Evolución de la Industria Española en el Siglo XIX: Sectores Clave y Desafíos

La Industria Española en el Siglo XIX: Una Larga Infancia

El siglo XIX contempló el fracaso de la revolución industrial en España. Esto significa que se malogró una serie de intentos privados y públicos de conducir a España por la senda de la modernización económica.

Los empresarios catalanes hicieron repetidos esfuerzos para crear y desarrollar una base industrial en el principado. De estos, los más significativos fueron el programa del bienio progresista y las medidas ejecutivas y legislativas tomadas durante la Gloriosa Revolución.

Cataluña, y en especial Barcelona, llevó a cabo un notable proceso de industrialización.

El algodón y el hierro fueron los sectores claves en la primera revolución industrial en la Inglaterra del siglo XVIII. Estos fueron los sectores que más profundamente se transformaron en la España del XIX. Por último, los factores físicos que tanto influyeron en el estancamiento agrícola también debieron tener su peso en la industria. Otro factor importante fue la escasez de agua, ya que es vital para el desarrollo de determinadas industrias. Por eso, la mayor industrialización se hace en zonas ricas de agua como el País Vasco.

1. Los Textiles

A) El Algodón

Fue la industria algodonera la que en España abrió el camino de la modernización y la producción en masa. En Inglaterra y España hubo una industria lanera que fue sobrepasada por el nuevo sector algodonero. En Inglaterra, el algodón adquirió tanta importancia debido a que tenían al menos dos claras ventajas:

  1. Carbón abundante y de calidad para las máquinas de vapor que movían la maquinaria.
  2. Una demanda fuerte y creciente, gracias a un nivel de vida al alza.

España no contaba con ninguna de estas ventajas. La industria algodonera se había desarrollado en el siglo XVIII gracias a la protección estatal. España era uno de los países más populosos de Europa, pero la pobreza, el estancamiento demográfico y las malas condiciones de transporte representaban grandes inconvenientes.

Las razones de la aparente paradoja residen, de un lado, en el relativo adelanto de Cataluña y, de otro, en la protección arancelaria.

Como en otros países europeos, la industria algodonera española caminó en pos de la inglesa. Durante casi todo el siglo XIX, Inglaterra mantuvo la delantera, beneficiándose de las ventajas del precursor. En vista de la superioridad británica, las industrias europeas continentales tenían dos alternativas: o bien competir especializándose en unos pocos productos en que tenían ventaja competitiva, como hicieron Bélgica y Suiza, o bien recurrir a la protección arancelaria, como hicieron Francia y España.

En Cataluña se desarrolló la bergadana, versión local de la spinning jenny. A principios del siglo XIX se empezó a importar la llamada mula, máquina que podía ser movida por ruedas hidráulicas o máquinas de vapor. Durante los cuarenta se introdujeron las selfactinas, mucho más automatizadas y ahorradoras de trabajo. La industria catalana se mecanizó gradualmente durante el periodo 1830-1855 sin alcanzar nunca niveles comparables a los de Inglaterra.

Este es el periodo en el que la industria algodonera catalana alcanzó sus máximas tasas de crecimiento. La industria catalana creció a mayor ritmo que la inglesa durante el siglo XIX. Ambas industrias permanecieron muy dispares, ya que la industria española nunca importó más de la décima parte que la inglesa. La industria española se enfrentó a problemas que la inglesa o la japonesa no encontraron:

  1. El mercado español no era ni profundo ni dinámico.
  2. La industria apenas competía en los mercados internacionales por lo alto de sus precios.

La industria española fue sustituyendo a la inglesa gracias a la protección arancelaria y a la represión del contrabando. En conjunto, entre los años 30 y 50 del siglo XIX la industria algodonera catalana pasó de abastecer el 20% a abastecer el 75% de la demanda española.

El desarrollo se interrumpió hacia 1855 por una serie de razones:

  1. La política económica progresista abrió nuevas posibilidades de inversión.
  2. La guerra de secesión americana provocó un «hambre de algodón».
  3. El final de la guerra de secesión causó una grave depresión internacional.

Tras 1868, la industria catalana comenzó a recuperarse.

La banca catalana también se vio afectada, y se extendió por el principado un malestar de tonos no solo económicos, sino también políticos. La independencia de Cuba y Puerto Rico fue otro duro golpe para la industria algodonera española, cuya producción se estancó durante las primeras décadas del siglo XX.

El debate entre librecambistas y proteccionistas estuvo en gran medida centrado en torno a la industria algodonera. Los fabricantes hicieron causa común con los terratenientes a finales del siglo y consiguieron formar un grupo o lobby proteccionista invencible.

¿Qué ofrecía al país la industria algodonera a cambio de esta protección?

  1. En la medida en que sustituía importaciones, contribuía a aliviar el déficit de la balanza comercial.
  2. La industria algodonera fue la columna vertebral de la industrialización en Cataluña. La industria algodonera en Cataluña produjo externalidades positivas, estimulando el crecimiento de otras industrias, en especial la química y la mecánica. También absorbió mano de obra catalana y de otras regiones. También fue posiblemente la responsable de la crisis larvada de la economía barcelonesa durante los últimos decenios del siglo XIX y XX, crisis que se manifiesta en la decadencia del sistema bancario, bajos niveles de salarios y beneficios, paro y una situación endémica de tensión y violencia social.

En la Barcelona de mediados de siglo, lo más probable es que el sector algodonero hubiera sabido adaptarse a la competencia, transformándose en una industria sin duda muy distinta de la que creció al amparo del arancel, seguramente más eficiente y con menores tasas de beneficio, y sin duda mucho mejor adaptada a la división internacional del trabajo: un organismo natural y no una planta de estufa.

B) Las Otras Fibras

De la lana, seda y lino, solamente la lana retuvo parte de su pasada importancia durante el siglo XIX.

La lanera era la industria textil de mayor importancia en la España del Antiguo Régimen. Los talleres y fábricas locales abastecían sobre todo mercados locales, pero esta situación se alteró drásticamente por la competencia del algodón. Para hacerla frente, la industria lanera tuvo que mecanizarse. Se especializó en una gama de productos modernos (prendas de vestir y de abrigo).

La industria moderna se centró en las ciudades de Sabadell y Tarrasa. La cercanía a Barcelona permitía el intercambio regular de trabajadores, ingenieros y empresarios, a los que se sumaban las ventajas comerciales y crediticias y los servicios del puerto. Además, la abundancia relativa de corrientes de agua ofrecía una fuente adicional de energía, y la proximidad del ferrocarril de Zaragoza conectaba a la región con el resto de España para el abastecimiento de lana nacional.

Los viejos centros laneros tradicionales, como Béjar, perdieron importancia relativa y subsistieron especializándose, pero a la larga fueron desapareciendo. La industria lanera creció en las décadas centrales del siglo XIX para estancarse durante el último cuarto del siglo.

La industria sedera también tenía una gran importancia, sobre todo en la zona levantina y andaluza. El declive de la sedería valenciana no está claramente establecido, pero sin embargo no está claro si la industria del naranjal en Valencia fue causa o consecuencia de la decadencia de la seda. En Valencia había serios problemas de mano de obra, en especial en las primeras operaciones de manipulación del capullo de seda. Al parecer, los campesinos carecían de la destreza requerida. Estos problemas estructurales de las antiguas regiones sederas se vieron agravados en el siglo XIX por la disrupción de las guerras y por el aumento del comercio internacional.

La decadencia del lino gallego tiene caracteres parecidos a los de la sedería levantina. El origen rural de la industria, el bajo nivel del capital humano, los problemas técnicos de la mecanización y la competencia del algodón catalán se combinaron para acabar con una industria tradicional que había florecido hasta finales del siglo XVIII.

2. La Siderurgia

En el siglo XIX el carbón era más caro de transportar que el hierro, y este era el problema clave de la siderurgia española, ya que donde España era competitiva era en el mineral de hierro y no en el coque. España exportó una gran parte del hierro que extrajo de sus minas.

Para ser una potencia siderúrgica había que tener buen carbón coquificable y una fuerte demanda de los productos de la industria. Al faltar ambos en España, la siderurgia se desenvolvió con dificultades.

Por eso, el buen acero era un metal casi precioso antes de la revolución industrial. El acero de calidad se producía por el método del crisol. El sistema Bessemer primero, el Siemens-Martin y el Thomas-Gilchrist después, vinieron a revolucionar el afino del acero. Permitían fabricar el acero en cantidades masivas y con la precisión necesaria para producirlo de buena calidad.

La metalurgia del hierro, por tanto, consume grandes cantidades de combustible, tanto en el beneficio como en el afino.

El problema de la localización de la siderurgia española se enfrentaba con el problema de la lejanía y carestía de carbón. La localización que predominó fue la de Vizcaya, que era la más racional, porque abundaba el mineral.

La primera etapa de la siderurgia española es andaluza. Los primeros altos hornos se sitúan en Málaga. Abundaba en recursos minerales y contaba con yacimientos ferrosos. Los hornos que se utilizaron fueron los más modernos y los más caros, siguiendo el modelo inglés. La hegemonía andaluza empezó a declinar a partir de 1860.

Después vino la etapa de la localización racional, es decir, el predominio de la siderurgia asturiana, con las fábricas de Mieres y la de La Felguera. Estas dos fábricas utilizaban como combustible el carbón mineral asturiano.

Sin embargo, la zona que terminó convirtiéndose en el símbolo de la siderurgia en España fue Vizcaya, y la siderurgia vizcaína se desarrolló en torno a la explotación de mineral de hierro y, en menor medida, de lingote. La primera sociedad anónima organizada para explotar el mineral vizcaíno con métodos modernos nació en Begoña con el nombre de Santa Ana de Bolueta.

Otra empresa siderúrgica vasca que creció estos años fue la de la familia Ybarra.

La producción de hierro se multiplicó por cinco entre 1856 y 1871. La siderurgia vizcaína no iniciaría un crecimiento sostenido hasta la época de la Restauración. Este crecimiento sostenido se debió principalmente a la producción de unas cuantas grandes empresas. Estas tres grandes empresas (Altos Hornos y Fábricas, La Vizcaya y La Iberia) se fusionaron en 1902, formando la sociedad «Altos Hornos de Vizcaya».

En 1884 se introdujeron los primeros convertidores Bessemer y poco después los primeros hornos Siemens-Martin, con lo cual comenzó a desarrollarse la hasta entonces insignificante producción de acero.

El atraso siderúrgico español debe atribuirse a causas menos coyunturales y más generales y profundas: el atraso técnico y educacional, la escasa demanda (en otras palabras, el subequipamiento en la agricultura y en la industria) son las causas que explican la aparente paradoja de la abundancia de mineral de hierro y el raquitismo de su metalurgia.

3. Las Otras Industrias

De los sistemas tradicionales de molinos de rueda o muela de piedra movidos por agua o viento y situados en las zonas cerealícolas, se va pasando gradualmente a la introducción de la máquina de vapor y el molino con rodillos metálicos. Al tiempo que se modernizaba, la industria harinera fue desplazándose hacia el este, beneficiándose de la entrada de granos extranjeros por el puerto de Barcelona, de la integración del mercado español gracias al ferrocarril y de las tan mencionadas economías externas y de arrastre. Se convirtió en un importante centro molturador pese a ser deficitaria en la producción de grano.

La producción de aceite de oliva también fue modernizándose gradualmente: los paladares son más exigentes que la maquinaria. La prensa tradicional hidráulica o animal fue siendo sustituida por la de vapor, que, al actuar más rápidamente, previene la fermentación y mejora el sabor. También fueron introduciéndose métodos químicos para purificar el producto final.

La industria vinícola estaba repartida, en el siglo XIX como en el XX, por casi toda la geografía peninsular. Las grandes zonas exportadoras eran Andalucía, Cataluña y Valencia. La especialidad catalana había sido la exportación de licores y aguardientes a América. Al igual que Valencia y otras regiones, exportó grandes cantidades de vino común o de pasto a Francia para el coupage. Los vinos andaluces se exportaban hacia Inglaterra sobre todo. Capitalistas y empresarios extranjeros vinieron a instalarse en España para organizar la exportación al país de origen: lo atestiguan nombres como Garvey, Terry, Osborne, Sandeman, Byass, Humbert o Domecq.

El más grave avatar fue la plaga de filoxera que azotó a los viñedos europeos durante el último tercio del siglo XIX. Más terrible que la filoxera en sí fue para los cultivadores españoles la recuperación del viñedo francés, que hizo caer la demanda y volver la competencia de Francia.

La industria corchotaponera también alcanzó ya importancia en el siglo XIX. Localizada sobre todo en Gerona, utilizando como materia prima la corteza del alcornoque. La caída de las exportaciones españolas de corcho en el quinquenio de 1875-9 coincide con la crisis de la filoxera francesa.

La industria química es una industria que abastece a otras industrias: en primer lugar a la textil, pero también a la cerámica, la jabonera, la perfumería y la industria minera. Durante el siglo XIX, la agricultura apenas consume productos industriales.

Con la expansión de la minería se desarrolló en España una nueva rama de la industria química: la de los productos explosivos, en concreto la dinamita y sus derivados. Se creó un monopolio de explosivos en el verano de 1897, monopolio que el cartel arrendó por 20 años.

La industria alcoholera tuvo considerable importancia cuantitativa en el XIX y estuvo muy difundida. Pese a la abundancia de la materia prima y la baratura de la mano de obra, esta industria era poco competitiva, por lo que reclamó con éxito la protección estatal.

La industria mecánica tiene más interés testimonial que sustantivo. En Cataluña continúan las iniciativas empresariales y una serie de talleres mecánicos y metalúrgicos. Producen incluso el primer barco de vapor construido en España, el Delfín.

Varias sociedades mecánicas y metalúrgicas se fusionaron en 1855 para formar La Maquinista Terrestre y Marítima. El problema de la metalurgia barcelonesa era la distancia de los grandes centros siderúrgicos; su ventaja, las economías externas de una gran ciudad industrial como Barcelona.

Hasta 1870 aproximadamente, los astilleros barceloneses y vizcaínos habían producido veleros de madera para la flota pesquera y comercial. La revolución del vapor en la navegación marítima requirió una reconversión de la industria de la construcción naval.

4. La Minería

En el último cuarto de siglo, sin embargo, las riquezas del subsuelo entraron en explotación y se convirtieron en el sector más dinámico de la economía nacional. Los factores que permitieron esta resurrección fueron internos y externos.

España tiene buenos recursos mineros y la calidad de estos recursos reside en la cercanía de los yacimientos a los puertos. Este era el caso del hierro, el coste del transporte era decisivo, lo cual explica que fuesen los yacimientos costeros los que se explotaran.

Las razones del estancamiento de la minería española hasta finales del siglo son varias: del lado de la oferta, la falta de capital y conocimientos técnicos. Del lado de la demanda, el subdesarrollo del país privaba a esta industria en potencia de los mercados que justificaran su desarrollo. La ley de minas de 1825 establecía el principio del dominio eminente de la corona sobre las minas, con lo cual colocaba a los concesionarios privados en una situación precaria. Fue la legislación y la política de la revolución de 1868 la que desencadenó la fiebre minera del último cuarto de siglo.

Diez meses más tarde, la ley de 19 de octubre de 1869 sobre la libertad de creación de las sociedades mercantiles e industriales incluía a las mineras entre las afectadas por la ley. Pero no son estos los únicos factores: por un lado, dada la ideología liberal y librecambista de los revolucionarios de 1868, es lógico suponer que hubieran seguido una política minera del mismo corte aun en ausencia de problemas presupuestarios. Por otro lado, están también los factores de la demanda: las minas no solo entraron en explotación porque el estado lo quería sino, lo que es más importante, porque había una creciente demanda internacional.

La demanda de cobre y, más tarde, de azufre, habían canalizado hacia España los intereses de empresarios extranjeros antes de la promulgación de las leyes liberales.

La demanda de los minerales españoles presuponía una industria metalúrgica que no se podía improvisar; y el capital y la técnica requerida tampoco los había. La cuestión estaba muy clara: o se explotaban las minas con ayuda sustancial del extranjero y con vistas a la exportación, o permanecerían inactivas durante mucho tiempo.

El caso más notable es el de la minería del hierro. Fue la rápida expansión de la tecnología del acero, iniciada con el convertidor Bessemer, la que estimuló la demanda del hierro español. El convertidor Bessemer permitía la fabricación en masa de acero de buena calidad a partir del lingote de hierro, pero el lingote de hierro tenía que estar libre de fósforo para que fuera de buena calidad. Ahora bien, el mineral no fosforoso es relativamente raro en la naturaleza. En Inglaterra lo había, pero no en las cantidades que la creciente demanda de acero exigía.

En cuestión de unos pocos de años a partir de 1871 se fundaron más de 20 compañías británicas dedicadas a la explotación de minas de hierro en España. Las había también francesas.

El mineral había de extraerse y transportarse en grandes cantidades. Se construyeron ferrocarriles mineros, muelles de carga e instalaciones de lavado y concentrado. Es evidente que sin el estímulo de la demanda y el capital exteriores hubiera sido imposible realizar estas obras de infraestructura.

La gran parte de lo exportado por Bilbao salía con destino a Inglaterra.

El rápido crecimiento de las exportaciones durante estas décadas convirtió a España, a finales del siglo XIX, en el mayor exportador de mineral de hierro en Europa. Lo que llama la atención del caso español es la enorme desproporción entre producción y exportación.

La reinversión de los beneficios tendrá aquí, sin duda, un papel importante, pero habrá muchos más temas a tener en cuenta: concretamente, los efectos multiplicadores, las conexiones hacia delante y hacia detrás, los impactos tecnológicos y dinámicos, etc.

La exportación masiva del mineral de hierro tuvo sobre todo en la Vascongada unos efectos dinamizadores extraordinarios. Merece la pena añadir también que la época de máxima exportación de minerales coincide con la de máxima importación de capital y también con el más claro impacto económico.

La minería del hierro de la Vascongada tuvo estos efectos: aumento de población, aumento en el empleo de la industria y el comercio, desarrollo de actividades industriales, la fundación de sociedades mercantiles y el crecimiento del sistema bancario.

En el País Vasco el caso del hierro es el que revela un crecimiento más espectacular, y el que mayor peso cuantitativo tiene.

El plomo, sin embargo, aventajó al hierro en valor acumulado exportado. A diferencia del hierro, el plomo tiene un punto de fusión relativamente bajo y su refino es bastante sencillo.

El plomo español, abundante en el sur, se explotó con métodos modernos desde 1830 aproximadamente.

El caso del plomo ilustra los problemas de la explotación doméstica.

Algo parecido se desprende del estudio de la minería del cobre. Los yacimientos más importantes están entre los ríos Tinto y Odiel. Durante gran parte del siglo XIX, las minas de Río Tinto fueron explotadas de manera ineficiente por concesionarios.

Si en la explotación del cobre, de hierro y del plomo hacían inevitable la intervención del capital extranjero, en el caso del mercurio no es así. La obtención del mercurio es un procedimiento sencillo que no requiere ni tecnología compleja ni grandes inversiones de capital, ni, por supuesto, explotaciones del mineral.

Las minas de mercurio de Almadén, las más ricas del mundo, se explotan al menos desde los tiempos de Roma.

El mercurio se ha empleado en metalurgia y química sobre todo a partir del siglo XVI. Con la revolución industrial sus usos se multiplicaron.

También fue explotado durante el siglo XIX el zinc. El mayor criadero de este metal se encuentra en Reocín (Santander).

La minería contribuyó a equilibrar la balanza de pagos del lado positivo. Y del lado negativo está fundamentalmente la cuestión del precio que el país percibió por la explotación de sus recursos mineros.

5. La Energía

La sustitución de animales y hombres por energía hidráulica y, sobre todo, por carbón, es el gran rasgo definitivo de la primera revolución industrial.

Hay acuerdo en que la escasez de recursos energéticos ha sido un obstáculo poderoso al desarrollo económico.

Durante la primera mitad del siglo XIX, las fuentes de energía utilizadas siguen siendo las tradicionales. Los factores determinantes fueron seguramente la extensión de la red ferroviaria, la de navegación a vapor y el desarrollo industrial. El consumo se nutriría a partes casi iguales de la producción doméstica y de la importación.

España tiene yacimientos de carbón en varias zonas: Asturias y León, y los yacimientos de hulla en Ciudad Real. El lignito abunda en Cataluña. Las reservas de carbón son relativamente escasas: y la irregularidad y delgadez de las capas. Además, se adapta mal al proceso de coquefacción.

Por todas estas razones, yo me inclinaría a decir que el carbón español ha sido un obstáculo al crecimiento económico del país.

En la medida en que se protegía el carbón español, la economía dejaba de aprovechar la oportunidad que la baja de precios brindaba.

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