1. Las Colonizaciones (Primer Milenio a.C.)
Durante el primer milenio a.C., las islas Baleares y las costas levantinas y andaluzas recibieron la llegada de fenicios, griegos y cartagineses, impulsados por intereses económicos. Los fenicios fundaron factorías como Malaka o Gades, los griegos establecieron colonias como Emporion, y los cartagineses, tras colonizar Ibiza, fundaron importantes colonias como Cartago Nova. El impacto en los nativos fue significativo, aunque se concentró principalmente en la costa mediterránea y el Valle del Guadalquivir. Estos pueblos introdujeron la esclavitud, el alfabeto, productos como el olivo y el lino, la moneda, y promovieron el crecimiento urbano.
En la primera mitad de este milenio, en las actuales Sevilla, Huelva y Cádiz, se asentó el pueblo prerromano de los Tartessos, conocido por su actividad minera. En la segunda mitad, la península Ibérica se dividió culturalmente entre íberos y celtas. Los íberos, asentados en ciudades-estado en el Levante y el sur peninsular, mostraron influencias de las colonizaciones con la escritura y el uso de la moneda. En el resto de la península, los celtas se dedicaron a actividades agroganaderas y, aunque tuvieron un gran desarrollo metalúrgico, no conocían la escritura ni la moneda.
2. Al-Ándalus y los Reinos Cristianos
2.1. La Conquista Musulmana (711)
Tras la proclamación de Rodrigo como rey visigodo, los hijos del anterior rey Witiza pidieron ayuda a los musulmanes. En el año 711, los musulmanes, liderados por Tariq, entraron en la península y vencieron al último rey visigodo. Ante la pasividad general, iniciaron una conquista que, pese a la batalla de Guadalete, encontró poca oposición, ocupando en pocos años casi toda la península, excepto el norte. Desde entonces, al-Ándalus se identificó con el territorio peninsular bajo dominio musulmán.
Con capital en Córdoba, al-Ándalus se convirtió en un emirato dependiente (711-757) del Califato de Damasco, una etapa inestable con 23 gobernadores. En 756, con la llegada de Abderramán I, superviviente de la matanza de los Omeyas, se proclamó el emirato independiente (756-929), rompiendo la dependencia política. Esta etapa tuvo momentos de esplendor, como el emirato de Abderramán II, pero también problemas que favorecieron el avance cristiano.
El Califato de Córdoba (929-1031), proclamado por Abderramán III, quien asumió la dirección religiosa y política, marcó la época de mayor esplendor. Sin embargo, la estabilidad terminó al nombrar califa a Hisham II, un niño de 8 años. El poder recayó en su hachib, Almanzor, quien emprendió grandes campañas militares. A su muerte, el Califato se disgregó en reinos de taifas.
2.3. Economía y Sociedad de Al-Ándalus
Al-Ándalus experimentó importantes avances económicos. La agricultura se desarrolló gracias al regadío, introduciendo cultivos como el arroz, el algodón y plantas medicinales, además de cereales, olivo y viñedo. La ganadería ovina y equina se desarrolló, mientras que la porcina retrocedió. Se revitalizó la minería y la artesanía, destacando la seda nazarí y los cordobanes. El comercio, tanto interior como exterior, tuvo gran importancia, con el estado monopolizando la acuñación de moneda.
La sociedad se islamizó gradualmente. Inicialmente, la minoría árabe ocupaba los puestos más destacados, mientras que la mayoría bereber se dedicaba a la ganadería y al ejército. A ellos se unieron los muladíes (cristianos convertidos al islam). Mozárabes (cristianos de al-Ándalus) y judíos gozaban de libertad de culto, pero pagaban tributos. También destacaban los eslavos de palacio o del ejército. La jerarquía social dependía del origen y el nivel económico.
Al-Ándalus presenció avances en astronomía, medicina, botánica y matemáticas. Destacan filósofos como Maimónides, autores de árabe clásico como Ibn Hazm, y estilos de árabe vulgar como el zéjel y la moaxaja. En el arte, sobresalen la Mezquita de Córdoba y la Alhambra.
2.4. Los Reinos Cristianos y la Reconquista
Entre los siglos VIII y X, surgieron los primeros reinos cristianos en las áreas cantábricas y pirenaicas. El Reino Astur, tras la victoria de Pelayo en Covadonga (722), se expandió hacia el valle del Duero, trasladando su capital a León (siglo X). Castilla, inicialmente condados vasallos de León, se unificó con Fernán González (929-970), logrando gran autonomía. Navarra, parte de la Marca Hispánica, surgió con Íñigo Arista en 824, alcanzando su mayor expansión con Sancho el Mayor, quien al morir en 1035 repartió su territorio, dando origen al Reino de Aragón. Los condados catalanes, bajo dominio carolingio, se vincularon a finales del siglo IX a Wifredo el Velloso y se independizaron a finales del siglo X.
Desde el siglo IX, se desarrolló la Reconquista y la repoblación de las tierras conquistadas. La primera etapa (siglos VIII-X) vio el avance cristiano hasta el Duero, con repoblación por presura, generando pequeñas y medianas propiedades. En la segunda (siglos XI-1150), avanzaron hasta Toledo, aprovechando la debilidad de los reinos de taifas, hasta ser frenados por los almorávides. La repoblación concejil mediante fueros generó mediana propiedad. En la segunda mitad del siglo XII, tras el declive almorávide y el surgimiento de los segundos reinos de taifas, avanzaron hasta el Guadiana, frenados por los almohades. La repoblación mediante encomiendas a órdenes militares generó latifundios. Tras la batalla de las Navas de Tolosa (1212), avanzaron sobre los terceros reinos de taifas, excepto el reino nazarí (conquistado en 1492). La repoblación mediante donaciones generó grandes latifundios.
2.5. Estructura Política y Social de los Reinos Cristianos
Los reinos cristianos compartían una estructura política similar, basada en la monarquía, las cortes y los municipios. Las cortes surgieron de la Curia Regia, donde nobles y clérigos asesoraban al rey. El crecimiento de las ciudades dio poder a los burgueses, surgiendo las cortes de tres brazos en 1188 en León y desde el siglo XIII en otros reinos. En Castilla, el rey las convocaba para aprobar subsidios y declaraciones de guerra, mientras que en la Corona de Aragón tenían carácter legislativo y votaban impuestos.
La sociedad feudal y rural se dividía en tres estamentos: nobleza, clero y estado llano. Los dos primeros eran privilegiados. La alta nobleza controlaba señoríos jurisdiccionales, con rentas y poder judicial, que pasaban íntegros al heredero por mayorazgo. En la baja nobleza destacaban los hidalgos. El clero se dividía en secular y regular, con importantes señoríos. El alto clero provenía de la nobleza, mientras que el bajo clero era más cercano al pueblo. El estado llano era mayoritariamente campesino, dependiente de los señores, aunque existían campesinos propietarios. Con el crecimiento urbano, artesanos y burgueses ganaron importancia.
3. La Era de los Austrias
3.2. 1492: Un Año Clave
1492 marcó la historia peninsular con la conquista de Granada, la expulsión de los judíos y el descubrimiento de América. La guerra contra el reino nazarí se dividió en tres etapas: (1481-1487) conquista de la parte occidental, aprovechando las luchas internas; (1487-1489) guerra sistemática con conquista de la zona oriental; (1490-1492) asedio y entrega de Granada el 2 de enero de 1492.
El descubrimiento de América se enmarca en la pugna entre Portugal y Castilla por la expansión atlántica, tras finalizar sus reconquistas. La caída de Constantinopla dificultó el comercio con la India, impulsando la búsqueda de nuevas rutas. La creencia en la esfericidad de la Tierra y los avances técnicos (carabela, naos, astrolabio) fueron cruciales. Colón firmó las Capitulaciones de Santa Fe, recibiendo el título de Virrey y una décima parte de las riquezas. Tras el descubrimiento (12 de octubre de 1492), se firmó el Tratado de Tordesillas (1494), delimitando los dominios de Castilla y Portugal.
3.3. Carlos I (1516-1556)
Carlos I heredó diversos territorios: Flandes, Artois, Luxemburgo y Franco Condado de María de Borgoña (1515); Aragón y territorios italianos de Fernando el Católico (1516); Castilla y derechos sobre América de Isabel (1516); territorios austriacos y el título imperial de Maximiliano I (1519).
Su origen extranjero provocó la Revuelta de las Comunidades en Castilla (1520-1522), que buscaba mayor participación castellana y de las cortes en el gobierno, y la defensa de la industria textil. En Aragón, la crisis económica y la peste provocaron las Germanías, donde artesanos, pequeña burguesía y campesinos pedían democratización municipal y protección real. Ambas revueltas fueron sofocadas, fortaleciendo el poder real.
Su política exterior defendió el catolicismo y la hegemonía europea. Contuvo el avance turco en el Mediterráneo y el Danubio, y guerreó contra Francia en Italia, logrando el Ducado de Milán hacia 1540. En el Sacro Imperio, la disputa entre el emperador y los principados, que abrazaron el protestantismo, fue un problema. A pesar de la victoria de Carlos V, la Paz de Augsburgo (1555) reconoció la nueva religión. En 1556, abdicó Austria y el título imperial en Fernando, y el resto de territorios en Felipe II.
3.4. Felipe II (1556-1598)
Felipe II continuó la política belicista, estableció la corte en España y construyó el Escorial. España mantuvo la hegemonía europea. Gobernó mediante consejos territoriales y temáticos, creando nuevos. El Consejo de Estado era el único vínculo institucional común. Los secretarios reales agilizaban trámites. Corregidores y virreyes ganaron importancia. Jurídicamente, existían chancillerías y audiencias.
Felipe II persiguió el protestantismo (Pragmática Sanción de 1558). La prohibición de vestimenta y lengua morisca provocó la Revuelta de las Alpujarras (1568-1571), tras la cual los moriscos granadinos fueron deportados. Las Alteraciones de Aragón, conflicto entre una monarquía pactista y autoritaria, acabaron con el derecho a elegir al Justicia Mayor de Aragón.
Su política exterior defendió la hegemonía y el catolicismo. La paz de Cateau-Cambrésis (1559) cerró las guerras con Francia, consolidando el norte de Italia. La batalla de Lepanto (1571) frenó a los turcos, llegando a un statu quo en 1577. En 1580, anexionó Portugal. El intento de invadir Inglaterra (Armada Invencible, 1588) fracasó. En Flandes, el norte calvinista proclamó su independencia (Unión de Utrecht). La Unión de Arras (1579), del sur católico, casi somete al norte, pero este consolidó sus posiciones.
3.7. Los Austrias Menores y la Guerra de los Treinta Años
Los Austrias menores mantuvieron los objetivos exteriores, pero enfrentaron naciones más poderosas, perdiendo la hegemonía. Felipe III (1598-1621) y su valido, el Duque de Lerma, impulsaron la Pax Hispánica, pero entraron en la Guerra de los Treinta Años. Felipe IV (1621-1655) y su valido, Olivares, hicieron de la guerra la clave de su política.
La Guerra de los Treinta Años (1618-1648), enmarcada en las guerras de religión, escondía rivalidades políticas, especialmente entre Francia y los Habsburgo, y una lucha por el comercio. El conflicto inicial entre el emperador y los principados alemanes se internacionalizó con el apoyo de Felipe III al emperador y de los enemigos de España a los principados. España obtuvo victorias iniciales (Breda), pero la entrada de Francia en 1636 cambió el rumbo. La Paz de Westfalia (1648) supuso el reconocimiento español de la independencia de las Provincias Unidas. La guerra con Francia continuó hasta la Paz de los Pirineos (1659), donde España perdió el Rosellón, la Cerdaña y plazas en Flandes y Luxemburgo. Esta paz confirmó la decadencia española y el ascenso francés.
3.9. Carlos II y la Decadencia Final
La presión francesa y la debilidad de Carlos II (1665-1700) marcaron un periodo sombrío. Durante su reinado se sucedieron validos como Nithard y Juan José de Austria. Desde 1691, el puesto se repartió, favoreciendo la decadencia de la institución a la muerte del rey. Hubo golpes militares cuando Juan José de Austria usó la fuerza contra Nithard y en 1677 para acceder al poder.
La hostilidad francesa marcó el panorama internacional. En la Guerra de la Devolución (1667-1668), Francia se apoderó de ciudades flamencas. La Paz de Nimega (1678) otorgó a Francia el sur de Flandes y el Franco Condado. La Guerra de las Reuniones (1683-1684) terminó con una tregua donde España cedió Haití, pero la guerra se reanudó en 1686 hasta la Paz de Ryswick (1697), donde España recuperó Luxemburgo y ciudades españolas, cediendo Haití. Las concesiones francesas se debieron a la cuestión sucesoria española.
La falta de heredero dividió a las élites entre la opción austriaca y francesa. La Guerra de Sucesión (1700-1713) resolvió el problema, marcando el fin de la hegemonía de los Habsburgo y la llegada de los Borbones al trono español.