1. Introducción
El reinado de Isabel II es un período muy complejo en el que se produjeron importantes transformaciones en el ámbito político, social y económico. El Antiguo Régimen fue definitivamente desmantelado, permitiendo el desarrollo de un estado burgués parlamentario, dirigido por una nueva clase social, la burguesía agraria. Se pusieron las bases del sistema económico capitalista moderno y se produjo el paso de la sociedad estamental a la sociedad de clases. Fue en esta época cuando surgió el movimiento obrero, que aunque lento al principio, terminaría irrumpiendo con fuerza a finales del reinado de Isabel II. El período estuvo salpicado por las guerras carlistas, de tipo civil, y por numerosos pronunciamientos militares.
2. La Primera Guerra Carlista (1833-1839)
Tras el nacimiento de su hija Isabel en 1833, Fernando VII había modificado parcialmente la Ley Sálica, que impedía que una mujer llegara al trono, a través de la Pragmática Sanción que daba primacía al varón frente a la mujer, pero que no las excluía. Esto perjudicaba al candidato al trono hasta ese momento, el hermano del rey, don Carlos María Isidro. Los partidarios del absolutismo rechazaron la reforma y cerraron filas en torno a Carlos María Isidro.
Así, dos días después de la muerte de Fernando VII, su hermano Carlos María Isidro de Borbón, se autoproclamó rey de España. El Reinado de Isabel II, que contaba entonces con tres años de edad, se inicia con una guerra civil a la que tuvo que hacer frente, en ese momento, su madre y regente, la Reina María Cristina de Borbón-Dos Sicilias. Inmediatamente surgieron por distintas partes del territorio español partidas carlistas ante lo que la regente buscó el apoyo de los liberales para garantizar el trono a su hija Isabel.
Así, este conflicto no debe ser entendido como una simple guerra dinástica, sino como una guerra de fuerte contenido ideológico, político y de clases.
- El bando carlista defendía el absolutismo. En él encontramos a una parte importante de la nobleza; a los sectores más ultraconservadores de la administración y del ejército; a la mayoría del bajo clero; así como una parte importante del campesinado y de los sectores artesanales, que temían que las novedades terminaran por hundir sus talleres.
- El bando isabelino, el que se formó en torno a la regente María Cristina y su hija Isabel, obtuvo el respaldo de los sectores liberales reformistas, que vieron en la defensa de esta causa la oportunidad perfecta para ganar la influencia que les permitiera emprender las reformas necesarias para transformar el país. Aquí encontramos también otra parte importante de los generales y del ejército, así como las clases medias urbanas, los intelectuales, los obreros industriales y el campesinado del sur peninsular.
El gobierno de María Cristina fue reconocido internacionalmente desde el principio y contó con el apoyo diplomático y militar de Inglaterra, Portugal y Francia (La Cuádruple Alianza). La guerra comenzó siendo favorable para los carlistas, que derrotaron repetidamente a las tropas cristinas. Las expediciones hacia el sur terminaron fracasando porque no consiguieron el apoyo de la población y el asalto para tomar Madrid en 1837 terminó fracasando igualmente. Además, en 1835 murió en el asalto de Bilbao Zumalacárregui, el mejor estratega carlista.
Los carlistas pasaron a la defensiva y, ante el agotamiento, el general carlista Maroto se vio obligado a iniciar negociaciones de paz con el general Espartero, uno de los más importantes dirigentes del ejército isabelino. La paz llegó finalmente en agosto de 1839, con el llamado abrazo de Vergara (Convenio de Vergara) en el que se establecía el mantenimiento de los fueros en las provincias vascas y Navarra, así como la integración de la oficialidad carlista en el ejército real y que no se darían represalias contra aquellos que hubieran apoyado al Carlismo. Un número importante de carlistas, dirigido por el general Cabrera, que no aceptaron el convenio resistieron casi un año más.
La guerra generó entre 150.000 y 200.000 muertos, tanto militares como civiles, y provocó una gran destrucción material y económica, especialmente en el norte, donde el espíritu carlista se mantuvo arraigado durante generaciones.
3. La Implantación del Liberalismo durante las Regencias de María Cristina (1833-1840) y de Espartero (1841-1843)
3.1. La Regencia de María Cristina: 1833-1840
Como ya hemos señalado, María Cristina ocuparía la regencia. Para gobernar, en un primer momento, confió en Cea Bermúdez, que había estado en el gobierno con Fernando VII y representaba el punto de encuentro entre los absolutistas más abiertos y los liberales más conservadores. La mayor reforma de este momento fue la división provincial llevada a cabo por el ministro Javier de Burgos (1833) que sigue vigente en lo esencial hasta hoy.
El inicio de la Guerra Carlista, el apoyo de la mayoría de los absolutistas a la causa de Carlos María Isidro y la necesidad de la Reina María Cristina de recabar apoyos para su hija hicieron que el cambio hacia los sectores liberales para gobernar fuera inevitable.
3.1.1. Primer período moderado (1834-1835)
Entre los liberales se podían distinguir dos tendencias políticas: moderados y progresistas.
- Los moderados se oponían a cambios radicales. Defendían un liberalismo doctrinario, partidario de la soberanía compartida entre las Cortes y la Corona, que gozaba de amplios poderes (como el derecho de veto, nombrar ministros y poder para disolver las Cortes). Eran partidarios del sufragio censitario y de limitar los derechos individuales, especialmente los colectivos. Defendían a la Iglesia católica y preferían una organización centralista del Estado. Socialmente eran un grupo heterogéneo formado por terratenientes, alta burguesía, vieja nobleza, alto clero y altos mandos del ejército.
- Los progresistas (exaltados), en cambio, aspiraban a mayores reformas y a la reposición de la Constitución de 1812. Defendían la soberanía nacional y la limitación de las atribuciones de la Corona. Querían un sufragio censitario más amplio y mayores libertades y derechos, tanto individuales como colectivos (imprenta, asociación). Eran partidarios de la libertad de culto, la descentralización estatal y de la Milicia Nacional. Su base social era también heterogénea: la pequeña y mediana burguesía y en general, las clases medias, profesionales liberales, artesanos y empleados urbanos y militares de baja graduación.
María Cristina llamó al liberal moderado Martínez de la Rosa para formar gobierno. Éste la convenció de la necesidad de propiciar el aperturismo del régimen. De este modo se dio una amnistía que permitió la vuelta del exilio de muchos liberales, y se decretó la libertad de prensa, aunque limitada. Por otra parte, se restauró la Milicia Nacional, lo cual permitió conseguir un gran número de voluntarios para la guerra.
Fruto de este espíritu aperturista fue el Estatuto Real de 1834, una carta otorgada (inspirada en la elaborada en Francia con Luis XVIII) que regulaba la convocatoria de unas Cortes de carácter estamental con dos cámaras que no tenían atribuciones legislativas, ni de soberanía, sino un carácter consultivo y subordinado al monarca. Serían elegidas mediante sufragio censitario indirecto. Además, otorgaba a la Corona una amplia capacidad legislativa y de veto, pudiendo incluso disolver libremente las Cortes.
El gobierno, en manos de los liberales moderados, no fue capaz de dirigir correctamente la difícil situación por la que pasaba el país. A la situación de guerra se añaden el hambre y una grave epidemia de cólera. Todo esto hizo crecer el descontento popular contra el gobierno.
3.1.2. Los progresistas en el poder (1835-1837)
En el verano de 1835 se iniciaron una serie de revueltas urbanas por todo el país, produciéndose episodios de anticlericalismo, con el asalto y la quema de conventos, al tiempo que surgían en distintas ciudades Juntas revolucionarias que redactaron proclamas en las que reclamaban el restablecimiento de la Constitución de 1812.
María Cristina se vio obligada a confiar el gobierno al grupo progresista. Juan Álvarez Mendizábal fue nombrado jefe de gobierno. Para terminar con la guerra Carlista que aún se estaba librando convoca una quinta de 100.000 hombres y busca la ayuda de Reino Unido, Francia y Portugal para derrotar al carlismo.
Pero su medida más destacada fue el iniciar la reforma agraria. Para ello se da la desamortización de tierras eclesiásticas y de supresión de las congregaciones religiosas excepto las dedicadas a la enseñanza y a la asistencia sanitaria (se cierran 1000 conventos y fueron exclaustrados 30.000 religiosos). Su patrimonio fue incautado por el Estado y fue vendido en subasta pública. Con ello se pretendía sanear la Hacienda, financiar la guerra carlista y crear una clase de nuevos propietarios que apoyaran al liberalismo. Pero no tuvo éxito, pues las tierras fueron compradas por gente adinerada y no se recaudó el dinero que se esperaba.
Esta medida se completa con la abolición de los señoríos, la eliminación del mayorazgo, la abolición de los diezmos, de los privilegios de la Mesta y de los gremios. Esta política provocó malestar y desavenencias con la reina regente, lo que llevó a Mendizábal a la dimisión, formándose un gobierno de progresistas y moderados que no fue capaz de superar la crisis que seguía provocando la guerra, la epidemia de cólera y las malas cosechas de esos años. Esta situación provocó un amplio movimiento revolucionario (verano de 1836) que desde Andalucía se extendió por toda la Península, así como un motín de la Guardia Real del palacio de la Granja, donde veraneaba la familia real. María Cristina se compromete a restaurar la Constitución de 1812 y devuelve el gobierno a los progresistas.
El nuevo gobierno progresista, dirigido por José María de Calatrava, tomó la firme dirección de acabar definitivamente con el Antiguo Régimen e implantar un régimen liberal, constitucional y de monarquía parlamentaria, aunque intentando, a su vez, reconciliarse con el sector moderado.
Fruto de ese intento es la Constitución de 1837. Con ella se pretendía contentar tanto a progresistas como a moderados. Por un lado, proclamaba la Soberanía Nacional y concedía derechos individuales (prensa, asociación), pero, por otro lado, aunque aceptaba la división de poderes, mantenía un poder ejecutivo fuerte en manos del rey, que también tenía competencias legislativas con derecho a veto y suspensión de las Cortes; establecía unas Cortes bicamerales, con un Congreso elegido mediante sufragio censitario (25 años y renta de 200 reales: 2,4% de la población) y un Senado de designación real. Además, afirmaba la confesionalidad católica del Estado, y se comprometía a la financiación de la Iglesia Católica.
3.1.3. Los moderados vuelven al gobierno (1837-1840)
Aprobada la Constitución, se convocaron unas elecciones que dieron el poder a los moderados (150 escaños frente a 97) que frenaron las reformas iniciadas en el periodo anterior. En 1840, trataron de modificar la ley municipal que permitía a los municipios elegir a sus alcaldes, de modo que estos fueran elegidos por el rey en las capitales de provincia. Ante esta medida los progresistas protagonizaron un movimiento insurreccional que desembocó en la formación de Juntas Revolucionarias en numerosas ciudades españolas. La mayoría de los generales del ejército junto con Espartero se pusieron de parte de los revolucionarios. Ante esta situación, la reina María Cristina acuerda renunciar a la regencia y a nombrar como nuevo regente al general Espartero, el gran vencedor de la Guerra Carlista y muy popular por ello. La reina se exilia en Francia y deja a su hija Isabel al cuidado de Espartero.
3.2. La regencia de Espartero (1840-1843)
Espartero gobernó de un modo muy autoritario, sin cooperar con las Cortes y reprimiendo las protestas tanto de moderados como de progresistas. Esto le hizo perder gran parte de sus apoyos.
En 1841 aprobó un arancel con el que se abría el mercado español a los productos textiles ingleses. Esto provocó una fuerte protesta de los trabajadores del sector textil catalán, pues veían sus intereses seriamente amenazados. Espartero procedió con una durísima represión contra los manifestantes, llegando incluso a bombardear la ciudad de Barcelona.
Este episodio terminó por hundir el prestigio de Espartero que tuvo que enfrentarse a un nuevo levantamiento popular en 1843. Éste sería apoyado por moderados y progresistas y se extendería por toda España. Espartero lanza a parte del ejército bombardeando algunas ciudades como Sevilla. La otra parte se une a la sublevación militar encabezada por Narváez (moderado y totalmente enemistado con Espartero). Tras un duro enfrentamiento en Torrejón de Ardoz (julio de 1843), Espartero renuncia a la regencia y se exilia a Londres. Esta situación obligó a adelantar la mayoría de edad de la reina, de tan solo 13 años.