Al-Ándalus: evolución política
La conquista musulmana de la Península Ibérica se produjo rápidamente tras la victoria de Tariq sobre el rey visigodo Rodrigo en Guadalete (711). El territorio se denominó al-Ándalus y se convirtió en un Emirato dependiente (711-756) del Califato de los Omeyas. Abderramán I se independizó de la autoridad política de los califas e inició el Emirato independiente (756-929), etapa de gran inestabilidad por las revueltas internas y la expansión de los cristianos del norte. Abderramán III se proclamó califa en 929, y con ello su independencia religiosa. El Califato de Córdoba (929-1031) fue el momento de mayor esplendor de al-Ándalus. En él destaca el período de Almanzor, que dirigió campañas militares (aceifas) contra los cristianos. Tras una larga crisis, el califato se desintegró en el 1031. Desde entonces al-Ándalus alternó etapas de fragmentación política (los reinos de taifas, cuya debilidad militar era aprovechada por los cristianos para expandirse) y de unidad (los almorávides y almohades, pueblos del norte de África que llegaron a la Península y lograron detenerlos, como en Sagrajas – 1086- o Alarcos -1195-, pero solo temporalmente). Tras la victoria cristiana en las Navas de Tolosa (1212) su avance fue imparable. Hacia 1260 el último reducto andalusí era el reino nazarí de Granada, que sobrevivió hasta 1492 y brilló por su esplendor comercial y cultural (La Alhambra).
Al-Ándalus: economía, sociedad y cultura
La economía de al-Ándalus fue fundamentalmente agraria. Los musulmanes mejoraron los sistemas de regadío (acequias y aljibes) e introdujeron nuevos cultivos (arroz, naranja o algodón). La artesanía destacó por la producción de artículos de lujo y el comercio tuvo un gran desarrollo, lo que estimuló el sistema monetario (dinar, dirham). La sociedad andalusí distinguía entre musulmanes (la mayoría, que comprendía a árabes, bereberes y muladíes) y no musulmanes (minoría, formada por judíos y mozárabes, que pagaban tributos propios). Los esclavos eran el escalafón social más bajo. La cultura de al-Ándalus brilló en la Europa medieval. Prueba de ello es su legado en el campo de la filosofía (Averroes), las matemáticas (numeración arábiga) o el arte (la mezquita de Córdoba, la Giralda o la Alhambra). Los judíos prosperaron en al-Ándalus tras las persecuciones sufridas por los visigodos, que se repitieron en los reinos cristianos en el siglo XIV. Vivían en barrios separados (juderías) y se dedicaban a la artesanía y el comercio. Dentro de ellos destacó una intelectualidad que fue clave en la traducción de textos clásicos. Su principal figura fue el médico, filósofo y astrónomo Maimónides.
Los reinos cristianos: evolución de la conquista de la Península y organización política
En las montañas del norte peninsular se formaron reinos y condados cristianos, que resistieron a los musulmanes. Estos iniciaron pronto su expansión sobre al-Ándalus, un proceso que distingue tres etapas. La primera fue de formación y consolidación (VIII-X). En la cordillera Cantábrica, Pelayo creó el reino astur (Covadonga, 722), que se amplió por Cantabria, Galicia y el Valle del Duero. En el siglo X pasó a llamarse reino de León y en su zona oriental se independizó el condado de Castilla. En los Pirineos, los francos crearon la Marca Hispánica, y de ella surgieron en el siglo IX el reino de Pamplona, el condado de Aragón y los condados catalanes. La segunda etapa de fue expansión (XI-XIII). Los cristianos aprovecharon la división política de al-Andalus para ocupar territorios (toma de Toledo, 1085). Los almorávides y almohades lograron detenerlos pero solo temporalmente. Desde la victoria en las Navas de Tolosa (1212) su avance fue imparable. La etapa final (XIII-XV) finalizaría con la toma de Granada en 1492. La organización política de los reinos cristianos era muy similar y se basaba en tres instituciones: el rey (o conde en Cataluña), la máxima autoridad; las Cortes, nacidas en León en 1188 y que representaban a los tres estamentos de la sociedad; y el municipio, que con sus fueros tenía numerosos privilegios y una gran autonomía.
Modelos de repoblación. Organización estamental en los reinos cristianos medievales
La repoblación fue el proceso de ocupación y reparto de las tierras conquistadas a los musulmanes. Cada etapa de la Reconquista tuvo su propio modelo. En la primera (siglos VIII-X) fue la presura (o aprisio en Cataluña), que se aplicó en el valle del Duero y al sur de los Pirineos, poco poblados, y en los que el rey cedía tierras a campesinos minifundios para su cultivo. En la segunda (siglos XI-XIII) se utilizó el modelo concejil, que se aplicó en los valles del Tajo y del Ebro, ricos y poblados por musulmanes. En él, los concejos se encargaban de repartir las tierras entre los vecinos, dando lugar a un predominio de la mediana propiedad y tierras comunales. En la tercera etapa (siglos XIII -XV) la conquista fue muy rápida y se optó por los repartimientos, es decir, repartir el territorio en grandes lotes a órdenes militares (encomiendas) o nobles (donadíos), dando lugar a extensos latifundios. La sociedad medieval se organizaba en tres estamentos: la nobleza, clero y pueblo llano (formado por campesinos, artesanos y burgueses). Eran grupos cerrados y con escasa movilidad entre ellos. Los dos primeros eran privilegiados pues no pagaban impuestos directos, tenían leyes propias y ocupaban los principales cargos públicos. Además, su poder y riqueza se basaba en la posesión de la tierra.
Los Reyes Católicos: unión dinástica e instituciones de gobierno. La guerra de Granada
El matrimonio de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón (1469) dio origen a la unión dinástica de ambas coronas. Aunque los dos decidieron gobernar conjuntamente (Concordia de Segovia, 1475) esto no supuso la integración de los territorios, pues cada uno conservó sus propias leyes, moneda, instituciones, impuestos y fronteras. Los Reyes Católicos pusieron las bases de un Estado moderno, mediante el reforzamiento de la autoridad real (monarquía autoritaria). Este se basó en dos pilares: la creación de un eficaz aparato burocrático, organizado en Consejos e instituciones para el control del orden público (Santa Hermandad, 1476) e ideológico (Inquisición, 1478); y el sometimiento de la nobleza, la Iglesia y los municipios. Su deseo de imponer la unidad religiosa y territorial peninsular les llevó a iniciar la guerra de Granada (1482-1492). Un conflicto largo, que aprovechó la crisis interna del reino nazarí y finalizó con la rendición de Boabdil el 2 de enero de 1492 (Capitulaciones de Granada). Poco después, el 31 de marzo de 1492, los reyes decretaron la expulsión de los judíos.
Exploración, conquista y colonización de América (desde 1492 y durante el siglo XVI)
.-El descubrimiento de América se produjo a partir del proyecto de Colón de buscar una ruta hacia las Indias por el Oeste. Aprobado por los Reyes Católicos (Capitulaciones de Santa Fe, abril de 1492), la expedición llegó al Caribe el 12 de octubre de 1492. Para evitar disputas con Portugal se firmó el Tratado de Tordesillas (1494), que establecía zonas de influencia. La exploración y colonización de América fue un proceso rápido y distingue tres etapas. En la primera (1492-1515) se ocupó las Antillas y se descubrió el Pacífico (Núñez de Balboa). En la segunda (1515-1535) se conquistó los imperios azteca (Hernán Cortés)
e inca (Francisco Pizarro), y se dio la vuelta al mundo (Magallanes y Elcano). En la tercera (1535-1550), se exploró el Amazonas (Orellana), Chile (Almagro) y Río de la Plata (Mendoza). El territorio se organizó en virreinatos, y estos en gobernaciones. La justicia quedó en manos de las audiencias. Los principales órganos de gobierno estuvieron en la Península: la Casa de Contratación (1503) y Consejo de Indias (1524). El sistema de la encomienda y la mita se utilizaron para explotar los recursos y dio lugar a abusos sobre los indígenas, que fueron denunciados por algunos religiosos (Bartolomé de las Casas) y favoreció la aprobación de las Leyes de Indias. 3.3. Los Austrias del siglo XVI. Política interior y exterior.-En el siglo XVI, los reinados de Carlos I (1516-1556) y Felipe II (1556-1598) marcan la hegemonía de España en Europa. El primero recibió una inmensa herencia que incluía posesiones en Europa, América y el derecho al título imperial. Su política interior se vio afectada por dos revueltas, las Comunidades en Castilla (1520-1521) y las Germanías en Aragón (1520-1522), ambas sofocadas por la nobleza. Su política exterior se caracterizó numerosas guerras contra Francia (Francisco I), los otomanos y los príncipes protestantes del Imperio (victoria en Mühlberg, 1547; Paz de Augsburgo,1555) en defensa de la casa de Austria y el catolicismo. En 1556 abdicó y dejó sus dominios a Felipe II, menos Austria y el título imperial. Este rey trató de centralizar la administración del Estado (amplió el sistema polisinodial, creó la figura de secretario y la capital en Madrid en 1561) y la unidad religiosa de la Monarquía. Hizo frente a la rebelión de las Alpujarras (1568-1571) y de Aragón (1591). En el exterior, sus continuas guerras tuvieron resultados desiguales: victorias sobre Francia (San Quintín, 1557) y los otomanos (Lepanto, 1571), y fracasos en los Países Bajos (1566) e Inglaterra (Armada Invencible, 1588). Su mayor éxito fue la anexión de Portugal (1580).3.4. Los Austrias del siglo XVII. Política interior y exterior.En siglo XVII reinaron los últimos Austrias, que delegaron sus funciones en los validos y padecieron la crisis de la Monarquía. Con Felipe III (1598-1621) destacó el duque de Lerma, que en el interior decretó la expulsión de los moriscos (1609) y en el exterior firmó la paz con Inglaterra (1604) y la Tregua de los Doce Años con las Provincias Unidas (1609). Con Felipe IV (1621-1665) estuvo el conde-duque de Olivares, un valido autoritario que emprendió ambiciosas reformas en
el país. Entre ellas la Unión de Armas, por la que cada reino debía aportar dinero y tropas a la defensa del imperio.Esto fue el origen de la crisis de 1640, con la rebelión de Cataluña e independencia de Portugal. En el exterior, Olivares afrontó la guerra de los Treinta Años (Paz de Westfalia, 1648) y su sucesor, Luís de Haro, la guerra con Francia (Paz de los Pirineos, 1659). Ambas acabaron con la hegemonía española en Europa. Carlos II (1665-1700) tuvo diversos validos (Nithard, Valenzuela, Juan José de Austria, Medinaceli y Oropesa). Sus reformas anunciaron la recuperación interior del siglo XVIII, mientras se enfrentaban al expansionismo de Luis XIV (Paz de Nimega, 1678). El problema sucesorio sería el asunto más importante de su reinado. A su muerte dejó como heredero a Felipe de Borbón.3.5. Sociedad, economía y cultura de los siglos XVI y XVII-La sociedad de los siglos XVI y XVII era estamental. La nobleza y clero mantuvieron sus privilegios y el pueblo llano siguió siendo el grupo más numeroso y diverso. Su situación empeoró gravemente.Destacaron también minorías como los moriscos (expulsados en 1609) o los judios conversos, que vivieron marginados. La prueba de limpieza de sangre, la demostración de ser cristianos viejos, era requisito para ejercer cargos públicos y una obsesión en la época que tendría graves consecuencias.La economía fue fundamentalmente agraria y vivió una ligera expansión en el siglo XVI gracias a la conquista de América, que favoreció la llegada inmensas remesas y estimuló el comercio. Pero las primeras no sirvieron para modernizar la estructura económica del país y la otra solo se concentró en Sevilla (Casa de Contratación). Una inflación sin precedentes (la «revolución de los precios»), la costosa política imperial, y las bancarrotas terminó provocaron una profunda crisis en el siglo XVII.El aumento de los impuestos, la política monetaria (vellón) y la deuda empobrecieron el país.En lo cultural, el auge y caída de los Austrias coincidió con el Siglo de Oro, un florecimiento de las letras españolas que abarca desde la publicación de la Gramática castellana de Nebrija (1492) a la muerte de Calderón de la Barca (1681). Este esplendor afectó tanto a la literatura (Cervantes) como a la pintura (Velázquez), la arquitectura (Juan de Herrera) o la filosofía (Escuela de Salamanca).3.6. La Guerra de Sucesión. La Paz de Utrecht. Los pactos de familia.-La guerra de Sucesión (1701-1713) fue un conflicto internacional y civil por el trono
español entre Felipe de Borbón (nieto de Luis XIV de Francia y nombrado sucesor por Carlos II en testamento) y el archiduque Carlos de Austria. Este último fue apoyado por Austria, Gran Bretaña, Provincias Unidas, Portugal, Prusia y Saboya, temerosas de la formación de un poderoso bloque hispano-francés. En el interior, Castilla apoyó a Felipe y la Corona de Aragón al archiduque. La guerra concluyó con la firma del Tratado de Utrecht (1713), por el que Felipe V fue reconocido rey de España a cambio de renunciar al trono francés y hacer cesiones a Austria (Flandes y territorios en Italia) y Gran Bretaña (Gibraltar, Menorca y ventajas en el comercio colonial americano como el navío de permiso y el asiento de negros). El objetivo de la política exterior de Felipe V fue recuperar los territorios perdidos. Tras un fracaso inicial en tomar por su cuenta Cerdeña y Sicilia, en adelante selló su alianza con Francia. Fueron los «Pactos de Familia»: una serie de acuerdos entre España y Francia, ambas dirigidas por los Borbones, que se firmaron a lo largo del siglo XVIII (1733, 1743,1761). Gracias a ellos, la dinastía logró recuperar Nápoles y Sicilia siempre y cuando se incorporasen a España. 6.l. El sistema canovista: la Constitución de 1876 y el turno de partidos. La oposición al sistema-La Restauración es la etapa de la historia de España que se inició en 1874, con el regreso al trono de los Borbones. Su artífice fue Antonio Cánovas del Castillo, que en el Sexenio Revolucionario había creado el Partido Alfonsino en defensa de los derechos del hijo de Isabel II. El fracaso del régimen republicano (golpe de Estado de Pavía, dictadura de Serrano) y la inestabilidad política llevó a buena parte de la sociedad a contemplar el restablecimiento de la monarquía. El principe Alfonso se dirigió al país el 1 de diciembre de 1874 en el Manifiesto de Sandhurst, redactado por Cánovas, y en el que presentaba la monarquía constitucional como único modo para solucionar los problemas de España.Con ello se esperaba una restauración por aclamación popular pero el general Martínez Campos lo proclamó nuevo rey en un pronunciamiento el 29 de diciembre. A inicios de 1875 Alfonso XII entraba en Madrid y puso a Cánovas al frente del gobierno.Cánovas del Castillo diseñó el sistema político de la Restauración. Su objetivo era crear un régimen liberal estable, pero tradicional y no democrático, que alejase al país de procesos revolucionarios. Sus tres pilares fueron: El rey: se
convertiría en el árbitro de la vida política y jefe del ejército (rey-soldado). Esta última medida buscaba acabar con el protagonismo de los militares en las instituciones.El turno pacífico: consistía en la alternancia en el poder de dos grandes partidos, según el modelo inglés. El Partido Conservador, que representaba a las clases altas, estaba liderado por Cánovas y formado por antiguos moderados y unionistas. Y el Partido Liberal, representante de las clases medias, estaba dirigido por Práxedes Mateo Sagasta y unía a antiguos progresistas, demócratas y republicanos posibilistas. La alternancia se lograba mediante el falseamiento sistemático de las elecciones. Cuando el rey nombraba nuevo gobierno, se convocaban elecciones y el ministro de la gobernación ponía en marcha el encasillado: la «fabricación» de los resultados colocando a los candidatos que debían de ganar en cada distrito. La lista se enviaba a los caciques locales que, mediante redes clientelares, compra de votos o amenazas, se imponía a los votantes de su área. Si no era suficiente, se recurría al fraude para ajustar los resultados (pucherazo, manipulación del censo o secuestro de urnas).La Constitución de 1876: la más duradera de la historia de España (47 años). Era conservadora pero flexible, lo que permitia a los dos partidos gobernar sin modificarla. Establecia la soberania compartida y no tenía una clara división de poderes: el ejecutivo estaba en manos del rey (cuya figura salía reforzada con amplios poderes) y el legislativo en unas Cortes bicamerales (Congreso y Senado). Los derechos y libertades incorporaron buena parte de los avances del Sexenio. Los asuntos más polémicos como imprenta, asociación y sufragio serían ajustados en leyes posteriores.Se declaraba la confesionalidad del Estado, pero se permitía la libertad de culto a nivel privado. A nivel territorial, reforzaba el centralismo, pues dejaba a ayuntamientos en manos del gobierno.El régimen de la Restauración buscaba fuera del juego político al resto de grupos políticos, que se convirtieron en la oposición al sistema (carlistas, republicanos, nacionalistas y socialistas):El carlismo, tras su derrota en 1876, se convirtió en un movimiento marginal y ultraconservador. Se dividió en dos corrientes: una que luchó dentro de la legalidad liderada por Juan Vázquez de Mella; y otra antiliberal e integrista dirigida por Ramón Nocedal. El republicanismo conservó cierto peso social pero estaba muy
dividido. Los principales grupos eran los posibilistas de Emilio Castelar, que aceptaron el sistema e incluso se acabaron uniendo al Partido Liberal; los progresistas de Ruiz Zomilla, partidarios de la lucha armada; los unitarios. de Salmeron; y los federalistas de Pi y Margall.Los nacionalismos periféricos surgieron en esta etapa como reacción al centralismo del sistema canovista. Defendian su identidad lingüística, cultural e histórica y reclamaban el autogobierno o incluso la separación del Estado. El primer partido nacionalista catalán fue la Unió Catalanista(1891), fundado por Enric Prat de la Riba y de tipo conservador. Su programa quedó recogido en las Bases de Manresa, que reclamaban la autonomía política, la oficialidad del catalán y la participación en la política nacional para lograr sus reivindicaciones. En plena crisis nacional española por el «Desastre del 98», la Unió Catalanista se unió a otros grupos y formó la Lliga Regionalista (1901), liderada por Prat de la Riba y Francese Cambó, que sería la fuerza catalanista predominante hasta la Segunda República. El nacionalismo vasco fue más tardío y surgió como reacción a la abolición de los fueros en 1876 y la defensa de la identidad vasca, amenazada por la-industrialización y la llegada de inmigrantes (maketos), Su mayor representante fue Sabino Arana, fundador del Partido Nacionalista Vasco (1895), una formación antiliberal, tradicionalista y ultracatólica. El regionalismo gallego tuvo un desarrollo más lento y menor arraigo social. En 1890 se creó la Asociación Regionalista Gallega, de corte progresista y que reclamaba la autonomia, la defensa del gallego y un mejor trato desde el Estado. El movimiento obrero se dividía en dos grandes corrientes ideológicas. El anarquismo fue la mayoritaria, sobre todo en el campo andaluz y ciudades catalanas. Rechazaba participar en política pero se dividió entre los partidarios de utilizar la huelga (anarcosindicalistas) o atentados contra el régimen (grupos de acción directa). El socialismo fue minoritario, pero con especial fuerza en Madrid, Asturias y País Vasco. Su representante fue el PSOE, fundado por Pablo Iglesias en 1879 y que obtuvo su primer escaño en 1910. Su sindicato fue la UGT, creado en 1888.6.2. Las guerras de Cuba, el conflicto bélico contra Estados Unidos y la crisis de 1898-Tras la independencia de las colonias americanas durante el reinado de Fernando VII, el imperio español quedó reducido a Cuba, Puerto Rico, Filipinas y algunos archipiélagos en el
Pacífico (Palaos, Carolinas y Marianas). De todos estos territorios, Cuba era el más importante y un activo esencial para la economía española. Era la principal exportadora mundial de azúcar, que se comercializaba directamente desde la isla y se pagaba en dólares. Más del 90% se dirigía a Estados Unidos. También era una importante productora de café y tabaco. Además era un mercado cautivo, obligado a comprar los textiles catalanes y el cereal castellano. Cuba estaba gobernada por un capitán general, que ejercía un poder absoluto y siempre a favor de los intereses de la élite isleña: comerciantes y grandes propietarios de las plantaciones, de origen español, que habían hecho fortuna y no deseaban cambios.Sin embargo, en la isla había ido creciendo el malestar por el dominio político y económico colonial.La clase media criolla, formada por profesionales liberales, intelectuales y pequeños terratenientes, tenía ideas reformistas y aspiraba a acabar con el monopolio, el centralismo y la esclavitud.Como fruto del descontento se produjeron dos guerras: la guerra Larga (1868-1878), una rebelión independentista liderada por Carlos Manuel de Céspedes, que comenzó con el Grito de Yara (1868) y terminó con la Paz de Zanjón (1878). En ella, el general Martínez Campos se comprometió a la abolición progresiva de la esclavitud y dar a la isla una cierta autonomía. El incumplimiento de estas promesas dio origen a un nuevo levantamiento, la guerra Chiquita (1879-1880). Los gobiernos españoles no atendían las reivindicaciones cubanas por la presión de la élite colonial, la burguesía catalana y los terratenientes castellanos. Esto condujo al estallido de la guerra de Cuba(1895-1898). La insurrección fue liderada por José Martí, comenzó con el Grito de Baire y contó con el apoyo masivo de la población negra y mulata. Inicialmente, las tropas españolas fueron dirigidas por Martínez Campos, que fracasó. Fue relevado por el general Valeriano Weyler, que pese a su brutal estrategia represiva (la reconcentración) tampoco tuvo éxito. Tras el asesinato de Cánovas en 1897, Sagasta cesó a Weyler y ofreció una amplia autonomía pero fue rechazada por los rebeldes.Casi simultáneamente estalló otra sublevación en Filipinas, un archipiélago lejano y desatendido por las autoridades españolas, que tenían dificultad para garantizar su dominio efectivo. Su respuesta fue una dura represión en la que fue fusilado uno de los principales líderes independentistas: José
Rizal.En 1898 se produjo la entrada de Estados Unidos en los conflictos cubano y filipino. Este país tenía intereses económicos y geoestratégico en Cuba desde hacía décadas. El pretexto utilizado para declarar la guerra a España fue la voladura del acorazado norteamericano Maine, que estaba fondeado en La Habana, y del que culpó a un sabotaje español. Los estadounidenses destruyeron la flota española del Pacífico en Cavite (Filipinas) y luego la del Atlántico en Santiago de Cuba. Tras ello desembarcaron en Puerto Rico. Estas derrotas obligaron al gobierno español a firmar el Tratado de París (diciembre 1898), por el que se aceptaba la independencia de Cuba y se cedía Puerto Rico, Filipinas y la isla de Guam (en las Marianas) a Estados Unidos. La pérdida del imperio se completó en 1899, cuando el gobierno decidió vender a Alemania el resto de archipiélagos del Pacífico.La derrota frente a Estados Unidos y la pérdida de las colonias abrió una grave crisis nacional. Es la llamada «crisis del 98», que marcaron un viraje en la vida del país y cuyas consecuencias fueron:Económicas: que en un principio, no fueron negativas. Los años siguientes a la derrota fueron de ligera bonanza económica, pues se repatriaron numerosos capitales que se canalizaron hacia la industria e impulsaron el sistema financiero. Sin embargo, el Estado respondió a la pérdida del mercado colonial acentuando su proteccionismo en defensa del textil catalán y el cereal castellano.Una especie de «nacionalismo económico» que se mantuvo hasta la dictadura franquista.Políticas: el sistema de Cánovas resistió a la derrota, pero quedó desacreditado, así como el ejército, que desde entonces se va replegar en sí mismo y mostrar un recelo hacia la política civil, a la que culpaba del desastre. En el interior, la crisis impulsó los nacionalismos periféricos; y en el exterior, España pasó a ser una potencia irrelevante. Esta pérdida de peso internacional se intentó compensar dirigiendo la atención a África.Ideológicas: la crisis marcó el surgimiento del regeneracionismo, una corriente de pensamiento preocupada por los problemas que atravesaba España (la corrupción política, el atraso económico y cultural, y el aislamiento internacional). Su principal representante fue Joaquín Costa, cuyas ideas influirían en los nuevos líderes de los partidos dinásticos, Maura y Canalejas, que trataron de llevar a cabo propuestas de reforma y modernización. El regeneracionismo también tuvo su vertiente literaria con la «generación del 98» (Unamuno, Machado, Valle-Inclán,).