El Sexenio Democrático (1868-1874)
1. Los problemas del gobierno provisional
Además de tener que poner orden en la Hacienda, el gobierno de Prim se encontró ante otros problemas:
- La insurrección de Cuba. En octubre de 1868 había estallado la llamada “guerra de los diez años” (1868–1878) a favor de la independencia de Cuba (“grito de Yara”, 10 de octubre). El conflicto cubano afectó muy negativamente al gobierno, al generar mayores gastos y al tener que aplazar las promesas de reducción de impuestos y de supresión de las quintas.
- Las sublevaciones republicanas, a favor del federalismo, en octubre de 1869, por tierras de Cataluña, Aragón, Valencia y Andalucía, aunque incluían el descontento popular ante las quintas y el impuesto de consumos.
- La búsqueda de un rey. A los problemas que acabamos de referirnos se sumaba el de la elección del nuevo rey de una dinastía que no fuera la de los Borbones. No fue fácil, y dio lugar a tensiones, incluso internacionales. Se barajaron varias candidaturas. Finalmente, el gobierno de Prim se decidió por Amadeo de Saboya, y tras aceptar este la corona española, el nuevo monarca obtuvo el reconocimiento de las Cortes (16 de noviembre de 1870).
1.3 El reinado de Amadeo I (diciembre de 1870-febrero de 1873)
Elegido rey por el empeño del general Prim, Amadeo de Saboya desembarcaba en Cartagena el día 30 de diciembre de 1870. En ese mismo día fallecía Prim, víctima de un atentado sufrido en Madrid por unos desconocidos, tres días antes, cuando se dirigía del Congreso a su domicilio. Desaparecía así su principal valedor y ello privó a Amadeo de una ayuda muy necesaria, máxime cuando sus herederos políticos, Sagasta y Ruiz Zorrilla, mantenían importantes diferencias hasta terminar dividiendo al progresismo, el principal apoyo de la nueva corona. A la propia debilidad interna del nuevo régimen hay que unir el amplio frente de rechazo que lo recibió: los “alfonsinos”, partidarios de la vuelta de los Borbones en la figura de Alfonso, hijo de Isabel II; los republicanos, que reclamaban reformas más radicales en lo político, económico y social; los grupos populares, por su parte, ya se habían alejado de esta revolución poco amiga de sus intereses y optaban por modelos antiliberales como el socialismo y el anarquismo.
A ello se añadía la necesidad de hacer frente a la guerra de Cuba, que seguía, y a una nueva insurrección carlista, la tercera guerra carlista (1872–1876). Iniciada en abril de 1872, el nuevo pretendiente, Carlos VII, entraba en España por Navarra. La sublevación tuvo su mayor desarrollo en el País Vasco y Navarra y en parte de Cataluña.
La inestabilidad política caracteriza al reinado. En dos años, en efecto, se suceden seis gabinetes ministeriales y se convocan tres elecciones a Cortes (una en 1871 y dos en 1872). El agravamiento de la vida política y el poco apoyo contribuyeron a que Amadeo I terminara renunciando al trono español tras un conflicto con el gobierno de turno. Amadeo I abdicaba el 10 de febrero de 1873 y, ante la falta de otras opciones, un día después el Congreso y el Senado, en sesión conjunta, constituida en Asamblea Nacional, asumían todos los poderes y proclamaban la República.
2. La Primera República
La República nacía en un momento lleno de dificultades: una Hacienda sin fondos y llena de deudas, dos guerras abiertas (la carlista y en Cuba), movilizaciones de obreros (en Cataluña) y campesinos (en Andalucía), dispuestos a defender una revolución social, mientras que, para las clases propietarias, lo prioritario seguía siendo el “orden” y la “protección” de la propiedad. La proclamación de la República no significaba, no obstante, que contara con grandes apoyos: las Cortes eran mayoritariamente monárquicas y la votación de febrero formaba parte de una estrategia para ganar tiempo y volver a instaurar la monarquía borbónica. Los escasos republicanos, muy divididos además, pertenecían a las clases medias urbanas, mientras que las clases trabajadoras optaron por dar su apoyo al creciente movimiento obrero, ya que pronto consideraron que las reformas que se llevaban a cabo no eran lo suficientemente revolucionarias.
Figueras, un republicano moderado (benévolo), fue nombrado jefe de gobierno (no hubo presidentes de la República en este período). Se convocaron unas nuevas elecciones a Cortes Constituyentes, y el 7 de junio de 1873 se proclama la República Democrática Federal (con Pi i Margall como nuevo presidente del gobierno). Se intentaron hacer grandes reformas, entre las que destacan:
- Supresión de los impuestos de consumos y eliminación de las quintas: dos cambios reclamados por las clases populares, pero que agravaron el déficit de Hacienda y debilitaron al Estado republicano frente a la insurrección carlista.
- Separación de la Iglesia y del Estado: la Iglesia dejó de estar subvencionada.
- Reglamentación del trabajo infantil.
- Abolición de la esclavitud en Cuba y Puerto Rico.
- El proyecto más importante fue, sin embargo, el de la Constitución federal. Esta Constitución propuesta seguía la línea de la de 1869. La gran novedad fue la división del Estado según un modelo federal en diecisiete Estados (entre ellos, Cuba).
Ahora bien, entre los republicanos no sólo había diferencias sobre el modelo de Estado entre federales y unitarios, sino que también entre los mismos federales no todos tenían la misma idea sobre lo que significaba la federación. Los más exaltados, los “intransigentes”, deseaban implantar un Estado federal de abajo a arriba, sin esperar a la nueva Constitución que se discutía. Por otro lado, estaban los que defendían la legalidad, la vía constitucional, como camino hacia el Estado federal.
El país entró rápidamente en un proceso revolucionario que terminaría provocando el hundimiento de la República. Hubo una huelga general en Alcoy que derivó en una insurrección obrera. Y, sobre todo, tuvo lugar la revolución cantonalista, donde cada localidad, con el apoyo de las clases populares habitualmente, se proclamaba cantón independiente del poder central, defendida por los federales intransigentes. El primero en proclamarse, el 12 de julio, fue el cantón de Cartagena. Días después, el movimiento se extendía a Valencia y a diversas localidades de Andalucía. Pi i Margall se vio desbordado y decidió dimitir (el 18 de julio) para facilitar la formación de un gobierno más moderado.
Le sucedió Nicolás Salmerón, dispuesto a restablecer el orden y a reprimir los movimientos insurreccionales, que lograron acabar con la insurrección cantonal -menos en Cartagena, donde los cantonales, al contar con la escuadra y el arsenal, se hicieron fuertes-. Salmerón dimitió a comienzos de septiembre por problemas de conciencia (no quiso firmar unas penas de muerte contra un soldado y un cabo que se habían pasado a los carlistas); el 6 de septiembre era elegido como nuevo presidente del gobierno Emilio Castelar, dispuesto a profundizar en la vía del restablecimiento del orden. Reforzó al ejército con un alistamiento de 80.000 hombres, se enfrentó a los cantonalistas de Cartagena y a los carlistas del norte. El giro a la derecha de Castelar y su llamada al ejército para que mantuviera el orden llevaron a los diputados de la izquierda republicana a procurar su dimisión. Pero en la noche del 2 al 3 de enero de 1874, cuando Castelar acababa de dimitir, al ser derrotado en una moción de confianza, y se procedía a votar a un nuevo gobierno, las tropas del general Pavía, con fuerzas de la Guardia Civil, irrumpían en el Congreso dispersando a los diputados. Con el golpe de Estado del general Pavía quedaban disueltas las Cortes Constituyentes.
El golpe de Pavía pretendía frenar el basculamiento de la República hacia la izquierda y poner fin a tanta inestabilidad. En sustitución se estableció una nueva República presidida por el general Serrano, de signo autoritario, sin Cortes ni Constitución alguna, que se prolongó a lo largo de 1874. Obsesionada por el “orden”, la que también puede denominarse “dictadura de Serrano”, logró acabar con el cantón de Cartagena, disolvió la I Internacional en España y se enfrentó con éxito a los carlistas.
Pero, de hecho, la dictadura de Serrano fue un simple paso previo a la restauración de los Borbones que planeaban los alfonsinos con su líder Cánovas del Castillo. El brigadier Martínez Campos hizo un pronunciamiento (Sagunto, diciembre de 1874) y el hijo de Isabel II fue proclamado rey en España y se convirtió en Alfonso XII. Se terminaba así el Sexenio Democrático y se iniciaba el período de la Restauración.
3. Valoración del Sexenio
El Sexenio Democrático fue la última etapa de la Revolución liberal en España y representó un intento de ampliar el liberalismo y hacerlo más democrático. Pero aquellos años estuvieron llenos de conflictos políticos, sociales y económicos. Así, los defensores del Sexenio, en un claro ambiente de inestabilidad, no consiguieron sus objetivos y pronto la burguesía, ante la amenaza de las clases populares, prefirió estabilidad y orden (Restauración) a democracia.