La emergencia del movimiento obrero español tuvo su origen durante el Sexenio Democrático y estaba apoyado en la libertad de reunión y de asociación establecida por la Constitución de 1869. El nuevo siglo comenzó con un intenso ciclo de agitaciones obreras.
Las primeras manifestaciones de protesta obrera se dieron contra la mecanización (ludismo), aunque el problema radicaba en el reparto desigual de beneficios y salarios. En los años del Bienio Progresista, el obrerismo se expandió y consolidó la huelga como el instrumento más eficaz de defensa de sus reivindicaciones. La revolución de septiembre de 1868 favoreció la expansión del movimiento obrero organizado.
Durante la época de la Restauración se produjo una expansión extraordinaria de la acción del movimiento obrero español debido a la progresiva industrialización y la consolidación del capitalismo. De esta manera, creció la importancia social y numérica de la clase obrera, cuyas formas de actuación cristalizaron en la formación de asociaciones obreras, esto es, sindicatos y/o partidos políticos. Por otra parte, en sintonía con la división del movimiento obrero internacional, en España los socialistas y los anarquistas se fueron organizando por separado. Y, a partir de 1879, aparecieron también las organizaciones católicas, canalizadas por los jesuitas.
El Movimiento Anarquista
La llegada del anarquismo a España se produjo por la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT). La apertura política que se da en España durante el Sexenio Democrático (1868-1874) permite la llegada del bakuninista Fanelli, creando las primeras asociaciones de obreros ligadas a la AIT. En menos de una década, los afiliados anarquistas eran más de 40.000, teniendo los focos más activos en los obreros industriales de Cataluña y en los braceros de los latifundios en Andalucía.
Los obreros industriales actuaron por la vía sindicalista; los braceros en el campo andaluz, debido a su dispersión, actuaron de forma más incontrolada y radicalizada. La organización anarquista andaluza “La Mano Negra” fue acusada de asesinatos, que nunca pudieron probarse.
A finales del siglo XIX, el anarquismo se radicalizó y tendió a ser más violento, con atentados a políticos (Cánovas o Martínez Campos) y a la burguesía (bomba del Liceu de Barcelona). El activismo terrorista dividió al movimiento anarquista en dos corrientes: una, especialmente en Cataluña, decidió seguir con la “acción directa”, y otro grupo decidió luchar por la revolución social a través de los sindicatos. En 1911, crearon el sindicato anarquista CNT (Confederación Nacional de Trabajadores).
Los principales rasgos ideológicos que definían a los anarquistas eran:
- Defensa de la revolución violenta y del recurso a huelgas generales, insurrecciones, sabotajes y actos terroristas como medios para destruir el Estado burgués capitalista opresor y liberar a la humanidad de la explotación (asesinato de Cánovas del Castillo).
- Rechazo del juego político y de la participación en elecciones, consideradas un engaño. Además, dentro de sus filas, empezó a ganar adeptos, tanto entre los campesinos como entre los obreros, la táctica propuesta por Kropotkin, partidario de la violencia terrorista o de la «propaganda por el hecho». Los años noventa fueron ricos en esta práctica, dentro de un círculo vicioso: atentado, represión con fusilamientos, nuevo atentado como represalia anarquista y nueva represión.
- Rechazo de cualquier autoridad impuesta, defensa utópica de la autonomía individual total y abolición del Estado con todas sus instituciones (gobierno, ejército, policía, etc.).
- Supresión de la propiedad privada y defensa del colectivismo, entendido como articulación armónica de pequeñas unidades económicamente autosuficientes donde la propiedad de los factores y medios de producción (tierra, máquinas, capital) sería colectiva.
- Anticlericalismo, negación de la religión y de la Iglesia.
El Movimiento Socialista
La corriente socialista estuvo representada por el PSOE (1879) y por el sindicato socialista UGT (1888), ambos ligados a la II Internacional. El Partido Socialista Obrero Español (PSOE) fue fundado en la clandestinidad en mayo de 1879 en Madrid, cuya cabeza era Pablo Iglesias Posse. Su fuerza radicaba en Madrid, Asturias, Sevilla, Vizcaya y Cataluña, principalmente. En 1886 se fundó el periódico “El Socialista”, decisivo para su consolidación y expansión, y en 1888 la Unión General de Trabajadores (UGT) como sindicato del partido. En 1890, aprobada la nueva Ley Electoral (Sufragio Universal Masculino) por el Partido Liberal, el PSOE se concentra en intentar participar en la vida política, alcanzando, en 1910, en alianza con los republicanos, un escaño que será ocupado por Pablo Iglesias.
La UGT se concibió como sindicato global que se organizaría en secciones de profesiones en cada población. Sus reivindicaciones más importantes se centraron en el reconocimiento legal del derecho de huelga y en la negociación entre patronos y obreros.
Las ideas básicas del programa socialista eran:
- Transformación de la propiedad individual en propiedad social o de la sociedad entera.
- Posesión del poder político por la clase proletaria.
- Rechazo del terrorismo, esa «política demoledora», de los anarquistas, que era considerada por los socialistas una falsa vía para la liberación de los trabajadores.
- El objetivo de los socialistas era la revolución, la toma del poder de forma violenta por la clase proletaria. Pero hasta que llegara el momento oportuno de llevarla a cabo, era preciso atravesar una larga fase de organización y propaganda, durante la cual la lucha del PSOE debería ser pacífica y legal, participando en el juego político y presentándose a las elecciones, más que para ganar votos, para difundir el mensaje marxista, ya que la clase trabajadora sólo triunfaría cuando fuera más fuerte. En cualquier caso, tanto el PSOE como la UGT fueron hasta inicios del siglo XX grupos minoritarios, en comparación con los anarquistas.
Los Sindicatos Católicos
En 1879, el jesuita Antonio Vicent fundó los Círculos Católicos, a imitación de los Círculos obreros franceses. En la práctica, eran casinos populares para apartar a los obreros de la taberna y contaban con el apoyo de los patrones. Pero su implantación fue muy escasa debido sobre todo a su «amarillismo» –término derivado del color de la bandera del Vaticano–, es decir, su actitud colaboracionista hacia los patronos y opuesta a los sindicatos obreros reivindicativos.