Introducción
En 1788, fallece Carlos III y asciende al trono su hijo Carlos IV, quien gobierna España desde 1788 hasta 1808. Carlos IV nombra a Manuel Godoy como su favorito o primer ministro. Godoy, un joven militar de 25 años, mantenía una estrecha relación tanto con el rey como con la reina María Luisa de Parma, y representaba un típico gobernante del Despotismo Ilustrado. Al año siguiente de la llegada al poder de Carlos IV, da comienzo la Revolución Francesa, que supone la abolición del Antiguo Régimen en Francia. Como consecuencia, se suprimen los derechos fiscales de la nobleza y el clero, se redacta la Declaración de los Derechos del Hombre y, finalmente, se elabora la Constitución de 1791, basada en la soberanía nacional y la división de poderes. Tres años más tarde, en agosto de 1792, se produce la segunda fase de la Revolución Francesa. Al conocer la muerte de Luis XVI, Carlos IV declara la guerra a Francia, un conflicto conocido como la Guerra contra la Convención (1792-1795), que finaliza con la victoria de los franceses y la firma de la Paz de Basilea.
España al servicio de Napoleón
Tras la Paz de Basilea, España se encuentra al servicio de Francia, y, por tanto, Inglaterra se convierte en su principal enemigo. En 1796, mediante el Primer Tratado de San Ildefonso, España y la Convención francesa firman una alianza militar contra Inglaterra. Los españoles son derrotados en el Cabo de San Vicente en febrero de 1797, perdiendo su flota de guerra. A partir de entonces, el comercio con América queda desprotegido. En los dos años siguientes, Francia, ocupada en la campaña de Egipto dirigida por Napoleón, no necesita la colaboración militar española, lo que permite cierta mejoría de la economía española. Sin embargo, Napoleón Bonaparte toma el poder, se nombra Primer Cónsul y recibe poderes absolutos. La corte española se convierte en una mera comparsa ante la política expansionista de Bonaparte. Godoy entra en dependencia de Napoleón y secunda todos sus proyectos.
En octubre de 1800, se firma con Napoleón el Segundo Tratado de San Ildefonso, en virtud del cual un ejército español, al mando de Godoy, interviene en la Guerra de las Naranjas (1801) contra Portugal para cerrar sus puertos al comercio británico debido a su desobediencia. En 1804, Napoleón, tras ser coronado emperador, decreta la guerra contra la Tercera Coalición (1804-1806), sobre todo contra Inglaterra. España apoya a Francia y su flota es destruida en Trafalgar por Nelson.
La alianza con Napoleón supone el hundimiento económico del país, el fin de la potencia naval española y la incomunicación con las posesiones americanas. A partir de ese momento, Inglaterra bloquea el comercio español con América.
El origen de la Guerra de la Independencia: El Tratado de Fontainebleau y el Motín de Aranjuez
El origen de la Guerra de la Independencia se remonta a 1806, cuando Napoleón declara un nuevo bloqueo continental contra Inglaterra y Portugal. En octubre de 1807, España firma con Napoleón el Tratado de Fontainebleau, un compromiso bélico para conquistar y dividir Portugal en tres partes:
- El sur para Godoy, quien sería nombrado rey de los Algarves.
- La Lusitania para Elisa Bonaparte (hermana de Napoleón).
- El centro, entre el Duero y el Tajo, quedaría en suspenso para futuras compensaciones.
Por este tratado, Carlos IV concede permiso a Napoleón para entrar con 28.800 soldados franceses para la conquista de Portugal. En pocos días, invaden Lisboa. Sin embargo, tras conquistar Portugal, más de 100.000 hombres llegan a España al mando de Junot y Murat, quienes comienzan a invadir España, estableciéndose en Burgos, Salamanca, Valladolid, San Sebastián y Barcelona. En febrero de 1808, Murat es nombrado lugarteniente de Napoleón en España y ocupa Madrid, quedando clara la pretensión napoleónica de conquistar España.
Motín de Aranjuez (marzo de 1808)
Godoy encarga al General Castaños, general de Andalucía, formar un ejército para expulsar a los franceses y trama la huida de la familia real, que se encontraba en Aranjuez, a Sevilla o Cádiz. Entonces estalla el Motín de Aranjuez (17-19 de marzo de 1808). Según el historiador Martí Gilabert, fue un motín del Partido Cortesano, enemigo de Godoy y agrupado en torno al príncipe Fernando, cuyo líder era el Conde de Montijo. En la noche del 17 al 18 de marzo, el pueblo interviene, movido por importantes aristócratas de la camarilla de Fernando. El resultado es que Carlos IV destituye a Godoy y dos días después abdica en favor de su hijo Fernando. El reinado de Fernando VII solo dura dos meses.
Las Abdicaciones de Bayona (5-6 de mayo de 1808) y el poder de José Bonaparte (julio 1808-diciembre 1813)
Carlos IV se arrepiente de su abdicación y escribe a Napoleón informándole de su abdicación forzada. Napoleón se ofrece como mediador. Fernando VII y Carlos IV son llamados por Napoleón a Bayona, donde llegan el 20 y 30 de abril de 1808, respectivamente. Napoleón consigue la renuncia de ambos reyes a su favor. Fernando VII abdica en su padre Carlos IV, y al día siguiente Carlos IV abdica en Napoleón bajo dos condiciones: la integridad de España y las Indias, y la confesionalidad católica del Estado. A cambio, reciben los dominios franceses de Chambord para Carlos IV y Navarre para Fernando VII, concretamente en el castillo de Valençay. Después de esto, Napoleón proclama rey a su hermano José I Bonaparte y sus tropas conquistan toda España.
Para conseguir apoyos entre la población, José Bonaparte otorga a España una especie de constitución denominada Estatuto de Bayona, una carta otorgada elaborada por el propio Napoleón y aprobada por la Junta de Bayona. Destacamos el nombramiento de José I Bonaparte como nuevo rey de España, el reconocimiento de la religión católica como religión oficial del Estado, y el reconocimiento de algunos derechos como la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, los impuestos y el acceso a los cargos públicos. El Estatuto de Bayona, pese a sus limitaciones, fue pionero del constitucionalismo español y provocó la redacción de la Constitución de Cádiz por los elementos opuestos a la invasión napoleónica. Por otro lado, el Estatuto de Bayona no se puso en práctica debido a la Guerra de la Independencia.
Los Afrancesados y el Frente Patriótico
Los Afrancesados: El gobierno de José I Bonaparte contó con la ayuda de los llamados, en tono insultante, «afrancesados». Eran aristócratas, clérigos, altos funcionarios, miles de funcionarios de provincias e intelectuales partidarios del reformismo ilustrado de José I y enemigos de medidas revolucionarias. Pensaban que una monarquía fuerte sería capaz de realizar las reformas necesarias para modernizar el país y evitar la revolución. El pueblo los tachó de traidores, aunque hoy muchos historiadores afirman su buena fe. Tras el final de la Guerra de la Independencia, la mayoría debieron escapar, mientras que otros fueron detenidos y ajusticiados.
El Frente Patriótico: Estaba formado por la mayoría de la población española que se oponía a la invasión francesa. Se pueden distinguir posiciones muy diferentes:
- La mayoría del clero y la nobleza defendían la vuelta de Fernando VII como rey absolutista.
- Los sectores ilustrados, encabezados por Floridablanca y Jovellanos, esperaban la vuelta de Fernando VII como rey reformista y modernizador de España, y la creación de un sistema liberal parlamentario basado en la soberanía nacional y la división de poderes.
- Gran parte de la población luchó contra el invasor extranjero a la espera del regreso de Fernando VII.
La Guerra de la Independencia (1808-1813)
La Guerra de la Independencia, conocida como «la Guerra del Francés» en Cataluña o «la Francesada» en el resto de España, se inicia en Madrid el 2 de mayo de 1808. Los madrileños, acaudillados por los capitanes Daoíz y Velarde, se levantan contra el ejército francés ocupante de la capital, ante las noticias, más o menos falsas, de que Fernando VII había sido secuestrado por Napoleón y el intento de llevarse a Francia al infante Francisco de Paula, el menor de los hijos de Carlos IV. Algunas de estas escenas fueron recogidas por Goya en el cuadro «El 2 de mayo: La lucha con los mamelucos», en el que los madrileños atacan a un grupo de soldados egipcios (mamelucos) hechos prisioneros por Napoleón. Pocas horas después, el general Murat reprimió la revuelta, fusilando a centenares de madrileños como escarmiento, hecho recogido en el cuadro «Los fusilamientos del 3 de mayo» o «Fusilamientos de la Moncloa» de Goya, pintor de cámara de Carlos IV. Un día después, el 4 de mayo, se produce la salida del resto de la familia real española, encabezada por el infante Antonio Pascual, tío de Fernando VII, que presidía la Junta de Gobierno. A partir de ahí, la guerra se divide en cuatro fases:
1ª Fase: El avance francés hasta la batalla de Bailén (mayo-julio de 1808)
En junio de 1808, un ejército de 170.000 hombres se adentra en España confiando en desplegarse rápidamente. A finales de mayo se produce el levantamiento antifrancés por toda España (Cartagena, Zamora, Sevilla, La Coruña, Valencia). Se crean juntas provinciales de defensa en casi todas las capitales, formadas por el clero, militares y funcionarios. Enseguida, con delegados de estas juntas provinciales, se forma una Junta Central Suprema de 34 miembros en Aranjuez, presidida por Floridablanca, encargada de coordinar la acción contra los franceses y de pedir ayuda a Inglaterra. Estos levantamientos degeneran en una guerra entre 1808 y 1813, una guerra nacional frente a un enemigo común, los franceses, y un conflicto internacional. Las juntas provinciales se dotan de ejércitos regulares: Castilla, al mando del general Cuesta; Galicia, con Joaquín Blake; Aragón, con el general Palafox; y Andalucía, con el general Castaños. Destaca la resistencia de algunas ciudades como Zaragoza. El mariscal Dupont conquista el centro de Castilla y trata de dominar Andalucía, pero es derrotado en Bailén por la junta de Sevilla y Granada, al mando del general Castaños. Esta derrota, la primera de Napoleón en Europa, supone la rendición de 20.000 soldados y provoca la ira de Napoleón.
2ª Fase: La llegada de Napoleón y la contraofensiva de la Grand Armée
Ante el descalabro de Bailén, en noviembre de 1808, el propio Napoleón entra en España junto a sus principales generales, con un ejército de 250.000 hombres, y desarrollan un gran avance. José Bonaparte regresa a Madrid. Napoleón dicta cuatro decretos reformistas: la abolición de los derechos feudales, de la Inquisición, la reducción de los conventos y la nacionalización de sus bienes. Napoleón se marcha en 1808 y, desde 1809, los franceses dominan casi toda España con la típica guerra de desgaste. En 1810, casi todo el territorio peninsular está en manos de Francia. Massena trata de conquistar Portugal. Soult conquista toda Andalucía, desde Jaén hasta poner sitio a Cádiz, que resultó difícil de conquistar. Solo quedaban libres las zonas de Lisboa, Galicia y Cádiz.
3ª Fase: La guerra de desgaste y el papel de las guerrillas
Desde 1809, en los pueblos y ciudades se practica la táctica de guerrillas, una forma de resistencia popular contra el invasor francés. Eran grupos de unos 100 hombres formados por antiguos soldados del ejército español, voluntarios civiles, campesinos, curas y bandoleros. Entre sus jefes destacan Espoz y Mina. Atacaban al enemigo por sorpresa, dirigidos por un jefe de cuadrilla. Las guerrillas lograron tres objetivos: dificultar las comunicaciones entre Madrid y París, ser una valiosa fuente de información para los aliados ingleses y obligar a destinar soldados para la protección de las comunicaciones.
4ª Fase: La campaña de Rusia y el fin de la guerra (1812-1813)
En 1812, la guerra da un giro definitivo. Napoleón inicia la campaña de Rusia y retira 50.000 soldados de España. El Duque de Wellington desembarca en Lisboa y derrota a los franceses en la Albuera. En el verano de 1812, comienza la gran ofensiva hispano-inglesa. En julio-agosto de 1813 se inicia la ofensiva final, en la que un gran ejército formado por británicos, españoles y portugueses, dirigidos por Wellington, lanza de nuevo su acometida. Napoleón también es derrotado en Alemania y llega a un acuerdo con Fernando VII con el Tratado de Valençay, donde Napoleón reconoce la restauración de Fernando VII. En 1814, se produce el hundimiento total del imperio napoleónico. La derrota de Napoleón por las potencias absolutistas europeas significó la vuelta al viejo orden y al absolutismo monárquico.
El balance de la guerra
La Guerra de la Independencia causó 300.000 muertos según unos autores y cerca de un millón según otros, para una población de 11 millones de habitantes. Madrid cambió seis veces de dueño y la guerra dejó un país empobrecido. Según la historiografía británica, la actuación del ejército británico fue determinante, destacando el papel del Duque de Wellington. El 30 de mayo de 1814, se prohibió la vuelta a España a todos los que hubieran aceptado o simplemente continuado en el desempeño de un cargo bajo el reinado de José I Bonaparte (afrancesados). Pero la guerra tuvo una cara positiva: mientras gran parte de los españoles se enfrentaban a los franceses, se reúnen las Cortes de Cádiz, primer intento de acabar con el Antiguo Régimen y crear una verdadera revolución burguesa.
Las Cortes de Cádiz (1810-1814)
Se convocan en Cádiz después de un siglo en que los Borbones apenas las habían reunido. Las Cortes comenzaron el 24 de septiembre de 1810 y prolongaron su actividad hasta la primavera de 1814. El proceso de elección de diputados fue difícil. Según el historiador Tuñón de Lara, la mayor parte de sus componentes pertenecían al Estado llano, con un talante innovador, pero sin ningún campesino ni mujeres. Pronto surgieron tres grandes tendencias:
- Los liberales: Partidarios de las reformas revolucionarias y admiradores de la Revolución francesa, defendían la soberanía nacional, unas Cortes formadas por una cámara única y la redacción de una constitución liberal.
- Los jovellanistas o renovadores: Defendían una mezcla del modelo parlamentario británico y las leyes tradicionales de los reinos hispánicos.
- Los absolutistas a ultranza, o inmovilistas/serviles: Pretendían mantener el viejo orden monárquico. Entre sus filas destacaron el obispo de Orense, Pedro Quevedo y Quintano.
El discurso inaugural de las Cortes, pronunciado por Muñoz Torrero, fue una encendida defensa de los principios liberales. En las primeras sesiones se adoptaron varias medidas novedosas, debido a la superioridad numérica de los elementos reformadores:
- El principio de soberanía nacional.
- El reconocimiento de Fernando VII como rey constitucional.
- La formación de Cortes mediante cámara única.
- La exigencia de juramento de fidelidad.
La labor de las Cortes fue inmensa y destacaron dos grupos de tareas: la elaboración de la Constitución de 1812 y la promulgación de varios decretos que reformaron aspectos esenciales de la política y la sociedad española. Buscaban cambiar la estructura política, social y económica por las de un Estado liberal.
La Constitución de Cádiz de 1812
Una constitución es la norma fundamental del Estado que suele recoger los siguientes contenidos: los derechos políticos de los ciudadanos, la separación de poderes, su asignación concreta y las competencias de cada uno, la organización del Estado, la soberanía y la forma de organización política, las funciones de otras instituciones y autoridades, y el control de la constitucionalidad de las leyes. La Constitución de Cádiz fue aprobada el 19 de marzo de 1812, día de San José, por lo que se la conoce como «la Pepa». Es la constitución más extensa que ha existido en España, ya que reguló minuciosamente la organización política, incluyendo cuestiones propias de leyes ordinarias.
- Preámbulo: «La Nación española está representada por las Cortes españolas».
- Título I («De España»): Reconoce la soberanía nacional.
- Título II («De los españoles»): Recoge una amplia declaración de derechos del ciudadano. También hace referencia a los deberes, sobre todo a la proclamación del catolicismo como religión del Estado. Reconoce a Fernando VII como rey de España.
- Título III: Proclama la separación o división de poderes.
- Título VI: Dedicado al gobierno de las provincias y los ayuntamientos.
- Título X: Realiza una observación de la propia constitución.
Valoración de la Constitución de Cádiz de 1812
Se inspira en la Constitución francesa de 1791. Según Sánchez Agesta, fue una constitución cerrada. Solo duró dos años, un mes y catorce días. Fue derogada tras la vuelta de Fernando VII y más tarde impuesta durante el Trienio Liberal y en 1836 tras el Motín de la Granja. Sirvió de modelo para el avance de la revolución liberal en España e inspiró las constituciones liberales latinoamericanas y portuguesas, entre otras.