Imperios de Carlos I y Felipe II: Expansión, Desafíos y Consecuencias
Imperio Territorial de Carlos I
La muerte de Fernando el Católico en 1516 marcó el fin del reinado de los Trastámara en Castilla y Aragón. Tras una breve regencia del Cardenal Cisneros, Carlos I, nieto de los Reyes Católicos, llegó en 1517 para reclamar su herencia. Con 16 años, ya era rey de los Países Bajos y gobernaba el Franco Condado, herencia de su abuela paterna, Margarita de Austria. Inmediatamente, se coronó rey de los territorios de sus abuelos maternos.
De su abuela Isabel la Católica, heredó Castilla, Navarra, las plazas norteafricanas y las Indias. De su abuelo Fernando, la corona de Aragón y los reinos italianos de Nápoles, Sicilia y Cerdeña. En 1519, tras la muerte de su abuelo paterno, el emperador Maximiliano de Austria, heredó el reino de Austria y la posibilidad de ser nombrado emperador.
En mayo de 1519, los príncipes alemanes eligieron a Carlos I como emperador, convirtiéndose en Carlos V. La extensión de sus territorios le otorgó un gran poder y la hegemonía en Europa, pero también conllevó dos inconvenientes: una gran vulnerabilidad debido a la dispersión territorial y la dificultad de gobierno, ya que cada territorio conservaba sus propias leyes e instituciones.
La política exterior de Carlos V se centró en la defensa de su herencia dinástica, lo que le llevó a constantes guerras contra Francisco I de Francia, el sultán del Imperio Otomano, Solimán el Magnífico, y los príncipes alemanes protestantes. Sus relaciones con el Papa también fueron tensas.
Imperio Territorial de Felipe II
En 1555, Carlos V, enfermo y desilusionado, abdicó y entregó a su hijo Felipe II la corona de los Países Bajos, Borgoña, Castilla con las Indias y Aragón. La herencia austríaca fue cedida a su hermano Fernando, quien fue nombrado rey de Austria y recibió los derechos imperiales. Por lo tanto, Felipe II no fue emperador del Sacro Imperio Germánico.
El imperio hispánico alcanzó su máxima extensión cuando Felipe II heredó la corona portuguesa y todas sus colonias. Ante la falta de un sucesor en Portugal, Felipe II reclamó el trono por su parentesco con el rey portugués. La candidatura española no fue bien recibida por las clases populares, lo que llevó a la invasión de Portugal en 1580. Las cortes portuguesas reconocieron a Felipe II como rey en 1581, respetando las leyes e instituciones portuguesas. Esto significó la unión de dos inmensos imperios coloniales y la unión dinástica de todos los reinos peninsulares.
La política exterior de Felipe II fue continuista con respecto a la de su padre, heredando los problemas con Francia y el Imperio Turco. Tuvo que enfrentarse a la sublevación de los Países Bajos, una guerra que duró 80 años, y a los conflictos con Inglaterra (Armada Invencible).
Política y Consecuencias en América en el Siglo XVI
La conquista de América tuvo como objetivo principal la búsqueda de oro, aunque se encontró más plata. La minería se convirtió en el motor de la economía colonial, proporcionando más del 90% de las exportaciones indianas. Se encontró oro en Nueva España (México), Centroamérica, Quito, Perú, Chile y, sobre todo, en Nueva Granada (Colombia). Las minas eran propiedad del estado, que concedía su explotación a particulares a cambio de la quinta parte del metal extraído (5º real). La extracción de plata, solo en el siglo XVI, fue de unas 15.000 toneladas (frente a 360 de oro). Las minas más ricas de plata fueron las de Zacatecas en México y Potosí en el Alto Perú.
La principal actividad económica de las Indias fue la agraria. Al principio, los primeros colonos se apropiaron de las tierras, un método ilegal, ya que las tierras pertenecían a la corona. Esta usurpación fue legalizada posteriormente, dando lugar a la concentración de la propiedad y la aparición de latifundios. Se introdujeron cultivos europeos y africanos, como el trigo, la vid, el olivo, los cítricos, la caña de azúcar y el café, así como la difusión de otros autóctonos, como el cacao, la patata, el maíz y los frijoles. La agricultura de exportación se basó en la producción de cacao, tabaco, añil, caña de azúcar y café.
El comercio entre España y América se realizó a través de la llamada “carrera de Indias”, bajo el monopolio de la corona. Para garantizarlo, se establecieron mecanismos como el control oficial, la colaboración privada, el puerto único y la navegación protegida. En 1503 se fundó en Sevilla la Casa de Contratación de Indias para defender el monopolio y regular los asuntos americanos. La centralización del tráfico en Sevilla garantizaba el cobro del 5º real. Este sistema encarecía los costes y no evitaba la piratería ni el contrabando.
Las Indias quedaron incorporadas a la corona de Castilla. Las dos instituciones más importantes fueron la Casa de Contratación de Sevilla, que organizaba y controlaba el comercio y la navegación, y el Consejo de Indias, creado en 1523, que tenía jurisdicción sobre todos los territorios y organismos americanos. En las Indias se establecieron instituciones jerarquizadas: virreinatos, gobernaciones, capitanías generales, corregimientos, cabildos y audiencias.
La existencia de América transformó las estructuras políticas, económicas, sociales y culturales de Europa. Se creó un imperio de magnitudes desconocidas, aunque poco a poco se perdió el control comercial sobre las colonias, beneficiando a otras potencias como Inglaterra, Francia u Holanda. Se fortaleció el concepto de estado y se impulsó la creación de una economía precapitalista, con la ampliación de mercados, la obtención de materias primas a bajo coste y la llegada de metales preciosos. En Europa se desarrolló el mercantilismo, un sistema económico que buscaba la acumulación de metales preciosos y una balanza comercial favorable. América cumplió con su cometido, pero España fue incapaz de suministrar lo que las colonias demandaban, lo que llevó a un mercantilismo imperfecto. La llegada masiva de metales provocó una inflación sostenida de los precios, la llamada «revolución de los precios». La corona utilizó el oro y la plata para financiar campañas militares ruinosas en Europa. España y sus colonias se convirtieron en el gran mercado de Europa.
También hubo rasgos de prosperidad económica en España, con el crecimiento de centros como Sevilla y otros puertos. La llegada de cultivos americanos modificó las costumbres alimenticias y el paisaje agrario. Hubo un trasvase de población española hacia las Indias, aunque no supuso una sangría demográfica. Este aporte demográfico fue responsable del mestizaje y de la creación de una sociedad racista. Las Indias se convirtieron en tierras mitificadas donde enriquecerse.
La conquista española desencadenó una catástrofe demográfica sin precedentes en la historia, con una drástica disminución de la población indígena. Las causas fueron la violencia de los españoles, el impacto psicológico y las enfermedades epidémicas. La colonización americana dio lugar a un lucrativo tráfico de esclavos africanos, generando un comercio triangular entre Europa, África y América.
Reformas del Conde Duque de Olivares
En 1621, Felipe IV continuó la práctica del valimiento con el Conde-Duque de Olivares. En el contexto de la Guerra de los Treinta Años, Olivares tenía como objetivo conservar los territorios de la monarquía y mantener la hegemonía en Europa. Para ello, emprendió una política de reformas de la administración, llamada la reformación. Pretendía una cierta unidad de las leyes de los reinos, siguiendo el modelo castellano. En 1624, presentó un memorial secreto al rey, pidiéndole que se convirtiera en rey de España y no de una suma de reinos. Sin embargo, este proyecto no se intentó debido a la crisis económica y la amenaza exterior.
También se pretendió una unión de armas, un ejército permanente compuesto por contingentes de cada reino. Esta unión suscitó una fuerte resistencia de los distintos reinos, que alegaban que sus fueros impedían el envío de soldados fuera del territorio. Las necesidades financieras obligaron a aplazar las reformas y a recurrir a medidas de urgencia, que agravaron la crisis económica y social. Se generalizó la oposición a Olivares, tanto en los reinos periféricos como entre la nobleza y el campesinado. Estallaron numerosas protestas, y en 1640 se produjeron las rebeliones independentistas de Portugal y Cataluña.
Guerra de los Treinta Años
En 1618 comenzó la Guerra de los Treinta Años, en la que las tropas españolas intervinieron en ayuda de los Habsburgo austríacos frente a los reinos alemanes protestantes. Al concluir la tregua de los doce años, ni españoles ni holandeses querían renovarla. Se inició un periodo de guerras que se complicó con la entrada de Holanda, Inglaterra, Dinamarca y Suecia al lado de los protestantes. Francia, aunque católica, se alió con los alemanes protestantes para debilitar la hegemonía hispana.
Durante los primeros años, los Habsburgo llevaron la iniciativa, pero la guerra cambió de rumbo. En 1628, la armada holandesa capturó la flota de la plata en Cuba. En 1626 estalló la guerra de Mantua entre Francia y España. En 1632 entró en la guerra Suecia a favor de los protestantes. La reacción fue contundente, y en 1634 el ejército católico derrotó a los suecos en Nördlingen. Sin embargo, esta derrota reactivó la guerra y decidió la entrada de Francia en apoyo de los protestantes. La guerra dio un giro en contra de España. En 1648, los países en guerra acordaron un alto el fuego, que cristalizó en el Congreso de Paz de Westfalia. En él se consolidó el mapa religioso alemán y se reconocieron las conquistas de algunos principados frente a los Habsburgo. Francia obtuvo varios territorios de España. Felipe IV reconoció la independencia de las Provincias Unidas y admitió las conquistas de los territorios coloniales portugueses. A pesar de esta paz, los conflictos con Portugal, Francia e Inglaterra continuaron hasta finales del siglo XVII, debilitando la hegemonía española en Europa.