Historia de España: Desde la Romanización hasta el Siglo XVII

La Romanización de la Península Ibérica

La romanización fue un proceso de transformación cultural que vivieron los pueblos de la península ibérica tras la llegada de los romanos. Este fenómeno no fue una imposición planificada desde Roma, ya que durante mucho tiempo los romanos no contaron con una estructura administrativa y militar suficiente para llevarlo a cabo de forma sistemática. Más bien, se trató de una adaptación gradual y voluntaria por parte de las élites locales, que vieron en las costumbres romanas una forma de obtener beneficios y de integrarse en el sistema político y económico del imperio. Con el tiempo, estas influencias llegaron también al resto de la población, aunque con diferentes ritmos e intensidades dependiendo de la región: mientras que en el área ibérica, más desarrollada y urbanizada, el cambio fue rápido, en las zonas celtas, más rurales y resistentes, el proceso fue mucho más lento. Hoy se habla de etnogénesis en lugar de aculturación para describir esta fusión entre elementos indígenas y romanos, que alteró profundamente las culturas locales sin eliminarlas por completo.

Factores Clave de la Romanización

  • Organización político-administrativa: La península se dividió en provincias gobernadas por un representante romano, y con el tiempo se pasó de dos provincias iniciales (Hispania Citerior y Ulterior) a cinco en la época de Diocleciano (Tarraconensis, Baetica, Lusitania, Carthaginensis y Gallaecia). Estas provincias eran subdivididas en conventus judiciales que facilitaban el control y la administración.
  • Economía: Este sistema político iba de la mano con una economía basada en la explotación de recursos para la exportación. Productos como el aceite de oliva, el vino, los salazones y el oro de lugares como Las Médulas se convirtieron en pilares económicos. La introducción del dinero y la transformación de las tierras en ager publicus fomentaron la aparición de grandes latifundios, sobre todo en zonas como el Guadalquivir, donde se utilizaba mano de obra esclava.
  • Derecho romano: Proporcionó una base legal común para todos los ciudadanos del imperio. Aunque al principio la ciudadanía era exclusiva, con el tiempo más personas accedieron a ella, hasta que en 212 d.C., el emperador Caracalla otorgó la ciudadanía a todos los habitantes libres del imperio. Este sistema legal fue tan influyente que el derecho romano sigue siendo estudiado en la actualidad.
  • Urbanización: Las ciudades, inspiradas en el modelo de Roma, no solo eran centros administrativos y económicos, sino también focos culturales que simbolizaban el poder y la organización romanos. Muchas ciudades nacieron de campamentos militares que se convertían en núcleos urbanos, como ocurrió con Emerita Augusta, fundada por Augusto para los veteranos de guerra. Estas urbes seguían un diseño regular con calles principales (el cardo y el decumano) que se cruzaban en un foro central, rodeado por edificios públicos.
  • Ejército: Desempeñó un papel crucial en este proceso. No solo pacificaba territorios, sino que también difundía la cultura romana. Muchos soldados eran no romanos que, tras años de servicio, adquirían la ciudadanía y se asentaban en las tierras conquistadas, formando nuevas comunidades. Alrededor de los campamentos militares surgían asentamientos llamados canabae, que con el tiempo se convertían en municipios.
  • Obras públicas: Las obras públicas romanas dejaron una huella duradera en la península. Infraestructuras como calzadas, puentes, acueductos y teatros, además de cumplir una función práctica, reflejaban la capacidad técnica y organizativa de Roma. Ejemplos emblemáticos son el acueducto de Segovia, el puente de Alcántara y el teatro de Mérida.
  • Latín: Fue otro elemento unificador. Aunque inicialmente convivió con las lenguas locales, su uso se expandió, desplazándolas casi por completo excepto en el caso del euskera. Este proceso dio origen a las lenguas romances, como el castellano, el gallego y el catalán.

La península ibérica no solo adoptó la cultura romana, sino que también contribuyó al imperio con figuras destacadas como los emperadores Trajano, Adriano y Teodosio, y pensadores como Séneca o Quintiliano. La romanización marcó profundamente la identidad cultural de la península y dejó un legado que perdura hasta nuestros días.

La Conquista Romana de la Península Ibérica

La conquista romana de la península ibérica fue un proceso largo y complejo que comenzó en el siglo III a.C. y se prolongó por más de dos siglos. Todo empezó con la expansión de la República de Roma, que la llevó a enfrentarse con otra potencia mediterránea: Cartago. Este enfrentamiento derivó en las guerras Púnicas.

La primera guerra Púnica (264-241 a.C.) terminó con la victoria de Roma, que se adueñó de territorios cartagineses como Sicilia, Córcega y Cerdeña, consolidándose como una potencia marítima. Sin embargo, Cartago no tardó en recuperarse bajo el liderazgo de la familia Barca (Amílcar, Asdrúbal y Aníbal), que emprendió la conquista de la península ibérica, fundando ciudades importantes como Akra Leuke y Cartago Nova.

El conflicto definitivo entre Roma y Cartago en la península se produjo con la segunda guerra Púnica (218-201 a.C.), tras el ataque de Aníbal a Sagunto, una ciudad aliada de Roma. La victoria romana en esta guerra marcó el inicio de su expansión peninsular. Desde entonces, Roma alternó periodos de avance y retroceso, en una conquista que se divide en varias etapas:

  • Entre 218 y 197 a.C., Roma consolidó su dominio en la costa.
  • Entre 197 y 154 a.C., los romanos sofocaron revueltas indígenas provocadas por abusos como la recaudación excesiva de impuestos.
  • Las guerras celtíbero-lusitanas (154-133 a.C.) fueron especialmente intensas, destacando figuras como Viriato, líder lusitano, y episodios de resistencia como la de Numancia.
  • Posteriormente, las guerras civiles romanas entre Mario y Sila, y más tarde entre César y Pompeyo, ralentizaron la conquista.
  • Finalmente, con las guerras cántabro-astures (29-19 a.C.), las tropas dirigidas por el emperador Augusto completaron la dominación, aunque ciertas regiones montañosas del norte nunca se romanizaron del todo.

Este proceso dejó una profunda huella cultural y política en la península, integrándola plenamente en el mundo romano.

Hitos Históricos en la España Medieval y Moderna

Los Concilios de Toledo

Los Concilios de Toledo fueron asambleas político-religiosas celebradas en la capital del reino visigodo desde finales del siglo VI hasta principios del VIII. Convocados y presididos por el rey, contaban con la presencia del arzobispo de Toledo, obispos y magnates laicos. Aunque tenían un carácter religioso, las decisiones adoptadas eran principalmente políticas. Destacan el III Concilio de Toledo en 589, donde el rey Recaredo abandonó el arrianismo para convertirse al catolicismo, marcando un hito en la unificación religiosa del reino, y el XVII Concilio en 694, conocido por sus medidas antisemitas, que ordenaron la confiscación de bienes y la esclavización de la población judía.

El Compromiso de Caspe

El Compromiso de Caspe (1412) fue un acuerdo crucial tras la muerte de Martín I de Aragón en 1410 sin heredero. Representantes de Aragón, Valencia y Cataluña (tres compromisarios por cada territorio) eligieron como nuevo rey a Fernando de Antequera, regente de Castilla y miembro de la dinastía Trastámara. Así, Fernando se convirtió en Fernando I de Aragón, consolidando la unión dinástica entre Castilla y Aragón que marcaría el inicio de una nueva etapa en la historia peninsular.

La Casa de Contratación de Indias

La Casa de Contratación fue una institución creada en 1503 en Sevilla por los Reyes Católicos con el propósito de regular el comercio con las Indias. Estaba compuesta por un presidente, oidores, oficiales, un fiscal, un contador, un tesorero y un factor. Sus funciones incluían supervisar el tráfico comercial, regular la navegación, gestionar casos criminales y elaborar registros, entre otras tareas. Con el tiempo, su importancia disminuyó hasta que Felipe V trasladó la institución a Cádiz en 1717.

Juana I de Castilla

Juana I de Castilla fue hija de los Reyes Católicos y heredera de Castilla y Aragón tras la muerte de sus hermanos y sobrino. En 1496 se casó con Felipe el Hermoso, con quien tuvo seis hijos. Proclamada reina de Castilla en 1504 y de Aragón en 1516, nunca gobernó efectivamente. Desde 1509 vivió recluida en Tordesillas, supuestamente por una enfermedad mental, utilizada por su padre y su hijo Carlos I para mantenerla apartada del poder. Su figura está siendo reivindicada actualmente.

La Paz de Westfalia

La Paz de Westfalia se refiere a los tratados firmados en 1648 que pusieron fin a las guerras de los Treinta y Ochenta Años. Establecieron un nuevo orden internacional basado en la soberanía estatal y el principio de integridad territorial, marcando el declive de España como potencia hegemónica y el ascenso de Francia.

Política Exterior durante los Reinados de Felipe II y Carlos I

Política Exterior de Felipe II

Felipe II, hijo de Carlos V, heredó de su padre un imperio extenso y numerosos conflictos internacionales, pero también abrió nuevos frentes, como la guerra en los Países Bajos. Uno de sus primeros desafíos fue continuar la guerra con Francia. Enrique II, el rey francés, se había aliado con el papa Paulo IV, enemigo declarado de los Habsburgo, y con los turcos, además de financiar el bandolerismo en Cataluña. Sin embargo, las victorias españolas en San Quintín y Gravelinas obligaron a Francia a aceptar la Paz de Cateau-Cambrésis en 1559. Este tratado supuso que Francia recuperase algunas ciudades del norte, pero renunció definitivamente a sus pretensiones en Italia y devolvió a España plazas flamencas. También se acordó una colaboración entre Felipe II y Enrique II para combatir el protestantismo calvinista. Por último, se selló el matrimonio de Felipe con Isabel de Valois, hija del rey francés, lo que parecía prometer una nueva etapa de entendimiento entre ambas potencias.

Sin embargo, la situación interna en Francia era extremadamente compleja debido a las guerras de religión entre católicos y calvinistas. Estas tensiones hicieron que la hija de Felipe II e Isabel de Valois, Isabel Clara Eugenia, pudiera aspirar al trono francés, pero la fuerte hispanofobia y la ley sálica facilitaron que Enrique de Navarra, líder calvinista, se convirtiera al catolicismo para acceder al trono como Enrique IV en 1594.

Otro frente importante fue la guerra con el Imperio otomano. En 1571, el sultán Selim II conquistó Chipre, lo que provocó una reacción de la cristiandad. El papa Pío V impulsó la formación de la Liga Santa, compuesta por España, Venecia y Génova. Esta coalición logró una victoria decisiva en la batalla de Lepanto en 1571, donde la flota otomana fue derrotada. Sin embargo, la precaria situación económica de la monarquía española impidió aprovechar plenamente esta victoria, y en 1580 se firmó una tregua con los turcos.

Uno de los mayores problemas que enfrentó Felipe II fue la revuelta en los Países Bajos, conocida como la Guerra de los Ochenta Años. La rebelión comenzó debido al descontento con el gobierno de Margarita de Parma, quien fue reemplazada por el duque de Alba. Alba impuso una represión brutal con el Tribunal de los Tumultos, lo que agravó la situación. Sus políticas fiscales y los abusos de los tercios españoles provocaron un levantamiento generalizado. Tras el fracaso de Alba, le sucedieron Requesens, Juan de Austria y finalmente Farnesio. Este último logró importantes avances, como la recuperación de Amberes, pero la intervención de Isabel I de Inglaterra en apoyo de los rebeldes complicó aún más la guerra. Aunque Farnesio logró contener la situación, el conflicto se prolongó hasta la Paz de Westfalia en 1648, durante el reinado de Felipe IV.

Inglaterra también fue un desafío constante. Isabel I reforzó el carácter protestante de la Iglesia anglicana y apoyó activamente a los enemigos de España. Además, financiaba ataques piratas contra las flotas y puertos españoles. La ejecución de María Estuardo, reina católica de Escocia, llevó a Felipe a planear una invasión de Inglaterra. En 1588, la Armada Invencible, compuesta por 130 barcos y 27,000 hombres, se lanzó a la conquista, pero la mala planificación, el espionaje inglés y las tormentas provocaron un desastre. La derrota no solo debilitó a España, sino que consolidó el poder de Isabel I y dañó la reputación de Felipe, quien se vio obligado a imponer nuevos impuestos para afrontar las pérdidas.

Finalmente, Felipe II también tuvo que lidiar con la cuestión portuguesa. Tras la muerte del rey Sebastián I sin descendencia en 1578 y de su sucesor, el cardenal Enrique, Felipe reclamó el trono de Portugal como hijo de Isabel de Portugal. Antonio de Crato intentó proclamarse rey, pero fue derrotado por el duque de Alba, y en 1581 Felipe fue reconocido como rey de Portugal. En las Cortes de Thomar, juró respetar las leyes e instituciones portuguesas, asegurando la autonomía del reino dentro de su imperio.

A pesar de estos logros, el reinado de Felipe II estuvo marcado por las guerras interminables, el declive económico y la creciente oposición internacional, lo que consolidó la fama de un monarca extremadamente piadoso pero sobrecargado de desafíos.

Política Exterior de Carlos I

El cardenal Gattinara, uno de los tutores más influyentes del joven Carlos, le inculcó la idea de la monarquía universal. Según este concepto, el emperador debía ser el defensor de la cristiandad y garantizar la paz en Europa, priorizando los intereses internacionales sobre los problemas internos de los distintos reinos. Esta ambiciosa política internacionalista tuvo un costo enorme, lo que llevó al progresivo endeudamiento de la casa de Habsburgo. Para financiar las guerras constantes, la costosa burocracia y el lujo de la corte, Carlos recurrió a banqueros internacionales, como los Fugger, que se convirtieron en sus principales acreedores.

El primer gran desafío internacional de Carlos fue la obtención del título de emperador del Sacro Imperio Romano Germánico tras la muerte de su abuelo Maximiliano I en 1519. Su principal competidor fue Francisco I de Francia, pero Carlos se aseguró la mayoría de los votos de los príncipes electores gracias al dinero obtenido mediante préstamos, lo que le permitió sobornarlos. Así, fue coronado como Carlos V en 1520.

En el ámbito marítimo y colonial, Carlos pretendía culminar el proyecto de Cristóbal Colón de encontrar una ruta hacia Asia por el oeste. Para ello, patrocinó la expedición de Fernando de Magallanes, que zarpó de Sevilla en 1519 con cinco naves y 265 hombres. Tras descubrir el estrecho que hoy lleva su nombre, la expedición enfrentó enormes penurias en el Pacífico. Magallanes murió en Filipinas, y Juan Sebastián Elcano asumió el mando, completando la primera circunnavegación del mundo en 1522 con solo un barco y 18 hombres.

Además, durante su reinado se consolidaron las conquistas de los grandes imperios americanos: Hernán Cortés sometió al Imperio azteca entre 1519 y 1521, y Francisco Pizarro y Diego de Almagro conquistaron el Imperio inca entre 1531 y 1533. Posteriormente, exploradores como Francisco de Orellana recorrieron el Amazonas, Pedro de Valdivia fundó ciudades en Chile, y Hernando de Soto exploró el curso del Mississippi.

La rivalidad con Francia fue otro de los grandes retos de Carlos. La guerra entre 1517 y 1529 enfrentó a Francia, Génova y Venecia contra los territorios imperiales. La batalla decisiva fue Pavía en 1525, donde los tercios españoles derrotaron al ejército francés y capturaron al rey Francisco I. Pese a los compromisos acordados en su liberación, Francisco incumplió su palabra y reanudó las hostilidades con el apoyo de la Liga Clementina, formada por Francia, el Papado y ciudades italianas. A pesar de la resistencia, los ejércitos imperiales saquearon Roma en 1527. Finalmente, la Paz de Cambray en 1529 puso fin a este conflicto.

El enfrentamiento con el Imperio otomano también marcó el reinado de Carlos. Tras la derrota húngara en Mohacs (1526), su hermano Fernando contuvo a los turcos en Viena. Sin embargo, los piratas berberiscos, liderados por Barbarroja y aliados de los otomanos, continuaron atacando el Mediterráneo. En 1541, Carlos intentó capturar Argel, pero la campaña fue un fracaso.

En Inglaterra, las relaciones inicialmente buenas con Enrique VIII se deterioraron cuando el papa Clemente VII, bajo la influencia de Carlos, se negó a anular el matrimonio de Enrique con Catalina de Aragón. Enrique rompió con Roma, estableció la Iglesia anglicana en 1534 y ejecutó a su consejero Tomás Moro. La posterior alianza con España durante el matrimonio de María Tudor y Felipe, hijo de Carlos, no logró consolidarse debido a la muerte de María en 1558.

En Alemania, el avance del luteranismo desestabilizó el Sacro Imperio. Los príncipes alemanes apoyaron la Reforma para ganar independencia política y económica. A pesar de la victoria imperial en Mühlberg (1547), la Paz de Augsburgo en 1555 puso fin al conflicto, reconociendo el principio de cuius regio, eius religio.

Cansado y decepcionado, Carlos abdicó en 1556, repartiendo sus dominios entre su hermano Fernando y su hijo Felipe. Retirado en Yuste, murió en 1558. Aunque la historiografía decimonónica glorificó su figura, hoy se le critica por su política belicista y su gestión económica, que llevó al Imperio a la bancarrota.

El Conde-Duque de Olivares y las Reformas Fallidas

Olivares, el influyente valido de Felipe IV, fue una figura controvertida. Aristócrata de profundas contradicciones, corrupto y ambicioso, estaba obsesionado con llevar a cabo una política reformista que buscaba centralizar los reinos hispánicos, consolidar la hegemonía militar y restaurar el prestigio diplomático. Sin embargo, su incomprensión de la realidad económica y social, su fe en el providencialismo y el contexto devastador de la guerra de los Treinta Años frustraron sus planes. A pesar de estos fracasos, sus ideas influyeron en los Decretos de Nueva Planta y en las reformas ilustradas del siglo XVIII.

Las Cortes castellanas del siglo XVII ya denunciaban problemas como la despoblación, la inflación, la corrupción y el exceso de funcionarios y religiosos. Contra estos males, Olivares diseñó un ambicioso programa basado en tres pilares: reputación, reformación y unificación.

  • Reputación: Buscaba devolver a la monarquía el prestigio de los tiempos de Carlos I y Felipe II, cuando España dominaba Europa. Sin embargo, Olivares heredó un reino económicamente exhausto por las continuas guerras, sostenidas más por principios religiosos que por pragmatismo. Esto condujo a la devaluación de la moneda, la inflación y una carga fiscal insoportable.
  • Reformación: Abarcaba medidas económicas y sociales para superar prejuicios como la obsesión por la limpieza de sangre, pero se enfrentó a la oposición de nobles, clero y las propias Cortes. El conflicto europeo absorbía recursos y dificultaba las reformas.
  • Unificación: Buscaba centralizar el poder siguiendo el modelo castellano, con la colaboración de todos los territorios. Para ello, Olivares promovió la imagen de Felipe IV como el «Rey Planeta» y adoptó el girasol como emblema, simbolizando la lealtad al monarca.

El primer intento de reformas fue la Junta Grande de Reformación (1621-1622), que buscaba reducir gastos suntuarios, combatir la despoblación y fortalecer la economía. Uno de los proyectos más audaces fue la creación de una red de erarios supervisados por marranos portugueses, que financiarían la Corona con préstamos a bajo interés. Sin embargo, la resistencia de las oligarquías y la falta de transparencia en los patrimonios frustraron la medida. También fracasó la creación del Almirantazgo, destinado a combatir el contrabando en América. Estos fracasos llevaron a la disolución de la Junta.

En 1624, Olivares presentó el Gran Memorial, un documento que proponía estrategias para homogeneizar los reinos, desde fomentar matrimonios entre élites hasta emplear la fuerza en caso de rebelión. Sin embargo, el proyecto más ambicioso fue la Unión de Armas, planteada en 1625. Esta propuesta buscaba una reserva permanente de 140,000 soldados, con contribuciones proporcionales de cada territorio. Aunque inicialmente tuvo cierto éxito gracias a las victorias en la guerra de los Treinta Años, pronto se enfrentó a la resistencia de territorios como Cataluña y Aragón, que rechazaron sus cuotas.

Olivares intentó también reformar el sistema fiscal. En 1631 propuso sustituir el impuesto de los «millones» por el estanco de la sal, pero enfrentó la oposición de vascos y clérigos, exentos de tributos. Las tensiones internas se agravaron con las rebeliones de 1640 en Cataluña y Portugal, la derrota en Las Dunas (1639) y la conspiración del duque de Medina Sidonia. Finalmente, en 1643, Felipe IV destituyó a Olivares, quien murió en el exilio en 1645. Su caída simbolizó el fracaso de un reinado marcado por guerras y reformas inacabadas, que dejaron a España debilitada y en declive.

El Proyecto de Colón y el Descubrimiento de América

En 1492, Cristóbal Colón, un marinero de origen incierto, pero con grandes ambiciones, estaba convencido de que la Tierra era esférica y creía poder llegar a las Indias navegando hacia el oeste. Sin embargo, cometió un error crucial al subestimar la distancia real entre Europa y Asia. Inicialmente, presentó su proyecto a la corte portuguesa en 1484, ofreciendo al rey Juan II una ruta alternativa para alcanzar Asia y esquivar así el control otomano en el Mediterráneo. Pero los expertos portugueses rechazaron la propuesta al considerar incorrectos sus cálculos sobre el diámetro terrestre.

Tras enviudar, Colón buscó apoyo en Castilla. Gracias a dos monjes del monasterio de La Rábida, logró audiencia con los Reyes Católicos, pero estos también desestimaron su plan en un primer momento. Mientras esperaba, Colón introdujo ajustes a su proyecto y, al terminar la guerra de Granada, cuando aún no conseguía el apoyo deseado, decidió dirigirse a Francia. En ese momento, Isabel de Castilla intervino y negoció con él las condiciones de su expedición.

El acuerdo quedó reflejado en las Capitulaciones de Santa Fe (abril de 1492), documento en el que se le otorgaban títulos y privilegios como el de «Almirante de la Mar Océana» y el derecho a una parte de las riquezas que encontrara. Estas concesiones, aunque excesivas, fueron más tarde revocadas por los Reyes Católicos. La financiación del viaje fue modesta en comparación con otros gastos reales, costando dos millones de maravedíes. Para cubrirlos, se recurrió a préstamos del tesorero Santángel, la ciudad de Palos, banqueros italianos y aportaciones menores. Los hermanos Pinzón, destacados navegantes, reclutaron a la tripulación, compuesta por unos cien hombres, entre ellos algunos reos y un experto en oro.

El 3 de agosto de 1492 partieron del puerto de Palos las carabelas Pinta y Niña, junto con la nao Santa María. Tras una escala en Canarias para reparaciones y aprovechar los vientos alisios, se adentraron en el Atlántico el 6 de septiembre. El 12 de octubre, Rodrigo de Triana avistó tierra: la isla de Guanahaní (San Salvador), en el actual archipiélago de las Bahamas. Durante el viaje, exploraron también Cuba y La Española, donde encontraron tribus caribes y construyeron el fuerte Navidad con los restos de la Santa María, encallada en una playa dominicana.

Mientras la tripulación restante regresaba a Europa, Colón informaba a los Reyes Católicos de su «éxito», convencido de haber alcanzado Asia. Realizó tres viajes más entre 1493 y 1504, pero murió sin saber que había descubierto un nuevo continente, cuyo reconocimiento se atribuiría más tarde a Américo Vespucci.

El descubrimiento de América generó tensiones entre Castilla y Portugal. Tras las bulas alejandrinas, el Tratado de Tordesillas (1494) delimitó sus zonas de influencia, concediendo a Portugal la región que más tarde sería Brasil. En España, la conquista americana trajo migraciones masivas de castellanos y la llegada de metales preciosos que provocaron inflación, debilitando su economía. Paralelamente, el intercambio comercial y cultural entre Europa, África y América, conocido como comercio triangular, transformó las sociedades de ambos lados del Atlántico, introduciendo productos como el cacao, el tomate y el tabaco en Europa y modificando hábitos de vida y comercio para siempre.

Problemas Internos durante el Reinado de Carlos V

La Revuelta de las Comunidades de Castilla

La revuelta de las comunidades de Castilla fue un movimiento que estalló durante el reinado de Carlos I debido al malestar generalizado entre la población castellana. Carlos, criado en Flandes y cuya lengua principal era el francés, llegó a España en 1517 acompañado por consejeros flamencos a los que otorgó altos cargos, lo que generó resentimiento entre los castellanos. Además, tras la muerte de su abuelo Maximiliano en 1519, Carlos centró sus esfuerzos en obtener el título de emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, descuidando los problemas de sus dominios españoles. Esto aumentó el descontento, ya que el rey era visto como un extranjero interesado únicamente en sus ambiciones europeas.

Durante su ausencia, las principales ciudades de Castilla, lideradas por comerciantes, artesanos, la baja nobleza y el clero, se sublevaron formando comunas. Estas exigían el regreso del rey, la expulsión de los consejeros extranjeros, mayor protagonismo de las Cortes, y medidas como la reducción de impuestos y un control más riguroso de la exportación de lana, que afectaba a la industria textil castellana. Sin embargo, cuando el movimiento se radicalizó y se sumaron los campesinos, convirtiéndose en un levantamiento antiseñorial, la alta nobleza se alineó con el rey y el regente Adriano de Utrecht. La revuelta fue sofocada en la batalla de Villalar el 23 de abril de 1521, donde los líderes comuneros Bravo, Padilla y Maldonado fueron ejecutados. Esta derrota fortaleció la alianza entre la monarquía y la alta nobleza, consolidando el conservadurismo en Castilla.

La Revuelta de las Germanías

Paralelamente, surgió la revuelta de las germanías en Valencia. Allí, los gremios de artesanos formaron una milicia para proteger la costa de piratas berberiscos. Aprovechando una peste que obligó a la nobleza a abandonar Valencia, los artesanos exigieron la reducción de privilegios señoriales, lo que derivó en una rebelión abierta. A diferencia de las comunidades de Castilla, esta revuelta fue desde el principio un movimiento claramente antiseñorial y se extendió hasta Mallorca antes de ser sofocada.

Estructuración de los Reinos Cristianos durante la Reconquista

Tras la conquista musulmana de la península ibérica en el siglo VIII, los cristianos se refugiaron en las zonas montañosas del norte, donde comenzaron a organizar núcleos de resistencia que serían el origen de los reinos cristianos. Estas regiones, alejadas del control musulmán, aprovecharon su geografía escarpada para mantenerse independientes. Así nacieron los primeros núcleos cristianos: el Reino de Asturias, en torno a Covadonga (donde según la tradición Pelayo venció a los musulmanes en 722), y los condados pirenaicos, como los de Aragón, Sobrarbe y Ribagorza. También se consolidaron los Condados Catalanes, bajo influencia carolingia.

Estos territorios no solo resistieron, sino que iniciaron un proceso de expansión conocido como la Reconquista. Con el tiempo, estos núcleos se transformaron en reinos más estructurados. En el siglo XI, el mapa político cristiano se organizaba en tres grandes áreas: el Reino de León (que incluía Castilla y Galicia), el Reino de Pamplona (futuro Navarra) y los Condados Catalanes. La muerte de Sancho III el Mayor de Navarra en 1035 provocó la división de sus dominios entre sus hijos, dando origen a los reinos de Castilla y Aragón. Castilla se convirtió en reino independiente bajo Fernando I, mientras Aragón inició su propio desarrollo político bajo Ramiro I.

En el siglo XII, se produjeron dos acontecimientos clave: la unión dinástica de Aragón y Cataluña mediante el matrimonio de Petronila y Ramón Berenguer IV, y la independencia del Reino de Portugal, proclamada por Alfonso Enríquez en 1143 tras separarse del Reino de León. En 1230, Castilla y León se unieron definitivamente bajo Fernando III, marcando un proceso de centralización. Al finalizar el siglo XIII, los reinos cristianos habían recuperado casi toda la península, excepto el reino nazarí de Granada. Así, la península quedó dividida entre los Cinco Reinos: Castilla, Aragón, Navarra, Portugal y Granada.

Características y Consecuencias de los Modelos de Repoblación Cristianos

La repoblación medieval en la península ibérica, estrechamente vinculada al proceso de la Reconquista, fue un fenómeno extenso, prolongado y diverso que marcó profundamente la organización territorial y social de España. Este proceso, llevado a cabo durante siglos en un contexto de guerra casi constante entre los reinos cristianos y el dominio musulmán, abarcó diferentes etapas, cada una con características específicas.

Etapas de la Repoblación

  • Siglos VIII-X: Repoblación por presura o aprisio. Se ocuparon los territorios entre la cordillera Cantábrica y el río Duero, así como el piedemonte pirenaico en la futura Corona de Aragón. Este proceso tuvo un carácter espontáneo y pacífico, facilitado por la escasa población autóctona y el poco interés de al-Ándalus en estas áreas. Los campesinos norteños, con el apoyo de monarcas, aristócratas y monasterios, cultivaban tierras baldías que pasaban a ser de su propiedad bajo el principio del derecho romano. Esta repoblación dio lugar a pequeñas y medianas propiedades, en las que los colonos gozaban de cierta libertad, mientras los reyes cristianos aprovechaban para ampliar su poder y sumar nuevos súbditos.
  • Siglos XI-XII: Repoblación concejil. Coincidió con un periodo de estabilidad climática y política que favoreció el crecimiento demográfico y económico de los reinos cristianos. Las tierras entre los ríos Duero y Tajo fueron ocupadas y organizadas en concejos, unidades administrativas con una villa principal y su alfoz. Los reyes, como Alfonso VI, otorgaban fueros y cartas pueblas que regulaban la convivencia y otorgaban privilegios a los repobladores. Este modelo, más militarizado y orientado a la defensa fronteriza, implicó expediciones y la incorporación de delincuentes que recibían tierras a cambio de participar. Hacia finales del siglo XII, esta forma de repoblación se expandió al sur del Tajo, consolidándose un modelo feudal liderado por señores y caballeros.
  • Siglo XIII: Órdenes militares. Jugaron un papel clave en la repoblación de territorios como Castilla-La Mancha, Extremadura, Teruel y Castellón. Estas órdenes, surgidas durante las cruzadas, recibían grandes latifundios que organizaban en encomiendas, gestionadas por comendadores y trabajadas por campesinos bajo condiciones de dependencia. En paralelo, la Mesta, fundada en 1273, institucionalizó la trashumancia en estas áreas.
  • Segunda mitad del siglo XIII: Repoblación por repartimientos. Bajo Alfonso X de Castilla y los reyes aragoneses, el valle del Guadalquivir y el litoral levantino se distribuyeron como recompensa por la participación militar en la Reconquista. Se entregaban donadíos, que incluían propiedades y jurisdicciones señoriales, o heredamientos, que requerían cierta permanencia. Aunque inicialmente se permitió que los musulmanes permanecieran, la creciente presión fiscal y rebeliones como la de los mudéjares murcianos condujeron a su desplazamiento o eliminación.

Este complejo proceso definió la estructura agraria de España, dejando un legado de pequeñas propiedades en el norte, medianas en la meseta y grandes latifundios al sur del Tajo. Aunque las desamortizaciones del siglo XIX alteraron parcialmente esta estructura, sus raíces en la repoblación medieval siguen siendo evidentes hoy en día.

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