Causas de la Invasión Musulmana y Rápida Ocupación de la Península Ibérica
La llegada musulmana a la Península Ibérica fue la continuación natural de su rápida expansión territorial iniciada en Arabia. La conquista se puede dividir en dos fases principales.
Contexto y Causas Inmediatas
La invasión musulmana de la Península Ibérica en el año 711 se debió a la confluencia de dos procesos simultáneos: la crisis interna de la monarquía visigoda y el movimiento expansivo del Islam desde el año 634.
La monarquía visigoda adolecía de una gran debilidad estructural, agravada por las luchas por el poder. Tras la muerte del rey Witiza, el noble Rodrigo encabezó una revuelta y usurpó el trono, desencadenando una guerra civil entre facciones nobiliarias rivales. Ante estas disputas internas, el gobernador musulmán del norte de África, Musa ibn Nusayr, concibió la posibilidad de extender sus conquistas por la península. Envió una expedición inicial dirigida por Tariq ibn Ziyad, quien consiguió desembarcar en Gibraltar con unos 7.000 soldados, en su mayoría bereberes.
Primera Fase de la Conquista (711-716)
El ejército visigodo de Rodrigo fue decisivamente vencido en la batalla de Guadalete en el 711. Tras esta victoria, en apenas tres años, se consumó la conquista de casi toda la península.
Esta rápida ocupación se debió a varios factores:
- La profunda debilidad y división interna de la monarquía visigoda.
- La indiferencia, e incluso el apoyo en algunos casos, de la mayoría de la población hispanorromana hacia los visigodos.
- La relativa tolerancia mostrada por los musulmanes hacia cristianos y judíos (considerados gentes del Libro), permitiéndoles mantener su religión y propiedades a cambio de impuestos.
- La rendición pactada o capitulación de numerosos aristócratas visigodos, a quienes se les garantizaba la conservación de sus derechos y tierras a cambio de sumisión.
Segunda Fase de la Conquista y Establecimiento de Fronteras (716-732)
Esta fase (716-732) fue más compleja. Los musulmanes continuaron su expansión hacia el norte, adentrándose en el reino de los francos, donde finalmente fueron derrotados en la batalla de Poitiers (732) por Carlos Martel. Este hecho marcó el límite de su avance en Europa occidental.
En la Península, la hostilidad de los pueblos de la cornisa cantábrica hizo desistir a los musulmanes de una conquista efectiva de esa zona montañosa. Intentaron repoblar la cuenca del Duero con campesinos bereberes, pero estos intentos fracasaron en gran medida debido a la dureza del clima, la resistencia local y las propias tensiones internas entre árabes y bereberes. Así, las fronteras septentrionales de Al-Andalus se establecieron aproximadamente en los Pirineos y la Cordillera Cantábrica. La zona al norte del río Duero experimentó una islamización escasa, convirtiéndose en una tierra de nadie o frontera fluctuante entre Al-Andalus y los emergentes núcleos de resistencia cristianos.
Evolución Política de Al-Andalus (711-1492)
Al-Andalus, el territorio de la Península Ibérica bajo dominio musulmán, coexistió durante casi ocho siglos (711-1492) con los reinos cristianos que se formaron y expandieron desde el norte. A partir del siglo XI, la iniciativa militar pasó progresivamente a los reinos cristianos, culminando con la desaparición del último reducto musulmán, el Reino Nazarí de Granada, en 1492. La compleja historia política de Al-Andalus se puede sintetizar en las siguientes etapas:
1. La Época de los Emiratos (711-929)
El Emirato Dependiente (711-756)
Inicialmente, Al-Andalus se configuró como una provincia (waliato) del Califato Omeya de Damasco. Era gobernada por un emir (gobernador) residente en Córdoba, que actuaba en representación y bajo la dependencia directa del Califa. Este período se caracterizó por una considerable inestabilidad política, marcada por luchas incesantes entre los diversos grupos árabes y bereberes que habían participado en la conquista. En el año 740 estalló una gran rebelión bereber por toda Al-Andalus, descontentos con el reparto del botín y las tierras. Como consecuencia indirecta, fueron abandonadas o despobladas muchas áreas de la Meseta norte, circunstancia que aprovecharon los reyes astures para consolidar y expandir su incipiente reino.
La caída de la dinastía Omeya en Damasco (750) y su sustitución por los Abasíes, que trasladaron la capital a Bagdad, tuvo repercusiones decisivas en Al-Andalus. La mayor parte de la familia Omeya fue masacrada. Sin embargo, un superviviente, el príncipe Abd al-Rahman (conocido como Abderramán), logró huir y llegar a Al-Andalus. Allí, consiguió aglutinar apoyos, derrotó al emir Yusuf al-Fihri y se autoproclamó emir independiente en el 756, adoptando el nombre de Abd al-Rahman I.
El Emirato Independiente (756-929)
La decisión de Abd al-Rahman I supuso romper la dependencia política respecto a los califas Abasíes de Bagdad. Al-Andalus se convertía así en un estado políticamente independiente. No obstante, Abd al-Rahman I y sus sucesores no se atrevieron a usurpar el título de Califa, que implicaba también la máxima autoridad religiosa en el Islam suní, manteniendo así una dependencia religiosa nominal. Su reinado y los de sus sucesores se caracterizaron por una lucha constante para afirmar y centralizar su dominio frente a las resistencias internas (nobles árabes, bereberes, muladíes –hispanos conversos al Islam–) y las amenazas externas (reinos cristianos del norte, incursiones vikingas).
El Emirato Independiente perduró un siglo y medio. A partir del año 880 y durante casi medio siglo, una serie de graves rebeliones internas, como la de Umar ibn Hafsun en Bobastro, sumieron al emirato en una profunda crisis política y militar que amenazó su propia existencia.
2. El Califato de Córdoba (929-1031)
El advenimiento al poder de Abd al-Rahman III (que reinó entre 912-961, aunque su proclamación como califa fue en 929) marcó un cambio radical. Con gran habilidad política y militar, fue capaz de sofocar todas las rebeliones internas, pacificar el territorio y fortalecer el Estado. Logró imponer tributos a los reinos cristianos del norte y frenar el avance fatimí (chiitas) desde el norte de África. Su autoridad llegó a ser tan indiscutible que en el año 929 se autoproclamó Califa, asumiendo así la jefatura religiosa además de la política, y declarándose»Príncipe de los Creyente». Nacía así el Califato Omeya de Córdoba.
El Califa controló de cerca a los visires (ministros) y a los gobernadores de las provincias (coras), centralizando el poder y apoyándose en una administración eficaz y un ejército poderoso, que incluía mercenarios eslavos y bereberes. Durante su reinado y el de su hijo y sucesor, Al-Hakam II (961-976), Córdoba se convirtió en la ciudad más grande y culta de Europa occidental, experimentando un gran esplendor económico, cultural y artístico.
Tras la muerte de Al-Hakam II, el poder efectivo cayó en manos de su hayib (primer ministro), Almanzor (Al-Mansur), un brillante militar que ejerció una dictadura de facto. A lo largo de más de 20 años, realizó nada menos que 55 expediciones militares o aceifas contra los reinos cristianos, saqueando ciudades como Barcelona, León y Santiago de Compostela. Sin embargo, tras la muerte de Almanzor (1002) y las luchas por el poder entre sus hijos y diversos pretendientes al califato, el estado centralizado se descompuso rápidamente. Las provincias y ciudades importantes empezaron a independizarse bajo el mando de jefes locales. En 1031, una asamblea de notables declaró formalmente extinguido el Califato.
3. La Crisis del Siglo XI y los Imperios Norteafricanos (1031-1248)
Los Primeros Reinos de Taifas (c. 1031-1090)
Tras la disolución del Califato, el territorio de Al-Andalus se fragmentó en una treintena de pequeños estados independientes, conocidos como reinos de taifas (del árabe tawa’if, facciones o bandos). Estos reinos, gobernados por distintas dinastías locales (árabes, bereberes, eslavas o muladíes), a menudo rivalizaban entre sí militar y políticamente. A pesar de su debilidad militar, algunas taifas, como las de Sevilla, Toledo, Zaragoza o Badajoz, gozaron de una notable prosperidad económica y un gran florecimiento cultural y artístico.
Sin embargo, su fragmentación y debilidad las hicieron vulnerables al creciente poderío de los reinos cristianos del norte. Muchos gobernantes musulmanes se vieron obligados a pagar cuantiosos tributos (parias) a los reyes cristianos a cambio de protección o treguas militares. Esta presión culminó en 1085 cuando Alfonso VI de Castilla conquistó la estratégica Taifa de Toledo, situando la frontera castellana en el río Tajo. Alarmados por este avance, los reyes de las taifas del sur pidieron auxilio al emergente poder almorávide del norte de África.
El Dominio Almorávide (c. 1090-1144)
Los almorávides eran miembros de un movimiento religioso y militar de inspiración rigorista, surgido entre tribus bereberes sanhaya del Sáhara. Habían creado un vasto imperio en el Magreb. En 1086, su emir, Yusuf ibn Tashufin, cruzó el Estrecho con sus tropas y derrotó a Alfonso VI en la batalla de Sagrajas (o Zalaca). Tras una breve vuelta a África, regresó y, en lugar de simplemente ayudar a las taifas, procedió a conquistarlas una por una, unificando de nuevo Al-Andalus bajo su dominio (c. 1090-1091). Lograron frenar temporalmente el avance cristiano, recuperando Valencia (tras la muerte del Cid) y Zaragoza.
Sin embargo, el dominio almorávide, caracterizado por un mayor rigorismo religioso y una fuerte presión fiscal, pronto generó descontento en Al-Andalus. Además, su poder militar decayó. Esto fue aprovechado por los reyes cristianos, como Alfonso VII de Castilla y León y Alfonso I el Batallador de Aragón, para reanudar sus ofensivas. La incapacidad de los almorávides para frenar eficazmente los avances cristianos y las revueltas internas provocaron el hundimiento de su poder en la península hacia 1144, dando paso a un nuevo período de fragmentación (los segundos reinos de taifas).
El Dominio Almohade (c. 1147-1248)
La caída de los almorávides se debió en gran parte a la irrupción en el Magreb de un nuevo movimiento bereber aún más rigorista: los almohades (al-muwahhidun,»los que proclaman la unidad de Dio»), originarios del Atlas marroquí. Tras conquistar el imperio almorávide en África, cruzaron a la Península hacia 1146-1147 y, tras un período de lucha contra los segundos reinos de taifas y la resistencia local, lograron reunificar Al-Andalus bajo su autoridad hacia 1172.
Los almohades establecieron su capital peninsular en Sevilla. Durante un tiempo, consiguieron mantener la unidad andalusí y ofrecer una fuerte resistencia al avance cristiano. Su momento de mayor éxito militar fue la victoria sobre Alfonso VIII de Castilla en la batalla de Alarcos (1195).
Sin embargo, la respuesta cristiana se organizó. En 1212, una gran coalición de los reinos cristianos peninsulares (Castilla, Aragón, Navarra y Portugal), con apoyo de cruzados europeos y la bendición papal, infligió una derrota aplastante al ejército almohade en la batalla de las Navas de Tolosa. Esta batalla marcó un punto de inflexión irreversible. Poco después, el imperio almohade se desmoronó tanto en África como en la Península, debido a luchas internas por el poder y la presión cristiana.
Tras Las Navas de Tolosa, la conquista cristiana avanzó rápidamente. Fernando III de Castilla y León conquistó Córdoba (1236) y Sevilla (1248), mientras Jaime I de Aragón conquistaba las Baleares y Valencia. Al-Andalus, como entidad política extensa, tocaba a su fin. Sólo un pequeño reino musulmán lograría sobrevivir en el sureste durante dos siglos y medio más: el Reino Nazarí de Granada.
4. El Reino Nazarí de Granada (1237-1492)
Fue fundado por Muhammad ibn Yusuf ibn Nasr (o Muhammad I, también conocido como Al-Ahmar), quien estableció su capital en Granada en 1237. Este reino abarcaba aproximadamente las actuales provincias de Málaga, Granada y Almería, así como partes de Cádiz, Jaén y Murcia en sus momentos de mayor extensión.
Durante sus dos siglos y medio de existencia, la política de los sultanes nazaríes osciló entre la sumisión y el pago de parias a Castilla (convirtiéndose en un reino vasallo en muchos períodos) y etapas de hostilidad y guerra, a menudo buscando el apoyo de los benimerines del norte de África. Para Castilla, el objetivo estratégico principal fue controlar la zona del Estrecho de Gibraltar, lo que consiguió en gran medida en el siglo XIV.
A pesar de su precaria situación política y militar, el Reino Nazarí experimentó un notable desarrollo económico y cultural, especialmente en los siglos XIV y XV. Su capital, Granada, se convirtió en una de las ciudades más prósperas de una Europa occidental afectada por la crisis bajomedieval. Fue un importante centro comercial y artesanal, y un refugio para musulmanes de otras partes de la península. El legado más visible de este período es el magnífico conjunto palaciego de la Alhambra.
Finalmente, aprovechando las últimas guerras civiles internas del reino nazarí, los Reyes Católicos, Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, emprendieron la última fase de la Reconquista. Tras una guerra de diez años (1482-1492), el 2 de enero de 1492, el último sultán nazarí, Boabdil (Muhammad XII), entregó las llaves de Granada, poniendo fin a casi ocho siglos de presencia política musulmana en la Península Ibérica.