2-Describe la evolución de la industria textil catalana, la siderurgia y la minería a
lo largo del Siglo XIX
Superado el fuerte retraso del primer tercio del Siglo XIX, la producción industrial española progresó a un ritmo intenso, aunque fluctuante, durante la etapa isabelina. Sin embargo, ese desarrollo presenta una serie de carácterísticas: fue muy localizado (Cataluña, el País Vasco y Asturias); estuvo centrado en tres sectores básicos, como son la industria algodonera, la industria siderúrgica y la minería del carbón;
Y se inició más tardíamente que en los países de la Europa occidental. —La industria textil catalana. Los inicios de la industrialización española están en la provincia de Barcelona y en la industria textil, que desde mediados del Siglo XVIII se dedicaba a la producción de indianas (tejidos de algodón vistosamente estampados) estrechamente ligada al mercado americano. A finales de siglo se introducen las primeras máquinas de hilar inglesas (spining jennvi, mule), pero su impulso definitivo lo recibíó en 1802, cuando se prohibíó la entrada en España de algodón hilado, aunque sufríó un frenazo con la Guerra de la Independencia (1808-1814). Tras el conflicto, y a pesar del inicio casi inmediato del proceso de emancipación de las colonias y de la interrupción del comercio colonial, el ritmo de producción se reanudó con rapidez gracias al aumento del mercado interior. A partir de la década de los 30 se instala la primera máquina de vapor y la mecanización conocíó un gran impulso, aunque fue más significativa en la hilatura que en el tejido. El boom algodonero se produjo entre 1840 (fin de la guerra carlista) y 1862, año en que se dejó sentir el hambre de algodón causado por la Guerra de Secesión de EE.UU. Las razones del boom hay que buscarlas en la mecanización de las fábricas y el abaratamiento de los costes de mano de obra, compuesta principalmente por mujeres y niños. Corno Cataluña carecía de carbón tenía que importarlo, de ahí que muchas industrias se localizaran cerca del puerto de Barcelona o en las márgenes de los ríos, para utilizar la energía hidráulica y así abaratar costes. La explotación minera, por su parte, era una tradición antigua en España, sin embargo su contribución al desarrollo industrial fue escasa. Durante la etapa isabelina su desarrollo fue incipiente (ley de minas en 1855, en el bienio progresista), despega durante el Sexenio y será con la Restauración cuando se produzca el verdadero auge. Las razones del tardío despegue hay que buscarlas en el ámbito legislativo. Hasta la ley de 1868, que concede minas a perpetuidad tanto a nacionales corno a extranjeros siempre que se pagara un canon al Estado (la desamortización del suelo), la extracción de minerales estuvo sometida a importantes limitaciones por parte del Estado. Otra causa fue la falta de capital, tecnología y demanda para estimular su puesta en explotación. Por eso el despegue se produjo cuando esa legislación liberalizadora permitíó intervenir a empresas y capital extranjeros, principalmente de origen británico y francés, que fueron sus verdaderos protagonistas y beneficiarios. Los minerales extraídos se exportaban, sin ninguna transformación, a los países industrializados, y los beneficios eran repatriados a los países de origen de las compañías mineras. La economía nacional se benefició únicamente con el empleo y los salarios que generó, pero también contribuyó a equilibrar la balanza de pagos con la inversión de capital exterior que proporciónó. Los yacimientos más importantes eran: de plomo en la línea de Huelva a Jaén, cobre en Riotinto, Mercurio en Almadén, cinc en Reocín (Cantabria), carbón por toda la península (siendo los más importantes los de la cuenca asturiana, al gozar de gran c:nriticind de recursos en su subsuelo y facilidad para ser enviado a la costa para su transporte marítimo, a pesar de tener escaso poder calorífico), hierro en Vizcaya (el convertidor de Bessemer y la proximidad de las minas al mar estimularon su demanda). En cuanto a la siderurgia, los inicios se sitúan hacia 1830 con la construcción del alto homo de Marbella (Málaga) por la compañia Heredia. Se trataba de explotar unos yacimientos de mineral de hierro existentes en aquella zona. Sin embargo, se tropezaron con una dificultad: no ‘labia carbón mineral y los altos hornos funcionaron con carbón vegetal, que se obtuvo talando los bosques cercanos. Su producción, que duró hasta 18o5, constituía el 85% del hierro colado fabricado en España; y se empleaba principalmente para cubrir la demanda de aperos de labranza, ya que las otras dos actividades (industria textil y medios de comunicación corno ferrocarril y barcos de vapor) no contribuyeron a fomentar la siderurgia nacional, pues los materiales se importaron, por lo general, del extranjero (en el caso del ferrocarril hasta 1864 y en el de los barcos de vapor hasta 1887). En estas circunstancias es fácil deducir que la siderurgia española hasta 1865 tuviese una escasa demanda y los esfuerzos realizados por los Heredia en Marbella y Málaga -fábricas de La Concepción y La Constancia-concluyeran en fracaso. A la hegemonía andaluza le sucedíó la preponderancia asturiana, cuya producción durante el sexenio fue siempre superior al resto del país. El origen de la moderna industria del hierro asturiano se remontan a la construcción de la fábrica de Mieres en 1852, con capital francés y adquirida en 1870 por la sociedad Numa Guilhou. Esta fábrica fue seguida por la creación en La Felguera de la sociedad Pedro Duro y Cía. En 1859, y por la fábrica de la Vega de la sociedad Gil y Cía. La novedad y modernidad de estas fábricas era que sus hornos quemaban carbón de coque, lo cual supónía un sensible abaratamiento de los costes. Así y todo la producción de hierro siguió siendo insuficiente en comparación con los países de la Europa Occidental, a pesar del aumento de la demanda interna del ferrocarril al concluir los privilegios de importación de las empresas extranjeras constructoras del tendido ferroviario. Asturias se mantuvo hegemónica mientras sus fábricas, situadas en las cuencas hulleras, fueron las únicas españolas en disponer de coque. Pero después de 1876 la llegada de coque galés (muy barato por darse en minas a cielo abierto) a la ría del Nervión, en los barcos de retomo en que se exportaba el hierro vizcaíno, abríó la puerta al esplendor siderúrgico vasco. La burguésía vasca invirtió en la creación de altos hornos, destacando en 1903 la creación de «Altos Hornos de Vizcaya’ como fusión de tres empresas precedentes.
Y se inició más tardíamente que en los países de la Europa occidental. —La industria textil catalana. Los inicios de la industrialización española están en la provincia de Barcelona y en la industria textil, que desde mediados del Siglo XVIII se dedicaba a la producción de indianas (tejidos de algodón vistosamente estampados) estrechamente ligada al mercado americano. A finales de siglo se introducen las primeras máquinas de hilar inglesas (spining jennvi, mule), pero su impulso definitivo lo recibíó en 1802, cuando se prohibíó la entrada en España de algodón hilado, aunque sufríó un frenazo con la Guerra de la Independencia (1808-1814). Tras el conflicto, y a pesar del inicio casi inmediato del proceso de emancipación de las colonias y de la interrupción del comercio colonial, el ritmo de producción se reanudó con rapidez gracias al aumento del mercado interior. A partir de la década de los 30 se instala la primera máquina de vapor y la mecanización conocíó un gran impulso, aunque fue más significativa en la hilatura que en el tejido. El boom algodonero se produjo entre 1840 (fin de la guerra carlista) y 1862, año en que se dejó sentir el hambre de algodón causado por la Guerra de Secesión de EE.UU. Las razones del boom hay que buscarlas en la mecanización de las fábricas y el abaratamiento de los costes de mano de obra, compuesta principalmente por mujeres y niños. Corno Cataluña carecía de carbón tenía que importarlo, de ahí que muchas industrias se localizaran cerca del puerto de Barcelona o en las márgenes de los ríos, para utilizar la energía hidráulica y así abaratar costes. La explotación minera, por su parte, era una tradición antigua en España, sin embargo su contribución al desarrollo industrial fue escasa. Durante la etapa isabelina su desarrollo fue incipiente (ley de minas en 1855, en el bienio progresista), despega durante el Sexenio y será con la Restauración cuando se produzca el verdadero auge. Las razones del tardío despegue hay que buscarlas en el ámbito legislativo. Hasta la ley de 1868, que concede minas a perpetuidad tanto a nacionales corno a extranjeros siempre que se pagara un canon al Estado (la desamortización del suelo), la extracción de minerales estuvo sometida a importantes limitaciones por parte del Estado. Otra causa fue la falta de capital, tecnología y demanda para estimular su puesta en explotación. Por eso el despegue se produjo cuando esa legislación liberalizadora permitíó intervenir a empresas y capital extranjeros, principalmente de origen británico y francés, que fueron sus verdaderos protagonistas y beneficiarios. Los minerales extraídos se exportaban, sin ninguna transformación, a los países industrializados, y los beneficios eran repatriados a los países de origen de las compañías mineras. La economía nacional se benefició únicamente con el empleo y los salarios que generó, pero también contribuyó a equilibrar la balanza de pagos con la inversión de capital exterior que proporciónó. Los yacimientos más importantes eran: de plomo en la línea de Huelva a Jaén, cobre en Riotinto, Mercurio en Almadén, cinc en Reocín (Cantabria), carbón por toda la península (siendo los más importantes los de la cuenca asturiana, al gozar de gran c:nriticind de recursos en su subsuelo y facilidad para ser enviado a la costa para su transporte marítimo, a pesar de tener escaso poder calorífico), hierro en Vizcaya (el convertidor de Bessemer y la proximidad de las minas al mar estimularon su demanda). En cuanto a la siderurgia, los inicios se sitúan hacia 1830 con la construcción del alto homo de Marbella (Málaga) por la compañia Heredia. Se trataba de explotar unos yacimientos de mineral de hierro existentes en aquella zona. Sin embargo, se tropezaron con una dificultad: no ‘labia carbón mineral y los altos hornos funcionaron con carbón vegetal, que se obtuvo talando los bosques cercanos. Su producción, que duró hasta 18o5, constituía el 85% del hierro colado fabricado en España; y se empleaba principalmente para cubrir la demanda de aperos de labranza, ya que las otras dos actividades (industria textil y medios de comunicación corno ferrocarril y barcos de vapor) no contribuyeron a fomentar la siderurgia nacional, pues los materiales se importaron, por lo general, del extranjero (en el caso del ferrocarril hasta 1864 y en el de los barcos de vapor hasta 1887). En estas circunstancias es fácil deducir que la siderurgia española hasta 1865 tuviese una escasa demanda y los esfuerzos realizados por los Heredia en Marbella y Málaga -fábricas de La Concepción y La Constancia-concluyeran en fracaso. A la hegemonía andaluza le sucedíó la preponderancia asturiana, cuya producción durante el sexenio fue siempre superior al resto del país. El origen de la moderna industria del hierro asturiano se remontan a la construcción de la fábrica de Mieres en 1852, con capital francés y adquirida en 1870 por la sociedad Numa Guilhou. Esta fábrica fue seguida por la creación en La Felguera de la sociedad Pedro Duro y Cía. En 1859, y por la fábrica de la Vega de la sociedad Gil y Cía. La novedad y modernidad de estas fábricas era que sus hornos quemaban carbón de coque, lo cual supónía un sensible abaratamiento de los costes. Así y todo la producción de hierro siguió siendo insuficiente en comparación con los países de la Europa Occidental, a pesar del aumento de la demanda interna del ferrocarril al concluir los privilegios de importación de las empresas extranjeras constructoras del tendido ferroviario. Asturias se mantuvo hegemónica mientras sus fábricas, situadas en las cuencas hulleras, fueron las únicas españolas en disponer de coque. Pero después de 1876 la llegada de coque galés (muy barato por darse en minas a cielo abierto) a la ría del Nervión, en los barcos de retomo en que se exportaba el hierro vizcaíno, abríó la puerta al esplendor siderúrgico vasco. La burguésía vasca invirtió en la creación de altos hornos, destacando en 1903 la creación de «Altos Hornos de Vizcaya’ como fusión de tres empresas precedentes.