La Huelga General de 1917
Desde el principio, esta huelga, más que beneficiarse, se resintió de los dos movimientos anteriores. Para cuando empezó, los militares ya estaban dispuestos a impedir toda subversión social, y los catalanes ya no pretendían llegar más allá de donde habían llegado.
En mayo de 1916, el Congreso de la UGT propuso una huelga general, que sería fundamentalmente política, para lograr, con la unión de los partidos republicanos, la salida del rey y la formación de un gobierno provisional. En ese mes, UGT y CNT (Confederación Nacional del Trabajo, anarquista) iniciaron sus contactos para pedir al Gobierno asuntos concretos, entre los cuales el principal era el abaratamiento de las subsistencias.
El momento de toma de conciencia de la fortaleza de la coalición de las izquierdas fue la huelga general de 24 horas en diciembre, que resultó un éxito. Romanones prometió resolver el problema de las subsistencias y las demás peticiones obreras, pero dejó de ser presidente del Gobierno, y cuando Dato llegó al poder, en junio de 1917, no se consideró en la obligación de cumplir las promesas de su predecesor. Fue entonces cuando se formalizó la decisión de las izquierdas de llevar a cabo una huelga general que sería pacífica, extendida por todo el país, y que se prolongaría lo que fuera necesario.
Agonía del Régimen de la Restauración (1918-1923)
Tras la crisis de 1917, España entró en una fase de agudización de la inestabilidad política, el auge del movimiento obrero y la lucha sindical, y los fracasos coloniales en Marruecos hicieron inviable el sistema.
Gobiernos de Concentración
En este periodo, y en un intento desesperado de salvar el sistema tradicional de los partidos y, sobre todo, de impedir que los partidos no monárquicos adquirieran más poder, se formaron gobiernos de concentración que integraron a políticos muy influyentes al margen de su filiación.
Estos gobiernos fueron, como en la etapa anterior, efímeros, y se mostraron incapaces de lograr suficiente consenso y autoridad ante el país. En noviembre de 1917, el liberal García Prieto formó un gobierno que integró a personalidades conservadoras, como De la Cierva. Duró poco, ya que en marzo de 1918 una nueva crisis ministerial llevó al poder a Maura, quien contó con un representante destacado del catalanismo conservador, Francesc Cambó. Pero la inestabilidad política volvió a manifestarse cuando a finales de año retornó García Prieto, y poco más tarde, Romanones, a la jefatura de Gobierno.
En ese año, el problema más agudo fue la reivindicación catalana de un estatuto de autonomía plena, lo que provocó la división entre los gobernantes de Madrid.
Entre 1919 y 1923 se sucedieron nuevos gobiernos de concentración, cada vez más inestables e incapaces: Maura y Sánchez de Toca en 1919, Dato, nuevamente Maura, García Prieto, etc.
En resumen, tras veintitrés crisis de Gobierno entre 1917 y 1923, resultaba ya imposible mantener los dos supuestos que sustentaban el régimen de la Restauración: la alternancia en el poder de dos partidos homogéneos y la manipulación electoral para que se produjera la rotación.
La Conflictividad Social y el Movimiento Obrero
Tras la Gran Guerra, en España, como en todo Occidente, se vivió una crisis económica generalizada, que provocó un aumento de la conflictividad social y un fuerte desarrollo del sindicalismo. Además, la Revolución Soviética había creado grandes expectativas para los movimientos revolucionarios en todo el mundo.
El anarcosindicalismo aumentó con fuerza en estos años, alcanzando los 700.000 afiliados. La CNT se reorganizó en el Congreso de Sans (1918), y surgieron nuevos líderes, como Salvador Seguí (el noi del Sucre).
Los conflictos laborales fueron creciendo en extensión, tanto en el campo como en la industria, sobre todo entre 1918 y 1920, período que la derecha denominaría el trienio bolchevique. Destacó por su eco social la célebre huelga de La Canadiense en Barcelona (1919), que duró más de un mes. También se reavivaron las luchas de los jornaleros andaluces, con un fuerte contenido político, cuyo objetivo era lograr una reforma agraria.
La respuesta de la burguesía fue muy dura, creando grupos armados (los llamados «sindicatos libres»), que actuaban contra los líderes sindicales y que llegaron a asesinar a algunos muy populares.
La Dictadura de Primo de Rivera (1923-1930)
El Intervencionismo Militar en 1923
Durante la primavera de 1923 ya se estaba conspirando desde dos estamentos distintos y diferenciables, pero convergentes en la necesidad de trocar el gobierno liberal. El primero estaba vinculado a las desaparecidas Juntas de Defensa de Barcelona, de las que luego se valdría Primo de Rivera, y buscaba mediante el golpe de fuerza disolver las Cortes y quitar el papel político a la oligarquía para dárselo a las clases medias. El segundo, vinculado a Madrid, tenía como objetivo recoger las aspiraciones del ejército de África sobre el futuro marroquí. Pretendía la instauración de un gobierno fuerte y dispuesto a resolver los problemas generales del país y del orden público manteniendo la Constitución y la monarquía.
El capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, entró en contacto con este segundo grupo cuando viajó a Madrid en junio, llamado por el Gobierno. En el encuentro pidió plenos poderes para luchar contra el terrorismo en Barcelona y, como no llegó a un acuerdo, se convirtió en el enlace entre ambos grupos, y, más tarde, en jefe de la sublevación.
Los Factores del Golpe de Estado
Primo de Rivera dio su golpe de Estado en Barcelona el 13 de septiembre de 1923. De la noche a la mañana, casi sin ninguna resistencia, como se vio en la prensa de los días antecedentes y sin derramamiento de sangre, dominó la situación de la capital catalana, punto clave en la política española en esos años. El Gobierno vaciló; mejor podría decirse que no fue capaz de reaccionar, y acudió al monarca para que tomara cartas en el asunto, pero Alfonso XIII dejó pasar lentamente las horas y, transcurridos los primeros momentos, apoyó abiertamente al general sublevado, a quien confió la tarea de formar Gobierno. En esos días, España dejó de ser una monarquía parlamentaria y se convirtió en un régimen autoritario.
El régimen de Cánovas había desaparecido. Primo de Rivera no pretendió establecer un régimen definitivo: su cometido era establecer un paréntesis de curación transitorio. Y precisamente esta sería la contradicción evidente que vivió el dictador durante su gobierno y que se volvería contra él: entre la liquidación sistemática de las estructuras políticas de la Restauración y la provisionalidad del sistema dictatorial.
Los Apoyos Sociales
La implantación del Directorio Militar fue aceptada con satisfacción por la gran masa neutra del país, que presentía un seguro restablecimiento del orden, y esto le era suficiente; si bien, y en pura lógica, los partidos políticos recibieron el golpe de Estado con recelo y vacilación.
El golpe de Estado fue posible, sobre todo, por la actitud de dos fuerzas: la burguesía y el movimiento obrero. Aquella se puso sin disimulos del lado de la dictadura, y la que marcó la pauta fue la catalana; la burguesía moderna, con esta postura, alcanzaba lo que había intentado desde 1875: frenar a la clase obrera y a los políticos de los antiguos partidos, en su gran mayoría de la España retrasada y terrateniente. También fue saludada la dictadura por algunos como la llegada del «cirujano de hierro» que debería regenerar España, en expresión de Joaquín Costa.
La dictadura pudo establecerse porque, al carecer el movimiento obrero de una firme conciencia política, no hubo lugar a protestas. Los obreros, que serían los que iban a sufrir con creces la represión, se mantuvieron tranquilos. Anarcosindicalistas y comunistas, considerando la instauración de la dictadura como un movimiento de profunda reacción social que amenazaba a los grupos de vanguardia del proletariado español y a la propia vida de los sindicatos, se prepararon para defender su existencia. En cambio, el Partido Socialista y la UGT pasaron de una actitud expectante, y de asentimiento, a la aceptación y la colaboración durante los siete años del gobierno de Primo de Rivera.
El Directorio Militar (1923-1925)
Entre septiembre de 1923 y diciembre de 1925, se desarrolló la etapa del Directorio Militar. Primo de Rivera, por Real Decreto de 15 de septiembre, asumió el cargo de presidente y ministro único, asesorado por un directorio compuesto por ocho generales de brigada y un contraalmirante. Todas las resoluciones adoptadas serían refrendadas por el rey. Es de observar que, consecuentemente, el control de toda la Administración quedó, de hecho, en manos del ejército.
A la vez, tomó otras medidas urgentes: suspendió las garantías constitucionales, destituyó a los gobernadores civiles de provincias, disolvió las Cortes y, sin suprimirla, suspendió la Constitución como medio previo para destruir a los partidos políticos, base hasta entonces del sistema parlamentario. Decretó que los ayuntamientos y las diputaciones provinciales fuesen intervenidos y, en un deseo de terminar con las antiguas castas políticas y con el caciquismo económico, publicó un Decreto de Incompatibilidades, según el cual nadie que hubiese sido ministro o alto funcionario podía intervenir en los consejos de administración de compañías que contrataban con el Estado.
Creó dos estructuras nuevas con carácter regeneracionista que tomaban a los municipios como pilares fundamentales del régimen: la de los delegados gubernativos y el Estatuto Municipal de marzo de 1924.
Las Instituciones de la Dictadura
Para redondear el control gubernamental sobre los municipios nació la Unión Patriótica (UP), que serviría para respaldar dichas elecciones. No era un partido político ni quería serlo, y eso lo recalcó muchas veces la dictadura, pero no cabe duda de que esta organización tenía mucho de ánimo de partido gubernamental. En ella, Primo de Rivera pretendió aglutinar a los patriotas de buena voluntad y enemigos del desorden, aunque sin vinculación política definida. La empresa carecía de ideario y su misión era sostener el nuevo régimen.
La UP recogía las ansias populistas del dictador, y también su autoritarismo, traducido en el plebiscito diario de un pueblo que, aprobando su acción, consolidaba su permanencia. En cierto modo, sustituía al voto democrático. Sin embargo, en su sistema organizativo, los gobernadores civiles y los delegados gubernamentales serían los encargados de crear los comités de la nueva organización, lo cual se asemejaba mucho a los procedimientos de la vieja política desterrada y contrastaba con el proclamado regeneracionismo de Primo de Rivera.
En la Unión Patriótica, el Estado y el Gobierno no se confundían. Teóricamente, los miembros del directorio y los gobernadores civiles no tenían por qué pertenecer a ella, pero sí los miembros de los ayuntamientos y las diputaciones provinciales. En su formación reunió una amalgama de gentes procedentes del carlismo, del conservador maurismo, propietarios de la tierra o burgueses industriales ávidos de gozar del apoyo del incipiente catolicismo político. Por eso, quizá, nació muerta y su intento de reunir hombres «nuevos y apolíticos» fue vano.
Solución a la Cuestión de Marruecos
Todavía le quedaba a Primo de Rivera una «cuestión» importante antes de dar paso a una modificación del régimen: Marruecos. Su resolución fue el éxito más evidente. Tras haber pasado por una inicial actitud abandonista, Primo de Rivera cambió radicalmente de actitud, estimulado por los nuevos ataques rifeños a las posiciones españolas en 1924 y por la colaboración del jefe de la Legión, Franco, y se empujó a proporcionar todos los recursos necesarios para acabar con el conflicto, pero sin olvidar que en la decisión también influyeron el compromiso contraído con Francia en 1912 con respecto al protectorado y el conjunto de intereses económicos concentrados en la zona.
Se preparó un ejército potente y modernizado que, unido al también potente ejército francés, protagonizó el desembarco de Alhucemas en septiembre de 1925, en la primera operación conjunta conocida en la historia de la estrategia militar que reunió fuerzas de mar, aire y tierra. Tras varias semanas de duras batallas, durante las cuales la aviación del ejército colonial empleó gases tóxicos en sus bombardeos sobre la población rifeña, Abd-el-Krim se entregó a las autoridades francesas.
El gran éxito conseguido por Primo de Rivera fue, ante todo, político y de prestigio popular; le reconcilió con los ciudadanos cansados de guerras, con todo el ejército, porque había salvado su honor, con los empresarios inversores en Marruecos y con la propia Hacienda, que pudo empezar a pensar en la reducción del déficit presupuestario.