El Reinado de Isabel II (1833-1868)
Conflicto dinástico: Isabelinos frente a carlistas
El enfrentamiento comenzó como un problema dinástico. En España, la Ley Sálica impedía a las mujeres heredar la Corona. Carlos IV había redactado una ley para derogarla, llamada Pragmática Sanción, pero no llegó a promulgarse, por lo que continuó con Fernando VII. Cuando en 1830 su esposa María Cristina se quedó embarazada, Fernando VII publicó la Pragmática Sanción, derogando la Ley Sálica, asegurando el trono a su descendiente. De esta forma, cuando nació Isabel fue proclamada heredera del trono.
Carlos María Isidro no aceptó esta modificación legal y contó con el apoyo de los defensores del Antiguo Régimen, carlistas. Para hacerles frente, Fernando VII se apoyó en los monárquicos, nombrando Jefe de Gobierno a Cea Bermúdez y desterró a su hermano a Portugal. En 1832, Fernando VII enfermó y María Cristina asumió la regencia. Mantuvo su apoyo a los moderados, que pasaron a conocerse como cristinos o isabelinos.
Cea Bermúdez, que defendió los derechos sucesorios de Isabel II, depuró el ejército de militares carlistas y disolvió los Voluntarios Realistas. Al morir Fernando VII en 1833, Carlos María reclamó el trono de España con el nombre de Carlos V. Comenzaba así la primera guerra carlista.
Lo que empezó como un pleito dinástico se convirtió en una guerra civil que enfrentó a liberales y absolutistas. Al morir Fernando VII comenzó la primera guerra carlista (1833-1839), que tuvo tres etapas:
Primera etapa: 1833-1835
Las partidas carlistas se hacen con el control del País Vasco, Navarra y Cataluña. El general carlista Tomás de Zumalacárregui consigue formar un ejército regular aglutinando las partidas dispersas. Sin embargo, fracasó en el sitio de Bilbao, en el que murió.
Segunda etapa: 1835-1837
Los carlistas emprenden varias expediciones militares, que fracasaron. La expedición del propio Carlos María llegó hasta Madrid. El general Baldomero Espartero, de Isabel II, adquirió gran prestigio tras liberar a Bilbao.
Tercera etapa: 1837-1839
La imposibilidad de vencer provocó la división de los carlistas en transaccionistas –partidarios de negociar la paz– y no partidarios de la negociación. Tras la victoria de Luchana, el general Espartero y el general carlista Rafael Maroto firmaron la paz mediante el Convenio de Vergara (1839). Los exaltados no aceptaron negociar la paz y continuaron la lucha en el Maestrazgo bajo el mando del general Ramón Cabrera hasta la conquista de Morella en 1840.
Durante la guerra, los carlistas tuvieron el apoyo de Austria, Prusia y Rusia. Los liberales eran apoyados por Inglaterra, Francia y Portugal.
Desamortización eclesiástica de Mendizábal
Se pusieron en venta los bienes pertenecientes a conventos con pocos religiosos. Su objetivo era conseguir recursos económicos para financiar la primera guerra carlista y aumentar el número de propietarios que apoyasen al estado liberal frente a los carlistas.
Se suprimieron el sistema señorial, los mayorazgos y el diezmo. Se estableció la elección democrática y se promulgó la Constitución de 1837, de carácter moderado. La Corona renunció definitivamente al absolutismo y se le reconocieron facultades más amplias que en la Constitución de 1812.
De la Constitución de 1837 destaca:
- Soberanía nacional
- Derechos individuales
- Facultades de la Corona. Capacidad legislativa
- El poder ejecutivo recae en la Corona, lo delega en el Presidente del Consejo de Ministros
- El poder legislativo recae en el Parlamento
Satisfechos los progresistas con la aprobación de la Constitución de 1837, María Cristina cesó a Calatrava y llamó al poder a los moderados, con los que se sentía más cómoda. Entre 1937 y 1840 se sucedieron varios gobiernos moderados.
La situación política se deterioró en 1840 cuando los moderados trataron de aprobar una nueva Ley de Ayuntamientos que suprimía la elección democrática de sus miembros, lo que provocó altercados progresistas en Madrid y Barcelona. María Cristina cedió la regencia al líder de los progresistas, Espartero, y, desde este momento y durante gran parte del siglo XIX, los militares asumieron el liderazgo de los partidos políticos y de varios gobiernos.