Impacto de América en la España del Siglo XVI
El descubrimiento y la colonización de América generaron un importante flujo de comercio ultramarino que impactó tanto a España como al resto de Europa. La búsqueda de metales preciosos fue la principal motivación económica de la colonización. Para 1650, ya habían llegado a España 19.000 toneladas de oro y plata, lo que alteró significativamente la economía española.
En primer lugar, estos metales financiaron la política exterior y militar de la monarquía hispánica. Además, contribuyeron al aumento de los precios y la inflación, provocando una pérdida de competitividad de las manufacturas españolas frente a las europeas.
Inicialmente, la relación comercial entre América y España (primera mitad del siglo XVI) se basó en la exportación española de vino, aceite, tejidos y maquinaria. Sin embargo, esta demanda comenzó a ser cubierta por países europeos, utilizando a España como intermediario. A finales del siglo XVII, España solo exportaba el 6% del total de mercancías que llegaban a América.
Además de los metales preciosos, llegaron a España y Europa productos americanos como el maíz, la patata, el cacao, el azúcar, el tabaco y la cochinilla. Esto supuso una diversificación de los productos agrícolas y la introducción de nuevas materias primas para industrias como la textil y la de tintes (cochinilla).
Finalmente, el descubrimiento y la colonización de América impulsaron un importante desarrollo científico y cultural. Se ampliaron los conocimientos geográficos, se descubrieron nuevas especies vegetales y animales, nuevas plantas medicinales y nuevas culturas. Estos avances sentaron las bases del nuevo conocimiento intelectual, científico y técnico que se desarrollaría en los siglos XVII y XVIII. Asimismo, surgió una nueva actitud «civilizadora» en España y Europa, que se consideraban responsables de la difusión de la cultura occidental, articulada en torno al afán evangelizador cristiano.
La España del Siglo XVI: El Imperio de Carlos V y Felipe II
El Reinado de Carlos V y los Conflictos Internos
Tras la muerte de Fernando el Católico, su nieto Carlos de Gante fue nombrado rey de Castilla y Aragón (Carlos I). Llegó a la Península acompañado de consejeros flamencos, a quienes otorgó importantes cargos, provocando el descontento de la nobleza y las ciudades. Con la muerte del Emperador Maximiliano, los intereses peninsulares quedaron supeditados a la política de Carlos I y a sus aspiraciones al título imperial, que consiguió en 1519.
Esta situación, sumada al autoritarismo del monarca, provocó el malestar de la población, que desembocó en revueltas en 1520 con la sublevación de las Comunidades castellanas. De origen urbano, la revuelta se propagó rápidamente al campo. Los líderes comuneros, Bravo, Padilla y Maldonado, reclamaban una mayor participación de los concejos en el gobierno. Los comuneros fueron derrotados en la batalla de Villalar en 1521.
Casi simultáneamente, en el Reino de Valencia, tuvo lugar la rebelión de las Germanías (agermanats, clases populares), que luego se extendió a Mallorca. Estas revueltas tenían un marcado carácter antiseñorial y de oposición a la oligarquía urbana. Los rebeldes fueron derrotados en 1522, tras dos años de lucha.
La Monarquía Hispánica de Felipe II
El reinado de Felipe II es conocido como la monarquía hispánica.
El Modelo Político de los Austrias: La Unión de Reinos
La monarquía española bajo los Austrias mayores (Carlos V y Felipe II) estaba compuesta por vastos territorios que mantenían sus vínculos mediante principios de gobierno comunes, como la monarquía autoritaria, y un conjunto de instituciones nuevas en Europa, como el Consejo de Estado, creado por Carlos I. Este consejo estaba formado por representantes de los diferentes reinos. La monarquía era autoritaria, con un fuerte centralismo administrativo. También existían consejos territoriales para cada reino, así como el Consejo de la Inquisición y el de Hacienda. En las colonias, existían virreyes y regidores.
Las Cortes perdieron importancia, especialmente las de Castilla, que carecían de poder legislativo. En cuanto a la administración de justicia, los Austrias crearon nuevas audiencias (como la de Sevilla) y mantuvieron instituciones tradicionales como el Justicia Mayor y la Real Audiencia en Aragón.
A nivel local, el modelo se basaba en municipios, pero su poder estaba cada vez más debilitado debido a la compra de cargos. Tanto Carlos I como Felipe II se apoyaron en hombres de confianza, sin llegar al nivel de los validos posteriores. Sin embargo, hubo casos, como el de Antonio Pérez, secretario de Felipe II, en que estos hombres llegaron a traicionar al rey. Este caso, no obstante, sirvió a Felipe II para aumentar su poder en el reino de Aragón.
En resumen, el modelo político de los Austrias presentaba unidad en la cúspide, pero pluralidad y descentralización en la base. Además, se fijó definitivamente la capital del reino en Madrid.
La España del Siglo XVII: Los Austrias Menores y la Decadencia
Gobierno de Validos y Conflictos Internos
Felipe III, Felipe IV y Carlos II, conocidos como los Austrias menores, delegaron el poder en sus favoritos, denominados validos. Estos reyes se caracterizaron por la debilidad de su carácter, por lo que no asumieron plenamente las responsabilidades de la corona. El duque de Lerma, valido de Felipe III, y el conde-duque de Olivares, favorito de Felipe IV, fueron las principales figuras políticas del siglo y quienes realmente gobernaron. Tomaron las decisiones más importantes, al margen de las instituciones de la monarquía y de los Consejos, lo que provocó importantes conflictos, revueltas y sublevaciones internas.
El principal conflicto interno durante el reinado de Felipe III fue la revuelta de los moriscos, que culminó con su expulsión definitiva en 1609 del reino de Valencia y en 1610 de los reinos de Aragón y Castilla. Esta expulsión tuvo graves consecuencias sociales y económicas, ya que la población morisca constituía una fuerza de trabajo especializada que fue imposible de reemplazar.
Durante el reinado de Felipe IV, se produjeron las sublevaciones de Portugal y Cataluña, provocadas principalmente por la política del conde-duque de Olivares. Con el objetivo de recuperar el prestigio y la hegemonía de la monarquía española, Olivares exigió a los reinos no castellanos de la Corona un aumento de la aportación económica para financiar su política y la participación española en la Guerra de los Treinta Años. Mientras que la rebelión catalana fue sofocada (toma de Barcelona, 1652), Portugal logró su independencia definitiva de España.
El Ocaso del Imperio Español en Europa
Durante el siglo XVII, la monarquía hispánica experimentó un claro proceso de decadencia. La Guerra de los Treinta Años contra Francia y sus aliados finalizó con la Paz de Westfalia (1648), favorable a los aliados de Francia, y la Paz de los Pirineos (1659), favorable a los franceses. Estos tratados marcaron el fin definitivo del Imperio español, que ya había comenzado su declive a finales del reinado de Felipe II, transformando a España en una potencia de segundo orden.
A Felipe IV le sucedió su hijo Carlos II, quien, al no tener descendencia, marcó la política exterior española de finales del siglo XVII. Su muerte, el 1 de noviembre de 1700, desencadenó la Guerra de Sucesión (1701-1713) al trono español, un conflicto internacional por la hegemonía política en Europa.