El Reino de Inglaterra y el Imperio Angevino: Dinastía Normanda
La dinastía Normanda se establece en 1066, cuando Guillermo I el Conquistador de Normandía (1066-1087) conquista Inglaterra, sentando las bases de la primera monarquía nacional en Occidente. Esta monarquía, fuertemente centralizada, evolucionaría hacia un constitucionalismo temprano.
La Batalla de Hastings fue crucial para su coronación. Inglaterra, aunque inicialmente pequeña, experimentó una rápida expansión bajo un sistema feudal normando. Guillermo aprovechó lo mejor de Inglaterra y Normandía, creando un reino a su medida. Heredó elementos anglosajones clave: un ejército nacional, un impuesto general y una organización comarcal.
Se elaboró un catastro completo, reflejando la eficiencia administrativa de la época. Las relaciones con el clero fueron fluidas, y Guillermo importó estructuras francesas que consideraba beneficiosas, preparando el terreno para sus sucesores.
Tras la muerte de Guillermo I, sus territorios se dividieron entre sus hijos, pero la corona inglesa fue para Guillermo II, mientras que Roberto recibió Normandía. Las disputas entre hermanos fueron comunes, pero Guillermo prevaleció, y Roberto cedió temporalmente Normandía a cambio de fondos para una cruzada.
Guillermo II fue asesinado, y le sucedió Enrique I. Este último aprovechó la ausencia de su hermano en Tierra Santa para tomar Normandía. En 1107, el Concordato de Londres marcó una separación entre el poder de la Iglesia y el del rey.
Enrique I tuvo muchos hijos ilegítimos e intentó que su única hija, Matilde, heredara el trono. Sin embargo, los varones normandos prefirieron a Esteban I, sobrino de Enrique. El reinado de Esteban fue turbulento debido a los partidarios de Matilde. Finalmente, se llegó a un acuerdo: el hijo de Matilde, comenzaría la dinastía Plantagenet o Anjou, consolidando a Inglaterra como una potencia hegemónica en Occidente.
Dinastía Plantagenet o Anjou
Enrique II se casó con Leonor de Aquitania, uniendo la corona inglesa con las posesiones de Leonor (Normandía, Anjou, Aquitania). Esto generó tensiones con el rey francés, al tener un vasallo más poderoso. Enrique II forjó una monarquía anglo-francesa, que sería clave en la Guerra de los Cien Años.
Un conflicto importante durante su reinado fue el enfrentamiento con la Iglesia, especialmente entre Tomás Becket y Enrique II. Becket, inicialmente consejero de Enrique, fue nombrado arzobispo de Canterbury, pero luego se opuso a las políticas del rey, especialmente en lo referente a la sujeción de la Iglesia al poder real.
La disputa escaló, con exilios y propaganda. El Papa intervino, temiendo una alianza entre Enrique II y el emperador alemán. Becket regresó, pero los problemas persistieron, especialmente por las Constituciones de Clarendón, que buscaban suprimir las instituciones monásticas y eliminar las inmunidades eclesiásticas.
En 1170, Becket fue asesinado por caballeros que, supuestamente, habían escuchado injurias del rey. Esto provocó indignación y propaganda contra Enrique II. El rey, presionado, condenó públicamente el atentado y peregrinó a la tumba de Becket. Como consecuencia, las Constituciones de Clarendón fueron anuladas y la Iglesia mantuvo su inmunidad.
Enrique II también enfrentó luchas internas promovidas por su esposa, Leonor de Aquitania, quien instigó a sus hijos contra él. Tras la muerte de Enrique II, le sucedió Ricardo I Corazón de León, quien pasó poco tiempo en Inglaterra debido a las cruzadas, pero ganó gran popularidad. Su hermano, Juan, intentó usurpar el trono durante su ausencia.
Juan I, tras la muerte de Ricardo I, se convirtió en un gobernante débil. Felipe II Augusto de Francia aprovechó esta debilidad para declararle la guerra, obligándolo a ser juzgado y quitándole sus territorios en Francia, lo que le valió el apodo de Juan Sin Tierra. La Batalla de Bouvines resultó en la derrota de Juan, mientras que Felipe II Augusto consolidó su poder.
Juan, temiendo perder el trono, se sometió al Papa, lo que generó malestar entre los súbditos ingleses. Esto llevó a la redacción de la Carta Magna de 1215, un documento que restringía el poder del monarca y marcó el inicio de una monarquía parlamentaria.
Tras la muerte de Juan, le sucedió Enrique III, quien firmó el tratado de París con el rey de Francia. Eduardo I fue crucial, ya que su reinado marcó un cambio de enfoque, priorizando los intereses ingleses sobre los franceses. Durante su reinado, maduró el parlamentarismo inglés.
Este proceso consolidó un lazo de vasallaje directo entre el monarca y todos los habitantes del reino, fortaleciendo el poder real a través de:
- Fiscalidad: El monarca necesitaba ingresos superiores a los de otros señores. Se financiaba a través de impuestos territoriales, cobros a mercaderes, el quinto regio, regalías (mercados, sal, monedas), la fiscalidad eclesiástica y contribuciones extraordinarias.
- La fuerza militar: Condicionada por la normativa feudo-vasallática. El rey buscó la confianza de vasallos no primogénitos para crear una fuerza militar propia.
- La justicia: Los monarcas crearon oficiales regios para administrar justicia. Se reforzó el poder de apelación del monarca.
- La universalidad de los derechos jurídicos: El monarca estaba por encima de las tradiciones locales.
- Nuevas fórmulas de representación: Se crearon cortes y parlamentos (Cortes de León y Castilla, Cataluña, Aragón, Portugal y Navarra; Parlamento inglés; Francia, Alemania). Las ciudades, con su importancia económica, comercial y política, entraron en estas asambleas, que servían principalmente para la cuestión fiscal.