Las Invasiones Bárbaras
El Imperio Romano fue invadido a comienzos del siglo V por determinados pueblos bárbaros, en su mayoría los vándalos asdingos y los vándalos silingos. Poco después aparecieron en España los visigodos, aunque inicialmente se asentaron en el sur de las Galias, donde fundaron el reino de Tolosa.
Suevos, Visigodos y Bizantinos en la Península Ibérica
Cuando desapareció el Imperio Romano de Occidente, en el año 476, emergieron en su lugar diversos reinos germánicos. En el noroeste de Hispania se asentaron los suevos. En el resto de la Península Ibérica se estableció el reino visigodo. La principal zona de asentamiento de los visigodos se localiza en las llanuras de la meseta central y su centro político era la ciudad de Toledo. No obstante, algunos pueblos prerromanos, en particular los vascones, resistieron en los Pirineos occidentales. El panorama se complicó con la presencia en las tierras hispanas, a mediados del siglo VI, de los bizantinos, cuya pretensión era restaurar el Imperio Romano. Los bizantinos llegaron a ocupar una buena parte del litoral mediterráneo de España.
La Conquista de Al-Ándalus
A comienzos del siglo VIII, el reino visigodo desapareció como consecuencia de la derrota sufrida por su último monarca, Rodrigo, en la batalla de Guadalete. En apenas tres años, todo el territorio de la España visigoda, con la única excepción de las zonas montañosas del Cantábrico y de los Pirineos, fue controlado por los musulmanes. El triunfo islamista fue, ante todo, debido a la división interna del reino visigodo. Los invasores hallaron residencia al tiempo que contaron con la ayuda de los sectores nobiliarios hostiles al rey Rodrigo.
Etapas del Dominio Musulmán en Al-Ándalus
El Emirato
La presencia de poder islámico en España perduró hasta finales del siglo XV, aunque con diversas alternativas. En un primer momento, Al-Ándalus, término aludido a la provincia hispana del Islam, estaba gobernada por un emir o delegado de los califas omeyas. A mediados del siglo VIII, tras la eliminación de los Omeyas por la revolución abasí, un miembro de la familia derrotada, Abderramán I, se refugió en Al-Ándalus y se proclamó emir independiente. En la etapa del emirato independiente, Al-Ándalus conoció numerosas conmociones internas debido a las frecuentes revueltas de los mozárabes. A finales del siglo IX, Omar Ibn Hafsún, dirigente muladí, organizó una rebelión en las marcas fronterizas de Al-Ándalus en torno a las ciudades de Zaragoza, Toledo y Mérida.
La Época Dorada de Al-Ándalus: El Califato de Córdoba (929-1031)
En el año 929, el emir Abd al-Rahman III decidió proclamarse califa, asumiendo la más alta dirección en las cuestiones seculares como las espirituales, a la vez que rompía definitivamente con Bagdad. El califato de Córdoba, cuyo poder central radicaba en la ciudad homónima, duró apenas un siglo, pero fue sin duda el periodo más brillante de toda la historia del Islam hispano. Abderramán III (912-961) puso paz en Al-Ándalus y mantuvo a raya a los cristianos del norte. Se enfrentó a los fatimíes, un grupo radical musulmán que no dejaba de progresar en el norte de África. Abderramán III ordenó la construcción de Medina Azahara, una espectacular ciudad-palacio situada en las afueras de Córdoba. Le sucedió como califa su hijo Al-Hakam II (961-976), famoso por su protección a la cultura y a las artes. En este tiempo predominó la paz entre los musulmanes y los cristianos, lo que explica que estos últimos enviaran numerosas embajadas a Córdoba. Pero en las últimas décadas del siglo X, el poder cordobés estuvo en manos de Almanzor, una especie de primer ministro que suplantó al califa Hisham II. Almanzor lanzó numerosas y terroríficas campañas militares contra los cristianos del norte (Barcelona, Santiago de Compostela, León, Pamplona y Burgos). A raíz de su muerte, ocurrida en el año 1002, el califato entró en un periodo de disgregación hasta su desaparición final. Al-Ándalus terminó quedando dividido en un mosaico de pequeños reinos llamados taifas.
El Proceso de Reconquista
La Península Ibérica y las Islas Baleares fueron el escenario de una compleja convivencia y enfrentamientos entre cristianos y musulmanes. Esa pugna se conoce con el nombre de Reconquista, término acuñado por los cristianos para justificar sus derechos a conquistar el territorio ocupado, por cuanto decían ser descendientes legítimos de los reyes visigodos que habían perdido España. Entre los siglos VIII y X, los cristianos de las montañas cantábricas y pirenaicas se limitaron a resistir y, en algún caso, avanzar por zonas no sometidas, como sucedió en la cuenca del Duero. Solo con posterioridad al siglo XI pudieron los cristianos arrebatar a los musulmanes territorios que habían formado parte de Al-Ándalus. Paralelo al proceso militar de la Reconquista se efectuó otro de carácter colonizador: a medida que los cristianos se asentaban en las tierras que ganaban a los musulmanes, actividad que se conoce con el nombre de repoblación. En algunos casos, como en la meseta del Norte, la repoblación consistió en el establecimiento de colonos en zonas escasamente pobladas, pero en los territorios donde los musulmanes estaban sólidamente asentados, la repoblación fue una superposición de gentes procedentes del norte que se sumaban a los que permanecieron desde los tiempos de Al-Ándalus.
La Corona de Castilla
El principal modelo occidental de la España cristiana es la denominada Corona de Castilla. Estaba integrada básicamente por los reinos de Castilla y León, los cuales mantuvieron un proceso de unión y desunión desde el siglo XI hasta su fusión definitiva en el siglo XIII. En otro orden de cosas, conviene recordar que Alfonso XI (1312-1350), al aprobar el Ordenamiento de Alcalá, reforzó el autoritarismo regio. Pero unos años después hubo en Castilla una guerra fratricida que estableció en el poder una nueva dinastía, la de los Trastámara, tras vencer a su hermanastro, el monarca Pedro I. En tiempos del sucesor de Enrique II, Juan I, Castilla se enfrentó a Portugal, siendo derrotada en Aljubarrota en 1385. La Corona de Castilla tenía pendiente, a finales del siglo XV, la conquista del reino nazarí de Granada, que le había sido adjudicado en los tratados de reparto entre Castilla y Aragón en el siglo XIV. Además de detener a los benimerines en El Salado (1340), su protección marítima se extendió en el siglo XV hasta las Islas Canarias.
La Corona de Aragón
El punto de partida de la formación de la Corona de Aragón fue la unión del conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV, con Petronila, hija del rey Ramiro II de Aragón, en 1137. Posteriormente se añadieron el reino de Valencia y el reino de Mallorca, constituyendo un reino privativo. La intervención en Sicilia en 1282, a raíz de las denominadas Vísperas Sicilianas, fue el comienzo de una intensa actividad militar en el Mediterráneo. Los almogávares, soldados de fortuna aragoneses, llevaron a cabo sorprendentes hazañas en tierras bizantinas. En la primera mitad del siglo XIV, las tropas aragonesas ocuparon las islas de Cerdeña y de Nápoles. Fue de gran importancia el reinado de Pedro IV el Ceremonioso (1336-1387), el cual mantuvo una dura pugna con el rey de Castilla Pedro I. Al extinguirse la dinastía reinante a comienzos del siglo XV, el Compromiso de Caspe eligió como rey de Aragón a Fernando I, que pertenecía a la familia castellana de los Trastámara. A Fernando I le sucedió su hijo Alfonso V, el conquistador de Nápoles. En tiempos del siguiente monarca, Juan II, los sectores sociales dominantes de Cataluña mantuvieron una dura pugna con la Corona.
El Reino de Navarra
El reino de Pamplona estuvo unido al reino de Aragón hasta la muerte sin descendencia de Alfonso I en 1134, ocasión que aprovechó la nobleza navarra para independizarse con García Ramírez “el Restaurador”, descendiente de Sancho III por línea bastarda. Bajo su sucesor, Sancho VI, el reino pasó a denominarse de Navarra. Navarra, tras separarse de Aragón, sufrió las presiones anexionistas de Castilla y Aragón y no pudo ampliar su territorio hacia el sur, pues se encontraba presionada por sus vecinos desde 1134. En tiempos de Sancho VII, Navarra perdió la salida al mar al incorporarse a Castilla, en el año 1200, el territorio de Gipuzkoa y la mayor parte de Álava. A su muerte, la corona de Navarra pasó a la casa francesa de Champaña y a los propios reyes de Francia. De los monarcas navarros posteriores destacó Carlos III, pero en el siglo XV Navarra fue testigo de luchas interminables, en particular la que mantuvo Juan II, rey consorte de Navarra y posteriormente monarca aragonés. En los últimos siglos del medievo se buscó inútilmente acabar con la presencia francesa, potenciando en cambio la navarrización. Las Cortes tuvieron gran vitalidad en los siglos XIV y XV.
Los Austrias Mayores
Al asumir Felipe II como rey de España, continuó con las campañas militares de Carlos I y con la defensa de la Iglesia Católica. En el territorio de los Países Bajos debió enfrentar la rebelión de Holanda, que se oponía a la injerencia del rey español en su política. Este fue el inicio de una guerra que duró de 1566 a 1598, tras la cual una parte de este territorio (las Provincias Unidas u Holanda) se independizó. Esto significó un duro golpe económico para la Corona española. Al mismo tiempo, llegaban extraordinarias riquezas provenientes de la explotación de la plata y el oro de las colonias de América. Pero, paradójicamente, esto repercutió en forma negativa sobre la economía española, que atravesó momentos tan críticos que Felipe II debió declarar en distintas oportunidades la bancarrota del Estado. Por un lado, parte de estas riquezas se desviaron a las importaciones de textiles ingleses y holandeses, lo que frenó el desarrollo de la manufactura local. Por otro, los metales preciosos fueron utilizados para financiar la guerra por intermedio de préstamos y créditos, generando el endeudamiento de la Corona Española. Felipe II reinó hasta 1598, año de su muerte, legando el trono a su hijo Felipe III. Así se cerraba el período conocido como de los Austrias Mayores.
Los Austrias Menores
Se conoce como Austrias Menores a los tres últimos representantes de esta dinastía en España: Felipe III (1598-1621), Felipe IV (1621-1665) y Carlos II (1665-1700), mediando entre los dos últimos una regencia de diez años conducida por Mariana de Austria, esposa de Felipe IV. La dilatada etapa que representan estos monarcas —más de cien años— es de una larga y agonizante decadencia de la monarquía hispánica, por motivo principalmente de sus guerras exteriores, que consumían toda la Hacienda y arruinaban al país, y también por los conflictos internos, especialmente desde Felipe IV. El último monarca de la Casa de Austria fue Carlos II (1665-1700). La presión francesa en Europa, que continuaba, y la ineptitud, junto a la debilidad física, del monarca español dibujaban un panorama bastante sombrío. Se sucedieron los bandos, intrigas palaciegas y derrotas ante Francia en otras guerras que implicaron la cesión de casi todo Flandes. A finales del siglo XVII se iniciaron algunos intentos de reformas, pero los segundos no tenían el fin deseado y Carlos II nombró como heredero a un nieto de Luis XIV de Francia, Felipe de Anjou.