneros y el apresamiento de sus líderes principales: Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado. Estos fueron decapitados en la mañana del 24 de abril. Las ciudades no tardaron en sucumbir al potencial de las tropas del rey, volviendo todas las ciudades a prestarle lealtad.