La Guerra de Independencia Española: Un Hito en la Historia (1808-1814)
El Detonante: La Abdicación de Bayona y el Levantamiento Popular
La salida de la familia real española en dirección a Francia enfureció a los madrileños, que el 2 de mayo de 1808 se levantaron contra las fuerzas francesas. Horas después, el general Murat reprimía la revuelta fusilando a centenares de personas, mientras la Junta de Gobierno no hacía nada por evitar el castigo. Al conocerse la noticia, los levantamientos antifranceses se extendieron por toda España. Estos levantamientos degeneraron en una guerra que fue nacional y popular, pero no revolucionaria; una guerra española, pero también con un conflicto internacional. La lucha contra los franceses acrecentó el sentimiento de pertenencia a una misma comunidad. Sin embargo, el ideario que hizo posible el levantamiento partía de la defensa de la religión y de la monarquía, no compartida por la minoría liberal, que deseaba hacer su propia revolución. El discurso ideológico de la guerra lo proporcionó el bajo clero, que convenció al pueblo de que, mediante la guerrilla, colaboraba en una verdadera cruzada contra la impiedad francesa. La Iglesia disponía de una organización nacional centralizada y se erigió en motor del levantamiento con su influencia doctrinal.
El Reinado Efímero de José I y la Resistencia Española
Los cinco años de guerra constituyeron una ocasión irrepetible, de carácter revolucionario, pero la identificación del clero con el Antiguo Régimen lo impidió. Lo que la Iglesia no pudo evitar fue que se estableciesen los fundamentos de la futura revolución liberal. José Bonaparte no lograba un apoyo suficiente de las minorías ilustradas porque resultaba demasiado patente el espíritu de conquista de su hermano Napoleón. El rey José I trataba de emprender las reformas que el Estatuto de Bayona había proyectado con la ayuda de los afrancesados. José Bonaparte nunca tuvo manos libres para hacer práctica su política; no obtuvo el afecto de un pueblo que lo vio como una mera marioneta del emperador francés. Muchos afrancesados eran funcionarios del Estado que prefirieron seguir fieles a quien ejercía el poder. La mayoría de los afrancesados quisieron realizar reformas en el ámbito de la enseñanza, el derecho o la religión. La minoría afrancesada pagó caro su colaboracionismo, siendo víctima de las venganzas domésticas y, más tarde, del exilio.
La Formación de las Juntas y la Guerra de Guerrillas
Con el estallido de los levantamientos y las abdicaciones de Bayona, se produjo un gran vacío de poder y la ruptura del territorio español. Los ciudadanos establecieron un nuevo poder: las Juntas Provinciales, que asumían su soberanía y legitimaban su autoridad en nombre del rey. Hombres de la aristocracia y el clero componían estos poderes, que sintieron la necesidad de establecer un gobierno nacional unitario: la Junta Central Suprema, que tomó para sí los poderes soberanos. Con el doble objetivo de reprimir los levantamientos e instaurar el régimen de José Bonaparte, un ejército de 170.000 hombres se adentró en España. La inesperada resistencia de los españoles en Zaragoza y Girona rompió las vías de abastecimiento con Francia. El ejército de Dupont, encargado de dominar Andalucía, se estrelló contra las milicias del general Castaños en Bailén. José I tuvo que retirarse rápidamente a Vitoria-Gasteiz y las tropas francesas retrocedieron hasta el Ebro. La llegada del ejército inglés de Wellington obligó a los franceses al abandono. El emperador entró en España, y el avance francés fue tan contundente que Bonaparte volvía a la capital de España, mientras que la Junta Central debía abandonar la meseta para buscar refugio en Sevilla y luego en Cádiz. Los españoles adoptaron una novedosa forma de combate: la guerrilla. Grupos formados por antiguos soldados, voluntarios y hasta bandoleros que atacaban por sorpresa al enemigo en acciones rápidas, valiéndose de su conocimiento del terreno, surgieron en los pueblos y en las ciudades. Los franceses dominaron las ciudades, pero el campo fue patrimonio de las partidas guerrilleras. Los objetivos solían ser pequeñas guarniciones, caravanas de abastecimiento y soldados rezagados. Nunca consiguieron los franceses liquidar las guerrillas; se dispersaban en medio de la población.
El Declive Francés y la Restauración de Fernando VII
El rey José I se sentía más identificado con el ideario pacifista y reformista de sus súbditos. Al no hallar este en su hermano la sumisión esperada, se decidió a intervenir directamente en el gobierno con el fin de sacar de ella los recursos necesarios para el mantenimiento de sus tropas. En 1810, las provincias al norte del Ebro fueron transferidas y anexionadas a Francia. Otros territorios, como Holanda, los puertos hanseáticos y diversos estados italianos, fueron también incorporados a la Francia imperial. En 1812, la guerra dio un giro definitivo. Lo que pareció un paseo militar se había convertido en un atolladero que obligaba a Napoleón a mantener en España un importante conjunto de tropas necesarias en el frente de Rusia. El general Wellington, al frente de tropas inglesas, portuguesas y españolas, derrotó a los franceses en Arapiles, los expulsó de Andalucía y entró en Madrid. En 1813, el general inglés lanzaba de nuevo su acometida sin que los franceses consiguieran parar su avance. Llegaron hasta Vitoria-Gasteiz, donde sufrieron una grave derrota que se repitió en la batalla de San Marcial. Vencido en Alemania, Napoleón se apresuró a llegar a un acuerdo con Fernando VII, al que devolvió la corona de España por el Tratado de Valençay.