Paleolítico y Neolítico en la Península Ibérica
Los restos más antiguos del Paleolítico encontrados en la Península Ibérica tienen más de 1.500.000 años y pertenecen a especies como el Homo antecessor y el Homo heidelbergensis. En aquella época, el clima era muy diferente al actual, y también lo era la fauna, con animales como bisontes, renos y ciervos. Los primeros habitantes de la península no sabían producir alimentos, por lo que vivían de lo que podían cazar, pescar o recolectar. Eran nómadas, es decir, se trasladaban de un lugar a otro buscando comida y refugio. Solían vivir en cuevas y abrigos rocosos, que los protegían del frío extremo durante las glaciaciones. Sus herramientas estaban hechas de piedra tallada, y aunque no tenían una jerarquía social clara, vivían en pequeños grupos donde se organizaban para sobrevivir.
Las pinturas rupestres del norte, en lugares como Altamira (35.000-13.000 a.C.), se hicieron en cuevas profundas y oscuras. Estas pinturas son polícromas, muy realistas, y probablemente tenían un significado mágico o religioso, relacionado con la caza y la supervivencia.
Hacia el 5000 a.C., llegó a la península una nueva forma de vida: el Neolítico. Esto fue gracias a influencias culturales del Mediterráneo oriental y a la evolución de las comunidades locales. Para entonces, el clima ya era muy parecido al actual, porque las glaciaciones habían terminado hacía miles de años. En el Neolítico, los humanos empezaron a producir alimentos cultivando la tierra y criando animales. También inventaron la cerámica, los tejidos y herramientas de piedra pulida, como hachas y azadas, para trabajar en la agricultura. Este cambio les permitió dejar de ser nómadas y empezar a vivir de forma sedentaria, en poblados estables. Poco a poco, las comunidades se hicieron más organizadas, con trabajos más variados, como el de tejedores. Además, el hallazgo de objetos valiosos en algunas tumbas indica que ya existía cierta jerarquía social.
En esta etapa destacan dos culturas importantes: la de la Cerámica Cardial y la de los Sepulcros de Fosa. En la zona del Levante, en abrigos como los de Cogull y Valltorta, se han encontrado pinturas rupestres de finales del Paleolítico y principios del Neolítico (10.000-5.000 a.C.). Estas pinturas cuentan historias a través de escenas como cacerías, danzas, recolección y guerras. A diferencia de las del norte, son monocromas y las figuras humanas son más simples y esquemáticas.
La Hispania Romana
La Segunda Guerra Púnica (218-206 a.C.) fue un conflicto entre Roma y Cartago. Durante esta guerra, el general romano Publio Cornelio Escipión conquistó Cartago Nova (la actual Cartagena) y la costa mediterránea de la península, que en ese momento estaba habitada por pueblos íberos. Más tarde, en el siglo II a.C., Roma avanzó hacia el interior de la península para anexar la Meseta. Esto dio lugar a largas guerras contra los celtíberos y los lusitanos, que duraron unos veinte años. Los celtíberos fueron derrotados tras resistir en Numancia, mientras que los lusitanos sucumbieron después de la muerte de su líder, Viriato.
En las guerras cántabras (29-19 a.C.), Roma enfrentó a los pueblos del norte, como cántabros, astures y galaicos. Finalmente, Octavio Augusto logró someterlos. Tras estas campañas, Hispania quedó dividida en tres provincias: Tarraconense, Bética y Lusitania. Más adelante, estas se ampliaron a cinco: Tarraconense, Bética, Lusitania, Cartaginense y Galaecia.
La romanización fue el proceso mediante el cual los pueblos prerromanos adoptaron los modelos de vida romanos en lo económico, social, cultural, político y religioso. Este proceso fue especialmente intenso en las zonas cercanas al Mediterráneo. Entre los factores clave de la romanización se encuentran:
- La incorporación de las élites indígenas al sistema romano.
- La fundación de ciudades conectadas por una amplia red de calzadas.
- La adopción del Derecho Romano.
- El uso de la moneda romana y el auge del comercio.
- La imposición del latín como lengua oficial.
- La difusión de los cultos romanos, tanto paganos como cristianos.
En este sistema también predominaba una economía basada en el uso de esclavos. El legado cultural de Roma en Hispania dio lugar a la cultura hispano-romana, que continuó existiendo durante la época visigoda. Este legado incluye el Derecho Romano como base de las leyes, el cristianismo como religión, el modelo de agricultura basada en grandes propiedades (latifundios) y el latín, que con el tiempo evolucionaría para dar lugar a las lenguas romances de la Edad Media. La integración de Hispania en la cultura romana quedó reflejada en hechos como que fue la tierra natal de intelectuales destacados, como Séneca, y de emperadores, como Trajano. También se conservan vestigios romanos, como los municipium o ciudades romanas, entre las que destaca Emérita Augusta (la actual Mérida).
Reino Visigodo
A partir del siglo III, el Imperio Romano atravesó una grave crisis que le dificultó defender sus fronteras. Esto permitió que, a principios del siglo V, varios pueblos germánicos como los suevos, vándalos y alanos atravesaran la Península Ibérica, causando grandes destrucciones. Para controlar la situación, Roma pactó en el año 418 con los visigodos, un pueblo germánico que ya estaba bastante influido por la cultura romana, para que se encargaran de proteger y organizar Hispania. Al principio, los visigodos establecieron su capital en Toulouse, pero tras ser expulsados de la Galia por los francos en 507, se consolidaron en la Península. Lograron unificar el territorio tras derrotar a los suevos y expulsar a los bizantinos.
La monarquía visigoda era electiva, lo que generaba mucha inestabilidad política debido a las constantes luchas entre los aspirantes al trono. El rey gobernaba apoyándose en tres instituciones principales:
- El Aula Regia: un consejo formado por altos funcionarios, aristócratas y clérigos.
- El Officium palatinum: un círculo de máxima confianza del monarca.
- Los Concilios de Toledo: asambleas religiosas presididas por el rey, que también intervenían en asuntos legales.
En cuanto a la religión, los visigodos, que eran arrianos, y los hispano-romanos, que eran católicos, estaban divididos tanto religiosa como jurídicamente. Para fortalecer la unidad del reino, el rey Leovigildo permitió los matrimonios entre ambas comunidades y conquistó el reino de los suevos. Más tarde, su hijo Recaredo se convirtió al cristianismo católico en el Tercer Concilio de Toledo (589) junto con muchos nobles visigodos, estableciendo esta religión como oficial del reino. El rey Recesvinto dio un paso más hacia la integración creando una única ley para todos, conocida como el Fuero Juzgo, que se basaba en el derecho romano y dejó un importante legado a los reinos medievales peninsulares.
Sin embargo, las disputas entre los nobles por el trono fueron frecuentes. Un ejemplo fue el conflicto entre Rodrigo, el último rey visigodo, y los partidarios de Witiza, que debilitó el reino y facilitó la invasión musulmana en el año 711.
Modelos de Repoblación y Organización Estamental en la Edad Media
La repoblación fue el proceso mediante el cual se ocuparon las tierras que habían quedado deshabitadas o que se recuperaron tras la conquista a los musulmanes. Estas tierras se usaron para vivir y cultivar, asegurando así el control del territorio. Este proceso se dio en varias etapas:
- Siglos VIII-XI: El rey permitió que cualquier persona ocupara y cultivara las tierras desiertas, lo que se conocía como presura o aprissio. Los que las trabajaban podían quedarse con ellas. Normalmente, quienes lo hacían eran monjes que fundaban monasterios (repoblación monacal) o campesinos particulares. Así se repobló la zona del valle del Duero, donde surgieron comunidades de campesinos libres.
- Siglos XI-XII: Se pasó a la llamada repoblación concejil. En este periodo, los reyes crearon municipios (concejos) entre el Duero y el Tajo, autorizando su fundación mediante Cartas Pueblas y ofreciendo fueros, unos privilegios especiales para atraer a nuevos habitantes. Estos fueros liberaban a los campesinos del control de los nobles, convirtiéndolos en vasallos del rey. Esto motivó a muchos, incluidos extranjeros, sobre todo franceses conocidos como «francos». Algunos fueros destacados fueron los de Ávila, Toledo, Salamanca y Madrid.
- Siglos XII-XIII: La repoblación en zonas más al sur, como Extremadura y La Mancha, fue llevada a cabo por órdenes militares. Estas órdenes eran grupos de caballeros que combinaban la vida religiosa con la defensa del territorio frente a los musulmanes. A cambio de proteger la frontera, el rey les concedía tierras, que usaban principalmente para la ganadería. Entre las órdenes más importantes estaban Alcántara y Santiago en Extremadura, y Calatrava en La Mancha.
- Siglos XIII-XV: Andalucía se repobló mediante una combinación de concejos en las ciudades y repartimientos de tierras en el campo. Las tierras se dividieron en grandes extensiones para nobles y la Iglesia (donadíos) y pequeñas parcelas para los colonos (heredamientos). Este sistema marcó el origen del latifundio andaluz. La revuelta de los mudéjares y su expulsión en 1264 consolidaron esta repoblación.
En esta época, la sociedad medieval estaba dividida en tres grandes grupos. La nobleza y el clero eran los privilegiados, ya que controlaban grandes extensiones de tierra, no pagaban impuestos y tenían leyes propias. La alta nobleza acumuló enormes propiedades gracias a la repoblación, mientras que la pequeña nobleza (hidalgos y caballeros) fue perdiendo poder con el tiempo. Para mantener sus tierras unidas, se creó el mayorazgo en el siglo XIV, que garantizaba que las propiedades no se dividieran y pasaran al heredero. El clero, por su parte, tenía también grandes dominios y recibía el diezmo, un impuesto obligatorio que pagaban los campesinos.
La mayoría de la población eran campesinos, aunque sus condiciones de vida variaban. En el norte de la península, muchos eran libres y dueños de pequeñas parcelas. En Cataluña, estaban sujetos a servidumbre. En el sur, las conquistas cristianas llevaron a la creación de grandes señoríos trabajados por campesinos con numerosas obligaciones hacia sus señores. Mientras tanto, en las ciudades comenzó a surgir una clase de artesanos y comerciantes, la burguesía, que poco a poco ganó importancia en la economía y en la sociedad.
La Baja Edad Media en las Coronas de Castilla y Aragón y en el Reino de Navarra
Durante los siglos XIV y XV, conocidos como la Baja Edad Media, Europa y los reinos de la Península Ibérica vivieron una época de crisis, rebeliones y guerras civiles. Esto fue causado por diversos factores, como malas cosechas que provocaron crisis alimentarias y la Peste Negra de 1348, que redujo drásticamente la población.
En esta etapa surgieron dos modelos políticos en la península: una monarquía autoritaria en Castilla y una monarquía feudal pactista en la Corona de Aragón, que limitaba el poder del rey mediante acuerdos con las Cortes.
Corona de Castilla
En Castilla, la economía ganadera ganó importancia frente a una agricultura en declive. El despoblamiento rural, agravado por la peste y la migración, favoreció la expansión de las cañadas para el pastoreo de ovejas, protegidas por el poderoso concejo de la Mesta. Esta organización, formada por intereses de la Corona, la nobleza y la Iglesia, obtuvo privilegios reales que consolidaron la ganadería lanar.
Los conflictos también marcaron esta etapa. La Primera Guerra Civil Castellana (1351-1369) terminó con la muerte de Pedro I en la batalla de Montiel y la coronación de Enrique II, el primer monarca de la dinastía Trastámara. En el siglo XV, la Revuelta Irmandiña (1467-1469) en Galicia reflejó el descontento contra los abusos de la nobleza. Más tarde, la guerra civil entre los partidarios de Juana la Beltraneja y los de Isabel de Castilla (1475-1479) finalizó con el Tratado de Alcaçovas, que reconoció a Isabel como reina de Castilla.
Corona de Aragón
La Corona de Aragón enfrentó crisis similares a las de Castilla, pero también se expandió hacia el Mediterráneo, incorporando territorios como Sicilia, Cerdeña, Mallorca, Atenas, Neopatria y, en el siglo XV, Nápoles (1443). Sin embargo, dentro de sus fronteras, los campesinos sufrieron los abusos de los señores feudales, lo que dio lugar al movimiento remensa. Este grupo de campesinos luchó por eliminar la obligación de pagar el remensa (una compensación para abandonar las tierras). Los conflictos terminaron con la Sentencia Arbitral de Guadalupe en 1486, promovida por Fernando el Católico, que abolió los pagos.
Durante este tiempo también hubo una guerra civil (1462-1472) en la Corona de Aragón y enfrentamientos en las ciudades entre la alta burguesía (la Biga) y los pequeños artesanos y comerciantes (la Busca), que buscaban reformas. La tradición pactista de Aragón permitió resolver conflictos con la intervención de las Cortes y acuerdos entre el rey y los diferentes territorios. Un ejemplo destacado fue el Compromiso de Caspe (1412), que tras la muerte de Martín I el Humano, permitió la elección de Fernando I, de la casa Trastámara, como rey.
Reino de Navarra
Navarra, desde el siglo XII, quedó al margen de la Reconquista, ya que Castilla y Aragón le cerraron el paso hacia el sur. Tras la muerte de Sancho VII el Fuerte, Navarra se orientó políticamente hacia Francia, eligiendo a Teobaldo I de Champaña como rey. A mediados del siglo XV, estalló un conflicto interno entre Juan II de Aragón y su hijo Carlos de Viana. La guerra terminó con la muerte de Carlos y la coronación de Leonor de Foix en 1479. Treinta años después, Navarra fue incorporada a la Corona de Castilla por Fernando el Católico.
El Reinado de Carlos IV: Antecedentes y Causas de la Guerra de la Independencia
Debido al estallido de la Revolución Francesa (1789), Carlos IV congeló todas las reformas ilustradas que había iniciado su padre Carlos III. Después, la ejecución de Luis XVI en 1793 llevó a la coalición de varias monarquías (Gran Bretaña, Prusia, Austria, Holanda y Portugal). España también declaró la guerra a la Francia revolucionaria, pero como el resto de países, fue derrotada de manera estrepitosa. Posteriormente, el nuevo primer ministro y favorito de la familia real, Manuel Godoy, buscó un acercamiento diplomático más realista acorde a los intereses tradicionales de España (proteger el imperio americano). En 1795 se firma la paz con Francia (Paz de Basilea) y en 1796 la alianza (Tratado de San Ildefonso) contra el Reino Unido. En la batalla de Trafalgar (1805), los británicos vencieron a la flota combinada hispano-francesa. Esta derrota lleva a Napoleón a concebir un bloqueo naval entre Europa y Gran Bretaña. En 1807 Godoy firma con Napoleón el Tratado de Fontainebleau, que autorizaba el paso de las tropas francesas para invadir Portugal, aliado de los británicos. A partir de la firma del tratado, penetraron en España unos 100.000 soldados franceses que se instalaron en plazas estratégicas españolas. Esto provocó una creciente desconfianza y tensión en la corte, dividida entre los que apoyaban esta política y los que rechazaban a Godoy y apostaban por el Príncipe de Asturias, Fernando. En marzo de 1808 los adversarios de Godoy orquestaron el Motín de Aranjuez, que tuvo como consecuencia la destitución del primer ministro y forzó a Carlos IV a abdicar en su hijo Fernando VII. Carlos IV acudió en busca de arbitraje a Napoleón y éste supo sacar partido de la situación, convenciendo a Carlos IV y a Fernando VII de que se entrevistaran con él en Bayona. El 5 de mayo Fernando abdicaba en Carlos IV y éste a su vez dejaba el trono de España en manos de Napoleón, quien inmediatamente lo cedió a su hermano José Bonaparte, que asumió la corona con el título de José I. Los borbones pasarían a ser rehenes de Napoleón hasta 1813. En paralelo a estos acontecimientos, se produjo el levantamiento popular del 2 de mayo, en Madrid, contra las tropas francesas que, al mando de Murat, se habían establecido en la capital. En los días siguientes el levantamiento se generalizó en otras áreas peninsulares.
Fases de la Guerra de la Independencia Española
La Guerra de la Independencia Española se puede dividir en tres fases principales:
- Primera fase (hasta finales de 1808): Fue una guerra convencional, en la que el ejército francés, integrado ahora por 150.000 hombres, y cuyo jefe supremo era Murat, se vio incapaz de controlar el país. Los franceses no pudieron someter la resistencia de Gerona, Zaragoza y Valencia. Incluso el ejército mandado por Dupont, destinado a ocupar Andalucía y Gibraltar (y liberar a la escuadra francesa, apresada en Cádiz) fue estrepitosamente derrotado en campo abierto en Bailén. Esta derrota provocó la retirada francesa de Madrid y el repliegue de las tropas invasoras al norte del valle del Ebro. En Europa tuvo un eco enorme, pues era la primera vez que un ejército imperial francés era vencido.
- Segunda fase (noviembre de 1808 – finales de 1811): Etapa de predominio francés. El adverso desarrollo de la guerra obligó a Napoleón a venir a España. Lo hizo al frente de un ejército de 250.000 hombres (la Grande Armée) que recuperó Madrid y consiguió la rendición de Zaragoza y Gerona. En enero de 1809 Napoleón tuvo que volver a Francia con lo que se inició una larga etapa de guerra de desgaste. El progreso francés fue lento, pero poco a poco ocuparon el país. Lo hicieron a costa de grandes pérdidas ya que tuvieron que hacer frente al acoso permanente de la guerrilla. La totalidad del territorio nacional, con la excepción de Cádiz, quedó en manos de los franceses.
- Tercera fase (1812-1813): Fin de la presencia francesa en España. Se volvió a la guerra convencional, con grandes batallas en campo abierto. El ejército francés, presionado por los sucesos de Rusia, retiró parte de sus tropas; a ello se unió también el que los españoles, con el apoyo de tropas inglesas, mandadas por el duque de Wellington, penetraron desde Portugal. Tras un primer triunfo aliado en Los Arapiles, la guerra se decidió en 1813, con las victorias anglo-españolas de Vitoria y San Marcial. Napoleón se vio obligado a firmar el tratado de Valençay, por el que reconocía la derrota y a Fernando VII como rey de España.
Las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812
La convocatoria de las Cortes de Cádiz fue iniciativa de la Junta Suprema Central. En una situación de total vacío de poder por la invasión francesa y la ausencia del monarca, la Junta Central se mostró incapaz de dirigir la guerra y decidió convocar unas cortes unicamerales en las que los representantes de la nación decidieran el futuro del país. La reunión de las cortes se inició el 24 de septiembre de 1810 en Cádiz, durante el asedio francés. Asistieron a la apertura 104 diputados a la que se fueron añadiendo numerosos suplentes (muchos diputados no pudieron incorporarse y otros no pudieron ser elegidos en sus provincias, debido al estado de guerra). Los suplentes eran nombrados entre personas procedentes de las provincias correspondientes, que residían o se encontraban en Cádiz. No se debe olvidar que, por su actividad con América, Cádiz era una ciudad comercial y mercantil en la que había alcanzado bastante importancia la burguesía y se habían difundido las ideas liberales. Estos diputados suplentes eran en la mayoría de los casos de ideología liberal y con una mentalidad progresista.
Las Cortes estaban integradas por diputados de características muy variadas: desde el punto de vista de la profesión había un tercio de diputados que pertenecían al clero, una quinta parte eran abogados, otra quinta parte funcionarios públicos, una décima parte militares y el resto nobles, catedráticos, comerciantes, terratenientes, etc. Desde el punto de vista ideológico, si bien no estaban agrupados en partidos, había diputados liberales, ilustrados y absolutistas. Desde un primer momento tomaron la iniciativa los liberales con personalidades tan destacadas como Agustín Argüelles. Los absolutistas se opusieron con fuerza a todo lo que afectara a la religión católica y la Inquisición. El primer decreto reconocía a Fernando VII como rey, pero también que las Cortes eran depositarias del poder de la nación y que, por tanto, se erigían como poder constituyente.
La Década Ominosa (1823-1833): El Retorno del Absolutismo con Fernando VII
La última etapa del reinado de Fernando VII, que los liberales llamaron despectivamente la Década Ominosa, significó el retorno al absolutismo. Los dos primeros años se caracterizaron por la represión política contra los liberales: bastantes fueron procesados y ejecutados (Riego, Mariana Pineda) mientras otros muchos tuvieron que emigrar a Francia o Inglaterra. Se depuró el ejército y la administración. Además, se restauraron muchas de las antiguas instituciones, salvo la Inquisición. A partir de 1825 se adoptó una postura política más tolerante debido a la gravedad de la situación económica. Entraron en el gobierno personalidades próximas a la burguesía moderada que podían contribuir a salir de la crisis. Este cambio de orientación irritó a los absolutistas extremados, que se agruparon en torno al hermano del rey (Carlos María Isidro). Tampoco satisfizo a muchos liberales, que siguieron conspirando (General Torrijos). En 1830, ante el embarazo de su esposa, Fernando VII promulgó la Pragmática Sanción, derogando la Ley Sálica* que había impuesto Felipe V, recuperando el derecho castellano de las mujeres a heredar el trono. Ese mismo año nace la princesa Isabel. En 1832, una facción absolutista de la corte trató de forzar la anulación de la Pragmática (sucesos de La Granja), pero finalmente Fernando VII confirmó a su hija como heredera. Esto truncaba las esperanzas de sucesión de Carlos María Isidro, que fue desterrado al negarse a reconocer a la princesa Isabel como heredera. En 1833, a la muerte del rey, se iniciaba el reinado de Isabel II. Inmediatamente se desencadenó la Primera Guerra Carlista. Al ser menor de edad se hizo cargo de la regencia su madre María Cristina, que buscó el apoyo de los liberales por medio de una amplia amnistía.