Evolución de Al-Ándalus: Del Emirato al Califato y los Reinos Taifas
Ifriquiya y el Emirato Dependiente de Damasco
Ifriquiya es el nombre que en tiempos medievales se daba a la zona de África que hoy se corresponde con Túnez, oeste de Libia y este de Argelia, y que fue provincia del Califato Omeya y después del Abásida. Estaba dirigida desde Kairuán (Túnez). El estado creado por los musulmanes en la Península Ibérica, Al-Ándalus, pasó a ser un emirato dependiente, es decir, una provincia gobernada por un emir (jefe político) que dependía del Califato Omeya de Damasco y que estaba subordinado al que gobernaba desde Kairuán. Este periodo inicial estuvo marcado por las rivalidades entre las principales facciones de la aristocracia árabe: Kelvies o Yemeníes y Moadies o Kaisires, y por los conflictos entre árabes y bereberes, en el norte de África y Al-Ándalus, por el trato que la minoría gobernante árabe les dispensaba. Gravosas eran la continuación del pago de impuestos, de los que estaban excluidos los musulmanes, y la adjudicación de los peores lotes de tierra tras la conquista.
El Emirato Independiente de Córdoba
Abd Ar-Rahman, miembro de la dinastía Omeya, depuesta violentamente del poder por los Abasíes en el 750, logró sobrevivir y huyó a Al-Ándalus. Con el respaldo de sirios, yemeníes y una parte de los bereberes, Abd Ar-Rahman derrotó militarmente al Emir cerca de Córdoba, ocupó la capital y se proclamó Emir en 756. Se realizaron aceifas o expediciones militares de castigo contra los reinos cristianos del norte, se corrigió la organización administrativa, se reorganizó la recaudación de impuestos y se creó un ejército mercenario y permanente. Pero a pesar de la mejor organización política y militar, surgieron frecuentes conflictos entre el poder central cordobés y los gobernantes de los territorios fronterizos, denominados marcas. A estas tensiones se sumaron pronto los problemas sociales con la población muladí (cristianos convertidos al islam) y mozárabe (cristianos que vivían en territorio musulmán) por el aumento de la presión fiscal. Estos problemas ocasionaron revueltas a las que tuvieron que enfrentarse casi todos los sucesores de Abd Ar-Rahman I. Especialmente su hijo Hisham I (788-796) y, con más intensidad, Al-Hakam I (796-822). Tampoco fueron tranquilos los reinados de Abd Ar-Rahman II (822-852), Muhamad I (852-886), Al-Mundir (886-888) y AbdAllah (886-912).
El Califato de Córdoba
Abd Ar-Rahman III (912-961), capaz de acabar con las rebeliones internas, consiguió someter todo el territorio andalusí, frenó el avance cristiano por la Meseta norte y consiguió que los reyes de León y Navarra, así como los condes de Castilla y Barcelona, se convirtiesen en vasallos suyos y le pagasen tributos. Por otro lado, aumentó su influencia en el Magreb, donde consiguió conquistar algunas plazas importantes (Ceuta, Melilla, Tánger) y organizar un protectorado Omeya para defender la Península de la creciente influencia fatimí en la zona. Los fatimíes eran descendientes de Fátima, hija de Mahoma, por lo que sus miembros se creían con derecho legítimo a proclamarse califas. La autoridad de Abd Ar-Rahman III se hizo absoluta a partir del año 929, al romper los vínculos con el poder central de Bagdad y se proclamó califa, es decir, sucesor del enviado de Dios. Se convirtió en jefe espiritual y temporal de todos los musulmanes de Al-Ándalus y de provincias africanas. Sus éxitos permitieron fortalecer el Estado y el propio poder califal, haciendo efectiva una centralización. En política exterior, Abd Ar-Rahman III amplió las relaciones diplomáticas. Córdoba fue punto de referencia como la ciudad más importante del Occidente Europeo. Su hijo y sucesor Al-Hakam II (961-976) añadió un esplendor cultural y artístico. En la última etapa del Califato, al-Mansur (Almanzor para los cristianos) consiguió como hachip monopolizar el poder durante el califato de Hisham II, estableciendo una dictadura militar asentada en los éxitos bélicos. La destrucción de Barcelona en el año 985, de León en 988 y de Santiago en el 997, fueron sus campañas más devastadoras.
Fin de la Dinastía Omeya y los Reinos Taifas
La autoridad de al-Mansur garantizaba el orden, pero al morir (1002), la situación cambió radicalmente, ya que Abd al Malik, su hijo y sucesor, no supo mantener la autoridad, y tras su muerte prematura, las tensiones contenidas estallaron. Así pues, la aristocracia, los altos funcionarios, el ejército, pero también los diversos grupos étnicos (árabes, bereberes, esclavos…) pugnaron por escapar del control del califa y del Estado central y convertirse en la máxima autoridad en los territorios que cada uno de ellos controlaba. Al-Ándalus se fragmentó en numerosos reinos independientes, que adoptaron el nombre de taifas. En el año 1031 se formalizó la desaparición del Califato de Córdoba. Los reinos taifas eran Estados independientes de extensión muy variable. La fragmentación política debilitó militarmente a Al-Ándalus y fue aprovechada por los reinos cristianos, que pasaron de la colaboración puntual a la exigencia del pago de elevadas cantidades de dinero (parias) a cambio de protección y del mantenimiento de la paz. Los intentos unificadores por los almorávides y almohades fracasaron y condujeron a nuevos periodos de reinos de taifas. La victoria de las Navas de Tolosa será el punto de partida de un avance cristiano que, como consecuencia, solo dejaría el reino de Granada, que pervivió hasta 1492.
Organización del Estado de Al-Ándalus
El Estado de Al-Ándalus se organizó de forma centralizada a partir del poder autocrático de los emires y, más aún, de los califas, que se constituyeron en jefes espirituales y temporales de los creyentes. El califa presidía la oración de los viernes y su poder se extendía a los ámbitos judicial, económico, militar y a la política exterior. Dirigía la administración, personalmente o a través de un Hachib (primer ministro), que se ayudaba de numeroso personal asalariado, pero también de esclavos. La administración se estructuraba en divanes (ministerios) que trataban los diferentes asuntos de Estado (economía, justicia, guerra, etc.) y al frente de cada uno de ellos había un visir. El principal órgano administrativo era la Cancillería, que tramitaba los documentos oficiales. El territorio estaba dividido en coras (provincias) a cuyo frente se encontraba un valí (gobernador). Las marcas o provincias fronterizas tenían un estatuto especial, y en ellas el valí asumía atribuciones militares. Había tres:
- La marca de Zaragoza (Superior)
- La marca de Toledo (Media)
- La marca de Mérida (Inferior)