El Renacer Comercial y la Era de Federico II en la Edad Media

La Reactivación Comercial en la Edad Media

El comercio interior experimentó un auge significativo al reactivarse antiguas rutas comerciales y surgir nuevas, impulsado por las mejoras en los medios de transporte y la disminución de las amenazas de invasiones y guerras. Numerosos núcleos urbanos fueron restaurados, refundados o creados en torno a cruces de caminos, puertos marítimos o a orillas de ríos navegables. El comercio internacional, que nunca desapareció por completo durante la Edad Media, se mantuvo activo tanto en el norte, con el comercio frisón, como en el sur, en la cuenca mediterránea. Destaca la península italiana, donde ciudades como Venecia aprovecharon su ubicación estratégica entre las áreas de influencia bizantina, musulmana y otónida para impulsar un comercio especializado desde el siglo X. Esta «fiebre comercial» se extendió a otros puertos como Pisa y Génova, y a ciudades del interior, llegando en el siglo XI a los puertos del Mediterráneo francés y de Cataluña. A partir del siglo XII, a las exportaciones tradicionales de esclavos y metales se sumaron los productos textiles y las manufacturas metálicas.

A pesar de la desaparición de muchas concentraciones comerciales permanentes, algunas ferias sobrevivieron gracias a su ubicación estratégica o a sus productos específicos, como la feria de Saint Denis, cerca de París, durante los siglos VII y VIII. Desde el siglo XI, los mercados públicos al aire libre y las ferias internacionales se generalizaron en Occidente, destacando las ferias de Champaña, que se celebraban casi todo el año y cuyo éxito se debía a su ubicación en un importante cruce de caminos y a la protección del poder político condal y, posteriormente, de los reyes de Francia. Aunque se desconoce el volumen real de negocio de estas ferias y mercados, alcanzaron su apogeo en el siglo XIII, auspiciados por reyes, príncipes y señores. El mercader seguía siendo ambulante, y la sedentarización en lugares específicos solo se produjo más tarde, en las grandes concentraciones urbanas y mercantiles.

En la plena Edad Media, surgieron los primeros contratos comerciales, proliferaron las cecas y comenzó a generalizarse la circulación de moneda y el crédito, lo que impulsó la creación de manuales de aritmética para satisfacer la demanda de cálculos cada vez más complejos. Asimismo, se renovaron los caminos con criterios comerciales y no militares, se perfeccionaron los instrumentos de navegación y se mejoró la técnica de construcción naval.

En definitiva, los siglos XI y XII constituyen un periodo de transición de una economía cerrada a una economía plenamente comercializada.

Apogeo y Crisis del Imperio: Federico II

Federico II Staufen fue un político hábil con gran capacidad de organización, un hombre culto y escéptico, precursor del Estado moderno. Heredó el Imperio germano por parte de su padre, Enrique IV, y el reino de Italia por parte de su madre, la princesa Constanza. El soberano tuvo que afrontar problemas que resolvió con habilidad, lo que le granjeó enemigos poderosos, como la Iglesia romana, que lo presentaba como amigo de judíos y musulmanes y sospechoso de herejía. El monarca se sintió ante todo italiano, descuidando los asuntos alemanes. Intentó convertir el reino de Sicilia en un estado laico y obediente al soberano. Los sucesivos Papas no veían con buenos ojos esta política que rompía el equilibrio logrado por Inocencio III.

El Conflicto con el Papado

Antes de ascender al pontificado, Honorio III había sido preceptor de Federico II. Mientras el Papa participaba en la Quinta Cruzada, Federico II consolidó sus posiciones: nombró rey de los romanos a su hijo Enrique, aunque aseguró al Papa que Alemania e Italia se administrarían de forma independiente. El Papa lo aceptó y coronó solemnemente a Federico II como emperador en Roma. En los años siguientes, Federico II impuso su autoridad en Sicilia y en ciudades de Lombardía. El Papa Gregorio IX no eludió el enfrentamiento con el monarca: primero, lo instó a marchar a Tierra Santa. Federico II partió de inmediato, pero regresó con el pretexto de una enfermedad. El Papa lo excomulgó. Sorprendentemente, Federico II volvió a hacerse a la mar con un reducido contingente y demostró sus dotes diplomáticas. A su regreso, logró la reconciliación con el Papa mediante el acuerdo de San Germano, por el cual, a cambio del levantamiento de la excomunión, el monarca se comprometía a devolver todos los bienes arrebatados a la Iglesia. Este acuerdo le permitió afrontar los problemas acumulados en Alemania e Italia.

La Guerra entre Güelfos y Gibelinos

En Alemania, Federico II reprimió la rebelión de su hijo Enrique, quien acabó muriendo en prisión. En el norte de Italia, obtuvo una victoria sobre las ciudades lombardas. Gregorio IX no dudó en lanzar una nueva excomunión. A la guerra entre güelfos y gibelinos se unió una guerra propagandística. Ambos bandos se acusaban mutuamente de herejía y abogaban por un concilio. En 1240, la situación parecía propicia, pero una escuadra siciliana capturó a numerosos eclesiásticos que acudían al concilio. Poco después, murió Gregorio IX y fue nombrado Papa Inocencio IV.

El Concilio de Lyon y la Deposición del Emperador

Inocencio IV convocó el concilio de Lyon, que concluyó con la deposición del emperador. La guerra se recrudeció. En Alemania, los enemigos de Federico II ofrecieron la corona al landgrave de Turingia, Enrique Raspe, y a su muerte, a Guillermo de Holanda. En Italia, la guerra entre güelfos y gibelinos fue encarnizada. En medio de este conflicto, en 1250, falleció Federico II.

El Gran Interregno

Federico II dejó como heredero del Imperio y Sicilia a su hijo Conrado, decisión que no fue respetada por el Papa Inocencio IV, quien apoyó a Guillermo de Holanda. Conrado murió inesperadamente, dejando como heredero a un niño, Conradino. Inocencio IV aprovechó la oportunidad y puso al niño bajo su tutela, pero murió unos meses después, dando inicio al período conocido como el Gran Interregno.

En 1256, dos años después de la muerte de Inocencio IV y Conrado IV, murió Guillermo de Holanda. La falta de acuerdo provocó que Alemania pasara 20 años sin un monarca al frente. Surgieron dos candidaturas: Alfonso X de Castilla y Ricardo de Cornualles, hermano de Enrique III de Inglaterra. Ninguno de los dos mostró interés por el trono. Ante la falta de autoridad, en Alemania se reforzaron los distintos poderes locales y aumentaron las ligas ciudadanas en busca de autodefensa y protección de sus intereses comerciales. En 1272, murió Ricardo de Cornualles. El Papa del momento, Gregorio X, dejó en manos de los alemanes la resolución del problema, favoreciendo a un noble de segundo rango: el conde Rodolfo de Habsburgo. En Sicilia, el Papa ofreció el reino a Francia, y el príncipe Carlos de Anjou se proclamó rey.

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