La Sociedad Española en el Siglo XIX: Una Época de Transformaciones
El Cambio de una Sociedad Estamental a una Sociedad de Clases
En el siglo XIX, la sociedad española experimentó una profunda transformación, pasando de una estructura estamental a una sociedad de clases. Esta nueva configuración social permitía la movilidad social en función de la riqueza. Entre los cambios más significativos se encuentran:
- Éxodo rural
- Luchas entre clases sociales
- Cambios en los modos de vida
- Unión de la nobleza con la burguesía
- Aparición del proletariado industrial
- Desarrollo de la burguesía
- Descenso de la población eclesiástica
- Aumento del funcionariado
- Crecimiento de las clases medias
El Ascenso de la Burguesía y la Adaptación de la Nobleza
La burguesía se convirtió en la clase social más influyente del siglo. La nobleza, consciente de este cambio, buscó alianzas matrimoniales con la burguesía para mantener su estatus. La vieja aristocracia, aunque perdió privilegios, conservó su prestigio gracias a su participación en la política y el Estado. La alta burguesía, por su parte, apoyó a Isabel II, consolidándose en el trono y beneficiándose de la adjudicación de tierras subastadas en las desamortizaciones. Se formó así una burguesía agraria, que se sumó a la ya existente burguesía industrial y comercial. Estos grupos apoyaban un liberalismo moderado, identificándose con la nobleza y, en muchos casos, «ennobleciéndose».
El Declive del Clero y su Readaptación
Tras la muerte de Fernando VII, el clero experimentó una pérdida de poder y privilegios, asociada al avance del liberalismo. Sin embargo, con el tiempo, el clero se adaptó al sistema liberal, logrando una nueva posición en la sociedad, participando en el Senado y obteniendo financiación estatal a través del Concordato de 1851.
Las Clases Medias y su Creciente Importancia
Las clases medias mejoraron su nivel de vida. Eran profesionales con intereses propios e ideología progresista. Incluían a pequeños comerciantes, funcionarios y empresarios. La pequeña burguesía, compuesta por dueños de pequeños negocios, era el sector más numeroso y, por lo tanto, el más importante dentro de las clases medias.
Las Clases Populares y el Surgimiento del Movimiento Obrero
Las clases populares, con un proletariado urbano en crecimiento, sufrían pésimas condiciones de vida y analfabetismo. La mayoría de la población activa se dedicaba a la agricultura, mientras que menos del 3% eran obreros industriales. El campesinado se vio muy afectado por el liberalismo, perdiendo el derecho de permanencia sobre la tierra y sufriendo las consecuencias de la desamortización de bienes comunes. Esto generó una situación de supervivencia precaria, que llevó a protestas y revueltas. Se dividieron en dos grupos: pequeños propietarios y arrendatarios, que apenas alcanzaban un nivel de vida digno, y el proletariado rural, compuesto por criados y jornaleros, que vivían en la miseria y se unieron a movimientos anarquistas. El proletariado urbano, formado principalmente por campesinos que emigraron a las ciudades, enfrentaba salarios miserables, jornadas laborales extenuantes y la ausencia de protección social. Ante esta situación, el proletariado comenzó a organizarse, afiliándose a sindicatos socialistas y dando origen al movimiento obrero.
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El Manifiesto de Sandhurst y la Restauración Monárquica
En el 17º cumpleaños de Alfonso XII, Antonio Cánovas del Castillo redactó el Manifiesto de Sandhurst, que proponía la restauración de la monarquía en la persona de Alfonso a cambio de un sistema democrático, parlamentario, liberal y católico. Cánovas, como jefe de gobierno, implantó un sistema inspirado en el modelo inglés, caracterizado por una nueva constitución, la eliminación de ideas extremistas, la instauración de un sistema centralista y la alternancia de partidos políticos predominantes. Sus primeras medidas incluyeron el apoyo a la Iglesia, el control de la imprenta y la reorganización del ejército, que sería dirigido por el rey Alfonso de Borbón. Inicialmente se volvió al sufragio censitario, pero en 1890 se reintrodujo el sufragio universal. Sin embargo, se prohibió la participación de republicanos, carlistas y demócratas en las elecciones, lo que permitió a los conservadores obtener una amplia mayoría.
La Constitución de 1876 y el Sistema Centralista
En 1876 se promulgó una nueva constitución de carácter conservador, con la esperanza de que fuera duradera. Aunque proclamaba derechos y libertades, en la práctica estos no siempre se respetaron. La soberanía era compartida entre la Corona y las Cortes. El poder ejecutivo recaía en el rey, el legislativo era bicameral (Congreso y Senado) y el judicial en los jueces. Se estableció el catolicismo como religión oficial, aunque se permitía la práctica privada de otras religiones. Se instauró un sistema centralista con capital en Madrid y se eliminaron los fueros vasconavarros.
El Turnismo y el Pacto de El Pardo
Los partidos «dinásticos» que se alternaban en el poder eran el Partido Liberal Conservador y el Partido Liberal Fusionista. Ambos partidos tenían muchas similitudes y, tras la muerte de Alfonso XII, Cánovas y Sagasta firmaron el Pacto de El Pardo para asegurar la estabilidad. Otros partidos, como el carlista y el republicano, quedaron marginados debido a su extremismo. El sistema de turnos, conocido como «turnismo», se basaba en el caciquismo. Cuando el partido gobernante entraba en crisis, el otro lo relevaba mediante un amaño en las elecciones. Para garantizar los votos, se designaba en cada pueblo a una persona influyente, el cacique, que se encargaba de convencer a los demás para que votaran según lo acordado. Otra práctica común era el «pucherazo», que consistía en el soborno de electores. En 1890 se recuperó el sufragio universal, pero la abstención popular permitió la elección de políticos de partidos no dinásticos. Tras la muerte de Alfonso XII en 1885, Cánovas y Sagasta firmaron el Pacto de El Pardo para evitar una crisis, consolidando el sistema de alternancia en el gobierno.