1. La Romanización
Introducción
Se entiende por romanización al proceso de adaptación de los pueblos hispanos a las estructuras económicas, sociales, políticas, administrativas y culturales del Imperio romano. Con el tiempo, desaparecieron muchos usos y costumbres de los pueblos indígenas, aunque algunos perduraron. A veces, el proceso de romanización fue por la fuerza y, al igual que la conquista, fue un proceso discontinuo y lento. Empieza en el siglo II a.C. y termina en el siglo V d.C. con la caída del Imperio romano.
Desarrollo
Finalizada la conquista, los habitantes de la Península quedaron integrados en el poderoso Imperio romano, así se crea Hispania, una provincia más dentro del Imperio.
Los romanos impusieron en Hispania su organización política y administrativa con el objetivo de conseguir un gobierno eficaz y dar cohesión al territorio. En un principio, Hispania quedó dividida en dos provincias: la Citerior y la Ulterior. Cuando Augusto culmina la conquista, la divide en tres: Lusitania, Baetica y Tarraconensis. En el siglo III d.C. quedaron establecidas las cinco provincias romanas de Hispania: la Tarraconensis (capital Tarraco), la Baetica (capital Hispalis), la Lusitania (capital Emerita Augusta), la Carthaginensis (capital Cartago Nova) y la Gallaecia (capital Bracara). Por último, en el siglo IV d.C. se creó la provincia Balearica. Existían dos tipos de provincias: las senatoriales, controladas directamente por el Senado, y las imperiales, que dependían directamente del emperador. Cada provincia estaba gobernada por un pretor, un procónsul o un cónsul, dependiendo de su importancia estratégica, y por un consejo encargado de las cuestiones administrativas, jurídicas, militares o fiscales. A su vez, las provincias se dividen en conventus (partidos jurídicos), con sede en las ciudades más significativas.
La ocupación romana comportó la creación de una extensa red de ciudades que ayudaron a cohesionar el territorio y contribuyeron a romanizar a sus habitantes, pues se convirtieron en el centro administrativo, jurídico, político y económico de la Hispania romana. Las ciudades eran gobernadas por un Consejo (Curia) elegido por los ciudadanos entre la oligarquía local. Roma impuso en Hispania sus estructuras económicas: la formación de latifundios agrícolas, la propiedad privada de la tierra, la utilización de mano de obra esclava, la ciudad como centro de producción e intercambio de mercancías, y el uso de la moneda. Bajo la administración romana, la economía creció de forma considerable. Con el paso del tiempo, la clase senatorial se hizo con enormes extensiones de tierra (latifundios) que se organizaron en villas, grandes explotaciones agropecuarias trabajadas por esclavos y cuya producción se dedicaba mayoritariamente a la exportación. La actividad agrícola y ganadera fue la base económica de los habitantes de Hispania. Los cultivos de secano fueron: cereales, vid y olivo, y en regadío: frutales y hortalizas. El vino y el aceite de oliva fueron los dos productos de exportación más importantes. Los romanos introdujeron nuevas técnicas como el barbecho, el regadío y la utilización de animales de tiro, que aumentaron la productividad. En ganadería predominaban las ovejas.
Las actividades pesqueras resultaron frecuentes en todo el litoral e hicieron desarrollar sectores complementarios como la producción de sal y la salazón de pescado. La actividad minera fue potenciada por los romanos, ya que además de explotar las minas, mejoraron los sistemas de extracción y aumentaron la producción. El trabajo en las minas lo realizaban en su mayor parte los esclavos y los condenados. En Cartagena obtenían plata. En las ciudades, la artesanía conoció un gran impulso. La ciudad acogía numerosos talleres en los que trabajaban esclavos y artesanos libres. Algunos de los productos más importantes eran: armas, tejidos de lino, salazones, etc. La ciudad también era el principal centro comercial que articulaba tanto el comercio local como los intercambios que se realizaban a larga distancia, a través de las calzadas y, sobre todo, por vía marítima. Los puertos más importantes eran los de Tarraco, Cartago Nova y Gades. En principio, la sociedad se dividía en dos grandes grupos teniendo como referencia la libertad de las personas. Los ciudadanos no libres eran los libertos (esclavos que ya habían sido liberados pero que conservaban vínculos de dependencia con sus antiguos dueños) y los esclavos (considerados propiedad de sus amos) que provenían de los prisioneros de guerra o de cautivos en las revueltas. También existía un importante tráfico de compraventa de esclavos.
En cuanto a los hombres libres, existían diferentes niveles según su riqueza y origen familiar. Los patricios constituían la clase dominante y poseían todos los privilegios, tanto fiscales como judiciales, políticos y culturales. Dentro de los patricios se encontraban los senadores, que provenían de la aristocracia romana y de los ricos propietarios que constituían la minoría dirigente. Por debajo, se encuentra una burguesía acomodada, procedente en su mayoría de la aristocracia de los pueblos sometidos, que era propietaria de las villas agrícolas, pero que también estaba formada por ricos artesanos y comerciantes. Muchos de los cargos de la administración local y provincial estaban en sus manos. Por debajo se situaban los plebeyos, formado por el pueblo que no gozaba de todos los derechos ni privilegios y que estaba integrado por pequeños artesanos y campesinos con pequeñas propiedades. La presencia romana introdujo en Hispania nuevos elementos culturales como la lengua, el derecho, la religión y la ideología. La lengua latina se difundió por todo el Imperio, pervivió tras la caída del Imperio y fue la base de las posteriores lenguas romances peninsulares. También se extendió el uso del Derecho romano, que regulaba tanto las relaciones privadas como las instituciones políticas y su funcionamiento.
El culto a los dioses romanos fue practicado en todo el Imperio, así como el culto imperial. A partir del siglo III d.C., el cristianismo se difundió por Hispania y sus seguidores fueron perseguidos hasta la proclamación del edicto de Milán (313 d.C.) que declaró la libertad religiosa. Posteriormente, el cristianismo se convirtió en religión oficial. El patrimonio artístico fue otro de los grandes legados de Roma, que deja constancia del urbanismo que aplicaron a sus ciudades, edificios y obras de ingeniería (foros, acueductos, templos, circos, anfiteatros, etc.) con un gran sentido práctico y funcional.
Conclusión
La romanización supone un cambio histórico para la Península, ya que de estar formada por una serie de pueblos independientes, pasa a formar parte de un Imperio, afectando a las estructuras políticas, económicas, sociales y culturales. El Edicto del emperador Caracalla (212 d.C.), supuso la extensión del derecho de la ciudadanía romana a todos los habitantes del Imperio. Como ejemplo de la inclusión hispana en el Imperio, emperadores como Trajano y Adriano, y filósofos como Séneca, nacieron en la Península. Al igual que en el resto del Imperio, a partir del siglo III d.C. se produjo la crisis del Imperio romano y su posterior desaparición en el siglo V d.C. (476 d.C.), por lo que Hispania fue ocupada por un pueblo bárbaro, los visigodos.
2. Al-Ándalus: Evolución Política
Introducción
En el año 711 d.C., un ejército bereber procedente del norte de África inició la conquista de la Península Ibérica. La debilidad de los visigodos les permitió apoderarse fácilmente del territorio peninsular, donde crearon un Estado que recibió el nombre de Al-Ándalus. Tras el Califato de Córdoba, el estado andalusí se disgregó en pequeños reinos (taifas), hasta que en 1492, los Reyes Católicos tomaron el reino de Granada, último reducto musulmán. Así pues, la permanencia de los musulmanes en la península fue de ocho siglos (711-1492).
Desarrollo
La expansión musulmana fue muy rápida, ya que se aprovechó de los conflictos internos de la monarquía visigoda. La primera fase de la invasión (711-716) se inició después de la derrota del rey don Rodrigo en la batalla de Guadalete (711), ante un gran ejército de bereberes dirigidos por Tariq. Ante la debilidad del Estado visigodo, se formó un nuevo ejército musulmán que, bajo las órdenes de Muza y Tariq, recorrió la Península sin apenas combatir y negoció la rendición de la aristocracia y de las autoridades locales. La segunda fase (716-732) fue más difícil y comportó la conquista de las tierras próximas a los Pirineos. La hostilidad de vascos, cántabros y astures, y el carácter inhóspito de aquellas tierras hicieron desistir a los musulmanes de su conquista, perfilándose como frontera de sus dominios la cordillera Cantábrica y la Pirenaica.
Fases de la Evolución Política de Al-Ándalus
- Emirato Dependiente (711-756)
Al-Ándalus pasó a ser un emirato dependiente, es decir, una provincia gobernada por un emir (jefe político de un territorio) que dependía tanto política como religiosamente del Califato Omeya de Damasco. En este periodo se sucedieron los emires en medio de un clima de luchas entre los diversos grupos invasores (árabes, sirios, bereberes, etc.). El origen provenía del interés de los grupos por gobernar la Península y de las discriminaciones derivadas del reparto de los territorios conquistados. La caída de la dinastía de los Omeya en Damasco y su sustitución por la dinastía de los Abasíes de Bagdad, tuvo repercusiones en Al-Ándalus. El único superviviente de la dinastía Omeya, Abderramán I, huyó a Al-Ándalus, se adueñó del poder y proclamó un emirato independiente, que sólo acataba la autoridad religiosa del califa de Bagdad.
- Emirato Independiente (756-929)
Abderramán I (Abd al-Rahman I) fundó el Emirato de Córdoba tras su huida. Para consolidar el nuevo Estado andalusí y afianzar su poder, aumentó la recaudación de impuestos, formó un núcleo sólido de fieles que ocuparon los cargos públicos y organizó un ejército mercenario. Al-Ándalus adquirió una organización estatal completa, pero esta organización peligraba constantemente, ya que las provincias fronterizas (marcas) pretendían independizarse del Emirato de Córdoba. Posteriormente, en tiempos de Al-Hakam I, las revueltas de Zaragoza, Toledo y Mérida evidenciaron las dificultades de mantener el poder central. Además, se dieron algunas rebeliones de la población muladí (cristianos convertidos al islamismo que vivían entre los musulmanes) y de la población mozárabe (cristianos que vivían entre los musulmanes). Estas revueltas estaban causadas por la intransigencia religiosa y el aumento de la presión fiscal.
Estos conflictos propiciaron la debilidad política del emir. Hacia el año 900 (s. X), su poder se circunscribía prácticamente a Córdoba. Mientras, el avance de los cristianos se había constituido en una amenaza cada vez más temible.
- Califato de Córdoba (929-1031)
La llegada al poder del emir Abderramán III (Abd al-Rahman III) supuso un cambio en la política anterior. El nuevo emir fue capaz de acabar con las rebeliones internas, consiguió someter todo el territorio andalusí, frenó el avance cristiano por la meseta norte y consiguió que reyes y condes se convirtiesen en vasallos suyos y le pagasen tributos. Su autoridad se hizo absoluta a partir del año 929, cuando rompió los vínculos con el poder central de Bagdad y se proclamó califa, sucesor del enviado de Dios. Con ello asumía el poder religioso, político, jurídico y militar. Así se inaugura el Califato de Córdoba, la etapa más brillante de la historia de Al-Ándalus.
Los éxitos de Abderramán III permitieron fortalecer el Estado y el propio poder califal, haciendo efectiva una centralización fiscal que le dotó de amplios recursos económicos. El califa reorganizó el ejército por medio de tropas mercenarias (fieles a quien les pagaba) y reforzó la fidelidad de sus oficiales. Su hijo Al-Hakam II fue su sucesor. Éste recuperó buena parte de los territorios perdidos y añadió a la fortaleza política y militar heredada de su padre, un esplendor cultural y artístico que hizo de Al-Ándalus la sociedad más avanzada de su época. En la última etapa del Califato, Al-Mansur (Almanzor), un aristócrata muy influyente en la corte, consiguió monopolizar el poder durante el califato de Hisham II (Hixem II). Al-Mansur trasladó la administración del Estado a su palacio, estableció una dictadura militar asentada en los éxitos bélicos, que fueron adquiriendo contenidos de guerra santa. Desarrolló una política de acciones militares contra los reinos cristianos (razias), en las que buscaba obtener beneficios económicos, castigar a los infieles y afianzar su propio prestigio.
- Disgregación Política y Pérdidas Territoriales: Reinos de Taifas, Invasiones Norteafricanas y Reino Nazarí de Granada (1031-1492)
A la muerte de Al-Mansur comienza la decadencia, y en 1031 Al-Ándalus se fragmenta en más de 25 reinos de taifas independientes. Los reinos taifas eran estados independientes que tenían como centro una ciudad de la que recibían su nombre. Esta fragmentación debilitó militarmente a Al-Ándalus y fue ocupada por los reinos cristianos, que exigieron el pago de parias (tributos) a cambio de protección y del mantenimiento de la paz. A partir del siglo XI, los reinos cristianos emprenden la Reconquista, lo que obligó a los reinos de taifas a pedir ayuda a un pueblo norteafricano: los almorávides, que dominaron Al-Ándalus. Este Imperio se desintegró ante el empuje de un nuevo imperio norteafricano, los almohades. El dominio almohade amenazó a los reinos cristianos. La reacción cristiana se materializó en la victoria de las Navas de Tolosa (1212), que supuso el fin de la presencia almohade en la Península. Tras el avance de los reinos cristianos entre los siglos XI y XIII, el único reino musulmán que pervivió en la Península fue el Reino Nazarí de Granada, hasta que en 1492 fue conquistado por los Reyes Católicos.
Conclusión
Tras ocho siglos de permanencia en la Península, los musulmanes dejaron una gran huella en la sociedad y cultura de la época. Gracias a ellos, se avanzó en distintas disciplinas: medicina, agricultura, matemáticas, astronomía, etc. Hoy en día conservamos algunos monumentos, testigos del pasado musulmán, como la Alhambra de Granada y la Mezquita de Córdoba. El Califato de Córdoba convierte a Al-Ándalus en la sociedad más avanzada de Europa. Además, hay que destacar la convivencia de las tres culturas: musulmana, cristiana y judía, en determinados momentos, hecho que ayudó al progreso cultural y científico.
3. Castilla y Aragón en la Baja Edad Media
Introducción
La Baja Edad Media ocupa los siglos XIV y XV, fue una etapa de crisis tanto en Europa como en los reinos peninsulares. Esta crisis fue provocada por malas cosechas continuas y un gran descenso demográfico debido a la Peste Negra de 1348. A su vez, estos problemas ocasionaron conflictos sociales y políticos que desembocaron en rebeliones y guerras civiles. Al inicio de la Baja Edad Media, todos los reinos cristianos de la Península habían alcanzado unas fronteras casi definitivas, por lo que era el momento de consolidar las instituciones de gobierno de cada reino.
Desarrollo
Los tres grandes reinos peninsulares (Corona de Castilla, Corona de Aragón y Reino de Navarra) presentaban una estructura política similar, basada en tres instituciones: la monarquía, las Cortes y los municipios, aunque cada reino tiene sus peculiaridades. Las monarquías hereditarias se ayudaban de diversas instituciones (Cortes, audiencias, ejército, etc.). Sin embargo, la autoridad del monarca castellano-leonés fue mucho más fuerte que la del rey de la Corona de Aragón, que vio limitado su poder por las Cortes.
Corona de Castilla
La monarquía castellana gozaba de mayores poderes y tuvo un carácter más autoritario y menos feudal que la Corona de Aragón. La unificación de Castilla y León conllevó un proceso de centralización administrativa y la creación de un derecho territorial castellano. Este proceso se inició con el Código de las Siete Partidas, un cuerpo normativo redactado durante el reinado de Alfonso X (1252-1284), con el objetivo de conseguir una cierta uniformidad jurídica del reino, pero quedó definitivamente establecido en el Ordenamiento de Alcalá, un conjunto de 58 leyes promulgadas con ocasión de las Cortes reunidas por Alfonso XI (1312-1350) en Alcalá de Henares (1348). El Ordenamiento fortaleció la jurisprudencia real ante los fueros antiguos y reforzó la autoridad real, que podía legislar sin contar con las Cortes. Este proceso centralizador contó con la oposición de la nobleza y los concejos, que promovieron revueltas. Una excepción eran las tierras vascas, que siguieron rigiéndose por sus normas y fueros particulares.
Las Cortes castellanas mantuvieron siempre un carácter consultivo y su función principal era aprobar los subsidios. Poco a poco, fueron perdiendo competencias y experimentaron un declive ininterrumpido. Su papel consultivo y legislativo desapareció. A finales de la Edad Media, el rey sólo convocaba en ellas a los representantes de 17 ciudades con derecho a voto y con las únicas intenciones de aprobar impuestos y tomar juramento al heredero. Aunque se podían formular peticiones al monarca, éste estaba facultado para concederlas o no. La nobleza y el clero, al estar exentos de pagar impuestos, dejaron de acudir a las Cortes.
Los municipios se organizan por unos concejos electivos, que acabaron dominados por la nobleza. Para evitar los abusos y controlar el poder municipal, surge la figura del corregidor, representante del poder real en las ciudades y cuya función era asegurar que no se tomaban decisiones contrarias a los intereses de la monarquía.
Además de las Cortes y de los municipios, los principales instrumentos de la monarquía castellana fueron:
- La Audiencia, que desde 1442 recibió el nombre de Chancillería. Fue creada como máximo órgano de justicia, con residencia en Valladolid.
- La Hacienda, que sufre una reorganización con la creación de las contadurías y el nombramiento del mayordomo mayor, principal responsable de los gastos e ingresos.
- El fortalecimiento del ejército, con un cuerpo semipermanente capaz de emplear las nuevas y costosas armas derivadas del incipiente empleo de la pólvora.
- El territorio castellano-leonés se dividió en merindades, que son demarcaciones administrativas gobernadas por un merino.
Corona de Aragón
La Corona de Aragón presentó dos importantes peculiaridades. En primer lugar, no fue una monarquía autoritaria sino una confederación de reinos con instituciones propias y un único soberano. Al Reino de Aragón y al Condado de Barcelona-Cataluña, se unieron el Reino de Valencia, que nunca se separó de la confederación, y los de Mallorca y Sicilia, que en ocasiones se apartaron de ella. En segundo lugar, fue una monarquía pactista en la que el rey se comprometía ante las Cortes de cada uno de sus reinos a cumplir las leyes y a respetar sus usos y costumbres (Usatges en Cataluña, Fueros en Aragón, Furs en Valencia). El pactismo quedó definitivamente consolidado a finales del siglo XIII, cuando Pedro III dotó a las Cortes de la función legislativa. A partir del siglo XIV se creó en Cataluña una delegación de las Cortes, que recibió el nombre de Generalitat y cuya función era recaudar impuestos y vigilar el cumplimiento de las leyes. Las Cortes de Valencia siguieron el modelo catalán. También contó con una Diputación General permanente. Las Cortes de Aragón constaban de cuatro brazos: la alta nobleza, la baja nobleza, el clero y el estado llano. Resolvían los agravios, fiscalizaban las instituciones del reino y el monarca no podía legislar sin su autorización. Cuando no estaban reunidas las Cortes se formaba una Diputación General del Reino. En la Corona de Aragón, Jaime I estableció la organización de los municipios, sobre todo el de Barcelona, que quedó en manos del llamado Consell de Cent (Consejo de Cien), una asamblea formada por cien ciudadanos elegidos. Sin embargo, sus cargos fueron pronto acaparados por la burguesía rica, hecho que comportó el descontento de otros grupos sociales, que, marginados del poder, se enfrentaron a esta nueva oligarquía urbana. El municipio aragonés estuvo regido por el zalmedina, justicia o alcalde, designado por el rey. Contaba con la colaboración de un Cabildo y un Consejo asesor. Algunas de las instituciones que se establecen en la Corona de Aragón son:
- Los virreyes representaban el poder real en aquellos territorios en los que no residía el rey.
- El Justicia Mayor de Aragón constituyó una institución específica de este reino. Desempeñó la suprema administración de la justicia, fue el máximo intérprete de leyes y fueros y garante de su cumplimiento. Aunque su designación correspondía al rey, solo las Cortes podían fiscalizar su labor.
- La división administrativa de Aragón se hizo con los merinatos, o distritos fiscales, y las juntas, o asociaciones de municipios. (En Cataluña se instituyeron las veguerías, con un veguer al frente para administrar justicia, cuidar la defensa y orden público y hacer cumplir las leyes, y las baylías, en las que el bayle cuidaba la administración fiscal. En Valencia se denominaron justiciazgos, baylías y veguerías).
Conflictos Políticos y Sociales
La tendencia a reforzar la autoridad monárquica que hubo en Castilla, marcó las relaciones entre la monarquía desde Alfonso X “el Sabio” (1252-1284) a Enrique IV (1454-1474). Estas se caracterizaron por continuos conflictos, creación de bandos nobiliarios e intrigas palaciegas que empobrecieron el reino. Las sucesivas crisis políticas y sociales en la Corona de Aragón revisten características muy distintas a las castellanas debido al fuerte proceso de feudalización del poder en Cataluña, a la práctica llevada a cabo por reyes de dividir sus posesiones entre sus hijos, a la participación de la Corona de Aragón en conflictos internacionales (luchas en el sur de Francia e Italia) y a la expansión de sus dominios por el Mediterráneo.
Conclusión
Enrique IV de Castilla y Juan II de Aragón son los últimos monarcas de la Edad Media. Castilla y Aragón se unirán por el matrimonio de Isabel y Fernando, era un avance hacia la formación de la Monarquía Hispánica, pero la unión reunía a dos coronas con una situación muy desigual. Castilla estaba en crecimiento, mientras que, en la Corona de Aragón, sólo el reino de Valencia vivía un impulso económico del que se beneficiaban las tierras del sureste castellano. Pero la quiebra de Cataluña, devastada por la guerra civil, sin el dinamismo de antes, hacía perder peso a la Corona de Aragón. En definitiva, la “desigualdad de los asociados” era una realidad en el momento de la unidad.
4. Los Reyes Católicos
Introducción
El matrimonio de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón en 1469, herederos de las dos mayores Coronas de la Península, dio origen, al acceder ambos al trono, en 1479 (Isabel fue coronada en 1474 y Fernando en 1479) a una nueva entidad política: la Monarquía Hispánica. Este reinado se caracterizó por la creación de una monarquía autoritaria, la unificación territorial de España, el descubrimiento de América, la expansión ultramarina y la uniformidad religiosa. Cuando la reina Isabel fallece, Fernando pasa a ser regente de Castilla. Fernando muere en 1516, siendo su nieto Carlos I el heredero de ambas coronas.
Desarrollo
Unidas las dos Coronas, los Reyes Católicos (RR.CC.) necesitaban aumentar y reforzar su poder, para ello emplean distintos medios: conquista de territorios, creación de instituciones, organización de un ejército permanente e imposición de la religión católica en todo el territorio.
Expansión Territorial
Los Reyes Católicos conquistan el Reino nazarí de Granada en el año 1492. Esta empresa fue una continuación del espíritu de la Reconquista y se justificó como una cruzada contra los infieles. Duró diez años y dio lugar al fin de Al-Ándalus, también supone el uso de dos nuevos recursos: la diplomacia y la artillería. La habilidad diplomática del rey Fernando permitió la recuperación para la Corona de Aragón de los territorios perdidos del Rosellón y de la Cerdaña, que su padre había cedido al rey de Francia.
El apoyo de los comerciantes andaluces permitió la ocupación definitiva de las Islas Canarias. Al conquistar Tenerife, Canarias desempeñó un papel decisivo en el descubrimiento y conquista de América debido a su posición geográfica. Tras la muerte de Isabel, siendo Fernando regente de Castilla, Navarra va a ser ocupada militarmente. La excusa fue que Navarra impidió pasar por sus territorios al rey Fernando para atacar Francia. Este reino fue incorporado a la Corona de Castilla, pero mantuvo sus propias instituciones y leyes.
Los Reyes Católicos prepararon la anexión de Portugal mediante una política matrimonial con sus hijos.
Reorganización del Estado. Las Instituciones
Además de la unión territorial, los Reyes Católicos coinciden en la necesidad de imponer su autoridad a la nobleza y a parte del clero. Primero vencen por las armas a la nobleza y a los grandes señores eclesiásticos en la Batalla de Toro (1476), e impusieron su autoridad. A continuación, recuperaron parte del patrimonio real que estaba en manos de los señores. Los monarcas aceptaron garantizar a la aristocracia y a la Iglesia su poder e influencia a cambio de su sumisión política. Así consolidan los privilegios jurisdiccionales (señoríos) de nobles y eclesiásticos, así como su poder dentro de la Mesta. Por otro lado, las Leyes de Toro (1505) generalizaron la institución del mayorazgo, que vincula la tierra a los grandes títulos nobiliarios. Cataluña fue la única zona donde el poder de la nobleza fue contenido, ya que con la Sentencia Arbitral de Guadalupe (1486) el rey Fernando abolió los «malos usos» (maltrato al vasallo, derecho de pernada, etc.) y estableció el censo enfitéutico (pago fijo y perpetuo mediante el cual el campesino tenía derecho al disfrute de la tierra).
Dominados la nobleza y el clero, los monarcas organizaron una serie de instituciones para afirmar la autoridad real. Crearon un ejército permanente, en el que la nobleza, apartada de la política, conservó cargos y privilegios. Para reforzar su política exterior, también crearon un cuerpo de embajadores permanentes que atendía a los asuntos diplomáticos. En Castilla aparece la figura del corregidor, cuya función era representar el poder real en villas y ciudades, presidían los ayuntamientos y también asumían funciones judiciales. Eran los encargados de trasladar a las autoridades locales las órdenes de la Corte. También se creó la Santa Hermandad, con atribuciones policiales, judiciales y de recaudación de impuestos. Estaba formada por milicias financiadas por los municipios que se encargaban de mantener el orden. Las Cortes de Castilla pierden protagonismo, ya que sólo se convocaban cuando se necesitaban más recursos financieros o para confirmar a un nuevo rey. Para administrar la justicia se reorganizan las Audiencias, una de las más importantes era la de Valladolid. Los reyes también reorganizaron el Consejo Real, que pasa a ser un órgano consultivo, apartando a la gran nobleza. En la Corona de Aragón se mantuvieron las instituciones tradicionales, y un mayor peso político de las Cortes. Se instituyó el cargo de virrey, que era un representante de los monarcas y que ejercía la autoridad real. En Aragón sigue vigente la figura del Justicia Mayor, cuya misión era ejercer de árbitro entre el rey y súbditos. El rey Fernando crea otro Consejo Real en Aragón. Las Cortes representaban a los grupos sociales más privilegiados, tomaban juramento al rey, haciéndole aceptar los fueros o leyes de cada territorio y también votaban nuevos impuestos.
La Imposición de la Uniformidad Religiosa
Para completar la unificación, los Reyes Católicos impusieron la religión católica en sus territorios. La convivencia entre cristianos, judíos y musulmanes era difícil y llegaban al enfrentamiento. Los monarcas encontraron en la imposición de la fe católica el mecanismo para integrar e unificar a la totalidad de los habitantes de sus reinos.
El instrumento central fue el Tribunal de la Santa Inquisición, creado por la autoridad pontificia para reprimir la herejía, la superstición y la brujería. Los monarcas reforzaron esta institución y la convirtieron en un instrumento de control ideológico al encargarle la persecución de los sospechosos de herejía y especialmente de los judíos y musulmanes conversos. Sus métodos se basaban en la tortura y la muerte.
La expulsión de los judíos que no aceptaron convertirse al catolicismo en 1492, fue una de las primeras decisiones reales en defensa de la unidad religiosa. Los judíos gozaban de cierto estatus económico, aunque estaban excluidos de la vida pública y eran obligados a vivir en barrios separados (juderías). Fueron obligados a bautizarse y los que se negaron fueron expulsados y confiscaron sus propiedades. Tras la conquista de Granada se garantizó a los musulmanes (mudéjares) el mantenimiento de su cultura, costumbres, leyes y religión, pero a principios del siglo XVI se impusieron los bautizos, siendo obligados a bautizarse o a exiliarse.
Conclusión
Los años del reinado de los Reyes Católicos (1479-1516) se consideran como el origen del Estado Moderno en España. Sin tener una capital fija, los monarcas se desplazaban por todo el territorio. Su matrimonio unió en una misma monarquía a los dos reinos más extensos de la Península y consiguiendo incorporar el Reino nazarí de Granada y Navarra. En 1492, Cristóbal Colón, en nombre de la Corona de Castilla, llegó al continente americano y empezó así un proceso de conquista, explotación y organización de los nuevos territorios. A su vez, sentaron las bases del poder de la Corona, frente a la Iglesia y la nobleza, y dio origen a una incipiente administración central. La sociedad mantenía, básicamente, las mismas características que en la Baja Edad Media. Era, por tanto, mayoritariamente rural, con predominio social de la nobleza y profundamente dominada por las creencias religiosas.