1. El Triunfo del Frente Popular en las Elecciones de Febrero de 1936
La izquierda española, consciente de la necesidad de unidad para contrarrestar el avance de la derecha, buscó la alianza republicano-socialista como fórmula para el triunfo en las elecciones de febrero de 1936. Dentro del PSOE, Prieto, en sintonía con Azaña, impulsaba esta coalición. Sin embargo, enfrentaba la resistencia de figuras como Largo Caballero, quien, desde una postura más radical, exigía la inclusión de otras fuerzas obreras, como el Partido Comunista (PCE).
El PCE, siguiendo las directrices de Moscú, abogaba desde el verano de 1935 por la colaboración con partidos burgueses antifascistas, priorizando la contención del fascismo sobre la revolución. Así, el 15 de enero de 1936, se constituyó el Frente Popular, una amplia coalición que integraba a Izquierda Republicana, Unión Republicana, el PSOE, el PCE, la UGT, el Partido Sindicalista y el POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista, liderado por el antiestalinista Andreu Nin). Su programa, de carácter reformista, se centraba en retomar la legislación del gobierno de Azaña de 1931-1933 y en una amnistía general para los presos de los sucesos de octubre de 1934.
En el otro extremo del espectro político, las derechas no lograron articular un frente unido. La CEDA, con un programa que buscaba la revisión de la Constitución, pactó con republicanos radicales en algunas provincias. Por su parte, los monárquicos alfonsinos de Renovación Española y los carlistas de Comunión Tradicionalista conformaron el Bloque Nacional, bajo el liderazgo de José Calvo Sotelo, cuyo programa propugnaba la eliminación de la República.
Las elecciones dieron la victoria al Frente Popular, trasladando el poder de la derecha a la izquierda. Sin embargo, la inestabilidad política persistió. Las movilizaciones obreras, las peticiones de amnistía, la resistencia patronal y la violencia protagonizada por organizaciones juveniles extremistas (Falange, Juventudes Socialistas y Comunistas) dificultaban la gobernabilidad y la búsqueda de un nuevo marco de convivencia.
2. El Gobierno de Azaña y la Creciente Inestabilidad
Tras las elecciones, Azaña formó un gobierno exclusivamente republicano, ante la negativa socialista a una coalición. No obstante, el programa del Frente Popular comenzó a implementarse: se decretó una amnistía general para los presos por delitos «políticos y sociales» relacionados con la revolución de 1934, se restableció el Estatuto de Autonomía de Cataluña con Companys al frente de la Generalitat, las organizaciones sindicales reactivaron las movilizaciones obreras y se intensificaron las huelgas. En el campo, los conflictos sociales se agudizaron, acelerando la ocupación de tierras por los campesinos y la aplicación de la Ley de Reforma Agraria de 1932. Entre marzo y julio de 1936, se expropiaron y repartieron más de 500.000 hectáreas, siete veces más que en años anteriores, a más de 100.000 campesinos.
La escalada de huelgas, desórdenes y atentados evidenciaba el auge de los sectores más violentos en ambos bandos. La violencia callejera se traducía en atentados y enfrentamientos, con ataques e incendios a edificios religiosos. La CEDA, debilitada tras la derrota electoral, perdía terreno frente a la derecha autoritaria de Calvo Sotelo y el empuje de Falange, inspirada en el fascismo italiano. En marzo, Falange fue declarada ilegal y José Antonio Primo de Rivera fue detenido.
En abril, las nuevas Cortes destituyeron al presidente de la República, Alcalá Zamora, lo que llevó a la elección de Azaña para el cargo. Azaña intentó formar un gobierno de coalición con Prieto al frente, pero el grupo parlamentario socialista, controlado por Largo Caballero, se opuso. Finalmente, Azaña encargó la formación de un gobierno republicano a Casares Quiroga, líder de la ORGA.