En el siglo XVII, España era un estado complejo, pues estaba formado por un conjunto de territorios que poseían instituciones, leyes y lenguas diferentes, aunque tenían un mismo rey. Este imponía unas normas generales de gobierno, pero gobernaba cada territorio según sus leyes.
La monarquía hispánica continuaba siendo una potencia internacional, que poseía numerosas y estratégicas posesiones en Europa -Nápoles, Sicilia, Cerdeña, Milán, los Países Bajos, etc.- y extensos territorios en su vasto imperio.
Por otra parte, durante el siglo XVII los reinos de la monarquía española experimentan una decadencia en todos los ámbitos: crisis demográfica, decadencia económica, decadencia militar, decadencia política y científica y pérdidas territoriales de sus posesiones. No fue un proceso brusco, ni uniforme, ni se manifestó por igual en todos los territorios de la Monarquía. Esta decadencia española en todos los campos contrasta, sin embargo, con el florecimiento de las artes y de la literatura (Siglo de Oro).
La Guerra de los Treinta Años y sus Repercusiones
La política exterior de los Austrias españoles defendía el mantenimiento de una política de prestigio y del papel hegemónico en Europa. Por este motivo intervino en la Guerra de los Treinta Años (1618-1648). Esta se inició por un enfrentamiento religioso en Bohemia entre protestantes y católicos y terminó siendo un enfrentamiento generalizado por la hegemonía en Europa. En realidad, se enfrentaron dos concepciones de Europa. Los Habsburgo de España y Alemania representaban una visión tradicional. Querían imponer la reforma católica, el criterio de universalización, el poder del Pontífice y la validez de la idea imperial: Europa unida por una fe y bajo un emperador. Frente a esta visión, los países protestantes del Norte y la católica Francia, principalmente, querían un ordenamiento nuevo, basado en las ideas renacentistas: individualismo, racionalismo y triunfo de un incipiente nacionalismo. Es decir, Europa dividida en una serie de estados soberanos que fueran independientes entre sí.
La entrada en la guerra se produjo en 1621 con la ruptura de la Tregua de los Doce Años con el fin de apoyar a los Austrias alemanes. Así se declara la guerra a los Países Bajos, que contaron con el apoyo de los protestantes alemanes. Al principio se lograron algunas victorias como la de Breda en 1626. Pero la entrada de Dinamarca y posteriormente de Suecia en la contienda agotó los recursos económicos y militares de la monarquía. La entrada de Francia, Cardenal Richelieu, apoyando a los protestantes va a inclinar la balanza a favor de estos, firmándose la Paz de Westfalia (1648) que supone: puso término a la Guerra de los Treinta Años y supuso en realidad el principio del fin de la hegemonía española: las Provincias Unidas del Norte (protestantes de los Países Bajos) se hacían definitivamente independientes conservando la Corona hispana los territorios del sur. Pero el significado político de la Paz de Westfalia era mayor. Francia se afirmaba como la potencia hegemónica y surgía una nueva potencia en el Báltico: Suecia.
La guerra entre Francia y España continuó hasta la Paz de los Pirineos en 1659. Esta paz supuso la pérdida de las tierras catalanas del Rosellón y la Cerdaña y que las mercancías francesas tuviesen paso libre por territorio español.
Las Rebeliones de Cataluña y Portugal (1640)
La década de 1640 fue un periodo de crisis general para la monarquía hispánica; a la participación en la guerra de los Treinta Años y a la guerra contra las Provincias Unidas, se debe sumar en la propia península los conflictos en Cataluña y Portugal.
En Cataluña, los sucesivos intentos de la Corona por lograr la aprobación de las Cortes del proyecto de la Unión de Armas fracasaron. El problema fiscal fue transformándose en una cuestión política que se agravó aún más por la guerra con Francia (1635), ya que Cataluña se convirtió en frente de batalla. El Conde Duque de Olivares exigió al reino pagar la manutención de las tropas que luchaban en la frontera contra los franceses.
En junio de 1640 se produjo una sangrienta revuelta, el llamado Corpus de Sangre, en la que fue asesinado el virrey. Los sublevados buscaban el apoyo de Francia, que envió tropas al territorio catalán. La prolongación del conflicto y los perjuicios de la presencia francesa favorecieron la rendición de Barcelona en 1652 y la aceptación de la soberanía de Felipe IV.
Paralelamente, en 1640 se produjo otra rebelión en Portugal en contra del proyecto de Unión de Armas. En ese reino se añadían también las dificultades de Felipe IV para proteger el Imperio luso de ultramar (Brasil) de los ataques holandeses. La nobleza y la alta burguesía promovieron la rebelión dirigida por el duque de Braganza, quien se proclamó rey de Portugal. Los intentos de Felipe IV por recuperar Portugal fracasaron y la independencia de Portugal se consolidó.
Factores de la Crisis Demográfica y Económica del Siglo XVII
El siglo XVII fue un siglo de crisis en Europa. Los factores fundamentales de la crisis en España fueron:
- Descenso demográfico: Como consecuencia de grandes epidemias (tres oleadas de peste); la expulsión de los moriscos, que perjudicó sobre todo a Valencia y Aragón; las guerras constantes, y crisis de subsistencias. La población española se redujo, pasando a lo largo del siglo XVII de los ocho millones de habitantes a los siete.
- Depresión económica: Al descenso demográfico se unió el endeudamiento de la Corona, que agudizó la depresión económica. Así la producción agrícola disminuyó. La ganadería sedentaria creció frente a la trashumante, perjudicada por la disminución de exportaciones a Flandes. No se invertía en la industria y comercio, la artesanía castellana entró en recesión. La metalurgia vasca y la industria naval estaban en crisis. Decayó el comercio en América, la llegada de metales preciosos (oro y plata), agudizando el endeudamiento que suponía el mantenimiento del Imperio y las continuas guerras para lograrlo.
Hacia 1680 se inicia una mejoría: aumenta la natalidad, y se recupera lentamente la producción y el comercio.
Las consecuencias de la crisis afectaron a todos los grupos de la sociedad estamental del XVII. La nobleza y el clero aumentaron en número, la primera endeudada al disminuir sus rentas y querer mantener su nivel de vida. La burguesía intentaba ennoblecerse; y la situación de los campesinos empeoró, aumentando las revueltas y la emigración a Madrid o a la periferia. Así como el aumento de los marginados sociales, debido a esa pauperización de la economía.