Demografía y Sociedad
La característica más apreciable de la población española durante el siglo XIX es la pervivencia de un régimen demográfico antiguo y el predominio de la población rural.
La tasa de natalidad en el periodo 1858-1900 es muy elevada, pero en la misma línea de Alemania o Italia. En cambio, la mortalidad sí es claramente superior a la del resto de Europa debido a:
- Crisis de subsistencias.
- Epidemias periódicas.
- Enfermedades endémicas.
Por tanto, en España la población aumenta, pero más lentamente que en el resto de Europa. A pesar de ello, el pequeño excedente poblacional no pudo ser absorbido por el país, que experimentó una fuerte emigración exterior a partir de 1853, cuando se suprimieron las trabas legales. A finales del siglo aumentó la salida de españoles.
En cuanto a la distribución de la población en el interior de la península, se sigue la tendencia iniciada en el siglo XVIII: despoblamiento del centro, salvo Madrid, y aumento en la periferia.
Ninguna ciudad española superaba el medio millón de habitantes, excepto la capital y Barcelona. La mayoría de los españoles vivía en el campo debido a la ausencia de una revolución agrícola e industrial. Por ello, las migraciones internas no son muy relevantes durante el siglo XIX.
En todo este panorama, Cataluña es la excepción: incipiente transformación industrial, transición al régimen demográfico moderno e incremento de la población urbana.
La transformación social en España se produce a partir de medidas tomadas por gobiernos progresistas y, fundamentalmente, en el Sexenio Democrático. Finalmente, se llega a una sociedad de clases, pero en la que se van a fusionar los antiguos estamentos con los nuevos grupos sociales (nobleza con alta burguesía, profesionales liberales con baja nobleza…). Las condiciones de vida varían mucho entre las distintas clases.
Transformación Económica
La transformación económica de España en un país industrial y urbano es lenta y dificultosa. En ella influyen el desequilibrio entre el sector primario y secundario, la falta de capitales, las condiciones orográficas, el limitado crecimiento demográfico y las continuas guerras que asolan el país.
Agricultura
La agricultura es la fuente principal de recursos. Los procesos desamortizadores (Mendizábal, Madoz…) intentan cambiarla, pero apenas afectan a la estructura de la propiedad y continúan las antiguas formas de explotación. Sólo los grandes terratenientes se benefician, siendo los máximos perjudicados la Iglesia, el campesinado y los ayuntamientos.
- Después de varios intentos desde finales del siglo XVIII y principios del XIX (Godoy, Cortes de Cádiz o Trienio Liberal), la primera gran desamortización será la de Mendizábal (1836-37) o eclesiástica, por la gran cantidad de bienes vendidos de la Iglesia, y que buscaba sanear la Hacienda pública además de derrotar al carlismo. A esta siguió la de Madoz (1855) o civil, por la apropiación que se hizo de las propiedades de los municipios, que sirvió para financiar la construcción del ferrocarril.
El campo experimenta verdaderas transformaciones a partir de principios del siglo XX: especialización de cultivos, innovaciones tecnológicas… Hasta entonces, el aumento de la productividad es el resultado de la explotación de nuevas tierras.
Industria
Tradicionalmente se habla de «fracaso» en la industrialización en España (J. Nadal). Esto se debe a la escasa demanda, las deficientes comunicaciones, la escasez de capitales, entre otros factores. Debido a su debilidad, las industrias españolas siempre van a necesitar el proteccionismo y la financiación extranjera.
Se localizan en dos focos fundamentales: Cataluña (industrial textil) y País Vasco (siderurgia). Fuera de aquí encontramos industrias menos influyentes como la agroalimentaria (Aragón, Castilla, Andalucía, Levante…), la química (Riotinto, Asturias), la papelera (Burgos, Guipúzcoa).
Comunicaciones y Comercio
La especial orografía de la Península influye en las comunicaciones, que se desarrollan tardíamente y repercuten en el resto de la economía. Sólo a partir de 1855 (Ley de Ferrocarriles) se impulsa la construcción de una auténtica red ferroviaria. Tiene positivas consecuencias (construcción del mercado nacional, abaratamiento de costes…), pero se pierde una oportunidad para convertirse en un auténtico motor que empuje al resto de la economía.
- El comercio exterior, en cambio, creció considerablemente a lo largo del siglo y logró superar la pérdida de América. Pero exportaba materias primas e importaba productos manufacturados, por lo que la balanza comercial fue deficitaria con Francia y Gran Bretaña.
Surgió una división entre defensores del proteccionismo (industriales textiles catalanes, cerealistas castellanos y empresarios siderúrgicos vascos) y del librecambismo (comerciantes y compañías ferroviarias). Al final terminó por imponerse el arancel de Figuerola de 1869 y el arancel de 1891.