Estado Constitucional y Sexismo: Evolución Hacia la Igualdad de Género

Estado Constitucional y Sexismo: Una Perspectiva Histórica

El estado constitucional surgido después de la Revolución Francesa (1789) se configuró como un estado sexista. La igualdad y la libertad, en la práctica, quedaron reducidas a la mitad masculina.

La convivencia humana se articuló mediante la división entre la esfera pública y la esfera privada. Las mujeres quedaron excluidas de la primera, atribuida en exclusiva a los varones, y confinadas en el espacio doméstico, estando dentro del mismo, subordinadas al varón cabeza de familia y encargadas del cuidado de niñ@s, personas ancianas y enfermas con discapacidad. Por lo que el estado no se planteó la creación de servicios sociales, ya que en las clases populares las mujeres hacían todas estas tareas y en las pudientes, las hacían otras mujeres que no formaban parte de la familia, trabajo éste que no era retribuido en muchos casos.

La gradual creación de condiciones para la igualdad de mujeres y hombres, gracias a los movimientos feministas integrados por unas y otros, exige un amplio cambio social para cumplir los objetivos contenidos en la normativa internacional, comunitaria, nacional y autonómica, y, al mismo tiempo, la inclusión en ella de otros que, si bien están presentes de modo implícito, es necesario que sean visibles para hacer real y efectiva la igual dignidad y la igualdad en derechos, transformando así, profundamente la organización social patriarcal para convertirla en una sociedad democrática avanzada.


La Inicial Exclusión de las Mujeres de la Ciudadanía

Antes de la implantación del estado constitucional, la desigualdad era el principio ordenador de la convivencia humana, y por eso legítimas las desigualdades. Con la implantación del estado como nueva forma de organización del poder político, el punto de partida para su articulación serán la igualdad y la libertad de todos los “hombres” – la mayoría de los teóricos del contrato social dejaron muy claro que la igualdad y libertad se referían sólo a la mitad masculina de la especie humana-.

El orden social patriarcal pasó a ser menos clasista, pero más sexista contra las mujeres. Ya no argumento de la divinidad, el nacimiento o la clase social y se recurre a la naturaleza para justificar la división entre la esfera privada y la pública. Las mujeres quedaron reducidas al ámbito doméstico y dentro de él, subordinadas al padre, el marido, el hermano o el hijo, i.e., en el reino de la desigualdad, y fueron excluidas de la esfera pública, el territorio de la igualdad, poblado sólo por varones.

La falacia naturalista aplicada a las mujeres es una construcción social más, humanamente creada y humanamente modificable. Es verdad que, al principio, los varones no propietarios quedaron fuera de la participación en el proceso político, pero en menos de cincuenta años consiguieron el derecho de sufragio activo y pasivo, sin que para ello hubiera que transformar el orden social, asentado en una profunda división sexista (entre las responsabilidades familiares y domésticas atribuidas a las mujeres, que estaban excluidas de la educación superior, y el servicio militar y el trabajo fuera del hogar para los varones).

Defensores de la Igualdad de los Sexos

Algunos defensores de la igualdad de los sexos fueron:

  • Preilustrado François Poulain de la Barre (1673, De l´égalité des deux sexes)
  • Mary Wollstonecraft (1792, A Vindication of the Rights of Woman, polemizaba y refutaba brillantemente los planteamientos sexistas de Rousseau)
  • Marqués de Condorcet, (1847-49, Sobre la admisión de las mujeres al derecho de ciudadanía)
  • Celia Amorós, 1985, Hacia una crítica de la razón patriarcal)
  • Martha Nussbaum y Amartya Sen, 1993, The Quality of Life)

Argumentaban a favor de la igualdad, también en lo concerniente a la igualdad racial contra la esclavitud. Eran ya partidarios en el s. XVIII de que el estado se encargara de la educación y que contemplara a los hijos nacidos fuera del matrimonio. Su labor fue activa en la promoción de la igualdad, pero se opuso el pensamiento dominante de Rousseau –mujeres llamadas por naturaleza al ámbito doméstico y excluidas de la educación, vida pública y política-.

(Los 3 primeros) fueron ignorados, pero nadie consiguió rebatir sus argumentos. No era posible desde los postulados ilustrados. La misoginia romántica pretendió argumentar en contra de las mujeres, pero sus afirmaciones carecían de base. Confunden el resultado con el punto de partida: la subordinación de las mujeres sería conforme a la naturaleza cuando no es más que una construcción social para defender y mantener el patriarcado.

El ordenamiento jurídico del estado se organiza de acuerdo con esta errónea construcción filosófica, y el derecho discriminará a las mujeres, niñ@s, subordinados todos al patriarca de la familia. Durante todo el siglo XIX y comienzos del XX, a pesar de los escritos y de la acción de las mujeres y los hombres feministas, la normativa continuará siendo contraria a la igualdad de derechos entre las mujeres y los varones.

La situación se mantuvo hasta el profundo cataclismo (gran desastre social, económico y político) que supuso la Primera Guerra Mundial. Salvo algunas excepciones, las mujeres conquistaron el derecho al voto y la capacidad civil para las mujeres casadas (voto: 1º Wyoming, seguido países nórdicos (Finlandia, Noruega y Dinamarca), Reino Unido -1918 para mayores 30 años y en 1928 se iguala la edad electoral de ambos sexos-, Alemania, EEUU y Canadá 1920, España 1931). Finales s. XIX ya algunos países reconocen derecho al voto y acceso a la educación superior de las mujeres (reconocimiento del derecho de participación política primero varones no propietarios, y luego mujeres y personas de color).

Los gobiernos llamaron a las mujeres para que todo siguiera funcionando, pues los varones estaban en el frente y éstas respondieron de modo admirable: enseguida se hicieron cargo de tareas de las que habían estado excluidas y además se siguieron ocupando de las domésticas y sus familias. La producción incluso aumentó, lo que era muy necesario en una economía de guerra.

Ya no se podía hablar de la supuesta falta de capacidad de las mujeres para desempeñar ciertas funciones o trabajar en determinados ámbitos.

De nuevo ocurrió lo mismo durante la Segunda Guerra Mundial, y, tras ella, en un intervalo más o menos largo según los países, lograron el derecho al voto en aquellos en los que aún no lo tenían (Francia 1944, Italia 1945, Grecia 1952, Portugal 1976).

En cuanto a la capacidad civil de las mujeres casadas, con la excepción de Cataluña, donde las mujeres la disfrutaban desde el siglo XVII, no la alcanzaron en el resto de España y en otros países hasta el último tercio del siglo XX, habiendo diferencias temporales pronunciadas (Reino Unido 1882, EEUU fines XIX ppos XX, Francia 1938, España 1975, Portugal 1976).

Todo ello demuestra lo difícil que resulta cambiar la mentalidad que estructura la sociedad patriarcal.

Hay que tener presente que el patriarcado, que se presenta como la organización natural de la sociedad, no es más que una construcción humana, cuya única finalidad es la preparación de los varones para la guerra. Tras varios milenios de patriarcado, el Renacimiento y la Ilustración han ido suavizando la convivencia humana, y después de la Primera y de la Segunda Guerra Mundial la mayoría de la población de los países democráticos rechaza la guerra como modo de vida habitual -salvo en último extremo para defenderse-. Por eso es pensable intelectualmente y factible socialmente el fin del patriarcado, lesivo para las mujeres y para los varones, a los que también impide el despliegue de varias facetas decisivas para el libre desarrollo de la personalidad.

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