Sistema Monetario y de Crédito
El periodo anterior a las guerras
Las transacciones internacionales requieren un sistema monetario capaz de facilitar el comercio que se lleva a cabo con una variedad de monedas nacionales. A lo largo de la era moderna (siglos XV a XVIII) se fueron consolidando mercados internacionales de divisas que facilitaron el comercio internacional. El sistema monetario establece la equivalencia entre la unidad monetaria y su peso correspondiente en metales preciosos (oro y plata). Los comerciantes ingleses preferían comprar plata al precio inglés y transportarla a la Europa continental y al Lejano Oriente a cambio de oro. El resultado fue la progresiva desaparición de las monedas de plata. De hecho, aunque todavía no de derecho, Inglaterra había adoptado el patrón oro. Al margen de las monedas metálicas, también se empleaban otros medios de pago como el cheque o los billetes de banco. El Banco de Inglaterra los emitió para sus depositantes desde el primer momento y se utilizaron libremente como equivalentes a la moneda en metálico para el pago de las deudas entre individuos. En el resto de Inglaterra los bancos provinciales emitían billetes al portador para la circulación local.
Durante este periodo el volumen del dinero en circulación dependía esencialmente de la oferta de oro al Banco de Inglaterra; y ésta, a su vez, dependía, en parte, de la demanda y de la oferta mundiales de oro y, en parte, de la balanza comercial británica. La relación entre la oferta de oro y la circulación de monedas de oro, es, pues, evidente. Había también una relación, aunque menos directa y automática, entre la oferta de billetes de banco y la del oro. La complicación era que no sólo emitía billetes el Banco de Inglaterra sino también los bancos provinciales de Inglaterra y los bancos de Escocia.
Cuando el comercio estaba en auge y los pedidos fluían libremente, el número de receptores de promesas de pago que buscaban el reembolso inmediato, en billetes o en metálico, en los bancos debía ser muy grande; y los bancos estaban deseosos de satisfacer a aquellos clientes si el crédito era bueno, con la única limitación de la prudencia impuesta por la necesidad de disponer de suficientes reservas para cubrir la posible demanda de los depositantes. Esta situación perduró hasta 1797, cuando se suspendieron súbitamente los pagos en efectivo y se liberó al Banco de Inglaterra de su obligación de convertir los billetes de oro, debido a las importantes salidas de oro del país, la baja confianza comercial y las malas cosechas. El Banco intentó reducir su pasivo a un nivel menos peligroso limitando los descuentos; pero mientras los bancos provinciales siguiesen satisfaciendo la creciente demanda de dinero provocada por el alza de precios, sus intentos de limitar el crédito no hacían más que debilitar la confianza sin reducir la emisión de billetes. En 1797 se prohibió al Banco hacer pagos en oro o plata, excepto a las Fuerzas Armadas situadas en el extranjero, y los bancos provinciales no tuvieron más alternativa que aceptar la decisión. Otra disposición legislativa autorizó la emisión de billetes de menos de cinco libras y los billetes del Banco de Inglaterra adquirieron, por vez primera, curso legal. El Banco de Inglaterra podría haber practicado una política más activa de estabilización de precios y del valor de la libra reduciendo el crédito, pero habría frenado la expansión de la economía y reducido su capacidad para sostener el esfuerzo de guerra.
El periodo posbélico. La consolidación del patrón oro
El contenido en oro del soberano se fijó de acuerdo con el precio de acuñación del oro, que se había mantenido a lo largo del siglo XVIII en 3 libras, 17 chelines y 10 peniques y medio la onza. Las monedas de plata fueron legalmente subordinadas al oro y posteriormente limitadas a pagos inferiores a 2 libras esterlinas.
En 1819 se restauró la convertibilidad de los billetes de banco, cuando una ley autorizó al Banco de Inglaterra a reanudar los pagos en lingotes y, desde 1823, en monedas de oro.
Tras la promulgación de esas disposiciones legales, Gran Bretaña adoptó el patrón oro con cinco características muy claras: la libra se ligó a un cierto peso en oro; las monedas de oro debían ser de libre circulación interior y los billetes de banco en circulación debían ser convertibles en oro cuando así se demandara; cualquier otra moneda en circulación estaba subordinada al oro; no se pusieron restricciones legales a la conversión de las monedas en lingotes; y no se impidió la exportación de oro.
Tras el periodo bélico y la vuelta al patrón oro, el sistema bancario británico seguía teniendo tres componentes fundamentales: el Banco de Inglaterra, que actuaba como banco del Gobierno y como custodio de las reservas de oro de la nación; unos sesenta bancos privados en Londres, de mucha solidez y reputación, pero que no emitían billetes; unos 800 bancos privados de provincias, de dimensiones reducidas pero emisores de billetes.
Los bancos provinciales tuvieron una importante participación en la primera revolución industrial. Durante las dos primeras décadas del siglo XIX el número de bancos provinciales siguió creciendo.
Con el desarrollo de la economía los bancos provinciales se enfrentaron a nuevos retos, difíciles cuestiones técnicas sobre la adecuada distribución de los riesgos y la liquidez de los préstamos concedidos, cuando se produce la degradación de las condiciones económicas. En el período 1809-1830 hubo 311 bancarrotas de bancos provinciales, 179 de las cuales ocurrieron en dos trienios críticos -1814-1816 y 1824-1826.
La debilidad esencial de la estructura crediticia se puso claramente de manifiesto a los ojos de todo el país a mediados de la década de 1820 cuando un boom especulativo, degeneró en un verdadero colapso financiero en 1825.
Cuando el boom se interrumpió, no sólo provocó el hundimiento de muchos bancos provinciales, sino que casi hizo abandonar al país el patrón oro.
Los efectos de las crisis financieras obligaron al Gobierno a tomar medidas rápidamente.
La legislación de 1826 y 1833 terminó con el monopolio del Banco de Inglaterra en las sociedades bancarias por acciones, pero fortaleció grandemente la posición del Banco pues le dio el monopolio virtual de la emisión de billetes en Londres y los alrededores y le permitió operar directamente en las provincias.
El debate entre los partidarios de una libertad económica estricta, con la mínima interferencia del Gobierno, y los partidarios de una regulación del sistema financiero fue decantándose hacia éstos últimos ante los estragos y las crisis sociales generadas por las bancarrotas de 1825 y 1839.
En conclusión, los bancos ejercieron un papel vital y flexible en aquella economía en expansión. Cuando, en la década de 1830 y a principios de la de 1840 se vio que había un excedente de fondos en la economía, los bancos ayudaron a canalizarlo hacia la construcción de ferrocarriles, alimentando con ello el boom ferroviario. Cuando este sector quedó saturado, los bancos pudieron servirse de su conocimiento de la economía exterior para canalizar estos capitales hacia el extranjero.
El periodo posbélico. La consolidación del patrón oro
El contenido en oro del soberano se fijó de acuerdo con el precio de acuñación del oro, que se había mantenido a lo largo del siglo XVIII en 3 libras, 17 chelines y 10 peniques y medio la onza. Las monedas de plata fueron legalmente subordinadas al oro y posteriormente limitadas a pagos inferiores a 2 libras esterlinas.
En 1819 se restauró la convertibilidad de los billetes de banco, cuando una ley autorizó al Banco de Inglaterra a reanudar los pagos en lingotes y, desde 1823, en monedas de oro. Tras la promulgación de esas disposiciones legales, Gran Bretaña adoptó el patrón oro con cinco características muy claras: la libra se ligó a un cierto peso en oro; las monedas de oro debían ser de libre circulación interior y los billetes de banco en circulación debían ser convertibles en oro cuando así se demandara; cualquier otra moneda en circulación estaba subordinada al oro; no se pusieron restricciones legales a la conversión de las monedas en lingotes; y no se impidió la exportación de oro. Tras el periodo bélico y la vuelta al patrón oro, el sistema bancario británico seguía teniendo tres componentes fundamentales: el Banco de Inglaterra, que actuaba como banco del Gobierno y como custodio de las reservas de oro de la nación; unos sesenta bancos privados en Londres, de mucha solidez y reputación, pero que no emitían billetes; unos 800 bancos privados de provincias, de dimensiones reducidas pero emisores de billetes. Los bancos provinciales tuvieron una importante participación en la primera revolución industrial. Durante las dos primeras décadas del siglo XIX el número de bancos provinciales siguió creciendo. Con el desarrollo de la economía los bancos provinciales se enfrentaron a nuevos retos, difíciles cuestiones técnicas sobre la adecuada distribución de los riesgos y la liquidez de los préstamos concedidos, cuando se produce la degradación de las condiciones económicas. En el período 1809-1830 hubo 311 bancarrotas de bancos provinciales, 179 de las cuales ocurrieron en dos trienios críticos -1814-1816 y 1824-1826. La debilidad esencial de la estructura crediticia se puso claramente de manifiesto a los ojos de todo el país a mediados de la década de 1820 cuando un boom especulativo, degeneró en un verdadero colapso financiero en 1825. Cuando el boom se interrumpió, no sólo provocó el hundimiento de muchos bancos provinciales, sino que casi hizo abandonar al país el patrón oro. Los efectos de las crisis financieras obligaron al Gobierno a tomar medidas rápidamente. La legislación de 1826 y 1833 terminó con el monopolio del Banco de Inglaterra en las sociedades bancarias por acciones, pero fortaleció grandemente la posición del Banco pues le dio el monopolio virtual de la emisión de billetes en Londres y los alrededores y le permitió operar directamente en las provincias. El debate entre los partidarios de una libertad económica estricta, con la mínima interferencia del Gobierno, y los partidarios de una regulación del sistema financiero fue decantándose hacia éstos últimos ante los estragos y las Crisis sociales generadas por las bancarrotas de 1825 y 1839.
La Diversidad Económica Europea. Europa Hacia 1815
El escenario preindustrial
A comienzos del siglo XIX Europa no era un continente estancado, inerte o puramente tradicional. Se encontraba en un proceso de desarrollo y cambio fundamentales, muy semejantes a los que habían precedido y, efectivamente, formado parte de la revolución industrial en Gran Bretaña. Sin embargo, las regiones de Europa se diferenciaban mucho unas de otras en cuanto a su grado de preparación para estos cambios y en cuanto a su capacidad para copiarlos o para evitarlos. La revolución industrial saltó, efectivamente, de una región industrial a otra, pero en unas regiones se desarrolló de una forma más rápida y completa y otras sufrieron retrasos o estancamientos.
Los sistemas agrarios. Los cambios en la población, en las condiciones climáticas, en las técnicas y formas de organización, los cambios en los mercados y en el poder político de la corona, de la nobleza y de la alta burguesía, mantuvieron al sistema en flujo constante. A mediados del siglo XVII, Holanda constituía la región con mayor densidad de población y con un mayor nivel de urbanización de la Europa occidental, habiendo atraído inmigrantes incluso de las otras provincias holandesas. El éxito había sido alcanzado en parte por una mayor eficiencia en la tierra.
La mejora de los sistemas de cultivos, el aumento de la producción y el retroceso de los derechos feudales serán los elementos distintivos del proceso de cambio agrícola. En Francia, estas cargas y restricciones habían pesado fuertemente sobre los campesinos y habían sido una causa importante de los motines y rebeliones que conformaron el panorama rural de la Revolución. Aparte de las regiones septentrionales, cerca de la frontera con Bélgica e igualmente muy industrializada, estaba el área alrededor de París, que se había convertido en la más orientada al mercado. Estas áreas, junto con el nordeste y Alsacia-Lorena, incluían no sólo muchos de los centros industriales más florecientes de Francia, sino también las explotaciones con los mayores rendimientos por hectárea. En Alemania las diferencias agrarias regionales eran más destacadas. A lo largo del Rin, los franceses habían abolido los derechos feudales durante sus años de ocupación, y las condiciones se acercaron a las del sistema clásico francés. Buena parte de la Alemania occidental, en efecto, había pasado a la ocupación por parte de los campesinos mucho antes de finales del siglo XVIII. La Alemania central formaba en muchos sentidos un área de transición entre el este y el oeste. Las diferencias con la Alemania al este del Elba sí que eran muy notables. Se trataba de una zona de grandes fincas explotadas directamente por los propietarios y donde los derechos feudales subsistían con fuerza.
La estructura industrial. Uno de los pilares de la industria tradicional descansaba sobre los gremios. Hacia finales del siglo XVIII los gremios se veían amenazados en dos direcciones. Por una parte, el Estado absolutista, intentaba limitar la independencia de los gremios, para ponerlos bajo su directa autoridad. La segunda amenaza, más duradera, vino del desarrollo de la industria que trabajaba para el mercado fuera del control de los gremios. Entre los países que primero se desarrollaron, como Gran Bretaña, Bélgica y buena parte de Francia y la Alemania occidental, los gremios se marchitaron antes de que aparecieran las fábricas; en el sur y el este de Alemania, donde los gobernantes pudieron aprender del oeste lo que podía ser su siguiente paso, tuvieron que ser limitados de modo más deliberado. Otro de los pilares de la industria tradicional era la manufactura rural. Existían numerosos artesanos en los pueblos que proporcionaban bienes para el consumo local. Las regiones con concentraciones de ese tipo de gente se encontraban por toda Europa. La ciudad constituía el mercado y era la sede del comerciante-empresario a domicilio, que era la figura central en esta fase de desarrollo. Aparte de los recursos, el trabajo era el principal factor de producción, dado que las necesidades de capital eran insignificantes. El trabajo tendía a ser barato donde no había empleos alternativos en la tierra y, en diferente medida, acentuó la tendencia de la industria hacia las regiones menos fértiles de Europa. El tercer componente de la estructura industrial tradicional lo constituía lo que definimos como manufactura centralizada, es decir, una gran empresa pero con métodos artesanales (protofábrica).
Las estructuras tradicionales y los factores del cambio
Cambios profundos estaban afectando a la economía de Europa en la fase histórica que precedió a la Revolución Industrial. Dichos cambios incluían una transformación de la industria en muchas regiones, y en particular el ascenso de las grandes «fábricas» o «protofábricas» y una rápida extensión de la industria a domicilio organizada por comerciantes-empresarios. Detrás de estos cambios se encuentra una gran expansión de los mercados (población, ciudades, ultramar) y una acumulación regular de nueva tecnología.
Instituciones financieras y comerciales, bancos y grandes casas de comercio, innovaron métodos más eficientes y desarrollaron el comercio y la producción en la mayor escala posible. La difusión de la industrialización en el Continente fue un proceso de transferencia de la nueva tecnología británica. La difusión de la tecnología británica fue posible porque hubo varias regiones en Europa que tenían dotaciones de factores similares, y se habían encontrado con problemas económicos y técnicos semejantes a los de las regiones más importantes de Gran Bretaña. Las regiones con una dotación diferente pero en potencia igualmente rica, no desarrollaron tecnologías rivales para utilizarla. En su lugar, estas áreas frecuentemente se habían convertido en subordinadas y colonizadas. Por último, hay que subrayar que las regiones europeas asimilaron la nueva tecnología, pero varias décadas después. Estas diferencias de cronología y de coexistencia en el tiempo, constituyen un elemento importante de la industrialización europea.
La Crisis Energética y los Años Setenta
La primera mitad de la década de los setenta será probablemente recordada como una línea divisoria en el desarrollo de las economías occidentales. La recesión que siguió a la fase de prosperidad de 1972-73 fue en sí misma una sacudida, dado que por primera vez en el periodo de la posguerra el producto de hecho se redujo de forma muy aguda en la mayoría de países, aunque no en la misma medida que en la depresión de 1929-1932. La recesión de 1974-1975 fue acompañada por un desempleo creciente y por presiones inflacionistas muy fuertes. Esto último se exacerbó por problemas de recursos. Dada la convergencia de tantos factores desfavorables, la capacidad de recuperación posterior fue algo menos pronunciada que la de otras recesiones del periodo de la posguerra, y los responsables de la política comenzaron a cuestionar la operatividad de la utilización de los instrumentos tradicionales de dirección de la demanda para estimular la actividad económica. Se produjo tal vez una creciente conciencia de que algunos de los problemas de los años setenta, especialmente la presión continuada sobre los recursos energéticos.
La crisis económica de 1973
La nueva fase recesiva en la economía internacional se puede explicar a partir de la quiebra del sistema monetario internacional apoyado en los acuerdos de Bretton Woods, y el súbito encarecimiento del petróleo.
El cambio del sistema monetario internacional. Desde 1971 se asistió al colapso del sistema monetario internacional establecido en Bretton Woods, era un sistema de tipos de cambio fijos. Se llamaba patrón cambios dólar, porque ésta era la moneda de reserva internacional, que definía su paridad en términos del oro y que era convertible en este metal. La balanza comercial de Estados Unidos había experimentado un déficit desde 1968, que se agrandó tras 1971. Como Estados Unidos siguió exportando capital, el déficit exterior resultó inevitable y, además, se vio agravado por los movimientos especulativos contra el dólar. Ante tal tesitura, el presidente de Estados Unidos (Nixon) decidió abandonar la convertibilidad del dólar en oro en 1971. Desapareció la estabilidad de precios y de los cambios internacionales que el mundo había disfrutado hasta entonces. La desintegración del sistema monetario internacional y la flotación del dólar en 1973 provocaron dos tipos de reacciones internacionales. La primera consistió en seguir el ejemplo de Estados Unidos. Fue el caso del Reino Unido y Japón. La segunda alternativa fue la tomada en Europa, donde la República Federal Alemana y Francia lideraron la creación de la serpiente monetaria, que fue el sistema precursor del Sistema Monetario Europeo establecido en 1979. La desaparición del anclaje del dólar con respecto al oro en 1973 originó una crisis de confianza que desestabilizó los mercados financieros internacionales y afectó a la estabilidad de los precios y a la eficacia de la política fiscal keynesiana en los distintos países.
La crisis energética. Un factor importante en el notable aumento del producto y de las rentas reales durante los años cincuenta y sesenta debe ser sin duda la favorable relación real de intercambio experimentada por los países industriales. Hubo una mejora significativa de la relación real de intercambio de la Europa industrial, con el consiguiente beneficio para las rentas reales y el crecimiento.
La situación favorable con respecto a la oferta y al precio de la energía y de las materias primas condujo al rápido desarrollo de los sectores intensivos en energía, en términos de empleo intensivo del petróleo como combustible y fuente de calor en la industrias y para usos domésticos. Dada la extraordinaria concentración de la oferta de petróleo, los acuerdos de reducción de la producción y de aumento de precios tomados por la OPEP a finales de 1973, ocasionaron un rápido crecimiento de los precios entre 1973 y 1981, el petróleo multiplicó por doce su nivel de precios. Una elevación repentina de los precios de las mercancías de este orden de magnitud difícilmente podía dejar de tener un efecto adverso. Los precios de los bienes manufacturados reaccionaron mucho más lentamente al aumento de precios y de ahí que la relación real de intercambio de los países industriales avanzados empeorase fuertemente. La explosión general de los precios de los primeros años setenta fue motivada en parte por la prosperidad fuertemente sincronizada de los países industriales. El aumento del precio del petróleo tuvo consecuencias inflacionistas y deflacionistas en los principales países industriales. Mientras que, por una parte, el aumento de los precios del petróleo presionó directamente sobre los costes y, por tanto, intensificó el proceso inflacionario y redujo los márgenes de beneficio industrial.
Los efectos en las rentas reales se reflejaron parcialmente en grandes déficit de la balanza de pagos. En gran medida a causa de los aumentos del precio del petróleo, los países de la OCDE, entre 1973 y 1974 y continuaron manteniéndose en déficit durante los tres años siguientes. Gran Bretaña, Italia y Francia, junto con alguno de los más pequeños y menos industrializados países europeos, fueron muy afectados y se vieron obligados a tomar severas medidas deflacionistas para intentar la reducción de sus grandes déficit exteriores y al mismo tiempo estabilizar sus débiles tipos de cambio. Por el contrario, Alemania, Estados Unidos y Japón pudieron absorber los déficit del petróleo sin demasiadas dificultades gracias a un notable aumento de las exportaciones, particularmente a los países de la OPEP. Durante un tiempo, estos tres países pudieron acumular superávit en su cuenta corriente, aunque éstos comenzaron a desaparecer hacia finales de la década, bajo el impacto de los aumentos adicionales del precio del petróleo y del debilitamiento del dólar. De acuerdo con algunas estimaciones, la primera crisis de 1973 supuso para los países de la OCDE un incremento del coste del petróleo importado de 75.000 millones de dólares.
Las presiones inflacionistas
Un elemento importante de la inflación fue la explosión de los precios en la primera parte de la década fue, gracias al movimiento al alza, vigoroso y sincronizado, en la actividad económica de los principales países industriales en 1972-1973. En 1974, las reservas de cereal de Estados Unidos se habían reducido a cerca de la tercera parte del nivel de los primeros años sesenta. En segundo lugar, a finales de 1973 llegó la dramática escalada de los precios del petróleo.
A consecuencia de las condiciones de inactividad y el desempleo persistentemente alto a principios de los años setenta, se hicieron intentos en varios países para estimular la actividad económica. Las reservas mundiales de divisas, que habían crecido lentamente en las dos décadas anteriores entre un dos y un tres por 100 anual, se dispararon a dos dígitos en 1970 y entre 1969 y 1973 las reservas internacionales aumentaron un 136%. En conclusión, en la mayoría de los países la explosión de los precios fue precedida o acompañada por medidas reflacionistas y expansión monetaria.
Las tasas de inflación se suavizaron notablemente después de 1975, bajo la influencia de un control monetario más estricto, incluyendo el recurso a la fijación de objetivos monetarios. Sin embargo, no fue posible volver a los moderados niveles de inflación de los años cincuenta y primeros sesenta, para explicar la persistencia de las tensiones inflacionistas durante los setenta. En primer lugar, el crecimiento monetario fue todavía excesivo en comparación con los patrones del pasado. En segundo lugar, las exigencias salariales se ligaron a las variaciones de los precios y a las tasas de inflación esperadas, lo que introdujo rigideces en el sistema de costes. En tercer lugar, la presión intermitente sobre los recursos, principalmente primeras materias y petróleo de nuevo a finales de los años setenta, unida a las dudas sobre las perspectivas de suministro, volvieron a alimentar las tensiones inflacionistas.
La erradicación de la inflación hubiera exigido una aplicación muy estricta de la política monetaria y fiscal.
Se planteó un grave dilema político difícil de resolver: el énfasis en frenar la inflación disminuía las políticas encaminadas a estimular la demanda, lo cual tenía repercusiones directas en el aumento del desempleo y en la disminución del crecimiento económico.