1.4 El intento de renovación económica
Uno de los objetivos de La Gloriosa era reorientar la política económica. Se pretendía establecer una legislación que protegiera los intereses económicos de la burguesía nacional y de los inversores extranjeros. Por ello, la política económica de esta etapa se caracterizó por la defensa del librecambismo y por la apertura del mercado español a la entrada del capital extranjero.
La frustración de las aspiraciones populares
La forma de gobierno monárquica disgustó a los que aspiraban a un régimen republicano; el mantenimiento del culto y el clero disgustaba a muchos sectores radicales; y la persistencia de las desigualdades sociales no gustaba a campesinos, jornaleros y trabajadores de fábrica, que no veían mejorar su situación. Durante el período de la regencia (1689-1870) hubo una fuerte conflictividad social, que se mantuvo a lo largo del sexenio. En un primer momento, los republicanos encarnaron gran parte de ese descontento; posteriormente, varios de estos sectores se inclinaron hacia posiciones más radicales y apolíticas (internacionalismo).
Un monarca para un régimen democrático
Prim fue el encargado de sondear el candidato más idóneo para el vacante trono español. Consiguió imponerse la candidatura de Amadeo de Saboya, un hombre con una concepción democrática de la monarquía. El 2 de enero, Amadeo de Saboya fue proclamado rey y, tras prestar juramento, las Cortes Constituyentes se disolvieron para iniciar una nueva etapa de monarquía democrática.
Las dificultades de la nueva dinastía
La nueva dinastía contaba con escasos apoyos. Los dos años de reinado de Amadeo de Saboya se vieron marcados por dificultades constantes.
Una permanente inestabilidad
Amadeo contó desde el principio con la oposición de los moderados, que consideraban ilegítima la nueva monarquía y seguían fieles a los Borbones. Empezaron a organizar la restauración borbónica en la persona del príncipe Alfonso, hijo de la reina. Cánovas fue el principal dirigente de este grupo. Esta opción contó con los apoyos de la Iglesia, contraria a la nueva situación, sobre todo después del decreto de Prim que obligaba al clero a jurar la Constitución de 1869. También la apoyó la élite del dinero, opuesta a un régimen que legislaba en contra de sus intereses: abolición de la esclavitud en Cuba, regulación del trabajo infantil, etc. Los carlistas, en 1872, se sublevaron animados por las posibles expectativas de sentar en el trono a su candidato, Carlos VII. La rebelión se inició en el País Vasco y se extendió a Navarra y a zonas de Cataluña. No era un verdadero peligro, pero se convirtió en un foco presente de problemas e inestabilidad.
Amadeo I tampoco contaba con el apoyo de los sectores republicanos ni de los grupos populares que les daban apoyo y que aspiraban a un cambio de sistema social. En 1872 se produjeron nuevas insurrecciones de carácter federalista, que combinaban la acción de los republicanos con la influencia internacionalista. Asimismo, en 1868 se inició con el llamado Grito de Yara un conflicto en la isla de Cuba (Guerra de los Diez Años). La insurrección, dirigida por algunos propietarios criollos, contó rápidamente con el apoyo popular al prometer el fin de la esclavitud en la isla. La negativa de los sectores económicos españoles con intereses en Cuba frustró la posibilidad de una solución pacífica. En dos años se formaron seis gobiernos y hubo elecciones tres veces; finalmente, Amadeo de Saboya renunció al trono en 1873 y abandonó España.
La proclamación de una república
Ante la renuncia de Amadeo de Saboya, las Cortes, depositarias de la soberanía nacional en ausencia de monarca, decidieron someter a votación la proclamación de una república, aprobada el 11 de febrero de 1873. Estos datos no reflejan un apoyo real a la nueva forma de gobierno. Gran parte de la cámara era monárquica, y su voto republicano fue una estrategia para ganar tiempo y organizar el retorno de los Borbones al trono español. La República nació con pocas posibilidades de éxito. A pesar de todo, la República fue recibida con entusiasmo por las clases populares, que creyeron que había llegado el momento de cumplir las aspiraciones de cambio social y constituyeron juntas revolucionarias. Sin embargo, gran parte de los dirigentes del republicanismo federal estaban lejos de las aspiraciones revolucionarias de las bases de su propio partido. Disolución de las Juntas, represión de las revueltas. Pacificado el panorama, se convocaron elecciones a Cortes Constituyentes, que ganaron ampliamente los republicanos.
El intento de instaurar una República federal
Las Cortes proclamaron la República Democrática Federal, con Estanislao Figueras como presidente. En julio se presentó en las Cortes el proyecto de la nueva Constitución, pero prácticamente no llegó a ser debatido y, por consiguiente, tampoco fue aprobado. La propuesta de la Constitución Republicana Federal de 1873 seguía la línea de la de 1869 en relación a la implantación de la democracia y el reconocimiento de amplios derechos y libertades. El aspecto más novedoso era la estructura del Estado: se establecía que la nación española estaba formada por 17 estados, entre ellos Cuba. Los estados tendrían autonomía política, económica y administrativa, compatible con la existencia de la Nación. La Primera República tuvo que enfrentarse a graves problemas que paralizaron la acción de gobierno, uno de ellos la insurrección carlista en el mes de julio, extendida por gran parte de Cataluña y consolidada en provincias vascas y el Maestrazgo. En las zonas sublevadas se fue articulando un embrión de estado bajo principios forales e impulsaron la lengua propia e instituciones regionales.