España en el Siglo XIX: Un Siglo de Transformaciones y Conflictos
Las Guerras Carlistas
Tras la muerte de Fernando VII, se produjeron levantamientos a favor de Don Carlos, liderados por oficiales destituidos como Zumalacárregui. La guerra se desarrolló principalmente en zonas rurales del País Vasco, Navarra, Cataluña, Aragón y Valencia, defendiendo el lema “Dios, Patria y Rey”. Este movimiento buscaba restaurar el absolutismo y el trono para Don Carlos, atrayendo a sectores opuestos al liberalismo. En 1834, Don Carlos incluyó la defensa de los fueros vascos y navarros en su programa, consolidando el apoyo en estas regiones. El conflicto fue similar a una guerra de guerrillas y marcó una división entre la población urbana liberal y la rural carlista.
Fases de la Primera Guerra Carlista
- 1ª fase (1833-1835): Bajo el liderazgo de Zumalacárregui, los carlistas conquistaron rápidamente una amplia zona en el norte y creyeron posible tomar Bilbao. Sin embargo, el intento fallido terminó con la muerte de Zumalacárregui. En el Levante, los carlistas estaban más desorganizados, aunque destacó el liderazgo de Cabrera en el Maestrazgo y el Bajo Aragón.
- 2ª fase (1835-1840): En 1835, los cristinos intentaron aislar a los carlistas en el norte, mientras estos lograron éxitos iniciales debido al rechazo a las políticas liberales como la Desamortización de Mendizábal. Las expediciones carlistas destacaron, llegando Gómez a Andalucía y Don Carlos hasta las puertas de Madrid. Sin embargo, desde 1837 la guerra estaba decidida. Espartero, al unificar el mando cristino, logró victorias clave como la de Luchana (1836), que levantó el sitio de Bilbao.
El carlismo se debilitó internamente por divisiones entre transaccionistas e intransigentes. Finalmente, el abrazo de Vergara (1839) entre Espartero y Maroto puso fin al conflicto, con el triunfo del liberalismo, la preservación de los fueros vascos y navarros, y la integración de los oficiales carlistas al ejército real. Cabrera resistió en Morella hasta julio de 1840.
Tras el fin de la primera guerra carlista, el conflicto no se resolvió del todo. Aunque los liberales ofrecieron amnistías y asimilaron a muchos carlistas en el ejército, surgieron nuevos levantamientos. En 1845, Carlos VI, Conde de Montemolín, lideró una sublevación en Guipúzcoa, conocida como la segunda guerra carlista (o Guerra de los Matiners), que terminó con su derrota en 1849. Posteriormente, Carlos VII, sobrino de Montemolín, encabezó la tercera guerra carlista entre 1872 y 1876. Aunque el movimiento carlista sobrevivió políticamente, nunca volvió a alzarse en armas, salvo por su apoyo a los sublevados en la Guerra Civil de 1936.
Las Regencias
La Regencia de María Cristina (1833-1840)
María Cristina gobernó como regente de su hija con torpeza y escaso interés por los asuntos políticos. Durante este período, el liberalismo español se dividió en moderados y progresistas. En 1834 entró en vigor el Estatuto Real, redactado por Martínez de la Rosa como un compromiso entre absolutismo y liberalismo, inspirado en la “Carta otorgada” francesa de 1814. El Estatuto reformaba las Cortes del Antiguo Régimen, dividiéndolas en el Estamento de Próceres (nombrados por el Rey) y el Estamento de Procuradores (elegidos entre los más acaudalados). Ambas cámaras tenían solo funciones consultivas, y su convocatoria dependía del monarca. El sufragio censitario limitaba el voto al 0,15% de la población.
Durante la regencia de María Cristina se impulsaron reformas importantes: liberalización del comercio, industria y transportes; libertad de imprenta (con censura previa); y la reinstauración de la Milicia Nacional, luego llamada Guardia Nacional.
En 1836, el Motín de La Granja obligó a María Cristina a restablecer la Constitución de 1812 y formar un gobierno progresista liderado por José María Calatrava, con Mendizábal en Hacienda (famoso por la desamortización). Esto condujo a la Constitución de 1837, de carácter progresista, que reconocía la soberanía nacional, libertades ciudadanas, y división de poderes, pero con concesiones a los moderados: cortes bicamerales, voto censitario (5% de la población) y amplios poderes para el rey.
Aunque buscaba consenso, la disputa por la Milicia Nacional y la ley de ayuntamientos dificultó la estabilidad. Territorialmente, se mantuvo la división provincial de Javier de Burgos (1833). La Constitución, avanzada en aspectos económicos, promovió la protección de la propiedad y libertad de comercio, pero solo estuvo vigente hasta 1844.
La Regencia de Espartero (1840-1843)
Tras los sucesos revolucionarios de 1840, Espartero asumió la regencia hasta 1843. Los moderados aprovecharon el descontento popular y las protestas de la Reina Madre, excluida de la tutela de su hija. Se dieron varios intentos de rebelión contra Espartero, como el levantamiento en Pamplona liderado por O’Donnell y una conspiración en Madrid, donde el general Diego de León fue ejecutado. El autoritarismo de Espartero se evidenció en 1842 con el bombardeo de Barcelona tras un levantamiento contra un arancel librecambista, lo que le hizo perder apoyo. Finalmente, los moderados, junto con conspiradores de la “Orden Militar Española” (como Narváez y O’Donnell), lo derrocaron en la batalla de Torrejón de Ardoz en julio de 1843, obligándolo a exiliarse en Gran Bretaña.
El Reinado Efectivo de Isabel II (1843-1868)
Grupos Políticos
- Partido Moderado: Liderado por Narváez, representaba a grandes terratenientes, alta burguesía y clase media alta. Inspirado en el liberalismo doctrinario francés, defendía la soberanía compartida (amplios poderes para el rey), control de las libertades individuales y un sufragio censitario muy restringido.
- Partido Progresista: Liderado por Espartero, con apoyo de la pequeña y mediana burguesía, clases medias, empleados y artesanos. Abogaba por reformas amplias, soberanía nacional representada en las Cortes, poder real limitado y un sufragio censitario menos restringido.
- Partido Demócrata: Surgido en los años 1840, escindido del Progresista, influido por las revoluciones de 1848. Defendía soberanía nacional, sufragio universal masculino, libertades fundamentales, educación primaria gratuita y asistencia social estatal. Por su oposición a Isabel II, no participó en el sistema político.
- La Unión Liberal: liderada por O’Donnell, surgió en los años 1850 como un partido de centro, formado por sectores de la derecha progresista y la izquierda moderada. Su objetivo principal era ocupar el espacio político entre ambos partidos para alcanzar el poder.
La Década Moderada (1844-1854)
Con la mayoría de edad de Isabel II, los moderados lideraron un período de predominio político bajo el liderazgo autoritario de Narváez. Este periodo consolidó el Estado Liberal en su versión más conservadora y antidemocrática, basada en el liberalismo doctrinario. Los progresistas fueron excluidos del poder mediante elecciones fraudulentas, mientras los moderados contaban con el respaldo de las élites terratenientes, la burguesía financiera y altos mandos militares.
En 1845 se aprobó la Constitución de 1845, que estableció la soberanía compartida entre el rey y las Cortes. Fortaleció el poder de la Corona, que controlaba el ejecutivo y compartía el legislativo con unas Cortes bicamerales: un Senado aristocrático y vitalicio, designado por el rey, y un Congreso electo por sufragio censitario restringido al 1% de la población más adinerada. No incluía una declaración de derechos y libertades, limitaba la libertad de prensa y establecía el catolicismo como religión oficial del Estado.
Durante este periodo, el gobierno de Isabel II consolidó un Estado nacional centralizado, asumiendo el control de la administración provincial y local. El gobierno designaba a los alcaldes de las principales ciudades y a los gobernadores de las provincias, quienes a su vez elegían a los alcaldes de los pequeños municipios. Además, se suprimió la Milicia Nacional. En 1851, el Gobierno firmó el Concordato, mediante el cual la Iglesia aceptaba la desamortización de Mendizábal, y el Estado se comprometía a financiar los gastos eclesiásticos. En 1844, se creó la Guardia Civil, un cuerpo militarizado encargado de mantener el orden en las zonas rurales, consolidándose bajo la influencia de la burguesía conservadora terrateniente. El autoritarismo se intensificó con el gobierno de Bravo Murillo a partir de 1852, lo que culminó en el pronunciamiento de la Vicalvarada, que marcó el fin de esta etapa.
El Bienio Progresista (1854-1856)
El Bienio Progresista comenzó con la revolución de 1854, protagonizada por un pronunciamiento de O’Donnell en Vicálvaro. Para atraer a los liberales progresistas, publicó el Manifiesto de Manzanares (escrito por Cánovas del Castillo), pidiendo la ampliación del número de electores, el fin de la censura, la democratización de los ayuntamientos y el restablecimiento de la Milicia Nacional. En las grandes ciudades se formaron juntas revolucionarias. Isabel II encargó a Espartero formar un nuevo gobierno progresista, con la participación de O’Donnell. Sin embargo, durante los dos años que duró el gobierno progresista, se limitaron las demandas democráticas de la revolución de 1854. Lo más destacado fue la desamortización de Madoz y la elaboración de la Constitución de 1856 (que no llegó a promulgarse). Esta Constitución reflejaba el ideario liberal progresista, reafirmaba la soberanía nacional absoluta y reconocía amplios derechos políticos, además de establecer un régimen de tolerancia religiosa. Sin embargo, mantenía el sufragio censitario directo. Finalmente, O’Donnell, liderando el nuevo partido Unión Liberal, propuso a Isabel II recuperar la Constitución de 1845, lo que llevó al fin de esta etapa.
La Era O’Donnell (1856-1868)
El período entre 1856 y 1868 refleja los mismos planteamientos políticos de la Década Moderada y la Restauración, desarrollado entre dos paréntesis revolucionarios: el bienio progresista y la Gloriosa. Durante estos 12 años, España evitó guerras civiles, pero se involucró en intervenciones militares, con fracasos en Cochinchina y México, y un éxito en Marruecos, que consolidó su proyección imperial. El decreto de restauración de la Constitución de 1845 se acompañó de un Acta Adicional para modernizarla. O’Donnell, líder de la Unión Liberal (partido de centro), gobernó casi todo el periodo, con algunos intervalos en los que lo hizo Narváez. Sin embargo, el periodo estuvo marcado por una grave crisis económica desde 1860, que coincidió con la Guerra de Secesión en EE. UU., que afectó al sector textil catalán. En 1865, Isabel II trató de salvar el tesoro mediante la venta de parte del Patrimonio Real, lo que generó protestas de progresistas y demócratas, que pasaron a dirigir su oposición contra la propia reina. Estos disturbios incluyeron la noche de San Daniel (1865), el levantamiento de Prim en Villarejo de Salvanés (1866) y la sublevación en el cuartel de San Gil. Todo esto culminó en el Pacto de Ostende (1866), al que se unieron republicanos y unionistas bajo Serrano, estableciendo el camino hacia el cambio.
El Sexenio Revolucionario (1868-1874)
Tres crisis marcan el final del reinado de Isabel II:
- Crisis moral: El sistema parlamentario está viciado, ya que los cambios de orientación política no dependen del cuerpo electoral.
- Crisis económica: La grave crisis europea de 1865-66 afecta gravemente a España.
- Crisis política: Agotamiento del sistema y de sus líderes, con la muerte de figuras clave como O’Donnell (1867), Narváez (1868), González Bravo (1871) y Bravo Murillo (1873).
La crisis política se caracteriza por:
- Discordia entre Moderados y Unionistas.
- Alianza entre Progresistas y Demócratas, que se abstienen de participar en las elecciones de 1866.
- Adhesión de los Unionistas al Pacto de Ostende (1866), con Serrano como líder.
Esto desembocó en la revolución de 1868, también conocida como la “Gloriosa”, que comenzó en Cádiz con una insurrección dirigida por Serrano, Prim y Topete. La derrota de las tropas de Isabel II en Alcolea obligó a la reina a huir a Francia, mientras se formaban Juntas Revolucionarias Locales.
Juntas Revolucionarias y Gobiernos Provisionales (Septiembre 1868 – Junio 1869)
Tras la revolución de 1868, el poder político lo asumió la Junta Revolucionaria de Madrid, que encargó a Serrano formar un gobierno provisional. Esta etapa estuvo marcada por la euforia popular y revolucionaria, liderada por Prim, con un claro utopismo. Durante este periodo, comenzó la “Guerra de los Diez Años” en Cuba (1868-1878).
Las Cortes Constituyentes, elegidas por sufragio universal masculino, proclamaron la Constitución de 1869, la primera liberal-democrática en España. Esta estableció la soberanía nacional y la división de poderes. Se creó una monarquía parlamentaria y democrática, en la que “el rey reina, pero no gobierna”. Se democratizó el poder judicial con el juicio por jurados y el poder legislativo residía en unas Cortes bicamerales: el Congreso, con representantes elegidos por sufragio universal masculino, y el Senado, elegido por sufragio indirecto. El poder ejecutivo estaba en manos de un gobierno elegido por las Cortes y responsable ante ellas. Además, la Constitución incluyó un amplio catálogo de derechos y libertades para los ciudadanos, como la libertad de enseñanza, culto, expresión y reunión, y la inviolabilidad del domicilio y de la correspondencia.
La Búsqueda de un Rey (Regencia de Serrano, junio 1869 – enero 1871)
La regencia de Serrano fue una solución provisional mientras se buscaba un nuevo monarca. Durante este periodo, Serrano enfrentó problemas como las insurrecciones republicanas, la guerra de Cuba (1868-1878) y las dificultades económicas. Se barajaron varios candidatos al trono, como el duque de Montpensier, Fernando de Coburgo, el duque de Génova y Leopoldo de Hohenzollern-Sigmaringen, pero finalmente se eligió a Amadeo de Saboya, hijo del rey de Italia. Amadeo llegó a España poco después del asesinato de Prim, su principal valedor.
Reinado de Amadeo I (Enero 1871 – febrero 1873)
El reinado de Amadeo I fue un intento democrático fallido. A pesar de sus esfuerzos por ajustarse a la Constitución, la muerte de Prim desató una gran inestabilidad política. La coalición gubernamental se desintegró, con rivalidades dentro del Partido Progresista entre Sagasta (más cercano a los unionistas) y Ruiz Zorrilla (más cercano a los demócratas), quienes discreparon en temas como la abolición de la esclavitud y la separación Iglesia-Estado. En 1872, comenzó la Tercera Guerra Carlista en defensa de Carlos VII. Las élites tradicionales (nobleza, clero) rechazaron a un monarca democrático y extranjero, apoyando el partido alfonsino liderado por Cánovas, que promovía el regreso de los Borbones. La Iglesia se opuso a la libertad de cultos y la separación Iglesia-Estado. Además, la oposición social creció, con los demócratas y los republicanos protagonizando movimientos insurreccionales. También se expandió el movimiento obrero, con la Primera Internacional ganando terreno. Ante la falta de apoyo, Amadeo I abdicó en febrero de 1873.
La Primera República (febrero 1873 – enero 1874)
La Primera República comenzó con Figueras como presidente del primer gobierno, formado por una coalición de radicales y republicanos de la República unitaria. Surgieron disturbios en Cataluña (proclamaron el Estado Catalán dentro de la República Federal) y en Andalucía (exigieron reparto de tierras). En mayo, se celebraron elecciones con un 60% de abstención, y los republicanos federales ganaron. Las nuevas Cortes proclamaron la República Democrática Federal, presidida por Pi i Margall, quien presentó un proyecto de Constitución Federal, pero no llegó a aprobarse debido a la conflictividad social, la guerra carlista y el problema cubano. El cantonalismo (movimiento insurreccional) se extendió por Valencia, Murcia y Andalucía, buscando crear unidades independientes (cantones) para formar un Estado federal. Ante esto, Pi i Margall dimitió, y Salmerón asumió la presidencia. Salmerón reprimió el cantonalismo y recurrió a los militares alfonsinos. Después de la resistencia del cantón de Cartagena, Salmerón dimitió por razones de conciencia. Castelar asumió la presidencia y obtuvo poderes extraordinarios para suspender las garantías constitucionales y gobernar por decreto. Aunque sofocó el cantonalismo, no pudo resolver la guerra carlista ni el problema cubano. En enero de 1874, el capitán general Pavía, con fuerzas de la Guardia Civil, invadió el Congreso y disolvió las Cortes Constituyentes, terminando la Primera República.
La República Presidencialista de Serrano (enero-diciembre 1874)
Durante este período de transición, Serrano fue nuevamente presidente del gobierno. Aunque formalmente seguía existiendo un régimen republicano, no había Constitución ni Cortes, que fueron cerradas indefinidamente. Cánovas trabajaba para el regreso de los Borbones, buscando un consenso entre todas las fuerzas políticas, incluidos los carlistas. Sin embargo, en diciembre de 1874, el pronunciamiento de Martínez Campos restauró la monarquía con Alfonso XII.
La Restauración y el Sistema Canovista
La Restauración de Alfonso XII (1875-1885)
La restauración de la monarquía borbónica en Alfonso XII, hijo de Isabel II, ocurrió tras el pronunciamiento militar de Martínez Campos en Sagunto el 29 de diciembre de 1874. Este sistema político, instaurado por Cánovas del Castillo, perduró hasta 1931. Cánovas, autor del Manifiesto de Sandhurst, fue el creador del sistema y se inspiró en el modelo parlamentario inglés de turno de partidos. Su sistema permitía la alternancia pacífica en el gobierno de dos fuerzas políticas, derecha e izquierda dinásticas, basadas en el apoyo de la oligarquía. Los partidos antimonárquicos, antiliberales y regionalistas fueron excluidos del sistema, que se sostenía mediante manipulación electoral. Cánovas ocupó la jefatura del gobierno en varias ocasiones hasta su asesinato en 1897 por un anarquista italiano en Mondragón.
La Constitución de 1876 y el Sistema Canovista
La Constitución de 1876, diseñada por Cánovas, fue aprobada con un 87% de votos y estuvo vigente hasta 1923. Inspirada en el liberalismo doctrinario de la Constitución de 1845, establecía un modelo centralista del Estado. Los principios clave fueron:
- Soberanía compartida entre el rey y las Cortes, sin una clara división de poderes. El rey tenía control sobre el ejército, podía nombrar al Gobierno, vetar leyes, proponer leyes y disolver las Cortes.
- Sistema bicameral: El Congreso se elegía inicialmente por sufragio censitario (restablecido en 1878) y luego por sufragio universal masculino en 1890. El Senado tenía miembros vitalicios y otros elegidos por corporaciones y contribuyentes.
- El catolicismo era la religión oficial, pero con tolerancia religiosa en el ámbito privado.
- Se mantenía la declaración de derechos de la Constitución de 1869.
Esta Constitución fue la más duradera de las anteriores.
La Creación de los Partidos Políticos durante la Restauración
Durante la Restauración, se configuraron dos partidos dinásticos que aceptaban las reglas del juego y podían alternarse en el gobierno. Estos partidos eran elitistas y no de masas, siendo partidos de notables.
- Partido Conservador: Liderado inicialmente por Cánovas y después por Francisco Silvela, aglutinó a liberales moderados, miembros de la Unión Liberal y algunos progresistas. Sus bases sociales eran los grandes propietarios agrarios y la alta burguesía financiera e industrial.
- Partido Liberal: Encabezado por Sagasta, representaba a la izquierda dentro del sistema. Sus bases sociales provenían del alto funcionariado y las clases medias. Sagasta, antiguo progresista, había presidido gobiernos en la monarquía de Amadeo I y no colaboró con la Primera República. Su partido incluía conservadores moderados, unionistas, progresistas y algunos demócratas.
La Alternancia en el Gobierno durante la Restauración
El proceso de elección del gobierno en la Restauración comenzaba con una crisis de gobierno, lo que llevaba a la disolución de las Cámaras y a la movilización de los partidos dinásticos para obtener el poder. Estos partidos movilizaban a sus “clientes”, presionaban o compraban a los electores y manipulaban los resultados electorales, un proceso conocido como pucherazo. Una vez en el poder, se repartían cargos, concesiones y privilegios a sus seguidores, lo que generaba corrupción electoral y deterioraba la moral pública. La figura del cacique, quien manipulaba las elecciones, era común, especialmente en las zonas rurales.
La alternancia comenzó en 1881, cuando el rey Alfonso XII llamó a Sagasta para gobernar en lugar de Cánovas. Tras la muerte prematura de Alfonso XII en 1885, su esposa, María Cristina de Habsburgo, asumió la Regencia (1885-1902). En el Pacto del Pardo, Cánovas acordó ceder el poder a Sagasta durante los primeros años de la regencia.
La Oposición al Sistema de la Restauración
- Los carlistas: Situados a la derecha del sistema, se dividieron tras su derrota en 1876 en dos grupos: uno integrista, liderado por Cándido Nocedal, intransigente con el liberalismo, y otro que optó por formar un partido político y luchar dentro de la legalidad.
- Los republicanos: A la izquierda del sistema, estaban desunidos después del Sexenio Democrático debido a rencillas personalistas entre sus líderes. Su base política se fundaba en la creencia de que la monarquía no representaba el progreso, la paz ni la modernidad. Defendían el laicismo del Estado, educación pública, impuestos progresivos y el servicio militar obligatorio. Existían dos grupos principales: uno dirigido por Salmerón, que abogaba por una república unitaria, y otro liderado por Pi i Margall, que aspiraba a una república federal. Ambos grupos tenían apoyo entre las clases medias y los trabajadores.
Nuevos Movimientos durante la Restauración
- Nacionalismos en Cataluña, Galicia y el País Vasco:
- Cataluña: El movimiento Renaixença defendió la cultura y lengua catalanas, y bajo el liderazgo de Almirall, se consolidó como un movimiento autonomista y no independentista. Esto dio lugar a la creación de organizaciones como la Unió Catalanista (1891) y la aprobación de las Bases de Manresa (1892), que proponían un estatuto de autonomía conservador con el catalán como lengua oficial y la creación de un parlamento catalán. En 1901 se fundó la Lliga Regionalista, liderada por Prat de la Riba y Cambó.
- Galicia: El Rexurdimento fue un movimiento cultural que mantuvo vivo el galleguismo, aunque el regionalismo gallego no logró consolidarse políticamente. Alfredo Brañas teorizó sobre la nacionalidad de Galicia, defendiendo su territorio, lengua, historia y conciencia nacional.
- País Vasco: Tras la derogación de los fueros históricos en 1876, el nacionalismo vasco surgió en dos vertientes: una que aceptó los conciertos económicos con Madrid y otra que defendió la recuperación total de los fueros. Este último defendía una sociedad tradicional vasca agraria, opuesta a la urbanización e industrialización. Sabino Arana impulsó el nacionalismo vasco con una declaración antiespañola en 1895, fundando el Partido Nacionalista Vasco. Este partido, al buscar apoyo en la burguesía moderna e industrial, enfrentó tensiones internas entre los que defendían la independencia y quienes preferían la autonomía dentro del Estado español.
- Movimiento obrero en la defensa de los derechos de los trabajadores: El movimiento obrero surgió de la toma de conciencia de los trabajadores como una clase social distinta de los patronos, lo que llevó a la lucha de clases y la búsqueda de mejorar sus condiciones. Esto generó mayor conflictividad social y el surgimiento de nuevas ideologías como el socialismo utópico, marxismo, anarquismo y el ludismo.
- En 1870, Giuseppe Fanelli, discípulo de Bakunin, llegó a España, y en 1871 Paúl Lafargue, yerno de Marx, introdujo el enfrentamiento entre anarquistas y marxistas, lo que culminó en la separación en el Congreso de Zaragoza de 1872, con los anarquistas siguiendo a Bakunin.
- El anarquismo se concentró principalmente en el Mediterráneo, especialmente en Cataluña, Andalucía y Zaragoza, y en 1881 se reorganizó con la Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE). Algunos anarquistas optaron por la lucha sindical, mientras que otros por la lucha terrorista.
- En 1910 se fundó en Barcelona la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), que tuvo una gran influencia en el arco mediterráneo.
- El socialismo se arraigó en Castilla la Nueva, Extremadura, Madrid y las zonas mineras e industriales del norte y portuarias. En 1879, Pablo Iglesias fundó el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), aunque su implantación fue lenta. En 1888, nació el sindicato Unión General de Trabajadores (UGT), que se extendió por Asturias, País Vasco y Madrid. En 1890, el PSOE celebró por primera vez la fiesta del 1o de mayo, en línea con la II Internacional.
Las Guerras de Cuba y el Desastre del 98
Antecedentes de la “Guerra Larga” de Cuba
Durante la Restauración (Alfonso XII y la Regencia de María Cristina), el principal objetivo de los gobiernos fue mantener la soberanía sobre Cuba, en lugar de buscar soluciones autonomistas que pudieran satisfacer a la burguesía criolla. La guerra comenzó en 1868 con el Grito de Yara, liderado por el criollo Carlos Manuel de Céspedes, que denunciaba la esclavitud en las plantaciones y pedía la autonomía política. Esta guerra fue tanto colonial, entre Cuba y la metrópoli, como un conflicto civil interno entre los criollos y los españoles residentes en la isla, como burócratas, comerciantes y azucareros. Además, adquirió dimensión internacional por el apoyo de EE.UU. a los insurrectos. El conflicto provocó grandes pérdidas humanas y materiales, lo que generó descontento y aumentó la inestabilidad durante el Sexenio Democrático. La Paz de Zanjón en 1878 puso fin a la guerra, pero solo aplazó el problema cubano, prometiendo mejoras políticas, administrativas y la abolición de la esclavitud, que no se concretó hasta 1886. Las primeras intentonas de autonomía llegaron demasiado tarde, en 1893. Desde 1878, los círculos independentistas cubanos, liderados por José Martí, ganaron apoyo de EE.UU., que tenía intereses económicos en Cuba y la consideraba estratégica para controlar el Caribe y el estrecho de Panamá. En 1894, el 91,5% de las exportaciones de azúcar cubano iba a EE.UU., frente al 2,2% que llegaba a España. En 1892, José Martí fundó el Partido Revolucionario Cubano, abogando por la independencia.
La Guerra Colonial
La Guerra de Cuba (1895-1898): La guerra se reanudó en 1895 con el Grito de Baire, liderado por los mambises (tropas cubanas, en su mayoría desertores del ejército español) y apoyado por la población negra y mulata. Entre 1895 y 1898, España envió 220.000 soldados a Cuba, dirigidos por Martínez Campos. Los cubanos utilizaron tácticas de guerrilla, con el apoyo popular y un mejor conocimiento del terreno, lo que debilitó a los soldados españoles.
Inicialmente, la opinión pública española apoyó la guerra, salvo entre federalistas, socialistas, anarquistas e intelectuales como Unamuno, pero el apoyo disminuyó al aumentar los costos del conflicto. Los jóvenes adinerados compraban su redención militar, por lo que solo las clases populares combatían. La intervención norteamericana fue impulsada por una campaña de prensa y los intereses de las compañías azucareras. Aunque el presidente Cleveland mantenía una postura neutral, su sucesor, McKinley, intensificó el hostigamiento hacia España. En 1897, EE.UU. protestó por la represión bajo el general Weyler y envió un ultimátum a España para vender la isla por 300 millones de dólares. En febrero de 1898, la voladura del acorazado Maine en La Habana, manipulada por la prensa amarilla de Hearst y Pulitzer, aceleró la intervención estadounidense, que culpó a España y declaró la guerra en mayo de 1898. Las derrotas españolas en Cavite (Filipinas) y Santiago de Cuba en julio de 1898 llevaron a España a negociar, mientras EE.UU. desembarcaba en Puerto Rico y Manila.
La Guerra de Filipinas (1896-1898)
La insurrección en Filipinas comenzó en 1896 debido al descontento de los indígenas con la Administración española y el poder de las órdenes religiosas, que dominaban la vida en la isla. En 1892, José Rizal fundó la Liga Filipina con el objetivo de expulsar a los españoles y a las órdenes religiosas, además de confiscar los latifundios para lograr la independencia. Tras la captura y ejecución de Rizal por el general Polavieja, el líder Aguinaldo continuó la insurrección, forzando a España a enviar más tropas bajo el mando del general Fernando Primo de Rivera. En 1897, España obtuvo victorias y llegó a un acuerdo con Aguinaldo. Sin embargo, en 1898, la entrada de EE.UU. en la guerra cambió el curso del conflicto. España renunció a Cuba y cedió Puerto Rico y Filipinas a EE.UU. en el Tratado de París del 10 de diciembre de 1898, poniendo fin al imperio ultramarino español.
La Crisis de 1898: las Repercusiones del “Desastre”
La pérdida del imperio ultramarino en 1898 fue considerada un desastre, especialmente porque se había fomentado la creencia en la superioridad militar española. La derrota reveló el atraso y aislamiento de España en comparación con los países más desarrollados. La economía, especialmente la industria catalana, perdió mercados importantes y acceso a materias primas baratas como el azúcar y el café.
Entre las repercusiones más importantes del Desastre del 98:
•Económicas: Aunque se perdió un valioso mercado, la repatriación de capitales desde Cuba mitigó parte de los efectos. •Sentimiento de resentimiento de los militares hacia los políticos, ya que fueron considerados responsables de la derrota. Esto alimentó el antimilitarismo popular, especialmente porque los soldados reclutados eran principalmente de las clases populares. •Movimiento intelectual regeneracionista, que rechazaba el sistema político y social de la Restauración. Figuras como Miguel Unamuno, Joaquín Costa y Ángel Ganivet promovieron la mejora de las condiciones de vida de la España real y criticaron la decadencia del sistema político. •Reformas políticas: Republicanos, socialistas y nacionalistas pedían reformas en el sistema canovista y modernizar la sociedad y la economía. •Africanismo: España, al perder sus colonias ultramarinas, centró su atención en Marruecos, con el control del norte de África convirtiéndose en una obsesión durante el reinado de Alfonso XIII.