Historia de la Corona de Castilla y Al-Ándalus

Expansión Territorial de la Corona de Castilla

La Corona de Castilla se configuró tras un largo proceso de evolución política. Este proceso comenzó a mediados del siglo IX con la creación del Condado de Castilla, continuó con el establecimiento del Reino de Castilla a mediados del siglo XI, y culminó con la unificación definitiva de los reinos de Castilla y León bajo Fernando III en 1230. Este evento consolidó a Castilla como el principal reino cristiano de la península.

La victoria de la coalición cristiana, liderada por Alfonso VIII de Castilla, sobre los almohades en la batalla de las Navas de Tolosa (1212) fue consecuencia directa de esta unión. Esta victoria facilitó la expansión de Fernando III hacia Andalucía y La Mancha, continuada por su hijo Alfonso X con la conquista de Cádiz y la incorporación del reino de Murcia, lo que puso fin a la expansión aragonesa en la Península Ibérica.

La organización política de la Corona de Castilla se asemejaba a la de otros reinos cristianos peninsulares. El monarca ostentaba el poder supremo en asuntos políticos, militares, económicos y judiciales. Las Cortes, integradas por representantes de la nobleza, la Iglesia y las ciudades, cumplían funciones consultivas, como la aprobación de impuestos y la presentación de peticiones al rey. Los municipios, administrados por cabildos y controlados por los corregidores (representantes reales), desempeñaban un papel crucial en la organización política de la corona.

El Califato de Córdoba: Abderramán III y Almanzor

A principios del siglo X, el Emirato se encontraba debilitado por las constantes crisis, sublevaciones internas y la fragmentación territorial. En este contexto, Abderramán III asumió el emirato en 912, buscando restablecer su autoridad sobre Al-Ándalus. Posteriormente, en 929, aprovechando la disgregación del califato abasí, se proclamó Califa, ostentando la máxima autoridad política y religiosa de la comunidad musulmana.

El Califato de Córdoba (929-1031) representa el apogeo de la civilización islámica en Al-Ándalus. Dos figuras destacan en este periodo: Abderramán III, quien consolidó su autoridad, frenó las sublevaciones, detuvo el avance de los reinos cristianos (convirtiéndolos en tributarios), reorganizó el ejército y la administración, impulsó un renacimiento artístico e intelectual, y convirtió a Córdoba en una de las ciudades más importantes de Europa, junto con otras como Sevilla, Granada y Toledo; y Almanzor.

Tras la muerte de Abderramán III, el poder califal se debilitó, especialmente durante el reinado de Hisham II (976-1009), quien delegó el poder efectivo a Almanzor, el Hayib (principal figura de la administración califal). Almanzor implementó una política autocrática basada en el poder militar y en las incursiones (razzias) contra los territorios cristianos. Su muerte en 1002 marcó el inicio del declive del califato, caracterizado por la inestabilidad política y las luchas internas por el poder, que culminaron con su caída en 1031 y la formación de los primeros Reinos de Taifas (1031-1085).

Almorávides y Almohades en la Península Ibérica

La disgregación del Califato en múltiples reinos de Taifas, a pesar del pago de tributos (parias), generó una situación de debilidad e inestabilidad que propició el avance de los reinos cristianos. La conquista de Toledo por Alfonso VI en 1085 provocó la intervención de los almorávides.

Periodo Almorávide (1085-1147)

Tras la caída de Toledo, los almorávides frenaron el avance cristiano en la Batalla de Sagrajas (1086), reunificando los territorios andalusíes e incorporándolos a su imperio. Sin embargo, las dificultades para ejercer un poder efectivo en el norte de África ante el avance almohade, su impopularidad en Al-Ándalus debido a su rigorismo islámico, y la continua expansión cristiana (toma de Zaragoza en 1118) condujeron a su declive y a una nueva división de Al-Ándalus en reinos de Taifas.

Periodo Almohade (1195-1224)

Los almohades, un pueblo bereber, tras derrotar a los almorávides en el norte de África, llegaron a la Península, controlaron el territorio musulmán y contuvieron el avance cristiano, con una importante victoria en la Batalla de Alarcos (1195). No obstante, la coalición entre los reyes de Castilla, Navarra y Aragón, liderada por Alfonso VIII, derrotó a los almohades en la batalla de las Navas de Tolosa (1212). Esta derrota desencadenó una crisis que culminó con la disolución del poder almohade y una nueva división territorial en reinos de Taifas.

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