La Monarquía de Carlos IV (1788-1808)
Carlos IV apartó del gobierno a los ministros ilustrados y confió el poder a un joven militar de origen humilde, Manuel Godoy. La ejecución del monarca francés Luis XVI impulsó a Carlos IV a declarar la guerra a Francia, en coalición con otras monarquías absolutas. A partir de ese momento, y especialmente desde el ascenso al poder de Napoleón Bonaparte, la política española vaciló entre el temor a Francia y el intento de pactar con ella para evitar el enfrentamiento con el poderoso ejército napoleónico. Las alianzas derivaron en el conflicto con Gran Bretaña. Más tarde, Godoy recurrió al endeudamiento y al aumento de las contribuciones, y planteó reformas como la desamortización de tierras eclesiásticas. La nobleza y la Iglesia se mostraron contrarias a las reformas de Godoy. Los impuestos sobre el campesinado produjeron epidemias y hambre.
El Motín de Aranjuez (1808)
La situación se deterioró aún más cuando Godoy firmó un tratado con Napoleón (Tratado de Fontainebleau) que autorizaba a los ejércitos napoleónicos a entrar en España para atacar a Portugal, aliada con Gran Bretaña. El 18 de marzo de 1808 estalló un motín en Aranjuez, ciudad donde se encontraban los reyes, quienes, aconsejados por Godoy y temerosos de que la presencia francesa terminase en una invasión del país, se retiraban hacia el sur. El motín forzó la abdicación de Carlos IV en su hijo Fernando VII, alrededor del cual se habían unido quienes querían acabar con Godoy. Los amotinados consiguieron sus objetivos, pero los hechos evidenciaron una crisis profunda en la monarquía española.
La Convocatoria de Cortes (1810)
La Junta Suprema Central se había mostrado incapaz de dirigir la guerra y decidió disolverse en enero de 1810, no sin antes iniciar un proceso de convocatoria de Cortes para que los representantes de la nación decidieran sobre su organización y su destino. Mientras se reunían las Cortes, se mantenía una Regencia formada por cinco miembros y, asimismo, se organizó una consulta al país. Las Cortes se abrieron en septiembre de 1810 y el sector liberal consiguió su primer triunfo al forzar la formación de una cámara única, frente a la tradicional representación estamental, y así el reconocimiento de que el poder reside en el conjunto de los ciudadanos, representados en las Cortes.
La Constitución de 1812
Empezó a debatirse en agosto de 1810 y se promulgó el 19 de marzo de 1812, día de San José, por lo que se la conoció como «La Pepa». Sus principales características fueron:
- Soberanía Nacional: Todo el poder recae sobre el pueblo, es decir, que el pueblo vota lo que quiere.
- Separación de Poderes: Los poderes no recaen solo sobre una persona, sino que se dividen en tres: ejecutivo, legislativo y judicial.
- Sufragio: Aunque se avanzó hacia una mayor participación, el sufragio era censitario, no universal.
- Confesionalidad de la Religión Católica: La única religión reconocida era la católica, impuesta por el Estado.
La Restauración del Absolutismo (1814-1820)
Los liberales desconfiaban de la predisposición del monarca Fernando VII para aceptar el nuevo orden constitucional, pero los absolutistas sabían que la vuelta del monarca era su mejor oportunidad para deshacer toda la obra de Cádiz y volver al Antiguo Régimen. Se organizaron rápidamente para demandar la restauración del absolutismo (Manifiesto de los Persas) y movilizaron al pueblo para que mostrase su adhesión incondicional al monarca. Seguro ya de la debilidad del sector liberal, Fernando VII traicionó sus promesas y, mediante el Real Decreto del 4 de mayo de 1814, anuló la Constitución y las leyes de Cádiz, y anunció la vuelta al absolutismo. Fueron detenidos o asesinados los principales dirigentes liberales, mientras que otros huyeron al exilio. La monarquía procedió a la restauración de todas las antiguas instituciones del régimen señorial y de la Inquisición. Era la vuelta al Antiguo Régimen debido a la derrota de Napoleón y el restablecimiento del viejo orden en Europa.
La Guerra de la Independencia (1808-1814)
La victoria española en la batalla de Bailén y la defensa de Cádiz constituyen los dos acontecimientos de mayor relevancia desarrollados en Andalucía durante los años de la Guerra de la Independencia. En Sevilla se constituyó una Junta de España e Indias y se propagó la insurrección por toda Andalucía. La trascendencia política y militar de Bailén no se puede minusvalorar debido a la pérdida de miles de hombres, que provocó cierto pánico en el rey José I, quien abandonó Madrid. Tan importante fue esta humillación para Francia que Napoleón, al frente de sus mejores mariscales, movilizó a la mitad de sus tropas acantonadas en Alemania y se trasladó a la Península Ibérica. Tras la sucesión de derrotas y la dispersión de los ejércitos españoles, el camino quedó libre para la invasión francesa, a excepción de Cádiz, donde se trasladaron la Junta Suprema y las Cortes que alumbraron la Constitución española.
Absolutismo y Liberalismo (1814-1833)
La restauración del absolutismo en 1814 se produjo en Andalucía con la misma facilidad que en el resto de España. A la represión desatada contra los liberales, estos respondieron pronunciándose con las armas. Después de varios intentos que fracasaron, un levantamiento en Sevilla, liderado por Rafael de Riego, obligó al rey Fernando VII a jurar la Constitución. Riego sería ensalzado como el héroe del levantamiento. A partir de 1820 y hasta 1823, los partidarios del liberalismo intentaron instaurar un nuevo modelo de Estado afín a la revolución liberal. A partir de 1823, con la intervención de la Santa Alianza, los liberales más destacados fueron apresados y enviados al exilio, y la vuelta al absolutismo se recibió de nuevo con alegría, entrando en la llamada «Década Ominosa» (1823-1833).